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sábado, 24 de octubre de 2020

 

La Psicología de Iowa.

 

 Descritos los personajes que dominaban el Departamento de Psicología de Iowa, describamos lo que allí pudo aprender Bandura, le satisficiera o no. Se ha dicho que rehúye referirse a Spence cuando le preguntan por su formación en Iowa, (Evans, 1976). Sutilmente afirma que los que salieron del programa de Spence no adoraban todos al mismo altar (Bandura, 2006), pero lo que repite siempre que tiene oportunidad de referirse a aquella experiencia es que aprendieron a afrontar su trabajo “con la decisión de ejercer control sobre nuestro propio desarrollo y sobre las circunstancias de la vida (Bandura, 2006, p.6). También afirma que: Un fuerte compromiso con el análisis teórico y respeto a la experimentación penetrante se convirtieron en las señas de identidad de un graduado en Iowa (Bandura, 2006, p.4). Rigor que certifica su mentor Arthur Benton, quien, tras aceptar la invitación de Iowa para no perder contacto con los avances de la psicología, reconocerá que su traslado le hizo consciente de los sesgos de sus investigaciones anteriores, y tal conciencia le condujo a una notable mejora en la calidad de su investigación (APA. 1979) 

La realidad de lo vivido en la Universidad de Iowa, adquiere precisión cuando se sigue la senda de esta otra frase de su biografía en la que cada palabra es precisa: Esta era la época de las contiendas entre grandes teorías alternativas. Las experiencias contingentes ¿construyen o fortalecen hábitos, como sostenía Hull, o crean expectativas, como argumentaban los seguidores de Tolman? (Bandura, 2006, p.5).  

 

Para acreditar hoy estas palabras han de leerse estudios de Hull, Spence, Bergmann, Miller, Tolman. Quizás también de Sears por ser quien contrata a Bandura en la universidad de Palo Alto, seguro que Robert Sears, como se demostrará posteriormente.

 

El profesor de Stanford es preciso recordando que el Departamento en el que obtuvo su graduación y doctorado estaba dominado por Spence, segundón de Hull. Dos obsesiones pueden definir la psicología del influyente profesor de Yale. La piscología ha de convertirse en una ciencia natural como lo es la física o la bilogía. La ley de la gravedad es el modelo que tiene en su caballete de científico como modelo a reproducir (Hull, 1943, 1945) o la termodinámica (Felsinger, Gladstone, Yamamuchi y Hull, 1947) Y, también, que la psicología, como la demás ciencias naturales, tiene que proponer en fórmulas matemáticas las leyes que vaya descubriendo. Critica a su admirado Pavlov por haberse quedado en descripciones cualitativas, aunque contara el número de gotas de saliva de sus perros (Hull, 1940).

 

El ejemplo clásico es su noción de fuerza del hábito, por el que se explica que dos individuos de la misma especie reacciones de manera diferente ante el mismo estímulo o que dos especies diferentes reacciones también desigualmente. De no acatar estos supuestos la psicología americana seguirá la senda de mayor introspección, subjetividad, antropomorfismo e incertidumbre (Hull, 1943, p.288).

 

Tal sucede con la teoría del campo de Lewin y la expectativa de Tolman. De seguir el camino de las ciencias naturales, llegará el momento en que los psicólogos clínicos, los que estudian las actitudes, los psiquiatras, los antropólogos y los sociólogos se beneficiarán de los descubrimientos del conductismo asumiéndolo como fundamento de sus actuaciones Lo que estará en consonancia con la práctica de los ingenieros que ahora reciben entrenamiento en las disciplinas básicas de matemáticas, física y química a lo largo de toda su carrera. (Hull, 1945 a, p.60).

 

Este es el ideal, muy alejado de la realidad en aquel momento, pero con la esperanza de alcanzarlo. Tal trabajo será realizado por quienes esperan alcanzarlo y creen en su posibilidad; quienes no comparten esta esperanza se adentrarán en otras aventuras. (Hull, 1943, p. 286). Dadas las duras críticas que reciben sus propuestas, Hull se plantea, cínicamente, la posibilidad de no alcanzar su ideal y se consuela: si la búsqueda resulta infructífera, aquello que se subieron a bordo habrán vivido la emoción de la aventura y la satisfacción de haber realizado un esfuerzo digno (Hull, 1945, p. 286). 

 

A Hull le poseía la vocación misionera, como a su discípulo Spence. Con espíritu apologético interpreta conductas poco acordes con su conductismo estricto, como las respuestas diferentes de individuos de la misma especia ante estímulos semejantes, incluso las diferentes reacciones de individuos de diferentes especies, como los ratones o los humanos: la historia personal o la historia de las especies (¿admite el inconsciente colectivo?) ha generado hábitos de respuestas de intensidad diferente, la distinta reacción a estímulos compuestos (luz más zumbido) que a cada uno de sus componentes, lo que no puede deducirse ni de los principios no aportados por el behaviorismo primigenio ni por la teoría de la Gestalt  (Hull, 1945 b, p.141). Pero, quizás, sí de los principios de la reflexología pavloviana y una supuesta intervención del sistema neurológico, para lo que elabora posibles fórmulas matemáticas; insiste Hull en un tema que ya tratara en 1940 (Hull, 1940) y del que la expresión matemática no diera resultados: Por desgracia, por la naturaleza relativa de los datos, las fórmulas anteriores no pueden aplicarse a los resultados de la investigación presente (Hull, 1940, p.110).

 

En el año 1947 reconoce haber hecho esfuerzos para definir, sin éxito, unidades de conducta (the wat, the hab, the mote ad the pav) para las que no se han desarrollado valores genuinos. (Felsinger, Gladstone et al., 1947, p. 214). Comparándose con la historia de la termodinámica amonesta: la historia de la evolución de la ciencia termodinámica no sólo nos previene de ser optimistas en exceso acerca de una victoria rápida; indica también la metodología de la experimentación cuantitativa y la formulación matemática por la que los primeros científicos obtuvieron el éxito  (Felsinger, Gladstone et al., 1947, p. 215). Una vez más lo intenta en este estudio en el que busca la fórmula matemática de la latencia de respuesta condicionada en ratas albinas en función del número de refuerzos. Pero una vez más desemboca en un ensayo con error.

 

Sin duda Clark L. Hull fue el mentor de la corriente psicológica que impregnaba el Departamento de Iowa en los años cuarenta y comienzos de los cincuenta. Spence afirma esta afiliación en un trabajo teórico escrito en 1950 (Spence, 1950). Lo mismo que su maestro, Spence explicita: el científico de la conducta sólo pide que se le conceda la misma oportunidad de desarrollar un relato de sus fenómenos como los han hecho sus colegas físicos o biólogos (Spence, 1948, p.70). A imagen y semejanza de Hull, afirma que las críticas al behaviorismo por perder la riqueza y el calor de la conducta, y que preferir cualquier clase de introspección supone no saber distinguir la ciencia psicológica del conocimiento cotidiano o de la clase de conocimiento que reflejan los retratos de novelistas y poetas (Spence, 1947, p.70). Como ya se ha indicado, tanto Hull como Spence, al proferir tales reconvenciones, están pensando explícitamente en Kurt Lewin (Spence, 1950), que utiliza terminología física sólo con fines expositivos, pero es una simple analogía (Spence, 1950, p.160).

 

Vuelva a leerse la frase de Bandura en la que afirma que la época de su estancia en Iowa tenía lugar las grandes discusiones entre teorías y de minuciosos, complicados experimentos. Quien tenga el humor de revisar las publicaciones del Director del Departamento de Iowa o  las originadas  en el laboratorio de Berkeley, certificará la veracidad de cada palabra de la descripción de Bandura Pueden sintetizarse las publicaciones de Spence,  entre los años 1945 y 1955, aquellos que pueden reflejar la experiencia científica de Bandura durante sus tres años de especialización, en estas tres ideas: seguir la huella de Hull, responder a las acusaciones de Tolman, en los temas de aprendizaje animal, hasta 1950, y, finalmente, a partir de esta fecha, tratar de refutar las propuestas de Hilgard sobre las causas y efectos de la ansiedad humana mediante el Condicionamiento del parpadeo. Impresiona descubrir que la producción científica del autor más citado en Piscología hasta 1970 (Myers, 1970) haya estado pautada por las ideas y las críticas de sus adversarios.

 

Que Spence es la sombra alargada de Hull, no es necesario demostrárselo a quienes alguna vez se han asomado a la historia o a las teorías psicológicas: son los representantes, por igual, de la escuela del Estímulo (S) y respuesta (R), que no del conductismo o behaviorismo: En lugar de concebir el aprendizaje en términos de cambios perceptivos o cognitivos, la teoría del S-R se refiere a tales cosas como conexiones, vínculos, asociaciones, hábitos o tendencias de estímulo-respuesta (Spence, 1950, p.162).

 

Los escritos de esta época, para demostrar la segunda línea de Spence, muestran una relación ambivalente y hasta ambigua entre Tolman y Spence.  Spence considera a Tolman como quien propone hipótesis cognitivas, comprensivas, holísticas o gestálticas; sing-gestalt, prefiere llamarla Spence (Spence, 1946), mientras que Tolman define a los que piensan como él teóricos del campo (Tolman, 1948), siguiendo las exposiciones de Lewin (Tolman, 1939). Spence, en sus exposiciones teórica (Spence, 1948,1950) separa a Tolman de las otras escuelas del aprendizaje, le tiene respeto y entiende que su manera de investigar es correcta. En alguno de sus escritos Tolman (Tolman, 1948) afirma que Spence le ha enviado los resultados de una investigación, existía entre ellos una relación científica. Pero, donde aparece la consideración se escenifica la descalificación. Spence culpa a Tolman de hacerse eco de la denigrante comparación de su teoría con la centralita telefónica, incapaz de procesar lo que pasa por ella, meramente pasiva; cosa cierta (Tolman, 1958, p.190), aunque con interpretación maniática por parte de Spence, que  le inculpa de presentar su teoría como infantil, que sus investigaciones están planificadas para demostrar que la postura contraria es errónea, y no buscar el desarrollo honrado de la ciencia: con demasiada frecuencia, en los escritos de la psicología cognitiva corriente aparece la deplorable técnica de falsificar las formulaciones de los puntos de vista contrarios y luego mostrar que tales formulaciones son erróneas  (Spence, 1950.p.171). 

 

¿Será por esta suspicacia de Spence por lo que Tolman afirma en alguno de sus estudios más técnicos: De nuevo, las curvas de orientación y progresión fueron tomadas de Spence, aunque a él no le guste (Tolman, 1939, ¿p.335)?  Tras esta breve exposición del ambiente científico que se vivía en Iowa, se entiende mejor que Bandura, entre las muchas anécdotas que seguro pudo contar de su estancia en Iowa, eligiera la del entierro de la rata que corrió según los postulados de Tolman.

 

 Esta exposición no sería justa si no finalizara reconociendo que Spence concedía a Tolman el valor científico que negaba corrosivamente a Lewin y a las teorías de la Gestalt de Kaffka o Köhler; y que Tolman propone que la solución a tanta discusión está en reconocer la existencia de diferentes clases de aprendizaje en la que caben tanto la suya como la del estímulo-respuesta (Tolman, 1949). 

 

De manera alguna es momento para introducirse en los complicados estudios o experimentos realizados por Spence y sus colaboradores para demostrar que no existe el aprendizaje sing-gestalt (Spence, 1945; Spence y Lippitt, 1946, Spence y Kendler, 1948,1952), o explicar los conceptos o las leyes desarrolladas por esta teoría del aprendizaje.

 

Durante mucho tiempo la teoría del S-R dominó la explicación del aprendizaje, junto al condicionamiento contingente de Skinner. La propuesta de Tolman cayó en el olvido. Puede leerse un excelente resumen en el artículo del mismo Tolman titulado: Los mapas cognitivos en ratas y en hombres (Tolman, 1948).

La afirmación de que el Spence investigador se jugó siguiendo al ritmo que le marcaron sus contrarios, es un poco exagerada cuando se revisan sus estudios sobre la ansiedad y sus discusiones teóricas con el Profesor Ernest Hilgard, de la Universidad de Stanford. Es cierto que ya en los años 30 (Hilgard y Humpheys, 1938) había trabajado con el condicionamiento de parpadeo tomando como variables importantes las características personales, la actividad mental o las instrucciones de resistencia al condicionamiento pedidas por el experimentador. Pero siguiendo las publicaciones de Spence durante estos años, ha de reconocerse que, sin explicar mucho por qué, e incluso en contra de las críticas que el conductismo y el operacionalismo de Bergmann habían hecho a la  metodología subjetiva de Lewin, (dado que no comprobable la relación entre las manifestaciones verbales del sujeto y su verdadero estado interior), en 1951 publica,  con la que sería  su mujer, Janet Taylor (Spence y Taylor,  1951), un estudio sobre  el condicionamiento del parpadeo y la ansiedad. Y mide la ansiedad con un cuestionario de naturaleza subjetiva y siguiendo el criterio de los psiquiatras. Cuestionario que la psicología clínica ha consolidado con las sucesivas ediciones del MMPI (Minnesota Multiphasic Personality Inventory). Este estudio es el primero, en metodología y contenido de los muchos estudios que le dedicaría hasta el momento de su muerte. Abdica, con él, de una crítica que la teoría del S-R venía planteando al los “mentalistas”, como: la necesidad de demostrar la relación entre el contenido de la conducta verbal y la realidad subjetiva de los participantes.

 

En la formación psicológica de Bandura influyó, qué duda cabe, el hecho de que Spence fuera el director-controlador del Departamento en el que realizó su especialización en psicología. Pero quizás nada más que en eso. Porque en su autobiografía lo retrata con rasgos gruesos, obscuros y distantes, con una cierta dosis de desdén. La figura que influyó verdaderamente en Bandura mientras estaba en Iowa, fue, a mi entender, Arthur Benton.

sábado, 17 de octubre de 2020

PERSONALIDAD DEL DELINCUENTE Y… DEL NO DELINCUENTE

Estimado Carlos, como prometiera, sigo comentando tu reseña a mi libro: Autoeficacia y delincuencia. Sentí no verte en mi conferencia en la UNED el día 11. Quería darte las gracias personalmente. Sigo dándotelas a través de estas líneas. Decía yo que tus anotaciones críticas estimulan mi reflexión científica y me proporcionan una excelente oportunidad para precisar conceptos. Esta vez quiero aclarar el concepto que de personalidad se defiende en la teoría cognitivo social. Para hablar de personalidad hay que ponerse trascendentales. El tema recuerda las preguntas filosóficas de: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? He dicho mal. El tema no recuerda esas preguntas, sino que las pone sobre la bandeja de los temas de discusión. Pienso que las respuestas de la psicología científica tienen mucho que ver con los planteamientos que se hicieron los filósofos.(En mis tiempos se estudiaba psicología experimental y psicología racional). También son semejantes las respuestas. Se diferencian en los modos o métodos utilizados para contestarlas. La ciencia, en general, responde con métodos empírico-experimentales a los planteamientos deductivos de la filosofía. Frente a la pregunta qué seamos, la filosofía y la teología han dado respuestas extremas y otras conciliadoras: a los que les gustan las cosas claras y distintas, como diría Descartes, han apostado por el creacionismo o por las dotaciones hereditarias: las personas nacen con un don o gracia, (o con el maleficio o desgracia) específicamente diseñados para ellas por una hacedor que les es ajeno y las predetermina en sus capacidades, aunque no en sus actos. ¿O también en sus actos? Da igual que este hacedor sea un dios trascendental o que haya sido suplantado por la genética. En el balance final, cuando se nace, ya se trae instalado el programa y el sistema operativo, de que habla Irenäns Eibl-Eibesfeld. Programa que comienza a correr e instalarse en el momento de la concepción. Todo recuerda a las mónadas de Leibniz. Desde esta perspectiva, el delincuente nace para ser delincuente y muere habiendo demostrado que lo fue. Esto es lo que parece que defiendes y me cuestionas, Carlos. En el extremo opuesto estaría la metáfora de Heráclito de que todo fluye y que hoy no somos lo que ayer fuimos, lo mismo que las gotas de agua erosionan el cauce del río mudando incansablemente forma y estado de los dos. En este supuesto, la persona humana es mutable y, referida al delincuente, en un momento puede ser demonio y en el siguiente ángel. Ninguno de los dos estados deja de ser fugaz. Ha habido intentos conciliadores que toman lo mejor de ambas posturas. Platón, Aristóteles, Descartes o Kant se me antojan como pensadores de la conciliación. De todos ellos me quedo hoy con la postura de Aristóteles. -Eugenio, hoy si que vuelves a tus orígenes. ¿Te entenderán? -Espera hasta el desenlace. Después de todo, no creo estar diciendo nada que no pertenezca ya al acerbo de la cultura general. Pero, por si acaso, espera hasta el final. Me acerco a Aristóteles porque, a fin de cuentas, a todos nos lo explicaron en el bachillerato. No es que me parezca el modelo ideal, porque es más “constitucionalista” o esencialista que la mayoría de los filósofos. Basta recordar que las cosas son lo que son porque la materia ha recibido una forma y no otra, y tal forma hace que el tronco de madera se convierta en mesa y no en la Inmaculada Concepción. Y esto para siempre jamás. La que en este momento me parece apropiada es la imagen con la que se explica la combinación extraña entre una materia indefinida y la única forma que adopta irreversiblemente. Volvamos a sentarnos en el pupitre de bachilleres. Veremos entrar por la puerta a nuestro profesor de filosofía y escribir en el encerado el nombre de Aristóteles. Tras contar cuatro datos de su biografía, se adentra en la explicación de la realidad, de la física. Nos habla de las cuatro causas que la explican, dos de ellas las califica como internas, porque constituyen o explican lo que las cosas son. Estas causas son la materia y la forma. -¡Qué rollo!, pensábamos entonces y estás pensando ahora. El profesor también sabe que es confuso aquello de lo que habla. Todos los profesores de filosofía saben que esto es un rollo. Por eso, al unísono, recurren a la metáfora del escultor. Éste tiene ante sí un trozo de madera o de mármol. Este mármol, moldeado por el cincel o la gubia, puede convertirse, por la acción del escultor, en la representación, la idea, la prefiguración que el escultor tiene en mente. El escultor, el hacedor de las formas de las cosas, con la maza y el cincel en sus manos, defendidos sus ojos con gafas envolventes, incrustadas en su frente por la presión de los tirantes que rodean su cabeza polvorienta, enfundado en su mono recién planchado, da vueltas a la mole de piedra que tiene delante. Mira cuál sea la faz más propicia. Sigue pensando y sigue rodeando la mole de piedra. Pasado un buen rato de contemplación, todo su cuerpo se yergue, sus músculos se tensan, su mirada se aviva. Acaba de aparecer una leve sonrisa en su cara: la mole de piedra ha dejado de serlo. El escultor no ve en ella más que la estatua que será. Visualiza el final y el conjunto de golpes que debe propiciarle para conseguirlo. Poseído por su representación alza la maza, coloca el cincel en el punto elegido y, con fuerza, arranca el primer pedazo de mármol. Luego el segundo y el tercero. Todos son rudos, como si en vez de extraer una imagen de sus entrañas quisiera hacerlo añicos. Lo rodea nuevamente. Suda, pero se le ve contento. La piedra es más deforme que antes de recibir la primera herida. Al escultor no le duelen estas heridas, se ve más cerca de la realización de su ideal. Durante los días sucesivos difumina las aristas y los contrastes. El observador, poco a poco, va intuyendo, vislumbrando y observando cómo la idea del escultor va emergiendo de la piedra. Hasta que un día, dado el último retoque con la lija, el escultor ve "realizada" su imagen. Ésta ya no habita sólo en su pensamiento. Es más, ya no está en su pensamiento, se ha cosificado, realizado. Ya no le pertenece. Desde ahora pertenece, como idea hecha mármol, a quienes la contemplen. Y así hasta que se destruya, hasta la inmortalidad. El Profesor de filosofía se ha quedado satisfecho porque las nociones abstractas de materia y forma, causas intrínsecas de las cosas, pueden ser asidas y poseídas por sus alumnos. La imagen vale para exponer la noción de personalidad de la teoría cognitivo social. Pero sólo en parte. En la imagen del escultor aristotélico, éste deja su obra para la eternidad. La imagen es la del creador, la de la causa externa que deja para la eternidad, para siempre cosas bellas. Si se modifican los puntos de vista de la escena anterior y se piensa, porque esa la realidad, que la materia sobre la que se trabaja es e uno miso y que el escultor también es uno mismo,(para eso se posee la capacidad de reflexionar) la perspectiva puede tomar visos de mayor realidad psicológica, tal como la entiende la teoría cognitivo social. Cada experiencia vivida por la persona es un martillazo, a veces brusco, a veces caricia, que deja su impronta en el mármol de la personalidad. Pero a cada dentellada de cincel o caricia de la pulidora le suceden otras que transforman, en todo o en parte, el perfil que le precedió. A veces el escultor, debido quizás a un encuentro casual, decide modificar de base la escena que de sí mismo ha tenido en su interior durante los últimos tiempos. No es esto lo frecuente, pero puede suceder. Como en la imagen de Heráclito en la que el agua fluye incesantemente, el escultor de la propia personalidad, al retocar o ser retocado por las experiencias, cambia constantemente la única apariencia que le define. No muda de manera radical, salvo en raras experiencias vitales. Lo normal es que perfeccione su obra con pequeños retoques. Lo normal es que mantenga una apariencia estable, una identidad estable. Y eso es lo que le diferencia de los demás. Y eso es su personalidad. Que tratándose del delincuente, será una personalidad delictiva. Pero subrayando: 1) es él mismo quien se ha fraguado, labrado o esculpido su personalidad, 2) es él quien la modifica constantemente y 3) quien la puede modificar radicalmente. Es decir, el delincuente no nace con una personalidad delictiva, se hace y modifica como delincuente, y, ante todo, puede convertirse en agente del bienestar comunitario. Por eso, estudios muy reciente sobre el abandono de la delincuencia insisten en la modificación de la propia imagen gwestionada por el propio delincuente (Giordano et al. 2002). Amigo Carlos, la personalidad delictiva y la no delictiva sólo son definitivas cuando el destino decide que ya no tengas manos para arrancar o acariciar en tu escultura de mármol, bronce, madera o arcilla. Cuando el último golpe lo recibas sin tiempo para retocarlo.

La especialización en Iowa.

 

 Siguiendo el consejo de sus profesores, decide matricularse en el programa de doctorado de la Universidad de Iowa. Kenneth Spence era su director y Arthur Benton el coordinador de los postgraduados. Era el Departamento fuerte en la especialidad de Psicología. Existía otro más pequeño de Psicología evolutiva. Del paso de Kurt Lewin por aquella universidad no quedaba, en palabras del mismo Bandura, más que las críticas que Gustav Bergmann, (a quien Lewin admitió en su equipo, en 1939, le acompañó en sus viajes a distintas universidades y le introdujo en el mundo de la psicología norteamericana (Heald,1987) otorgándole su primer puesto académico en USA) le dedicaba en sus ampulosas clases y con él a todas las teorías de la Gestalt a quienes llamaba visionarios del todo” (Bergman, 1948,p.355). Nada de extrañar que Spence tratara de eliminar todo rastro de Lewin, dada su opinión de falta de rigor científico que le atribuía (Spence, 1948, 1950), lo mismo que su maestro Clark Hull (Hull, 1943). El programa duraba cuatro años, pero Albert, una vez más, lo realizó en tres.

 Así como su paso por la British Columbia apenas ocupa unas líneas en sus recuerdos escritos, la estancia en Iowa aparece abundante y frecuentemente. Su influjo, en lo intelectual y en lo personal, fue decisivo. 

 Sus experiencias personales en   el Departamento de Psicología de Spence son contradictorias, como se lo comunica por carta a su tutor de la British Columbia.  No siendo americano no puede optar a beca de estudios. Se encontró de nuevo con los privilegios de quienes habían combatido durante la Segunda Guerra Mundial. 

Afirma en su biografía que la mayoría de sus compañeros estudiaban con la beca GI, aprobada por el Congreso de los Estados Unidos de América para reinsertar a los veteranos de guerra, hijos, además, de la gran depresión  por lo que habían disfrutado de pocos medios para hacer sus carreras. A los que estudiaban les pagaban la enseñanza, la pensión, los libros y un dinero para sus gastos.  

Se conoce ya la facilidad de Bandura para vencer la escasez recurriendo al trabajo. Arthur Benton, Profesor de Psicología Clínica halló la manera de ampliar cada vez más su propia casa empleando a Bandura como carpintero: me movía por el programa de Iowa con el porte temperamental de un comercial calculador en una mano y con el útil martillo en la otra (Bandura, 1991, p.118). Durante el verano se encarga del mantenimiento de la casa y perro de caza del, también profesor del departamento, Judson Brown, buen investigador, que emplearía aquellos meses en San Antonio, Texas, entrenando o seleccionando a los aviadores de las fuerzas Americanas en su base de Lackland, retomando temporalmente al trabajo realizado durante la segunda guerra mundial. Brown había recibido ayudas para retocar su casa, probablemente por su condición de ex combatiente, y quería darle nuevas manos de pintura innecesarias. Bandura volvió a pasarse los meses de vacaciones trabajando para poder continuar sus estudios. En los años sucesivos Benton le consigue una asignación económica más estable. Por todo ello, afirma que era un departamento que se preocupaba del bienestar de sus alumnos.

Sus recuerdos de su paso por el Programa de Spence filtran un juicio humano negativo. Su profesor de British Columbia le había hablado de que era un programa duro, y que algunos no lo habían podido soportar. Al final del primer año de los estudios para la graduación era evidente que mi tutor de estudiante no graduado necesitaba alguna corrección sobre el espíritu de Iowa. Le expliqué que mi experiencia en los estudios graduados en Iowa me recordaba a Mark Twain cuando decía de la música de Wagner,” no es tan mala como suela” (1991, p.118, 2006, p 4). 

  También deja entrever las razones por las que su experiencia humana, no la intelectual, le resultó ingrata. Sus compañeros, excombatientes de guerra con Patton y otros comandantes rudos, contribuyeron a la osadía del programa. Pero la causa de su malestar la atribuye a los dos profesores columnas del Programa: Spence y Bergman. Spence dirigió el Departamento durante 22 años (1942-1964). Bandura dice de él que era un segundón y protegido de Hull, que dominaba el Departamento hasta los más mínimos detalles (Y según el índice de citas, también las publicaciones científicas, (Myers, 1970).  Cuando accede a la jefatura del Departamento, se encuentra con distintas especialidades, pero, a los pocos años,   el interés de Spence por una psicología teorético-experimental del condicionamiento y el aprendizaje (Amsel, 1995, p. 345) lo convierte en un baluarte beligerante del condicionamiento. Enseguida veremos que dedicó gran parte de sus estudios a contrastar las teorías que se oponían a sus principios. Perdón, a los de Hull. Pero tal revisión no era intelectualmente neutra, sino sectaria, lo que le acarreó la fama de doctrinario entre sus colegas (Amsel, 95).  Bandura (1981) en el resumen de su vida y obra que ha de presentarse cuando se concede el premio de científico distinguido, así como en su autobiografía, es suficientemente claro afirmando que la excursión anual a la Sociedad de Psicología de Medio Oeste parecía una aventura misionera (p.28).  Cuando Bandura es admitido en la Universidad de Stanford, recuerda que allí se encontraban profesores contra los que le habían prevenido en sus años de graduación. Se refiere, especialmente, a Hilgard, con el que Spence mantiene una dura disputa sobre la explicación de la ansiedad. Ese querer controlarlo todo creaba malestar también entre sus compañeros de claustro. Benton, Director del Programa de los Graduados, afirma que los primeros años de su estancia estuvo muy atareado, dirigió 15 tesis doctorales “cuya dirección tenía que someter y pasar el escrutinio de los comités de tesis” (Distinguished Professional Contribution Award for 1978, (1979, p.58). Spence supervisó no menos de 20 cada año (Ibídem). A pesar de las alabanzas aparentes a Spence, Benton sólo menciona y agradece la ayuda de Judson Brown (el de las fuerzas aéreas) y Harold Bechtodt, no a Spence, al que no menciona en sus escritos de aquellos años. Tampoco lo menciona Bandura en sus primeras publicaciones.  

Spence debía vivir sus propias teorías con tanto énfasis, que la manera de “tomarle el pelo” era mencionar al contrario.  Bandura en su biografía recogida por alumnos que lo han tratado tanto como Zimmerman y Schunk (2003), cuentan que de vez en cuando los alumnos ponían un poco de guindilla en aquel programa tan estricto.

 Una vez, habiendo muerto una rata mientras aprendía a encontrar su recompensa en un laberinto, los alumnos la retiraron, le hicieron un ataúd para roedores, lo adornaron con coranas mortuorias y lo colocaron en el tablón de anuncios del departamento con la inscripción:” esta rata corrió de acuerdo con la teoría de Tolman. Spence no disfrutó mucho con el ceremonial de aquel entierro (Bandura, 2006, p.5). 

Sus colaboradores más prestigiosos también sufrían sus celos: Amsel (1995) finaliza la breve biografía de Spence con esta anécdota. En 1961 se reencuentran en un congreso. Spence le dice: He oído que has reseñado el libro de Mowrer”. (Spence mantenía algunas diferencias teóricas con O. H. Mowrer)  Le digo que sí. Spence añade acusador: Y he oído que le has hecho una recensión positiva.  Amsel confiesa que la acusación era verdadera y en su defensa le pregunta ¿Desearías leer mi recensión del libro de Mowrer? Sí, responde Spence. Amsel le envía una copia.  Se reencuentran algunos meses después. Amsel le pregunta ¿Leíste mi recensión del libro de Mowrer? Si, lo leí. ¿Y crees que es una recensión favorable? Me lanza una de sus miradas penetrantes y dice: No, no lo creo, ¿pero quién que no sea un graduado de Iowa habría sabido que no era favorable? (p.346).  Bandura no se sintió atraído por la teoría de Hull por su énfasis en ese tedioso aprendizaje de ensayo error (Pajares, 2004).

Para entender qué es lo que vivió como tedioso ha de recurrirse a las investigaciones publicadas por Spence y sus colaboradores por aquellos tiempos, se elige un experimento con ratas a las que se pone a prueba para descubrir si aprenden creando un insight inicial, como lo proponía Tolman. (Spence, 1945). Calculando que cada una de las 44 ratas del experimento hace unos 1500 intentos, y que son solo diez intentos por día, los estudiantes tenían organizada su actividad en función de este experimento durante dos meses de sus cursos de doctorado (!).

No, Bandura reconoce poco la influencia teórica de Spence. Resulta sintomático que en las dos entrevistas publicadas por Evans (1976, 1989), éste le pregunta por la formación recibida bajo la dirección de Spence, de Skinner y de Miller. Bandura pasa por alto a Spence, con quien convivió o a quien sufrió durante tres años, y se centra en la influencia que ejerció sobre él la lectura del libro Social Learning and Imitation de Miller y Dollard (1941).

El otro pilar de Programa de Iowa era Gustav Bergmann. Físico y Abogado nacido en Viena. Fue colaborador de Einstein en Berlín.  Mientras hace su tesis en física, es invitado, tan joven, a las reuniones de los que luego fueron conocidos como “Círculo de Viena”. Siendo judío, emigra a los estados Unidos de Norteamérica en 1938 como contable de una empresa, pero ese mismo año es seleccionado como colaborador por Kurt Lewin en la Universidad de Iowa. Kurt le introduce en el mundo de la psicología. Conoce a Hull, discrepa de Lewin y finalmente se convierte, junto con Spence, en la segunda columna donde se sustentaba el Programa de Psicología de Iowa. (Helad, 1987, Addis, 2007). 

En nada sorprende este emparejamiento de la teoría de Bergamann con el conductismo cuando es el miso Hull quien halla paralelismo entre el fisicalismo del Círculo de Viena, el conductismo de Watson  y su conductismo que, unidos en América, ocasionarán una disciplina del comportamiento que florecerá como ciencia natural (Hull, 1943, p.273). Hull se apoya en el operacionalismo de Bergman para enarbolar su conductismo científico (Hull, 1943, nota 6).  

Bergamann se parecía a Spence en algo más que en las ideas cuando los que escriben sobre él tienen que afirmar que Bergmann poseía una personalidad fuerte que afectó a la gente de maneras marcadamente diferentes. Mientras que algunos lo percibieron como cruel en sus juicios y brusco en sus maneras, para quienes lo conocieron bien era un hombre de gran generosidad (Addis, 2007, p.6).