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martes, 5 de febrero de 2019



PASAR O CRECER. ORQUIDEA BLANCA



Recuerdo los antiguos relojes de pared con su péndulo de metal  dorado, escoltado por dos péndulas uniformadas, guardaespaldas de metal y arena. El péndulo se balancea y arrulla al monótono  tic tac de la rueda catalina brincando a ritmo sobre cada uno de sus dientes acerados.

En la parte superior, la caja relicario que ampara la esfera blanca. Sobre la tersura de la esfera destacan, a su alrededor y equidistantes, números romanos y  rayas negras; la dividen en porciones variables  los radios de dos agujas negras.


En el reloj  de pared todo se coordina al ritmo de un compás de dos por dos. Al moverse el péndulo, el ancla libera uno de los dientes de la rueda catalina al tiempo  que impide el paso a su gemelo del lado opuesto. Este liberar y retener emite el peculiar tic tac, repetitivo, invariable, que define al reloj de péndulo. Como si ese traqueteo fuera la batuta de quien marca el compás, las agujas de la esfera juegan a la  rayuela brincando de marca en marca y de número en número.

En el reloj de pared, como en todos los relojes, los movimientos de agujas o números son los propios de un autómata, lo que es en realidad.


Al observar el minutero moverse  veloz sobre su eje, pudiera esperarse que tuviera un final, una meta donde parar. Acaso el punto que marca las doce ahí, recto, perpendicular. Al fin de cuentas, ahí acaba su vuelta completa a la esfera. Ahí comienza cuando lo ajustamos, ahí debería finalizar su rotación.
¿Qué razón existe para repetir el mismo movimiento una y mil veces sin mostrar novedad o cambio significativo? Pero no, para el reloj las doce no tiene significado especial alguno, no es su meta, si no un segundo, un minuto o una hora igual que lo son la dos o las once. Tras las doce vuelve la una, luego las dos, las tres; da igual que sea de día o de noche o que se sucedan las estaciones o los años.


El reloj padece un trastorno obsesivo compulsivo. Cuando cree haber superado su  obsesión al dejar atrás una raya o un número de la esfera, estos vuelven recurrentes al compás del tic tac que arrulla su cuna de madera. Es como el tormento chino de la gota de agua que bota regularmente sobre la cabeza hasta destruir el temple más resistente.


Los movimientos, las señales, los sonidos del reloj de pared solo miden el pasar del tiempo sin apercibirse de lo que sucede al su alrededor. Internamente, sólo envejecen siguiendo la ley de la entropía.



En el ser vivo, por el contrario, el paso del tiempo causa modificaciones internas, intrínsecas. Crecen y envejecen con el tiempo. En el ser humano, el tiempo y las circunstancias  modifican no sólo su apariencia física, sino también la misma personalidad. No se es introvertido o extrovertido siempre y en todo lugar.


La personalidad no es  la ” Forma” de la que hablaba Aristóteles. La que da sentido o significado a una pieza informe de mármol convirtiéndola en Venus o Lacoonte.


Se es  introvertido con unas personas y no con otras, en el comedor sí y  en la sala de estar no, como demostrara hace mucho tiempo Newcomb al estudiarla en las residencias universitarias.

Una palabra de un respetado entrenador, por ejemplo, puede empujar o arruinar las expectativas vitales del aspirante a campeón de tenis. Pueden generarle confianza en sí mismo, la percepción de que su esfuerzo tendrá resultados, o el abandono de la ilusión. El primero creerá en sí mismo y conseguirá sus metas. El segundo trancará ese camino a la esperanza.  Unas palabras creíbles, sólo unas palabras creíbles pueden convertirse en la podadera que amputa ramas, cierra caminos, desvanece esperanzas o permitir, incluso a la que parece más enclenque, crecer y florecer, esforzarse y alcanzar éxitos.


Esta orquídea blanca, mi orquídea blanca ha vuelto a florecer. No lo hizo durante cinco años, después de recibirla como regalo subrogado. Llegué a desesperar y visitó más de una vez el cubo de la basura. Pero cada una de esas veces me arrepentí. Una voz en la que confíe me aseveró: si está viva florecerá. Fue el hacha leñadora que deja viva a la rama más enclenque.


Esta orquídea blanca, mi orquídea blanca, es la cuarta vez que  me florece. En estos nueve años, ha crecido, la he trasplantado, ha echado hojas nuevas, anchas y brillantes, se ha arropado de raíces largas cual melena de rastas.


Mi orquídea blanca ha vuelto a florecer, pero sus flores blancas y sus dientes  de dragón amarillos no son el retorno obsesivo del segundero del reloj. No son las mismas flores, son otras,  nuevas, más  maduras, nacidas de brotes nuevos. Mientras los movimientos automáticos son pura repetición, mero pasar, los  momentos de los seres vivos, la mayoría de los seres vivos, arropan crecimiento y madurez.


La mayoría de los seres vivos, incluidas las personas, crecen en espirales ascendentes. Lo que no impide que algunas sean  como relojes de pared por las que pasa el tiempo sin que muden . Pasan, pero no crecen. Porque no es lo mismo pasar  que crecer, ambos necesiten tiempo.


Quien repase mis fotos, por ejemplo en tema último de este blog,  puede pensar erróneamente que esta orquídea blanca es copia de la del año pasado. Pero no es así. Ha nacido y crecido con el paso del tiempo. Doy fe de ello y esta foto es la evidencia.

viernes, 16 de junio de 2017

MACHORRA

De esto debe hacer ya cinco años. Alguien regaló a mi hija pequeña una orquídea blanca. Ella no podía cuidarla y, en una visita a su casa, me indicó si quería quedármela. Acepté la oferta.
A lo largo de mi vida he plantado y cuidado árboles y flores. Bastantes, por cierto. Nunca una orquídea. Para saber de qué me había encargado, busqué información y la estudié. Me enteré de que hay asociaciones y grupos que comparten sus experiencias "orquiáceas". También hay abonos para que florezcan mejor: lo compré y lo utilicé.

No había pasado una semana y sus flores, casi al unísono, palidecieron y se desprendieron del tallo. Para que vuelva a florecer mejor: ¿corto el tallo por arriba, por abajo o lo dejo sin podar?. Una lectura me convenció de que, si lo cortaba por abajo, el nuevo tallo sería más fuerte y florecería más abundantemente. Seguí regando mi orquídea blanca, más o menos, una vez por semana; según me lo indicaba la humedad de sus raíces. Antes de acostarme la repasaba por ver si, por alguna parte, apuntaba un brote nuevo. Sólo me mostró nuevas hojas y nuevas raíces: crecía en frondosidad y en arraigos.
Pasaron los mese y los años. Cada vez que aparecía un nuevo atisbo de  crecimiento resurgía la esperanza de que fuera la deseada flor. Pero no, era una nueva raíz. Tantas que he aprendido a reconocerlas cuando apuntan como cabeza de lombriz verde y morada.
-¡Tírala a la basura!. ¡No volverá a florecer! ¡Es "machorra"! ¡Es egoísta!:  sólo se cuida a sí misma!.
Estaba dispuesto a eliminarla. La tuve en la mano camino del cubo de basura, pero no ejecuté la acción. En el fondo no quería darme por vencido. Es duro reconocer la incapacidad, la auto-ineficacia.
Cansado, bueno, más que cansado, apático, decidí acudir a una floristería que había visto promocionarse como especialista en orquídeas.
-¿Está verde?.  
- Sí, y echa hojas nuevas y muchas, infinidad de raíces, pero nada más.
Aquella mujer entrada en años, con voz profunda, aterciopelada, como el vino de gran reserva,  me aseguró, convincente, mirándome a los ojos
- Florecerá.
 La creí.
Para no recibir más reproches y no enfadarla (dicen que a las plantas hay que mimarlas y hablarles cariñosamente), la trasplanté a un recipiente mayor y me la llevé a mi estudio. Cada mañana, mientras el ordenador cargaba los archivos del sistema, sin desfallecer, la repasaba esperanzado. Pero, ¡nada!
Cansado de tanta espera, me compré otra orquídea fucsia, con cuatro varas florecidas. La coloqué en el lugar que ocupó la blanca. La orquídea fucsia terminó su floración en uno de sus tallos, los corte por la yema superior y brotó uno nuevo. Además echó un quinto tallo que también ha explotado. Cuando creía finalizada su floración, me regala dos más.  A día de hoy puedo testificar que lleva florecida más de  dieciséis meses. Eso sí: ni una hoja o raíz nueva. Es generosa.
El pasado septiembre, en una de mis inspecciones rutinarias, noté en mi orquídea blanca un bulto blanquecino en la conjunción de una de sus hojas con el tronco, era más romo y más brillante que el brotar de las raíces. Sí, lo confieso, me dio un pálpito de alegría. Me guardé el secreto, dado que muchas veces había anunciado en vano su nueva floración. A la mañana siguiente, como si quisiera sorprenderme en mi reconocimiento, esta vez, nada rutinario,  me mostraba una yema nueva. Esperé aún dos o tres días. Ya estaba seguro.
-La Orquídea blanca  va a florecer.
A mediados de diciembre apareció la primera flor. Volvió a ocupar su primer lugar desplazando a las advenediza. Fueron abriéndose, uno tras otro, cada uno de los botones. En marzo está tomada la imagen que presento.  Merecía la pena: una panorámica de 11 tomas.
Si no hubiera tenido la paciencia, si la hubiera arrojado a la basura, si no hubiera creído a la experta, me hubiera privado de la alegría, la satisfacción y el orgullo de ver florecer a mi "Machorra".
- ¡Qué tentación!. Porque es un ejemplo de confiar en uno mismo.
Pero no, la moraleja de la fuerza de la autoeficacia la sacas tú.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

CINCO MIL EUROS PARA ENTERRARME


 

Después de tanto tiempo desaparecido, retorno  a este blog. En mis pensamientos, incluso intenciones, estaba presente.  Con seguridad, muy presente. De la contemplación de volver a escribir avanzaba hacia la intención, (según la teoría de los estadios de la acción), no terminaba, en cambio, de decidir el momento y el modo. Pero he experimentado lo que Marllatt denominó AVE: abstinence violation effect. Me siento incómodo por no escribir.

La fotografía, que  comenzó siendo un entretenimiento,  absorbe mis momentos de escritorio y me empuja hacia aventuras. Cada noche  me queda tarea para la siguiente madrugada. Y, en ella, no están los temas del blog.

Últimamente me estoy encontrando con varios  fotógrafos que, mediante sus cursos online, me recuerdan lo que tantas veces  leí, investigué, escribí y enseñé, dentro de la teoría cognitivo social: no desanimarse ante el fracaso, seguir y buscar nuevas salidas. Persistencia, persistencia, corrección, corrección; no dejar de disparar y editar ninguno de los día. Nunca conformarse con un resultado mediocre, y, si es bueno, siempre puede mejorarse.

David duChemin, fotógrafo norteamericano influenciado por el impresionismo pictórico, me acababa de proponer,  a las siete de la tarde de ayer, en su libro: De visual Imagination,  que dejara de leerle, que abriera la web y buscara obras de Turner, Monet,  Armand Guillaumin, Kandinsky, etc. Ante cada cuadro  debería preguntarme: cuáles eran mis sentimientos, qué elementos constituían la masa visual, qué equilibrio había entre  sus componentes, cómo se ubicaban  en el enmarque, qué papel jugaba el color, cómo recorría mi ojo la pintura siguiendo las líneas y los contrastes, qué incluía y qué excluía el artista. Tras este examen,   debería preguntarme, a continuación, cómo utilizaría yo los parámetros de mi cámara: apertura del diafragma, velocidad de disparo, cantidad del ISO y tipo de objetivo, para conseguir la misma impresión. Preguntas y más preguntas.

Entre los pintores mencionado,s elegí a Armand Guillamin  porque no recordaba nada de él ni en el  Jeu de Pomme, ni en la Estación d’Orsay.

El primer cuadro que analicé se titula: “Escena rivereña”.  La sensación que me produce es de relajación: un atardecer, como el que los psicólogos aconsejan para los ejercicios de relajación. El sol de atardecer, a la espalda del pintor, inunda de luz caliente la escena, en la que destaca un  edificio, fábrica o almacén, de ladrillo o enlucido rojo.  Contra él se estrella también la primera mirada . Se estrella y la baja dirigiéndola hacia  las aguas del río,  mansas  y extendidas. Su tortuoso recorrido, de izquierda a derecha, arrastra también la atención. Siguiendo su cauce, aparecen, a la izquierda, un conjunto de chimeneas fabriles que arrojan  borbotones de humo negro, rojo y blanquecino, que acompañan la dirección del río. Te percatas, ahora,  de que hace un poco de brisa, sólo brisa que envuelve, acaricia. El humo y el agua transportan hacia las siluetas de casas e iglesias de la ciudad, allá, a lo lejos. Siguiendo la curva del río uno se tropieza con barcos veleros: lonas extendidas y cóncavas por la misma brisa que mueve el humo de las altas chimeneas. Los barcos veleros te indican que, un poco más cerca de ti, del pintor, hay dos pequeños botes pesqueros que forman contrapunto con  ellos; el equilibrio de los elementos elegidos, de que habla duChemin.  En los botes hay gente, siluetas, pescando. Dos en cada uno. La mirada se acelera descubriendo detalles que se suman a la sensación relajada: siguiendo el mismo ritmo visual que los veleros y los botes aparecen, en la orilla más cercana,  pescadores a caña. Unos, conversan sosegadamente, otro, contempla el atardecer al tiempo que aguanta su caña. Veleros, barcos y hombres, situados en diagonales paralelas, se equilibran. Te percatas de que una gran parte del cuadro, a la derecha del río, está cubierta de una mancha uniformemente verde-amarillenta de árboles. No te has dado cuenta porque se limitan a enmarcar el curso del río. Esa monotonía verde es rota por un sendero amarillento que, saliendo de la fábrica o almacén, serpenteando,  se hunde en la espesura. Cuando parece que ya no hay más que ver, y tu ojo también reposa, descubres lo esencial: la luz que lo impregna todo, que hincha el  espacio indefinido  que no cubre ninguna de las cosas mencionadas. Es cálida y enciende suavemente los reflejos del caserón, el  humo de las fábricas, las lonas de los veleros, las nubes, casi bruma, del cielo, los destellos blancos de las olas, la reluciente camisa de uno de  los pescadores.


Ahora te toca a ti. Imagínate allí, con tu cámara y tus objetivos. Sin duda, un gran angular, una ratio  de 4:3, una apertura moderada, quizás un f.8 sea la adecuada (habrá que probar), una velocidad baja para captar la brisa y el oleaje, por lo que necesito un trípode. Mejor hazlo con visión directa y observa el histograma para cubrir todo el rango luminoso. ¿Punto de vista bajo, normal o picado? Mejor un poco bajo, sin ser excesivo para que la silueta de las casas y campanarios no se oculten. No te contentes con una sola toma. Muévete, sube, baja la cámara, cambia de objetivo, prueba con una apertura mayor para que el fondo quede menos definido. Prueba, prueba,  prueba. Pegúntate: ¿qué pasaría si..? Una hora para fotografiar este lugar es poco, acaso necesites una tarde entera. Probablemente tengas que volver mañana porque, al  observar las tomas en el ordenador, te das cuenta de que se te pasó el mejor momento de  luz.

El segundo de los cuadros de Armand Guillaumin, que examiné, era un autorretrato. La iluminación…

-No, no. Todo esto son deberes que DuChemin me imponía a mí.

- Pero no me negarás que este es un bello hobby, en el que el tiempo se pasa “bellamente“- Vives el momento como si fuera eterno. A mí me recuerda el ensayo de Unamuno: “El perfecto pescador de caña”.

Estos afanes me traía yo ayer por la tarde cuando me despierta de ese estado  semi-hipnótico una llamada telefónica.

-Dígame?

-Si…, mire… ¿Es usted Don Eugenio Garrido Martín? Al otro lado hay una voz femenina, joven,  un poco atiplada, pero  agradable. La noto nerviosa, como quien tiene que dar un recado urgente

-Sí, qué desea.

- Le llamo de…  (La compañía de seguros de mi coche). (Va a recordarme que este mes tengo que pasarle la ITV).

-Sí, tengo mi coche asegurado con ustedes.  También estoy afiliado a su póliza de salud.

- ¡Ah! ¿Sí?...  Entonces, le puedo ofrecer otro producto.

-No suelo contratar servicios por teléfono. Cuando los necesito los busco.

-Pero, ¿no quiere escuchar lo que le puedo ofrecer?

Llegados a este punto, cada relativamente frecuente, suelo decirles: si no quiere perder su tiempo es  mejor que lo dejemos aquí.  Pero ayer no lo hice.

-¿Qué me propone?

-A ver, tiene usted más de 65 años?  (Sin duda notó que mi voz no era tan joven como la suya).

-Sí, muchos más. 78 años.

- Pues, puedo ofrecerle un seguro de decesos.

-¿Cómo?

- Pues, un seguro para cuando se muera. 

A través del auricular del teléfono oigo el  tecleo de alguna clase de aparato. Luego interpreté  que era  de una calculadora.

-Mire, le puedo ofrecer un seguro de decesos por  5.163 €. Pagados de una sola vez. Nosotros nos encargamos de todo. Usted no tiene que preocuparse de nada: funeraria, tanatorio, flores, crematorio…

-No, no me interesa.  Prefiero gastarme esos cinco mil euros en vida.

-Pero, insiste, imagínese que usted paga ahora  cinco mil euros, y  si se  muere, supongamos, dentro de 10 años, seguramente le costaría su entierro  unos 10.000. Se habría ahorrado cinco mil.

-No, no. Perdone. Prefiero disfrutar en vida  esos  cinco mil euros.

Mi imaginación, irónica, me escenifica levantándome del féretro y preguntándole a los enterradores: ¿Con IVA o sin IVA?

En un momento determinado me desubiqué  en parte, para que nadie me tratara como pasado; de alguna manera, muerto, cuando yo, en cambio, creía que tener por delante un tercio de mi vida. Ahora me plantan en las narices mi muerte, mi carencia de futuro.

No se trata  de negar la realidad. Cada año que cumples es uno menos que te queda. Pero eso es desde que te concibieron.  Me parece un disparate, una falta de tacto y un pésimo comportamiento psicológico el recordarle  a la gente que ha de morir. En su tiempo esto se utilizó como método de subyugación. Hoy, con demasiada frecuencia, es el ambiente que crean a las personas que consideran viejas.

 No, y no, y no. No es que se tema a la muerte, no se trata de eso.  Se trata de aprovechar cada uno de los momentos, regodearse en él, sentirse bien, experimentar que siempre tienes valor y hacer cosas dignas de valor. Es difícil zafarse de ese placaje del ambiente. Mientras mi entrenador, que soy yo mismo, diseña la jugada  de estrategia, seguiré con los retos que cada día ve va poniendo la fotografía: la cámara y el Photoshop.

-¡No te… fastidia! ¡Despertarme de mis contemplaciones artísticas para ahorrarme cinco mil euros  cuando, supongamos, me muera dentro de diez años!

lunes, 17 de noviembre de 2014

BANDURA, EL PSICÓLOGO MÁS EMINENTE DE LA ERA CONTEMPORÁNEA


Había terminado de dar un seminario sobre el testimonio infantil. Al finalizar, era ya casi de noche, Antón Aluja, quien organizó el seminario, me llevó a cenar a uno de los chiringuitos del Puerto de Barcelona. Pudo, incluso, que, por deferencia, fuera uno que llevaba el nombre de Salamanca.  Antón es psicólogo de la personalidad. Cuando uno ha de charlar con una persona termina hablándose de lo que se tiene en común.  En este caso, hasta entonces, lo que teníamos en común era la psicología, que ambos enseñábamos.

Sí, ya he dicho que Antón es psicólogo de la personalidad, la rama de la psicología que trata de explicar y medir los rasgos que nos singularizan. Es curioso que traten de buscan la singularidad manteniendo la existencia de ¿cinco, cuatro, dos, veinte...? rasgos básicos desde los que nos definen. Evidentemente, las combinaciones cuantitativas de esos rasgos son tan grandes que cada uno termina siendo "una" personalidad.  Aunque, en realidad, al final, se clasifica por la introversión o extroversión, la mayor o menor ansiedad, el grado de asumir responsabilidades. Y, también, en la práctica, todos los extrovertidos se comportan  de la misma manera. Desde estos supuestos, el resto ya es coser y cantar: se elaboran unos test  de personalidad que miden esos rasgos básicos.  Y, luego, por el simple hecho de haber contestado a unas cuantas preguntas, determinan lo que ha sido y será tu vida. Porque los rasgos de personalidad son estables e indiferentes a tiempo o circunstancia o no son rasgos de personalidad. Los más osados sostienen que son innatos o heredados, como el color de los ojos o las arrugas de pabellón  de la oreja.

Y como esto era lo que teníamos en común, la conversación, poco a poco fue centrándose en este tema. Probablemente se originó después de una expresión mía en la que expusiera mis dudas o mi negación de  los rasgos de personalidad. Más allá del origen del tema de conversación, los dos terminamos defendiendo nuestras posturas con un cierto acaloramiento, acaloramiento entre amigos. Llegamos a retamos apostando por quién era el psicólogo que más había influido en la psicología. Como criterio objetivo elegimos las referencias bibliográficas. Antón afirmaba que Eysenk, yo que Bandura. Aunque las relaciones personales continuaron durante algunos años, no recuerdo que ninguno de los dos presentará las pruebas de  sus afirmaciones.

- Pues, vaya Eugenio, ¿cuántas veces has defendido lo mismo?. En esto eres inamovible. ¡Como para no creer en los rasgos de personalidad!.

- ¡Ese es un golpe bajo! ¿Te recuerdo que yo era psicoanalista hace muchos años?. La ciencia, amigo, la ciencia, y no las imaginaciones. Porque la tierra se mueve alrededor del sol.

Sí recuerdo cómo Saari, a comienzos de este siglo veintiuno, afirmaba que una de las teorías, que habían cambiado la psicología de los últimos treinta años, era la cognitivo social de Bandura. Así mismo recuerdo que en 1991 se publicó un estudio, basado en encuestas a historiadores de la psicología y a directores de Departamento, a los que se les preguntó que nombrarar a los psicólogos más influyentes de la historia y de la actualidad.  Entre  los contemporáneos, Skinner ocupaba el primer lugar, tanto de los historiadores como de los Directores de departamento. Bandura era el séptimo para los historiadores y el segundo para los Departamentos.

Esta mañana, como de costumbre, abro mi correo para ver si alguien se acuerda de mí. Jaume  Masip me había puesto el siguiente mensaje: "estarás contento", a su lado un emotipo sonriente. No podía sospechar a qué pudiera referirse. La respuesta estaba en el siguiente link, que me adjuntaba: http://digest.bps.org.uk/2014/11/who-are-most-eminent-psychologists-of.html. Si tienes la  misma curiosidad que tuve yo ábrelo.

Es una página de Research Digest. Su título : Quienes son los psicólogos más eminentes  de la era moderna. Verás una foto de Bandura. Abre el artículo con la siguiente afirmación: Hace doce años el conductista B.F. Skinner presidía la lista de los 100  psicólogos más eminentes del siglo veinte, seguido de Jean Piaget y de Sigmund Freud. Ahora, el equipo dirigido por Ed.Diener ha utilizado sus propios criterios para elaborar la lista de los 200 psicólogos más eminentes  de la era moderna (i.e. gente cuyas carreras se desarrollan principalmente a partir de 1956). Aquí están los "Top 10": Albert Bandura, en el primer puesto, Jean  Piaget, Daniel Kahneman, Richard Lazarus...."

Si quieres conocer qué criterios han utilizado, lee el artículo. Aunque ya te los imaginas.

- Jaume tenía razón: me alegré y le mandé un correo a Bandura felicitándole.

Jaume me lo envió porque sabe de mi amistad con la persona y por mi identificación con sus teorías, una de cuyas pruebas es el título de este blog. También me alegro por mis alumnos que, como me enviaba sus manuscritos antes de publicarlos, estuvieron siempre al día de la mejor psicología científica.

lunes, 29 de septiembre de 2014

¿ENSEÑANZA O SECTARISMO?


- Si quieres que un alumno deje de fumar, que imparta una clase  convincente sobre los peligros del tabaco a sus compañeros del curso inferior..

Haber contado mi experiencia de abandono del tabaquismo severo, pudo suscitar la conclusión :  si él ha podido, yo también. Eso espero. La comparación con los semejantes esuna potente herramienta para generar autoeficacia.

Su creencia  debió durarle poco. Vendido por la sinceridad, o la imprudencia, narraba  yo también cómo mi intento de dieta saludable  para bajar peso duró mientras preparaba un curso sobre conductas saludables. 

-¡Por cierto!, (siguiendo con mis imprudencias) hoy peso ya dos kilos menos que cuando escribí el tema anterior.

-Uno más que sufre el  desasosegante método de la goma: adelgazar, engordar, adelgazar de nuevo y engordar después. Se carece de fuerza de voluntad para mantenerse. La comida es la droga que mas dependencia crea  porque no puede alcanzarse la abstinencia plena.

El planteamiento del último tema, sin embargo, sobrepasaba las anécdotas y preguntaba si  los docentes e investigadores( en psicología)  imaginamos una teoría, ponemos los medios para que esa teoría se cumpla, incluso en las investigaciones, y luego las exponemos y nos exponemos como ejemplo de su cumplimiento.

-¡Evidente! Tu vuelta al blog sobre autoeficacia te ha obligado a demostrarte que la autoeficia funciona.

¿Por qué no reconocer que la idea me desasosegó durante algunos días?  La hipótesis  plantea un reproche moral a los docentes, al menos,  de psicología. ¿Enseñan, con mayor o menor entusiasmo, unos procesos de cambio  conductual que no tienen más fundamento que sus propias ocurrencia?. ¿ Pretenden que sus ocurrencias sean utilizadas por sus alumnos  en su futuras intervenciones profesionales ?. Si esto es así, cada profesor de psicología está pretendiendo crear una secta.

No me cuesta imaginar a un filósofo levantándose  puntualmente a la siete de la mañana, sacar de su cajón uno  o varios folios en blanco y decirse a sí miso: hoy  y los días venideros me centraré en el concepto de la libertad humana. ¿Cuándo me siento libre y cuándo  coaccionado? ¿Qué es lo que me hace sentir libre? ¿Qué siento cuando vivo libremente? ¿Cuándo la gente que conozco o que me rodea o a la que leo  afirman sentirse libres, medio libres o nada libres?.  En definitiva: ¿en qué consiste la libertad?. Es un ejercicio mental demasiado arduo, en verdad.  Pocas cosas intimidan tanto como un taco de  papeles en blanco llamando a ser cubiertos de ideas o propuestas.  Pocas tareas tan difíciles  como  agrupar  y relacionar experiencias y conocimientos  para  convenirse  en una conclusión que, alcanzada, se convertirá en su dogma personal, y dogma "evidente" para los demás, como dogma evidente ha de ser el  canon a seguir por personas e instituciones. Ha creado una doctrina y, si con facilidad, una secta de seguidores, comenzando por él mismo.

- ¿Es esta, Eugenio, tu concepción de la filosofía?

-  Pues... No sé si tiene algo de caricatura. Creo que nada.

Era yo muy joven. Mi primera formación universitaria fue en filosofía pura (¡qué curiosa la denominación de filosofía pura, ¿verdad?). Cuatro  licenciandos, desconocidos entre sí,  esperan en un claustro, ante a la puerta de una aula, a que lleguen cuatro profesores (no necesariamente sus profesores). La tensión se desprende como electricidad estática. Arrastran los pies, miran al cielo o al suelo, no al infinito porque están entre cuatro paredes. A veces se les ilumina la mirada porque acaban de recordar la teoría subjetivista de Gentile. En una hora se juegan la licenciatura perseguida durante tres años. Los esperan no sabes a quién esperan.  De pronto, al doblar de una esquina, aparecen, conversando desenfadadamente, tres profesores de la Facultad. Dos te han dado clase, un alivio, a los otros dos los conoces de oídas e ignoras de qué te puedan examinar.

Es un juego de las cuatro esquinas: cada profesor se aposenta en la silla que hay detrás de una mesa, justo en las esquinas, cuatro esquinas. Lejos, para no molestar a los otros examinandos mientras responden. Es verano, exactamente el 3 de junio de 1962 a las cuatro de la tarde,  el sol penetra  por las ventanas, las cierran dejando pasar sólo su resplandor por las rendijas de las contraventanas de madera. La luz, de repente, se ha convertido en semioscuridad a la que tu pupila se irá acostumbrando. Cada uno de los examinandos de aquella reválida de toda la filosofía (como Vicino: De omne res cognita) son llamados, distribuidos y situados frente a frente, emparejados uno a uno con su  primer examinador. Durante quince minutos has de responder satisfactoriamente a sus  preguntas. Pasado un cuarto de hora, a la voz del profesor con más autoridad, los alumnos se levantan, y, siguiendo el movimiento de las agujas del reloj, pasan a la silla de la esquina a su derecha,  allí le espera su siguiente examinador. Cada quince minutos se oirá la voz de cambio. Una puesta primera y tres cambios sucesivos. En el primer rincón  estaba mi profesor de psicología racional. Me conocía porque le había pedido que me dirigiera la tesis doctoral. Me conocía demasiado. La primera pregunta en la frente: sabía que, por mi formación anterior, yo debía defender una postura sobre la inmortalidad del alma que él no compartía. Yo le respondí lo que él esperaba oír. Tanto que su siguiente frase fue "tu subito places mihi.  El segundo me preguntó sobre las relaciones de la filosofía con la ciencia, el cuarto sobre teodicea. El tercero era mi profesor de ética. Pos más señas, era tuerto y sin parche de pirata; era difícil adivinar de dónde le salía su mirada.

Ya de puestos... Cuando te opones a escribir tienes en mente el tema y lo argumentos, pero no la forma precisa de exponerlos. La escritura se convierte en una  especie de test de asociaciones en el que vas analizando cuáles te valen para tu argumentación y cuáles no. Pretendía yo describir el método deductivo del filósofo para diferenciarlo del psicólogo científico. Mi descripción del método filosófico se me imaginó caricaturesca. Pero me dije: ¡qué caricaturesco ni qué cuentos!. Ahí surgió la idea de probarlo y el recuerdo juvenil de mi examen de reválida "de toda la filosofía".

Pues ya de puestos... el tercero era mi profesor de ética: De Lanoise, francés y tuerto. En la Universidad, con motivo de la onomástica de Santo Tomás, que por entonces era el 7 de marzo, se encargaba a un profesor que preparara una disputa académica al estilo  de las "disputae" medievales. Es decir, con mayor, menor y conclusión: ad majorem, ad minorem, adqui, ergo.

A mediados de febrero de 1962, al salir de una clase de Crítica Filosófica, me llama a parte el profesor: Morandini.  -Quiero que venga a mi habitación. Aquello tenía visos de un juicio, pues nunca un profesor llevaba a un alumno a su habitación particular. Desde el claustro de entrada, donde estaba el aula de Crítica, hasta el tercer piso, donde tenía su despacho mi  buen "padre" Morandini, fuimos hablando de cosas triviales. Llegados a su habitación me manda sentar en la silla  colocada frente a la suya, con su mesa de estudio marcando la distancia.  Se puso serio y me dijo: "El Rector me ha ordenado que prepare la disputa medieval del día de Santo Tomás".  Me temí lo peor: que yo fuera uno de los actuantes. Y mis temores se cumplieron al instante. Tenía que ser uno de los tres objetores a la tesis de otro alumno, del que no me dijo su nombre.  "La tesis que se va a defender es la imposibilidad de la existencia de imágenes sin ideas", la tesis tomista. De repente me vi  en el aula magna, un anfiteatro de mármol blanco  y bancada de nogal, repleto de profesores y alumnos (más de dscientos) concentrando sus miradas en mí. ¿Lo imagináis?. Confieso que sentí pánico. -"No, de ninguna manera, Profesor, no me siento capacitado para eso"- Pero yo le he elegido porque creo que es de los alumnos más capaces que tengo y unas cuantas alabanzas más que ahora no recuerdo.  - No, profesor, volví a responder. El que sí y yo que no. Al final terció y me dijo: "Piénselo durante esta semana y en la próxima volvemos a hablar".

Salí de su habitación muy perturbado. No me podía estar pasando aquello. Los pisos donde estaban los despachos de los profesores eran  corredores largos que circundaaban todo el cuadrángulo de lo que era el edificio central de la universidad. A un lado y al otro las puertas de los despachos   Eran largos y, en aquel momento, me pareció interminable la casi cuarta parte  de uno de ellos que habría de recorrer hasta llegar a la escalera principal. Despacio, muy despacio caminaba yo, que nunca subía las escaleras de una en una. "Soy un cobarde"; "qué me va a pasar a partir de ahora", "cómo me he atrevido a decirle que no". ¿ideas sin imágenes?... Al fondo del pasillo largo, muy largo, más allá de la escalera principal, habían un aula pequeña donde se impartían  seminarios especiales. No sé por qué no me atreví a bajar las escaleras. Me refugié, me escondí en aquel  pequeño rectángulo. Estaba solo y lo recuerdo todo oscuro. Cerré los ojos y me quedé pensando: ¿ideas sin imágenes?...  Como si hubiera tenido una iluminación, comencé a argumentarme y contra argumentarme, basándome en los conceptos morales que difícilmente tienen una representación icónica.  Pensaba en la doctrina tomista y las que la contradecía, oía mentalmente la respuesta a mi argumentación, que yo volvía a argumentar; de nuevo una respuesta ortodoxa y de  nuevo mi contrarréplica. Así hasta cinco turnos de ad majorem, y de ergos. Abrí la puerta del seminario, no bajé las escaleras sino que, en segundos, volví a repicar en la puertas del despacho de mi profesor Morandini. -¡Sí, acepto! La cara se le mudó, no podía haber cambiado de parecer en tan poco tiempo. - ¿Y cuáles  son sus argumentos?. Trabucándome, porque las palabras no se acompasaban con mis  ideas, le espeté el rosario de atquis y ergos. 

Mi argumentación era exactamente contraría a la defendida por mi profesor de ética, francés y  tuerto.  No es el momento de narrar el desarrollo del solemnísimo acto académico. Solo diré que al terminar se me acerca Morandini y, además de felicitarme, me pregunta si había visto la cara que ponía De Lanoise. ¡Cómo para ver caras estaba yo!. Aunque , en verdad, la dificultad la encuentro en preparar  la argumentación, son los momentos de duro trabajo mental. Realizado el esquema, la exposición suelo disfrutarla mucho. Aquella no fue una excepción. - Le ha hecho pensar con sus argumentos, me dice Morandini.

Y el tercero era mi  tuerto, profundo y claro  profesor de  ética, De Lanoise. Aunque haya parecido lo contrario, yo le tenía mucho respeto. Mis compañeros también. Me identificó, ya lo creo. Y también, como mi profesor de Psicología Racional, me pregunta por lo que yo había defendido en el solemne acto en el que él, a decir de Morndini, había cerrados sus ojos, (porque el tuerto también se cierra  cuando los tuertos cierran los ojos). Naturalmente le contesté lo que él quería oír: su doctrina.  Insistió con varias preguntas paralelas a mis argumentaciones en el día de Santo Tomás. Yo defendí siempre los argumentos de la ponencia.

Este relato, que aduzco como prueba, no debe terminar suponiendo que yo salía aliviado después de haber pasado por las preguntas que se me hicieron en las cuatro esquinas.  Sí, salía relajado porque había contestado a todo y, por fin, la hora fatídica, una hora entera fatídica, había terminado y con ella aquellos mis primeros estudios universitarios.  Al salir por la puerta y cegarme la luz que entraba por las ventanas del claustro me percaté de la silueta a contraluz de Morandini.  Me sorprendí, pues no era habitual. Me buscaba solamente a mí. A mis tres compañeros de horario no les esperaba nadie.

-Le ha tocado el Profesor De la Noise.-Sí -¿Qué le ha preguntado?.- Sobre la representación imaginada de las ideas - ¿Usted, qué le ha contestado? - Lo que expone en sus escritos.- ¿No defendió Ud. sus ideas?. - No -¡Sólo por esto merece Ud. una matrícula de honor. O bueno, ya que todo se decía en latín, "Summa cum Laude".

Era media tarde, una tarde calurosa, con un azul tan encendido que brillaba como blanco.  -¿Tiene algo que hacer?, me preguntó. -No, le respondí.  El jesuita me llevó a su habitación, yo a un  lado de la mesa y él en frente. -¿Fuma?- Algo.-No debemos hacerlo, me contesta. Abra el cajón que la  mesa que tiene de su lado.  Lo abrí y allí tenía unas cuantas cajetillas de tabaco.  Charlamos sobre mi futuro y me contó algunas cosas de su vida.  No volví a verlo.

Pues parece que mi visión de la metodología filosófica no era caricaturesca: había que elegir entre la doctrina de la ponencia o el suspenso.

Sinceramente, cuando me imaginé al filósofo levantándose a las seis de la mañana y escribir sistemáticamente todos los días, tenía en la imaginación la idea de  otro personaje, que a esas horas creaba su propia teoría pseudopsicoanalítica  y que tres o cuatro horas después imponía como dogma a sus discípulos descalificando sin pudor, incluso con nombres, a otros colegas que hacían una psicología experimental.

No tengo preocupación moral alguna porque mi docencia ayudara a mis comportamientos o que  aumentará mi autoeficacia para modificar mis conductas. No se trata de ninguna postura visionaria sin fundamento científico. La teoría cognitivo social  ha tenido siempre un compromiso con la experimentación, por algo nace de dos años de formación en los cursos de doctorado de Spence. Por eso pude escribir en su día  el artículo: Bandura, Voluntad científica.  Nada debe llevarse a la práctica si previamente a) no se ha demostrado  que funciona, b) cuál es el componente , de todos los que suelen utilizarse en una intervención, que más aporta  a esa intervención exitosa; c) cuál es el proceso psicológico que la explica. Estos fueron los tres principios programáticos que llevaron  a descubrir la autoeficacia como proceso  psicológico de toda terapia en contra de otros métodos más populares y difundidos que se mueven por tentativas.

Esto se ha alargado demasiado, y yo me he apartado de mi idea original: también la disonancia cognitiva es eficaz en la medida en que genera autoeficacia. Es un modo de persuadirse uno a sí mismo de que es capaz de dejar de fumar o permanecer fiel a una dieta saludable. Me emplazo a exponer esta nueva hipótesis de trabajo en el mes de octubre. Mientras tanto  seguiré con mi dieta equilibrada para bajar peso. Hace dos días, comprándome una chaqueta de invierno me llamaron gordo.- Te espero para dentro de dos meses, me dije para mis adentros.

lunes, 25 de agosto de 2014

¿INFLUYE LO QUE SE ENSEÑA SOBRE EL ENSEÑANTE?

 

No era la primera vez que me proponía dejar de fumar. Creo que la tercera. El penúltimo intento había durado cerca de un año. Más de los seis meses que, según los especialistas en tabaquismo, dura el estadio de la acción.   Según Prochaska y DiClemente me había instalado ya largamente en  el de mantenimiento.

Mientras esperábamos las interminables tres horas que los opositores, encerrados en la Biblioteca que el Consejo de Investigaciones tenía en la Calle del Jesús, emplearían en los ejercicios prácticos  de la oposición para la docencia universitaria, sus acompañantes nos reunimos en un bar cercano. Nada más iniciar la aburrida e interminable espera, alguien sacó un paquete de tabaco y  ofreció a los demás. "Llevo un año sin fumar", le respondí.  La mano quedó tendida, la solapa de la cajetilla abierta, las boquillas marrones  apuntándome. Sólo había que introducir la mano y coger un único pitillo. La  introduje. Aquella misma tarde consumí otros cuentos más.  Mi hábito de fumar se restableció.  A los pocos días, ya me fumaba tres cajetillas diarias.

A finales de 1977 me llegó un regalo inesperado. Bandura acababa de enviarme un artículo  publicado en otoño de 1976: Self-reinforcement: theoretical and methodological consideration. (Bandura, 1976). Hablaba de modificación de la conducta mediante los refuerzos que uno se aplica a sí mismo. Se trataba de conductismo, porque la conducta se explicaba por los refuerzos o gratificaciones seguidas a su ejecución. Aunque  había propuestas novedosas para mí. Hablar de conductismo generalmente era hablar de experimentos con animales cuyos resultados se transportaban  a la  persona. Algo esencial  para el conductismo era, por ejemplo, el tiempo (corto en desmesura) que debía transcurrir entre la ejecución y la  gratificación o el castigo. En el escrito de Bandura entendí que la asociación entre conducta y gratificación estaba en la mente, que elige qué conducta gratificar o castigar aunque hayan pasado incluso días. También aprendí que los refuerzos no son universales, sino  personales. No todos se mueven por comida o dinero, sino que cada cual tiene sus preferencias.

Como ejemplo   proponía el hábito de fumar. Quise probar si los refuerzos personales me ayudarían esta vez. Elegí el momento: el día siguiente; elegí la gratificación: lo que me gastaba diariamente en tabaco (36 pesetas); también el momento y lugar donde depositarlo: al acostarme,  introduciendo las monedas en un vaso de plata que Torrente Ballester había regalado a mi hija pequeña por su nacimiento; elegí un destino para ese dinero: un regalo para la persona que más quería.  Dejé la cajetilla de Mencey, que tenía empezada, sobre la mesa del salón. A su lado, un mechero de plata, regalo de la  época de noviazgo, que aún sigo echando de menos.

Era el 12 de febrero de 1978. Al acostarme deposité las  primeras monedas en el vaso. La plata me sonó distinta que otras veces. Al día siguiente también  las deposité. Y al otro, y al otro.  Cada   depósito me producía orgullo personal que me animaba a esperar el sonido la noche siguiente.   Las monedas dejaron de sonar cuando, a finales de marzo, nos trasladamos, por primera vez, a la Universidad de Stanford para un cuatrimestre. Allí  no había vaso de plata ni pesetas. Tampoco hubo  más pitillos en mi vida. Hasta hoy.

¿Qué fue lo que produjo en mí el cambio definitivo en el hábito del tabaquismo? ¿Estaba más motivado que otras veces? ¿Quería demostrarme que la Psicología que enseñaba era eficaz? Acaso, ¿el simple hecho de monitorizar mi conducta? ¿O el haberme propuesto metas de abstención absoluta en lugar de moderar mi consumo de tabaco? Más sencillamente, ¿había cambiado mi idea de que una adicción se puede modificar?

Con estas palabras iniciaba yo, hace año y medio, mi última intervención en un máster sobre comportamientos saludables en la Universidad de Sevilla.  Mientras lo preparaba, para demostrarles la potencia de la autoeficacia, me propuse adelgazar tres kilos que me sobraban. También lo conseguí.  Conclusión: si yo lo había conseguido ¿por qué otros lo lograrían?.

Pero hoy, dos años y medio después mi peso sobrepasa al que se mostraba  en la primera fecha de la gráfica de hace año y medio. ¿Es que me siento  menos eficaz ahora que antes? ¿Es que, como dice el refrán, una cosa es predicar y otra dar trigo?

Un médico de salud primaria me espetó esta pregunta cuando realizábamos un trabajo sobre la prevención del tabaquismo en las escuelas:

- ¿Qué harías tú para que un chaval de 12 años no se inicie en el tabaquismo?

- Que imparta una clase  convincente sobre los peligros del tabaco a sus compañeros del curso inferior.

El tema me parece lo sufrientemente interesante como para retomarlo en el próximo mes.

¿Tiene alguna explicación que ahora vuelva a retomar el tema mensual del blog?. Creo que sí. He reflexionado sobre el tema.

martes, 7 de enero de 2014

ASESINOS EN SERIE. ¿POR QUE SE LES NIEGA LAS OPORTUNIDADES?



Comienza a caer la tarde. Pisando la  grava que sustenta los travesaños de las vías, oculto tras un pasamontañas negro, un hombre camina deseando no ser reconocido.  Una persona joven le  acosa y grita a una distancia prudencial. El seguimiento es perseverante.  El encapuchado, desoyendo aparentemente las voces de su perseguidor, sigue su camino balanceándose al ritmo desacompasado que le impone el balasto que pisa.  El perseguidor mantiene la distancia y los gritos.  Inesperadamente,  el encapuchado se vuelve y recrimina a su perseguidor. Exhibe agresivamente un garrote , amenaza al quien le sigue exigiéndole que  le deje en paz. 

Al día  siguiente nos  enteramos de que el encapuchado era Miguel Ricart, uno de los asesinos de las niñas de Alcasser. Sin dar lugar al respiro, todos los telediarios fueron mostrando su rostro actual: medio calvo, con las mejillas enrojecidas y una mirada azul penetrante. Supimos que estuvo encerrado en una pensión en la que se comunicaba solamente con sus dueños, que protegían su privacidad. ¿Quizás para que nadie robase la exclusiva a los periodistas que le habían traído para exhibirle como animal de circo?.  Luego se le vio camino de la Estación de Atocha, custodiado por la policía.  Pasa los controles de seguridad y sube a un tren con destino a Barcelona. Finalmente huyó a Francia. 

Perdón, sigo buscando su nombre en la red y encuentro que fue expulsado de una pensión en Gerona y de otra en Barcelona, que una de las noches durmió en las  vías del tren. Sí, parece que ya está en Francia, pero con dificultades para poder recibir los 400€ a los que tiene derecho porque n o encentra residencia.

Ricart no fue el único asesino favorecido con la anulación de la doctrina Parot. Como él lo fueron: El Violador del Ascensor, El Violador del Portal, el Loco del Chándal... Acabo de ver una lista en la que aparecen otros cinco depredadores sexuales, (como se les llama ahora, tiempo de  eufemismos), favorecidos por la sentencia del Tribunal de Estrasburgo.

Expertos criminalistas y forenses han inundado los espacios televisivos advirtiendo de su alta probabilidad de reincidencia. La gente exige conocer su aspecto actual y poder identificarlos. Por doquier han aparecido sus caras actuales o su posible evolución, determinada por complejos programas informáticos. En Valladolid las mujeres tienen miedo a salir a la calle, también en Burgos y en algún barrio de Barcelona. En Almadén de la Plata, acaudillados por su Alcalde, los vecinos impiden a Manuel González González que regrese a la casa de su propiedad y busque cobijo en la de sus familiares. Los hijos de Valentín Tejero no quieren ni ver a su padre. Las Fuerzas de la Seguridad del Estado, bajo el "consejo" y permisión legal de las autoridades policiales y fiscales, les están siguiendo muy de cerca para saber en todo momento dónde están y qué hacen: como el ojo de Dios, que todo lo ve, tienen el objetivo siempre enfocado y nítido.

¡Esto es una locura colectiva!. La probabilidad se ha convertido en certeza y ésta en la negación del derecho a vivir a personas que han cumplido sus condenas y que, según las leyes, deben vivir fuera de la trena, porque ya han satisfecho legalmente la pena que se les impuso. ¿Pero dónde? ¿Co quién? ¿De qué y cómo pueden subsistir?.

-Eugenio, ¿estás defendiendo a estos carroñeros?. ¿No es verdad que tienen una alta probabilidad de repetir las agresiones sexuales?.

-Estoy defendiendo simplemente el derecho a que puedan vivir y PUEDAN demostrar que no NECESARIAMENTE volverán a cometer los mismos delitos.

Además no sé de qué os extrañáis. No es la primera vez que en este blog grito contra quienes dogmatizan  sobre la imposibilidad de cambio en los encasillados como psicópatas.

La pregunta sería tan sencilla como ¿por qué otros sí pueden cambiar  hábitos muy arraigados en sus vidas y estos no?. No es nada fácil dejar de fumar, hacer ejercicio diario, proponerse metas y cumplirlas,  llevar una dieta sana, tratar de hacer las cosas lo más perfectamente que se pueda. Nada importante en la vida se consigue sin esfuerzo y sin caídas y recaídas. Muchos, muchísimos caen pero, como diría Marlatt de los alcohólicos, hay que concienciarles desde el principio de que las recaídas son frecuentes y que las deben reconocer sin asumir lo que denomina el efecto AVE (Abstinence Violation  Effect: Efecto de  la violación de la abstinencia). Sólo la conciencia de que la recaída no es más que un paso hacia la recuperación definitiva, es un  gran avance para abstenerse definitivamente del alcohol o  la nicotina.

A muchos les es basta con una experiencia  de consecuencias negativas para que se decidan y se juzguen capaces de dar un giro a sus vidas. Volvamos al caso de las niñas de Alcasser. La policía y las investigaciones periodísticas nos han convencido de que Ricart no fue el cerebro de la operación, sino Antonio Anglés, del que se dice que se halla "en paradero desconocido". No parece que haya vuelto a cometer crímenes tan horrendos como los de aquella nefasta noche. ¡Ya sería casualidad que durante varias decenas de años no se le haya pillado nunca, a pesar de la gran probabilidad que tiene de volver a cometerlos!.  Parece, pues, que pudo liberarse de aquella obsesión por violar adolescentes.

-Pero hay delitos a los que no puede concedérseles una segunda oportunidad.

-¿Quién está afirmando que a los violadores o asesinos en serie hay que concederles otra oportunidad ?. Lo que estoy afirmando es todo lo contrario, aunque parezca paradójico..

En los casos de ludopatías, alcoholismo, tabaquismo, peso excesivo, falta de ejercicio, diabetes, colesterol, infartos, etc. etc. etc. La sociedad  tiene en mente que las personas pueden salir de ahí. De esta manera se crea un entorno social y material (cognitivo conductual, lo llaman hoy los psicólogos, siguiendo la acertada denominación ofrecida por Marlatt y sus colaboradores) que les facilita otra clase de pensamientos y de comportamientos alternativos. La sociedad cree en su capacidad, en su AUTOEFICACIA para ayudar a esas personas a que se JUZGUEN CAPACES para abandonar el "vicio".

Pero en el caso de los violadores y asesinos en serie ni la sociedad se considera capaz de poder ayudarles ni cree en la capacidad de los sujetos de poder salir de su perversa maldición.  Y como no lo cree, le pone todas las condiciones para que tampoco ellos se lo crean y vuelvan a las andadas

Más aún, si por alguna "casualidad" llegaran a tener la idea de abandonar sus tendencias asesinas, la sociedad no se lo tolerará y le inducirá a que sus buenos sentimientos se conviertan en necesidad de venganza y, ¿por qué no?, de volver a hacer lo que  se espera de ellos.
La teoría de Sherman sobre la negociación para salir de la delincuencia, se fundamenta en la creencia mutua de no agresión. La sociedad negocia y pacta con el delincuente el castigo que este  debe asumir, además del  reconocimiento de su culpa. El delincuente aceptará su culpabilidad y cumplirá su castigo con la seguridad de que la sociedad olvidará de verdad su delito y le admitirá como un miembro más de la misma.  Caprara, años después, investigó cómo  esta teoría es eficaz siempre que el delincuente tenga la seguridad de que la comunidad no estará a la espera del próximo delito para imponerle castigo mayor. Si el delincuente no tiene este convencimiento, generará la  idea de que la sociedad, la comunidad alberga sentimientos de venganza, y, por lo mismo, él también siente necesidad de venganza y, bajo este convencimiento, cumple el refrán de que "quien da primero da dos veces", y es él, el delincuente, el primero que rompe un pacto que considera hipócrita. Y la sociedad ve comprobada su creencia.
Entre los peligrosos delincuentes que abandonan la cárcel por la abolición de la doctrina Parot, hay un caso llamativo: el asesino de Anabel Segura, la chica que hacía footing en la Moraleja una día festivo. Tanto durante el juicio como al salir de la cárcel, reconoció que "fue un negocio que salió mal". Parece que la sociedad encontró la explicación plausible y Emilio Muñoz desapareció de los telediarios. ¿Por qué es él la excepción?
El grueso de los beneficiados por la derogación de la doctrina Parot, no tienen conflicto con "su" comunidad, aunque no asesinaron por casualidad, ni jamás han pensado que hicieran un mal negocio del que deban arrepentirse.
Pensemos con calma. Pongámonos en su lugar. No deben tener rostro. Nadie, ni sus familiares directos, les acogerán, nadie les ofrecerá una salida digna para sus vidas. Sólo tienen una identidad,  sólo se espera de ellos que vuelvan a delinquir, sólo se favorece que cumplan con esa identidad, sólo se siente venganza y no perdón. ¿Qué salida les queda distinta a la de hacer lo que se les "pide que hagan" y para lo que se sienten autoeficaces?
No te equivoques, no estoy pidiendo oportunidades para delinquir, reivindico para ellos  que la sociedad les brinde la oportunidad de no recaer. Sigo manteniendo, como en nuestro libro "Psicología Jurídica", que el delito, como toda conducta humana, es, en gran medida, contextual.