De esto debe hacer ya cinco años. Alguien regaló a mi hija pequeña una orquídea blanca. Ella no podía cuidarla y, en una visita a su casa, me indicó si quería quedármela. Acepté la oferta.
A lo largo de mi vida he plantado y cuidado árboles y flores. Bastantes, por cierto. Nunca una orquídea. Para saber de qué me había encargado, busqué información y la estudié. Me enteré de que hay asociaciones y grupos que comparten sus experiencias "orquiáceas". También hay abonos para que florezcan mejor: lo compré y lo utilicé.
No había pasado una semana y sus flores, casi al unísono, palidecieron y se desprendieron del tallo. Para que vuelva a florecer mejor: ¿corto el tallo por arriba, por abajo o lo dejo sin podar?. Una lectura me convenció de que, si lo cortaba por abajo, el nuevo tallo sería más fuerte y florecería más abundantemente. Seguí regando mi orquídea blanca, más o menos, una vez por semana; según me lo indicaba la humedad de sus raíces. Antes de acostarme la repasaba por ver si, por alguna parte, apuntaba un brote nuevo. Sólo me mostró nuevas hojas y nuevas raíces: crecía en frondosidad y en arraigos.
Pasaron los mese y los años. Cada vez que aparecía un nuevo atisbo de crecimiento resurgía la esperanza de que fuera la deseada flor. Pero no, era una nueva raíz. Tantas que he aprendido a reconocerlas cuando apuntan como cabeza de lombriz verde y morada.
-¡Tírala a la basura!. ¡No volverá a florecer! ¡Es "machorra"! ¡Es egoísta!: sólo se cuida a sí misma!.
Estaba dispuesto a eliminarla. La tuve en la mano camino del cubo de basura, pero no ejecuté la acción. En el fondo no quería darme por vencido. Es duro reconocer la incapacidad, la auto-ineficacia.
Cansado, bueno, más que cansado, apático, decidí acudir a una floristería que había visto promocionarse como especialista en orquídeas.
-¿Está verde?.
- Sí, y echa hojas nuevas y muchas, infinidad de raíces, pero nada más.
Aquella mujer entrada en años, con voz profunda, aterciopelada, como el vino de gran reserva, me aseguró, convincente, mirándome a los ojos
- Florecerá.
La creí.
Para no recibir más reproches y no enfadarla (dicen que a las plantas hay que mimarlas y hablarles cariñosamente), la trasplanté a un recipiente mayor y me la llevé a mi estudio. Cada mañana, mientras el ordenador cargaba los archivos del sistema, sin desfallecer, la repasaba esperanzado. Pero, ¡nada!
Cansado de tanta espera, me compré otra orquídea fucsia, con cuatro varas florecidas. La coloqué en el lugar que ocupó la blanca. La orquídea fucsia terminó su floración en uno de sus tallos, los corte por la yema superior y brotó uno nuevo. Además echó un quinto tallo que también ha explotado. Cuando creía finalizada su floración, me regala dos más. A día de hoy puedo testificar que lleva florecida más de dieciséis meses. Eso sí: ni una hoja o raíz nueva. Es generosa.
El pasado septiembre, en una de mis inspecciones rutinarias, noté en mi orquídea blanca un bulto blanquecino en la conjunción de una de sus hojas con el tronco, era más romo y más brillante que el brotar de las raíces. Sí, lo confieso, me dio un pálpito de alegría. Me guardé el secreto, dado que muchas veces había anunciado en vano su nueva floración. A la mañana siguiente, como si quisiera sorprenderme en mi reconocimiento, esta vez, nada rutinario, me mostraba una yema nueva. Esperé aún dos o tres días. Ya estaba seguro.
-La Orquídea blanca va a florecer.
A mediados de diciembre apareció la primera flor. Volvió a ocupar su primer lugar desplazando a las advenediza. Fueron abriéndose, uno tras otro, cada uno de los botones. En marzo está tomada la imagen que presento. Merecía la pena: una panorámica de 11 tomas.
Si no hubiera tenido la paciencia, si la hubiera arrojado a la basura, si no hubiera creído a la experta, me hubiera privado de la alegría, la satisfacción y el orgullo de ver florecer a mi "Machorra".
- ¡Qué tentación!. Porque es un ejemplo de confiar en uno mismo.
Pero no, la moraleja de la fuerza de la autoeficacia la sacas tú.
viernes, 16 de junio de 2017
miércoles, 18 de noviembre de 2015
CINCO MIL EUROS PARA ENTERRARME
Después de tanto tiempo desaparecido, retorno a este blog. En mis pensamientos, incluso
intenciones, estaba presente. Con
seguridad, muy presente. De la contemplación de volver a escribir avanzaba
hacia la intención, (según la teoría de los estadios de la acción), no
terminaba, en cambio, de decidir el momento y el modo. Pero he experimentado lo
que Marllatt denominó AVE: abstinence violation effect. Me siento incómodo por no
escribir.
La fotografía, que
comenzó siendo un entretenimiento,
absorbe mis momentos de escritorio y me empuja hacia aventuras. Cada
noche me queda tarea para la siguiente
madrugada. Y, en ella, no están los temas del blog.
Últimamente me estoy encontrando con varios fotógrafos que, mediante sus cursos online,
me recuerdan lo que tantas veces leí,
investigué, escribí y enseñé, dentro de la teoría cognitivo social: no
desanimarse ante el fracaso, seguir y buscar nuevas salidas. Persistencia,
persistencia, corrección, corrección; no dejar de disparar y editar ninguno de
los día. Nunca conformarse con un resultado mediocre, y, si es bueno, siempre
puede mejorarse.
David duChemin,
fotógrafo norteamericano influenciado por el impresionismo pictórico, me
acababa de proponer, a las siete de la
tarde de ayer, en su libro: De visual
Imagination, que dejara de leerle, que
abriera la web y buscara obras de Turner, Monet, Armand Guillaumin, Kandinsky, etc. Ante cada
cuadro debería preguntarme: cuáles eran
mis sentimientos, qué elementos constituían la masa visual, qué equilibrio había
entre sus componentes, cómo se ubicaban en el enmarque, qué papel jugaba el color,
cómo recorría mi ojo la pintura siguiendo las líneas y los contrastes, qué
incluía y qué excluía el artista. Tras este examen, debería
preguntarme, a continuación, cómo utilizaría yo los parámetros de mi cámara:
apertura del diafragma, velocidad de disparo, cantidad del ISO y tipo de
objetivo, para conseguir la misma impresión. Preguntas y más preguntas.
Entre los pintores mencionado,s elegí a Armand Guillamin porque no
recordaba nada de él ni en el Jeu de Pomme, ni en la Estación d’Orsay.
El primer cuadro que analicé se titula: “Escena rivereña”. La sensación que me produce es de relajación:
un atardecer, como el que los psicólogos aconsejan para los ejercicios de
relajación. El sol de atardecer, a la espalda del pintor, inunda de luz
caliente la escena, en la que destaca un
edificio, fábrica o almacén, de ladrillo o enlucido rojo. Contra él
se estrella también la primera mirada . Se estrella y la baja
dirigiéndola hacia las aguas del río, mansas
y extendidas. Su tortuoso recorrido, de izquierda a derecha, arrastra
también la atención. Siguiendo su cauce, aparecen, a la izquierda, un
conjunto de chimeneas fabriles que arrojan borbotones de humo
negro, rojo y blanquecino, que acompañan la dirección del río. Te percatas,
ahora, de que hace un poco de brisa,
sólo brisa que envuelve, acaricia. El humo y el agua transportan hacia las
siluetas de casas e iglesias de la ciudad, allá, a lo lejos. Siguiendo la curva
del río uno se tropieza con barcos
veleros: lonas extendidas y cóncavas por la misma brisa que mueve el humo de
las altas chimeneas. Los barcos veleros te indican que, un poco más cerca de
ti, del pintor, hay dos pequeños botes pesqueros que forman contrapunto con ellos; el equilibrio de los elementos elegidos,
de que habla duChemin. En los botes hay gente, siluetas, pescando.
Dos en cada uno. La mirada se acelera descubriendo detalles que se suman a la
sensación relajada: siguiendo el mismo ritmo visual que los veleros y los botes
aparecen, en la orilla más cercana, pescadores
a caña. Unos, conversan sosegadamente, otro, contempla el atardecer al tiempo
que aguanta su caña. Veleros, barcos y hombres, situados en diagonales paralelas,
se equilibran. Te percatas de que una gran parte del cuadro, a la derecha del
río, está cubierta de una mancha uniformemente verde-amarillenta de árboles. No
te has dado cuenta porque se limitan a enmarcar el curso del río. Esa monotonía
verde es rota por un sendero amarillento que, saliendo de la fábrica o almacén,
serpenteando, se hunde en la espesura.
Cuando parece que ya no hay más que ver, y tu
ojo también reposa, descubres lo esencial: la luz que lo impregna todo, que
hincha el espacio indefinido que no cubre ninguna de las cosas mencionadas.
Es cálida y enciende suavemente los reflejos del caserón, el humo de las fábricas, las lonas de los
veleros, las nubes, casi bruma, del cielo, los destellos blancos de las olas,
la reluciente camisa de uno de los
pescadores.
Ahora te toca a ti. Imagínate allí, con tu cámara y tus
objetivos. Sin duda, un gran angular, una ratio
de 4:3, una apertura moderada, quizás un f.8 sea la adecuada (habrá que probar), una velocidad baja para
captar la brisa y el oleaje, por lo que necesito un trípode. Mejor hazlo con
visión directa y observa el histograma para cubrir todo el rango luminoso. ¿Punto
de vista bajo, normal o picado? Mejor un poco bajo, sin ser excesivo para que
la silueta de las casas y campanarios no se oculten. No te contentes con una sola toma.
Muévete, sube, baja la cámara, cambia de objetivo, prueba con una apertura
mayor para que el fondo quede menos definido. Prueba, prueba, prueba. Pegúntate: ¿qué pasaría si..? Una hora para
fotografiar este lugar es poco, acaso necesites una tarde entera. Probablemente
tengas que volver mañana porque, al
observar las tomas en el ordenador, te das cuenta de que se te pasó el
mejor momento de luz.
El segundo de los cuadros de Armand Guillaumin, que examiné,
era un autorretrato. La iluminación…
-No, no. Todo esto son
deberes que DuChemin me imponía a mí.
- Pero no me negarás
que este es un bello hobby, en el que el tiempo se pasa “bellamente“- Vives el
momento como si fuera eterno. A mí me recuerda el ensayo de Unamuno: “El
perfecto pescador de caña”.
Estos afanes me traía yo ayer por la tarde cuando me
despierta de ese estado semi-hipnótico una llamada telefónica.
-Dígame?
-Si…, mire… ¿Es usted Don Eugenio Garrido Martín? Al otro
lado hay una voz femenina, joven, un
poco atiplada, pero agradable. La noto
nerviosa, como quien tiene que dar un recado urgente
-Sí, qué desea.
- Le llamo de… (La
compañía de seguros de mi coche). (Va a recordarme que este mes tengo que pasarle
la ITV).
-Sí, tengo mi coche asegurado con ustedes. También estoy afiliado a su póliza de salud.
- ¡Ah! ¿Sí?... Entonces, le puedo ofrecer otro producto.
-No suelo contratar servicios por teléfono. Cuando los
necesito los busco.
-Pero, ¿no quiere escuchar lo que le puedo ofrecer?
Llegados a este punto, cada relativamente frecuente, suelo
decirles: si no quiere perder su tiempo es
mejor que lo dejemos aquí. Pero ayer
no lo hice.
-¿Qué me propone?
-A ver, tiene usted más de 65 años? (Sin duda notó que mi voz no era tan joven
como la suya).
-Sí, muchos más. 78 años.
- Pues, puedo ofrecerle un seguro de decesos.
-¿Cómo?
- Pues, un seguro para cuando se muera.
A través del auricular del teléfono oigo el tecleo de alguna clase de aparato. Luego interpreté
que era de una calculadora.
-Mire, le puedo ofrecer un seguro de decesos por 5.163 €. Pagados de una sola vez. Nosotros
nos encargamos de todo. Usted no tiene que preocuparse de nada: funeraria,
tanatorio, flores, crematorio…
-No, no me interesa.
Prefiero gastarme esos cinco mil euros en vida.
-Pero, insiste, imagínese que usted paga ahora cinco mil euros, y si se
muere, supongamos, dentro de 10 años, seguramente le costaría su
entierro unos 10.000. Se habría ahorrado
cinco mil.
-No, no. Perdone. Prefiero disfrutar en vida esos
cinco mil euros.
Mi imaginación, irónica, me escenifica levantándome del
féretro y preguntándole a los enterradores: ¿Con IVA o sin IVA?
En un momento determinado me desubiqué en parte, para que nadie me
tratara como pasado; de alguna manera, muerto, cuando yo, en cambio, creía que
tener por delante un tercio de mi vida. Ahora me plantan en las narices mi
muerte, mi carencia de futuro.
No se trata de negar
la realidad. Cada año que cumples es uno menos que te queda. Pero eso es desde
que te concibieron. Me parece un
disparate, una falta de tacto y un pésimo comportamiento psicológico el
recordarle a la gente que ha de morir.
En su tiempo esto se utilizó como método de subyugación. Hoy, con
demasiada frecuencia, es el ambiente que crean a las personas que consideran viejas.
No, y no, y no. No es
que se tema a la muerte, no se trata de eso.
Se trata de aprovechar cada uno de los momentos, regodearse en él,
sentirse bien, experimentar que siempre tienes valor y hacer cosas dignas de
valor. Es difícil zafarse de ese placaje del ambiente. Mientras mi entrenador, que soy yo mismo, diseña la jugada de estrategia, seguiré con los retos que cada día ve va poniendo la fotografía: la cámara y el Photoshop.
-¡No te… fastidia!
¡Despertarme de mis contemplaciones artísticas para ahorrarme cinco mil
euros cuando, supongamos, me muera
dentro de diez años!
lunes, 17 de noviembre de 2014
BANDURA, EL PSICÓLOGO MÁS EMINENTE DE LA ERA CONTEMPORÁNEA
Había terminado de dar un seminario sobre el testimonio infantil.
Al finalizar, era ya casi de noche, Antón Aluja, quien organizó el seminario, me
llevó a cenar a uno de los chiringuitos del Puerto de Barcelona. Pudo, incluso,
que, por deferencia, fuera uno que llevaba el nombre de Salamanca. Antón es psicólogo de la personalidad. Cuando
uno ha de charlar con una persona termina hablándose de lo que se tiene en
común. En este caso, hasta entonces, lo
que teníamos en común era la psicología, que ambos enseñábamos.
Sí, ya he dicho que Antón es psicólogo de la personalidad, la
rama de la psicología que trata de explicar y medir los rasgos que nos singularizan.
Es curioso que traten de buscan la singularidad manteniendo la existencia de ¿cinco,
cuatro, dos, veinte...? rasgos básicos desde los que nos definen.
Evidentemente, las combinaciones cuantitativas de esos rasgos son tan grandes que
cada uno termina siendo "una" personalidad. Aunque, en realidad, al final, se clasifica por
la introversión o extroversión, la mayor o menor ansiedad, el grado de asumir
responsabilidades. Y, también, en la práctica, todos los extrovertidos se
comportan de la misma manera. Desde
estos supuestos, el resto ya es coser y cantar: se elaboran unos test de personalidad que miden esos rasgos
básicos. Y, luego, por el simple hecho
de haber contestado a unas cuantas preguntas, determinan lo que ha sido y
será tu vida. Porque los rasgos de personalidad son estables e indiferentes a
tiempo o circunstancia o no son rasgos de personalidad. Los más osados sostienen
que son innatos o heredados, como el color de los ojos o las arrugas de pabellón
de la oreja.
Y como esto era lo que teníamos en común, la conversación, poco
a poco fue centrándose en este tema. Probablemente se originó después de una
expresión mía en la que expusiera mis dudas o mi negación de los rasgos de personalidad. Más allá del
origen del tema de conversación, los dos terminamos defendiendo nuestras
posturas con un cierto acaloramiento, acaloramiento entre amigos. Llegamos a
retamos apostando por quién era el psicólogo que más había influido en la
psicología. Como criterio objetivo elegimos las referencias bibliográficas. Antón
afirmaba que Eysenk, yo que Bandura. Aunque las relaciones personales
continuaron durante algunos años, no recuerdo que ninguno de los dos presentará
las pruebas de sus afirmaciones.
- Pues,
vaya Eugenio, ¿cuántas veces has defendido lo mismo?. En esto eres inamovible.
¡Como para no creer en los rasgos de personalidad!.
- ¡Ese
es un golpe bajo! ¿Te recuerdo que yo era psicoanalista hace muchos años?. La
ciencia, amigo, la ciencia, y no las imaginaciones. Porque la tierra se mueve
alrededor del sol.
Sí recuerdo cómo Saari, a comienzos de este siglo veintiuno, afirmaba que una de las teorías, que habían cambiado la psicología de los
últimos treinta años, era la cognitivo social de Bandura. Así mismo recuerdo
que en 1991 se publicó un estudio, basado en encuestas a historiadores de la
psicología y a directores de Departamento, a los que se les preguntó que nombrarar
a los psicólogos más influyentes de la historia y de la actualidad. Entre
los contemporáneos, Skinner ocupaba el primer lugar, tanto de los
historiadores como de los Directores de departamento. Bandura era el séptimo
para los historiadores y el segundo para los Departamentos.
Esta mañana, como de
costumbre, abro mi correo para ver si alguien se acuerda de mí. Jaume Masip me había puesto el siguiente mensaje: "estarás contento", a su lado un
emotipo sonriente. No podía sospechar a qué pudiera referirse. La respuesta
estaba en el siguiente link, que me adjuntaba: http://digest.bps.org.uk/2014/11/who-are-most-eminent-psychologists-of.html. Si tienes la misma curiosidad que tuve yo ábrelo.
Es una página de
Research Digest. Su título : Quienes son
los psicólogos más eminentes de la era
moderna. Verás una foto de Bandura. Abre el artículo con la siguiente
afirmación: Hace doce años el conductista
B.F. Skinner presidía la lista de los 100 psicólogos más eminentes del siglo veinte,
seguido de Jean Piaget y de Sigmund Freud. Ahora, el equipo dirigido por
Ed.Diener ha utilizado sus propios criterios para elaborar la lista de los 200
psicólogos más eminentes de la era
moderna (i.e. gente cuyas carreras se desarrollan principalmente a partir de
1956). Aquí están los "Top 10": Albert Bandura, en el primer puesto,
Jean Piaget, Daniel Kahneman, Richard
Lazarus...."
Si quieres conocer qué
criterios han utilizado, lee el artículo. Aunque ya te los imaginas.
- Jaume tenía razón: me alegré
y le mandé un correo a Bandura felicitándole.
Jaume me lo envió porque sabe de mi amistad con la persona y por
mi identificación con sus teorías, una de cuyas pruebas es el título de este
blog. También me alegro por mis alumnos que, como me enviaba sus manuscritos
antes de publicarlos, estuvieron siempre al día de la mejor psicología
científica.
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Antón Aluja,
Psicólogos más eminentes,
RASGOS DE PERSONALIDAD
lunes, 29 de septiembre de 2014
¿ENSEÑANZA O SECTARISMO?
- Si quieres que un
alumno deje de fumar, que
imparta una clase convincente sobre los peligros del tabaco a sus
compañeros del curso inferior..
Haber contado mi experiencia de abandono del tabaquismo
severo, pudo suscitar la conclusión : si él ha podido, yo también. Eso espero. La
comparación con los semejantes esuna potente herramienta para generar
autoeficacia.
Su creencia debió
durarle poco. Vendido por la sinceridad, o la imprudencia, narraba yo también cómo mi intento de dieta saludable para bajar peso duró mientras preparaba un
curso sobre conductas saludables.
-¡Por cierto!,
(siguiendo con mis imprudencias) hoy peso ya dos kilos menos que cuando escribí
el tema anterior.
-Uno más que sufre
el desasosegante método de la goma: adelgazar,
engordar, adelgazar de nuevo y engordar después. Se carece de fuerza de
voluntad para mantenerse. La comida es la droga que mas dependencia crea porque no puede alcanzarse la abstinencia plena.
El planteamiento del último tema, sin embargo, sobrepasaba
las anécdotas y preguntaba si los docentes
e investigadores( en psicología) imaginamos una teoría, ponemos los medios para
que esa teoría se cumpla, incluso en las investigaciones, y luego las exponemos
y nos exponemos como ejemplo de su cumplimiento.
-¡Evidente! Tu vuelta
al blog sobre autoeficacia te ha obligado a demostrarte que la autoeficia
funciona.
¿Por qué no reconocer que la idea me desasosegó durante
algunos días? La hipótesis plantea un reproche moral a los docentes, al
menos, de psicología. ¿Enseñan, con
mayor o menor entusiasmo, unos procesos de cambio conductual que no tienen más fundamento que sus
propias ocurrencia?. ¿ Pretenden que sus ocurrencias sean utilizadas por sus
alumnos en su futuras intervenciones
profesionales ?. Si esto es así, cada profesor de psicología está pretendiendo
crear una secta.
No me cuesta imaginar a un filósofo levantándose puntualmente a la siete de la mañana, sacar
de su cajón uno o varios folios en
blanco y decirse a sí miso: hoy y los días
venideros me centraré en el concepto de la libertad humana. ¿Cuándo me siento
libre y cuándo coaccionado? ¿Qué es lo
que me hace sentir libre? ¿Qué siento cuando vivo libremente? ¿Cuándo la gente
que conozco o que me rodea o a la que leo
afirman sentirse libres, medio libres o nada libres?. En definitiva: ¿en qué consiste la libertad?.
Es un ejercicio mental demasiado arduo, en verdad. Pocas cosas intimidan tanto como un taco de papeles en blanco llamando a ser cubiertos de
ideas o propuestas. Pocas tareas tan
difíciles como agrupar
y relacionar experiencias y conocimientos para
convenirse en una conclusión que,
alcanzada, se convertirá en su dogma personal, y dogma "evidente"
para los demás, como dogma evidente ha de ser el canon a seguir por personas e instituciones. Ha
creado una doctrina y, si con facilidad, una secta de seguidores, comenzando
por él mismo.
- ¿Es esta, Eugenio,
tu concepción de la filosofía?
- Pues... No sé si tiene algo de caricatura.
Creo que nada.
Era yo muy joven. Mi primera formación universitaria fue en
filosofía pura (¡qué curiosa la denominación de filosofía pura, ¿verdad?). Cuatro
licenciandos, desconocidos entre sí,
esperan en un claustro, ante a la puerta de una aula, a que lleguen
cuatro profesores (no necesariamente sus profesores). La tensión se desprende
como electricidad estática. Arrastran los pies, miran al cielo o al suelo, no
al infinito porque están entre cuatro paredes. A veces se les ilumina la mirada
porque acaban de recordar la teoría subjetivista de Gentile. En una hora se juegan
la licenciatura perseguida durante tres años. Los esperan no sabes a quién
esperan. De pronto, al doblar de una
esquina, aparecen, conversando desenfadadamente, tres profesores de la
Facultad. Dos te han dado clase, un alivio, a los otros dos los conoces de oídas
e ignoras de qué te puedan examinar.
Es un juego de las cuatro esquinas: cada profesor se
aposenta en la silla que hay detrás de una mesa, justo en las esquinas, cuatro
esquinas. Lejos, para no molestar a los otros examinandos mientras responden.
Es verano, exactamente el 3 de junio de 1962 a las cuatro de la tarde, el sol penetra por las ventanas, las cierran dejando pasar
sólo su resplandor por las rendijas de las contraventanas de madera. La luz, de
repente, se ha convertido en semioscuridad a la que tu pupila se irá
acostumbrando. Cada uno de los examinandos de aquella reválida de toda la
filosofía (como Vicino: De omne res cognita) son llamados, distribuidos y
situados frente a frente, emparejados uno a uno con su primer examinador. Durante quince minutos has
de responder satisfactoriamente a sus
preguntas. Pasado un cuarto de hora, a la voz del profesor con más
autoridad, los alumnos se levantan, y, siguiendo el movimiento de las agujas
del reloj, pasan a la silla de la esquina a su derecha, allí le espera su siguiente examinador. Cada
quince minutos se oirá la voz de cambio. Una puesta primera y tres cambios
sucesivos. En el primer rincón estaba mi
profesor de psicología racional. Me conocía porque le había pedido que me
dirigiera la tesis doctoral. Me conocía demasiado. La primera pregunta en la
frente: sabía que, por mi formación anterior, yo debía defender una postura
sobre la inmortalidad del alma que él no compartía. Yo le respondí lo que él
esperaba oír. Tanto que su siguiente frase fue "tu subito places mihi. El segundo me preguntó sobre las relaciones de
la filosofía con la ciencia, el cuarto sobre teodicea. El tercero era mi
profesor de ética. Pos más señas, era tuerto y sin parche de pirata; era
difícil adivinar de dónde le salía su mirada.
Ya de puestos... Cuando te opones a escribir tienes en mente
el tema y lo argumentos, pero no la forma precisa de exponerlos. La escritura
se convierte en una especie de test de
asociaciones en el que vas analizando cuáles te valen para tu argumentación y
cuáles no. Pretendía yo describir el método deductivo del filósofo para
diferenciarlo del psicólogo científico. Mi descripción del método filosófico se
me imaginó caricaturesca. Pero me dije: ¡qué caricaturesco ni qué cuentos!. Ahí
surgió la idea de probarlo y el recuerdo juvenil de mi examen de reválida
"de toda la filosofía".
Pues ya de puestos... el tercero era mi profesor de ética: De
Lanoise, francés y tuerto. En la Universidad, con motivo de la onomástica de
Santo Tomás, que por entonces era el 7 de marzo, se encargaba a un profesor que
preparara una disputa académica al estilo de las "disputae" medievales. Es
decir, con mayor, menor y conclusión: ad majorem, ad minorem, adqui, ergo.
A mediados de febrero de 1962, al salir de una clase de
Crítica Filosófica, me llama a parte el profesor: Morandini. -Quiero que venga a mi habitación. Aquello
tenía visos de un juicio, pues nunca un profesor llevaba a un alumno a su
habitación particular. Desde el claustro de entrada, donde estaba el aula de
Crítica, hasta el tercer piso, donde tenía su despacho mi buen "padre" Morandini, fuimos
hablando de cosas triviales. Llegados a su habitación me manda sentar en la
silla colocada frente a la suya, con su
mesa de estudio marcando la distancia.
Se puso serio y me dijo: "El Rector me ha ordenado que prepare la
disputa medieval del día de Santo Tomás".
Me temí lo peor: que yo fuera uno de los actuantes. Y mis temores se
cumplieron al instante. Tenía que ser uno de los tres objetores a la tesis de
otro alumno, del que no me dijo su nombre.
"La tesis que se va a defender es la imposibilidad de la existencia
de imágenes sin ideas", la tesis tomista. De repente me vi en el aula magna, un anfiteatro de mármol
blanco y bancada de nogal, repleto de
profesores y alumnos (más de dscientos) concentrando sus miradas en mí. ¿Lo
imagináis?. Confieso que sentí pánico. -"No, de ninguna manera, Profesor,
no me siento capacitado para eso"- Pero yo le he elegido porque creo que
es de los alumnos más capaces que tengo y unas cuantas alabanzas más que ahora
no recuerdo. - No, profesor, volví a
responder. El que sí y yo que no. Al final terció y me dijo: "Piénselo
durante esta semana y en la próxima volvemos a hablar".
Salí de su habitación muy perturbado. No me podía estar
pasando aquello. Los pisos donde estaban los despachos de los profesores
eran corredores largos que circundaaban
todo el cuadrángulo de lo que era el edificio central de la universidad. A un
lado y al otro las puertas de los despachos Eran
largos y, en aquel momento, me pareció interminable la casi cuarta parte de uno de ellos que habría de recorrer hasta
llegar a la escalera principal. Despacio, muy despacio caminaba yo, que nunca
subía las escaleras de una en una. "Soy un cobarde"; "qué me va
a pasar a partir de ahora", "cómo me he atrevido a decirle que
no". ¿ideas sin imágenes?... Al fondo del pasillo largo, muy largo, más
allá de la escalera principal, habían un aula pequeña donde se impartían seminarios especiales. No sé por qué no me
atreví a bajar las escaleras. Me refugié, me escondí en aquel pequeño rectángulo. Estaba solo y lo recuerdo
todo oscuro. Cerré los ojos y me quedé pensando: ¿ideas sin imágenes?... Como si hubiera tenido una iluminación, comencé
a argumentarme y contra argumentarme, basándome en los conceptos morales que
difícilmente tienen una representación icónica.
Pensaba en la doctrina tomista y las que la contradecía, oía mentalmente
la respuesta a mi argumentación, que yo volvía a argumentar; de nuevo una
respuesta ortodoxa y de nuevo mi
contrarréplica. Así hasta cinco turnos de ad majorem, y de ergos. Abrí la
puerta del seminario, no bajé las escaleras sino que, en segundos, volví a
repicar en la puertas del despacho de mi profesor Morandini. -¡Sí, acepto! La
cara se le mudó, no podía haber cambiado de parecer en tan poco tiempo. - ¿Y
cuáles son sus argumentos?. Trabucándome,
porque las palabras no se acompasaban con mis ideas, le espeté el rosario de atquis y ergos.
Mi argumentación era exactamente contraría a la defendida
por mi profesor de ética, francés y
tuerto. No es el momento de
narrar el desarrollo del solemnísimo acto académico. Solo diré que al terminar
se me acerca Morandini y, además de felicitarme, me pregunta si había visto la
cara que ponía De Lanoise. ¡Cómo para ver caras estaba yo!. Aunque , en verdad,
la dificultad la encuentro en preparar
la argumentación, son los momentos de duro trabajo mental. Realizado el
esquema, la exposición suelo disfrutarla mucho. Aquella no fue una excepción. -
Le ha hecho pensar con sus argumentos, me dice Morandini.
Y el tercero era mi
tuerto, profundo y claro profesor
de ética, De Lanoise. Aunque haya
parecido lo contrario, yo le tenía mucho respeto. Mis compañeros también. Me identificó,
ya lo creo. Y también, como mi profesor de Psicología Racional, me pregunta por
lo que yo había defendido en el solemne acto en el que él, a decir de Morndini,
había cerrados sus ojos, (porque el tuerto también se cierra cuando los tuertos cierran los ojos).
Naturalmente le contesté lo que él quería oír: su doctrina. Insistió con varias preguntas paralelas a mis
argumentaciones en el día de Santo Tomás. Yo defendí siempre los argumentos de
la ponencia.
Este relato, que aduzco como prueba, no debe terminar
suponiendo que yo salía aliviado después de haber pasado por las preguntas que
se me hicieron en las cuatro esquinas.
Sí, salía relajado porque había contestado a todo y, por fin, la hora
fatídica, una hora entera fatídica, había terminado y con ella aquellos mis
primeros estudios universitarios. Al
salir por la puerta y cegarme la luz que entraba por las ventanas del claustro
me percaté de la silueta a contraluz de Morandini. Me sorprendí, pues no era habitual. Me
buscaba solamente a mí. A mis tres compañeros de horario no les esperaba nadie.
-Le ha tocado el
Profesor De la Noise.-Sí -¿Qué le ha preguntado?.- Sobre la representación
imaginada de las ideas - ¿Usted, qué le ha contestado? - Lo que expone en sus
escritos.- ¿No defendió Ud. sus ideas?. - No -¡Sólo por esto merece Ud. una
matrícula de honor. O bueno, ya que todo se decía en latín, "Summa cum
Laude".
Era media tarde, una tarde calurosa, con un azul tan
encendido que brillaba como blanco. -¿Tiene algo que hacer?, me preguntó. -No, le respondí. El jesuita me llevó a su habitación, yo a
un lado de la mesa y él en frente. -¿Fuma?- Algo.-No debemos hacerlo, me contesta. Abra el cajón que la mesa que tiene de su lado. Lo abrí y allí tenía unas cuantas cajetillas
de tabaco. Charlamos sobre mi futuro y
me contó algunas cosas de su vida. No
volví a verlo.
Pues parece que mi visión de la metodología filosófica no
era caricaturesca: había que elegir entre la doctrina de la ponencia o el
suspenso.
Sinceramente, cuando me imaginé al filósofo levantándose a
las seis de la mañana y escribir sistemáticamente todos los días, tenía en la
imaginación la idea de otro personaje,
que a esas horas creaba su propia teoría pseudopsicoanalítica y que tres o cuatro horas después imponía como
dogma a sus discípulos descalificando sin pudor, incluso con nombres, a otros
colegas que hacían una psicología experimental.
No tengo preocupación moral alguna porque mi docencia
ayudara a mis comportamientos o que
aumentará mi autoeficacia para modificar mis conductas. No se trata de
ninguna postura visionaria sin fundamento científico. La teoría cognitivo
social ha tenido siempre un compromiso
con la experimentación, por algo nace de dos años de formación en los cursos de
doctorado de Spence. Por eso pude escribir en su día el artículo: Bandura, Voluntad científica. Nada debe llevarse a la práctica si
previamente a) no se ha demostrado que
funciona, b) cuál es el componente , de todos los que suelen utilizarse en una
intervención, que más aporta a esa
intervención exitosa; c) cuál es el proceso psicológico que la explica. Estos
fueron los tres principios programáticos que llevaron a descubrir la autoeficacia como proceso psicológico de toda terapia en contra de
otros métodos más populares y difundidos que se mueven por tentativas.
Esto se ha alargado demasiado, y yo me he apartado de mi
idea original: también la disonancia cognitiva es eficaz en la medida en que
genera autoeficacia. Es un modo de persuadirse uno a sí mismo de que es capaz
de dejar de fumar o permanecer fiel a una dieta saludable. Me emplazo a exponer
esta nueva hipótesis de trabajo en el mes de octubre. Mientras tanto seguiré con mi dieta equilibrada para bajar
peso. Hace dos días, comprándome una chaqueta de invierno me llamaron gordo.- Te espero para dentro de dos meses, me dije
para mis adentros.
Etiquetas:
método filosófico,
psicología científica
lunes, 25 de agosto de 2014
¿INFLUYE LO QUE SE ENSEÑA SOBRE EL ENSEÑANTE?
No era la
primera vez que me proponía dejar de fumar. Creo que la tercera. El penúltimo
intento había durado cerca de un año. Más de los seis meses que, según los
especialistas en tabaquismo, dura el estadio de la acción. Según Prochaska y DiClemente me había
instalado ya largamente en el de
mantenimiento.
Mientras
esperábamos las interminables tres horas que los opositores, encerrados en la
Biblioteca que el Consejo de Investigaciones tenía en la Calle del Jesús,
emplearían en los ejercicios prácticos
de la oposición para la docencia universitaria, sus acompañantes nos
reunimos en un bar cercano. Nada más iniciar la aburrida e interminable espera,
alguien sacó un paquete de tabaco y
ofreció a los demás. "Llevo
un año sin fumar", le respondí.
La mano quedó tendida, la solapa de la cajetilla abierta, las boquillas
marrones apuntándome. Sólo había que
introducir la mano y coger un único pitillo. La
introduje. Aquella misma tarde consumí otros cuentos más. Mi hábito de fumar se restableció. A los pocos días, ya me fumaba tres
cajetillas diarias.
A finales
de 1977 me llegó un regalo inesperado. Bandura acababa de enviarme un
artículo publicado en otoño de 1976: Self-reinforcement: theoretical and
methodological consideration. (Bandura, 1976). Hablaba de modificación de
la conducta mediante los refuerzos que uno se aplica a sí mismo. Se trataba de
conductismo, porque la conducta se explicaba por los refuerzos o
gratificaciones seguidas a su ejecución. Aunque
había propuestas novedosas para mí. Hablar de conductismo generalmente
era hablar de experimentos con animales cuyos resultados se transportaban a la
persona. Algo esencial para el
conductismo era, por ejemplo, el tiempo (corto en desmesura) que debía
transcurrir entre la ejecución y la
gratificación o el castigo. En el escrito de Bandura entendí que la
asociación entre conducta y gratificación estaba en la mente, que elige qué
conducta gratificar o castigar aunque hayan pasado incluso días. También
aprendí que los refuerzos no son universales, sino personales. No todos se mueven por comida o
dinero, sino que cada cual tiene sus preferencias.
Como
ejemplo proponía el hábito de fumar.
Quise probar si los refuerzos personales me ayudarían esta vez. Elegí el
momento: el día siguiente; elegí la gratificación: lo que me gastaba
diariamente en tabaco (36 pesetas); también el momento y lugar donde
depositarlo: al acostarme, introduciendo
las monedas en un vaso de plata que Torrente Ballester había regalado a mi hija
pequeña por su nacimiento; elegí un destino para ese dinero: un regalo para la
persona que más quería. Dejé la
cajetilla de Mencey, que tenía empezada, sobre la mesa del salón. A su lado, un
mechero de plata, regalo de la época de
noviazgo, que aún sigo echando de menos.
Era el 12
de febrero de 1978. Al acostarme deposité las
primeras monedas en el vaso. La plata me sonó distinta que otras veces.
Al día siguiente también las deposité. Y
al otro, y al otro. Cada depósito me producía orgullo personal que me
animaba a esperar el sonido la noche siguiente. Las monedas dejaron de sonar cuando, a
finales de marzo, nos trasladamos, por primera vez, a la Universidad de
Stanford para un cuatrimestre. Allí no
había vaso de plata ni pesetas. Tampoco hubo
más pitillos en mi vida. Hasta hoy.
¿Qué fue
lo que produjo en mí el cambio definitivo en el hábito del tabaquismo? ¿Estaba
más motivado que otras veces? ¿Quería demostrarme que la Psicología que
enseñaba era eficaz? Acaso, ¿el simple hecho de monitorizar mi conducta? ¿O el
haberme propuesto metas de abstención absoluta en lugar de moderar mi consumo
de tabaco? Más sencillamente, ¿había cambiado mi idea de que una adicción se
puede modificar?
Con estas
palabras iniciaba yo, hace año y medio, mi última intervención en un máster
sobre comportamientos saludables en la Universidad de Sevilla. Mientras lo preparaba, para demostrarles la
potencia de la autoeficacia, me propuse adelgazar tres kilos que me sobraban. También
lo conseguí. Conclusión: si yo lo
había conseguido ¿por qué otros lo lograrían?.
Pero hoy, dos
años y medio después mi peso sobrepasa al que se mostraba en la primera fecha de
la gráfica de hace año y medio. ¿Es que me siento menos
eficaz ahora que antes? ¿Es que, como dice el refrán, una cosa es predicar y
otra dar trigo?
Un médico de
salud primaria me espetó esta pregunta cuando realizábamos un trabajo sobre la
prevención del tabaquismo en las escuelas:
- ¿Qué harías tú para que un chaval de 12 años
no se inicie en el tabaquismo?
- Que imparta una clase convincente sobre los peligros del
tabaco a sus compañeros del curso inferior.
El tema me
parece lo sufrientemente interesante como para retomarlo en el próximo mes.
martes, 7 de enero de 2014
ASESINOS EN SERIE. ¿POR QUE SE LES NIEGA LAS OPORTUNIDADES?
Comienza a caer la tarde. Pisando
la grava que sustenta los travesaños de
las vías, oculto tras un pasamontañas negro, un hombre camina deseando no ser reconocido. Una persona joven le acosa y grita a una distancia prudencial. El
seguimiento es perseverante. El
encapuchado, desoyendo aparentemente las voces de su perseguidor, sigue su
camino balanceándose al ritmo desacompasado que le impone el balasto que pisa. El perseguidor mantiene la distancia y los gritos. Inesperadamente, el encapuchado se vuelve y recrimina a su
perseguidor. Exhibe agresivamente un garrote , amenaza al quien le sigue exigiéndole
que le deje en paz.
Al día siguiente nos
enteramos de que el encapuchado era Miguel Ricart, uno de los asesinos
de las niñas de Alcasser. Sin dar lugar al respiro, todos los telediarios fueron
mostrando su rostro actual: medio calvo, con las mejillas enrojecidas y una
mirada azul penetrante. Supimos que estuvo encerrado en una pensión en la que se
comunicaba solamente con sus dueños, que protegían su privacidad. ¿Quizás para
que nadie robase la exclusiva a los periodistas que le habían traído
para exhibirle como animal de circo?. Luego
se le vio camino de la Estación de Atocha, custodiado por la policía. Pasa
los controles de seguridad y sube a un tren con destino a Barcelona.
Finalmente huyó a Francia.
Perdón, sigo buscando su nombre
en la red y encuentro que fue expulsado de una pensión en Gerona y de otra en
Barcelona, que una de las noches durmió en las
vías del tren. Sí, parece que ya está en Francia, pero con dificultades para poder recibir los 400€ a los que tiene derecho porque n o encentra residencia.
Ricart no fue el único asesino
favorecido con la anulación de la doctrina Parot. Como él lo fueron: El
Violador del Ascensor, El Violador del Portal, el Loco del Chándal... Acabo de
ver una lista en la que aparecen otros cinco depredadores sexuales, (como se
les llama ahora, tiempo de eufemismos), favorecidos por la sentencia del
Tribunal de Estrasburgo.
Expertos criminalistas y forenses
han inundado los espacios televisivos advirtiendo de su alta probabilidad de
reincidencia. La gente exige conocer su aspecto actual y poder identificarlos.
Por doquier han aparecido sus caras actuales o su posible evolución,
determinada por complejos programas informáticos. En Valladolid las mujeres
tienen miedo a salir a la calle, también en Burgos y en algún barrio de
Barcelona. En Almadén de la Plata, acaudillados por su Alcalde, los vecinos
impiden a Manuel González González que regrese a la casa de su propiedad y
busque cobijo en la de sus familiares. Los hijos de
Valentín Tejero no quieren ni ver a su padre. Las Fuerzas de la Seguridad del
Estado, bajo el "consejo" y permisión legal de las autoridades
policiales y fiscales, les están siguiendo muy de cerca para saber en todo
momento dónde están y qué hacen: como el ojo de Dios, que todo lo ve, tienen el
objetivo siempre enfocado y nítido.
¡Esto es una locura colectiva!.
La probabilidad se ha convertido en certeza y ésta en la negación del derecho a
vivir a personas que han cumplido sus condenas y que, según las leyes, deben
vivir fuera de la trena, porque ya han satisfecho legalmente la pena que se
les impuso. ¿Pero dónde? ¿Co quién? ¿De qué y cómo pueden subsistir?.
-Eugenio, ¿estás defendiendo a estos carroñeros?. ¿No es verdad que
tienen una alta probabilidad de repetir las agresiones sexuales?.
-Estoy defendiendo simplemente el derecho a que puedan vivir y PUEDAN
demostrar que no NECESARIAMENTE volverán a cometer los mismos delitos.
Además no sé de qué os extrañáis.
No es la primera vez que en este blog grito contra quienes dogmatizan sobre la imposibilidad de cambio en los encasillados
como psicópatas.
La pregunta sería tan sencilla
como ¿por qué otros sí pueden cambiar hábitos
muy arraigados en sus vidas y estos no?. No es nada fácil dejar de fumar, hacer
ejercicio diario, proponerse metas y cumplirlas, llevar una dieta sana, tratar de hacer las
cosas lo más perfectamente que se pueda. Nada importante en la vida se consigue
sin esfuerzo y sin caídas y recaídas. Muchos, muchísimos caen pero, como diría
Marlatt de los alcohólicos, hay que concienciarles desde el principio de que
las recaídas son frecuentes y que las deben reconocer sin asumir lo que
denomina el efecto AVE (Abstinence Violation
Effect: Efecto de la violación de
la abstinencia). Sólo la conciencia de que la recaída no es más que un paso
hacia la recuperación definitiva, es un
gran avance para abstenerse definitivamente del alcohol o la nicotina.
A muchos les es basta con una
experiencia de consecuencias negativas
para que se decidan y se juzguen capaces de dar un giro a sus vidas. Volvamos
al caso de las niñas de Alcasser. La policía y las investigaciones
periodísticas nos han convencido de que Ricart no fue el cerebro de la
operación, sino Antonio Anglés, del que se dice que se halla "en paradero
desconocido". No parece que haya vuelto a cometer crímenes tan horrendos
como los de aquella nefasta noche. ¡Ya sería casualidad que durante varias
decenas de años no se le haya pillado nunca, a pesar de la gran probabilidad
que tiene de volver a cometerlos!.
Parece, pues, que pudo liberarse de aquella obsesión por violar
adolescentes.
-Pero hay delitos a los que no puede concedérseles una segunda
oportunidad.
-¿Quién está afirmando que a los violadores o asesinos en serie hay que
concederles otra oportunidad ?. Lo que estoy
afirmando es todo lo contrario, aunque parezca paradójico..
En los casos de ludopatías,
alcoholismo, tabaquismo, peso excesivo, falta de ejercicio, diabetes,
colesterol, infartos, etc. etc. etc. La sociedad
tiene en mente que las personas pueden salir de ahí. De esta manera se
crea un entorno social y material (cognitivo conductual, lo llaman hoy los
psicólogos, siguiendo la acertada denominación ofrecida por Marlatt y sus
colaboradores) que les facilita otra clase de pensamientos y de
comportamientos alternativos. La sociedad cree en su capacidad, en su
AUTOEFICACIA para ayudar a esas personas a que se JUZGUEN CAPACES para abandonar
el "vicio".
Pero en el caso de los violadores
y asesinos en serie ni la sociedad se considera capaz de poder ayudarles ni
cree en la capacidad de los sujetos de poder salir de su perversa
maldición. Y como no lo cree, le pone
todas las condiciones para que tampoco ellos se lo crean y vuelvan a las
andadas
Más aún, si por alguna
"casualidad" llegaran a tener la idea de abandonar sus tendencias
asesinas, la sociedad no se lo tolerará y le inducirá a que sus buenos
sentimientos se conviertan en necesidad de venganza y, ¿por qué no?, de volver
a hacer lo que se espera de ellos.
La teoría de Sherman sobre la
negociación para salir de la delincuencia, se fundamenta en la creencia mutua
de no agresión. La sociedad negocia y pacta con el delincuente el castigo que
este debe asumir, además del reconocimiento de su culpa. El delincuente
aceptará su culpabilidad y cumplirá su castigo con la seguridad de que la
sociedad olvidará de verdad su delito y le admitirá como un miembro más de la
misma. Caprara, años después, investigó
cómo esta teoría es eficaz siempre que
el delincuente tenga la seguridad de que la comunidad no estará a la espera del
próximo delito para imponerle castigo mayor. Si el delincuente no tiene este
convencimiento, generará la idea de que la
sociedad, la comunidad alberga sentimientos de venganza, y, por lo mismo, él
también siente necesidad de venganza y, bajo este convencimiento, cumple el
refrán de que "quien da primero da dos veces", y es él, el
delincuente, el primero que rompe un pacto que considera hipócrita. Y la
sociedad ve comprobada su creencia.
Entre los peligrosos delincuentes
que abandonan la cárcel por la abolición de la doctrina Parot, hay un caso
llamativo: el asesino de Anabel Segura, la chica que hacía footing en la
Moraleja una día festivo. Tanto durante el juicio como al salir de la cárcel,
reconoció que "fue un negocio que
salió mal". Parece que la sociedad encontró la explicación plausible y
Emilio Muñoz desapareció de los telediarios. ¿Por qué es él la excepción?
El grueso de los beneficiados por
la derogación de la doctrina Parot, no tienen conflicto con "su"
comunidad, aunque no asesinaron por casualidad, ni jamás han pensado que hicieran
un mal negocio del que deban arrepentirse.
Pensemos con calma. Pongámonos en
su lugar. No deben tener rostro. Nadie, ni sus familiares directos, les acogerán,
nadie les ofrecerá una salida digna para sus vidas. Sólo tienen una
identidad, sólo se espera de ellos que vuelvan
a delinquir, sólo se favorece que cumplan con esa identidad, sólo se siente venganza
y no perdón. ¿Qué salida les queda distinta a la de hacer lo que se les
"pide que hagan" y para lo que se sienten autoeficaces?
No te equivoques, no estoy
pidiendo oportunidades para delinquir, reivindico
para ellos que la sociedad les brinde la
oportunidad de no recaer. Sigo manteniendo, como en nuestro libro
"Psicología Jurídica", que el delito, como toda conducta humana, es,
en gran medida, contextual.
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