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lunes, 17 de noviembre de 2014

BANDURA, EL PSICÓLOGO MÁS EMINENTE DE LA ERA CONTEMPORÁNEA


Había terminado de dar un seminario sobre el testimonio infantil. Al finalizar, era ya casi de noche, Antón Aluja, quien organizó el seminario, me llevó a cenar a uno de los chiringuitos del Puerto de Barcelona. Pudo, incluso, que, por deferencia, fuera uno que llevaba el nombre de Salamanca.  Antón es psicólogo de la personalidad. Cuando uno ha de charlar con una persona termina hablándose de lo que se tiene en común.  En este caso, hasta entonces, lo que teníamos en común era la psicología, que ambos enseñábamos.

Sí, ya he dicho que Antón es psicólogo de la personalidad, la rama de la psicología que trata de explicar y medir los rasgos que nos singularizan. Es curioso que traten de buscan la singularidad manteniendo la existencia de ¿cinco, cuatro, dos, veinte...? rasgos básicos desde los que nos definen. Evidentemente, las combinaciones cuantitativas de esos rasgos son tan grandes que cada uno termina siendo "una" personalidad.  Aunque, en realidad, al final, se clasifica por la introversión o extroversión, la mayor o menor ansiedad, el grado de asumir responsabilidades. Y, también, en la práctica, todos los extrovertidos se comportan  de la misma manera. Desde estos supuestos, el resto ya es coser y cantar: se elaboran unos test  de personalidad que miden esos rasgos básicos.  Y, luego, por el simple hecho de haber contestado a unas cuantas preguntas, determinan lo que ha sido y será tu vida. Porque los rasgos de personalidad son estables e indiferentes a tiempo o circunstancia o no son rasgos de personalidad. Los más osados sostienen que son innatos o heredados, como el color de los ojos o las arrugas de pabellón  de la oreja.

Y como esto era lo que teníamos en común, la conversación, poco a poco fue centrándose en este tema. Probablemente se originó después de una expresión mía en la que expusiera mis dudas o mi negación de  los rasgos de personalidad. Más allá del origen del tema de conversación, los dos terminamos defendiendo nuestras posturas con un cierto acaloramiento, acaloramiento entre amigos. Llegamos a retamos apostando por quién era el psicólogo que más había influido en la psicología. Como criterio objetivo elegimos las referencias bibliográficas. Antón afirmaba que Eysenk, yo que Bandura. Aunque las relaciones personales continuaron durante algunos años, no recuerdo que ninguno de los dos presentará las pruebas de  sus afirmaciones.

- Pues, vaya Eugenio, ¿cuántas veces has defendido lo mismo?. En esto eres inamovible. ¡Como para no creer en los rasgos de personalidad!.

- ¡Ese es un golpe bajo! ¿Te recuerdo que yo era psicoanalista hace muchos años?. La ciencia, amigo, la ciencia, y no las imaginaciones. Porque la tierra se mueve alrededor del sol.

Sí recuerdo cómo Saari, a comienzos de este siglo veintiuno, afirmaba que una de las teorías, que habían cambiado la psicología de los últimos treinta años, era la cognitivo social de Bandura. Así mismo recuerdo que en 1991 se publicó un estudio, basado en encuestas a historiadores de la psicología y a directores de Departamento, a los que se les preguntó que nombrarar a los psicólogos más influyentes de la historia y de la actualidad.  Entre  los contemporáneos, Skinner ocupaba el primer lugar, tanto de los historiadores como de los Directores de departamento. Bandura era el séptimo para los historiadores y el segundo para los Departamentos.

Esta mañana, como de costumbre, abro mi correo para ver si alguien se acuerda de mí. Jaume  Masip me había puesto el siguiente mensaje: "estarás contento", a su lado un emotipo sonriente. No podía sospechar a qué pudiera referirse. La respuesta estaba en el siguiente link, que me adjuntaba: http://digest.bps.org.uk/2014/11/who-are-most-eminent-psychologists-of.html. Si tienes la  misma curiosidad que tuve yo ábrelo.

Es una página de Research Digest. Su título : Quienes son los psicólogos más eminentes  de la era moderna. Verás una foto de Bandura. Abre el artículo con la siguiente afirmación: Hace doce años el conductista B.F. Skinner presidía la lista de los 100  psicólogos más eminentes del siglo veinte, seguido de Jean Piaget y de Sigmund Freud. Ahora, el equipo dirigido por Ed.Diener ha utilizado sus propios criterios para elaborar la lista de los 200 psicólogos más eminentes  de la era moderna (i.e. gente cuyas carreras se desarrollan principalmente a partir de 1956). Aquí están los "Top 10": Albert Bandura, en el primer puesto, Jean  Piaget, Daniel Kahneman, Richard Lazarus...."

Si quieres conocer qué criterios han utilizado, lee el artículo. Aunque ya te los imaginas.

- Jaume tenía razón: me alegré y le mandé un correo a Bandura felicitándole.

Jaume me lo envió porque sabe de mi amistad con la persona y por mi identificación con sus teorías, una de cuyas pruebas es el título de este blog. También me alegro por mis alumnos que, como me enviaba sus manuscritos antes de publicarlos, estuvieron siempre al día de la mejor psicología científica.

lunes, 29 de septiembre de 2014

¿ENSEÑANZA O SECTARISMO?


- Si quieres que un alumno deje de fumar, que imparta una clase  convincente sobre los peligros del tabaco a sus compañeros del curso inferior..

Haber contado mi experiencia de abandono del tabaquismo severo, pudo suscitar la conclusión :  si él ha podido, yo también. Eso espero. La comparación con los semejantes esuna potente herramienta para generar autoeficacia.

Su creencia  debió durarle poco. Vendido por la sinceridad, o la imprudencia, narraba  yo también cómo mi intento de dieta saludable  para bajar peso duró mientras preparaba un curso sobre conductas saludables. 

-¡Por cierto!, (siguiendo con mis imprudencias) hoy peso ya dos kilos menos que cuando escribí el tema anterior.

-Uno más que sufre el  desasosegante método de la goma: adelgazar, engordar, adelgazar de nuevo y engordar después. Se carece de fuerza de voluntad para mantenerse. La comida es la droga que mas dependencia crea  porque no puede alcanzarse la abstinencia plena.

El planteamiento del último tema, sin embargo, sobrepasaba las anécdotas y preguntaba si  los docentes e investigadores( en psicología)  imaginamos una teoría, ponemos los medios para que esa teoría se cumpla, incluso en las investigaciones, y luego las exponemos y nos exponemos como ejemplo de su cumplimiento.

-¡Evidente! Tu vuelta al blog sobre autoeficacia te ha obligado a demostrarte que la autoeficia funciona.

¿Por qué no reconocer que la idea me desasosegó durante algunos días?  La hipótesis  plantea un reproche moral a los docentes, al menos,  de psicología. ¿Enseñan, con mayor o menor entusiasmo, unos procesos de cambio  conductual que no tienen más fundamento que sus propias ocurrencia?. ¿ Pretenden que sus ocurrencias sean utilizadas por sus alumnos  en su futuras intervenciones profesionales ?. Si esto es así, cada profesor de psicología está pretendiendo crear una secta.

No me cuesta imaginar a un filósofo levantándose  puntualmente a la siete de la mañana, sacar de su cajón uno  o varios folios en blanco y decirse a sí miso: hoy  y los días venideros me centraré en el concepto de la libertad humana. ¿Cuándo me siento libre y cuándo  coaccionado? ¿Qué es lo que me hace sentir libre? ¿Qué siento cuando vivo libremente? ¿Cuándo la gente que conozco o que me rodea o a la que leo  afirman sentirse libres, medio libres o nada libres?.  En definitiva: ¿en qué consiste la libertad?. Es un ejercicio mental demasiado arduo, en verdad.  Pocas cosas intimidan tanto como un taco de  papeles en blanco llamando a ser cubiertos de ideas o propuestas.  Pocas tareas tan difíciles  como  agrupar  y relacionar experiencias y conocimientos  para  convenirse  en una conclusión que, alcanzada, se convertirá en su dogma personal, y dogma "evidente" para los demás, como dogma evidente ha de ser el  canon a seguir por personas e instituciones. Ha creado una doctrina y, si con facilidad, una secta de seguidores, comenzando por él mismo.

- ¿Es esta, Eugenio, tu concepción de la filosofía?

-  Pues... No sé si tiene algo de caricatura. Creo que nada.

Era yo muy joven. Mi primera formación universitaria fue en filosofía pura (¡qué curiosa la denominación de filosofía pura, ¿verdad?). Cuatro  licenciandos, desconocidos entre sí,  esperan en un claustro, ante a la puerta de una aula, a que lleguen cuatro profesores (no necesariamente sus profesores). La tensión se desprende como electricidad estática. Arrastran los pies, miran al cielo o al suelo, no al infinito porque están entre cuatro paredes. A veces se les ilumina la mirada porque acaban de recordar la teoría subjetivista de Gentile. En una hora se juegan la licenciatura perseguida durante tres años. Los esperan no sabes a quién esperan.  De pronto, al doblar de una esquina, aparecen, conversando desenfadadamente, tres profesores de la Facultad. Dos te han dado clase, un alivio, a los otros dos los conoces de oídas e ignoras de qué te puedan examinar.

Es un juego de las cuatro esquinas: cada profesor se aposenta en la silla que hay detrás de una mesa, justo en las esquinas, cuatro esquinas. Lejos, para no molestar a los otros examinandos mientras responden. Es verano, exactamente el 3 de junio de 1962 a las cuatro de la tarde,  el sol penetra  por las ventanas, las cierran dejando pasar sólo su resplandor por las rendijas de las contraventanas de madera. La luz, de repente, se ha convertido en semioscuridad a la que tu pupila se irá acostumbrando. Cada uno de los examinandos de aquella reválida de toda la filosofía (como Vicino: De omne res cognita) son llamados, distribuidos y situados frente a frente, emparejados uno a uno con su  primer examinador. Durante quince minutos has de responder satisfactoriamente a sus  preguntas. Pasado un cuarto de hora, a la voz del profesor con más autoridad, los alumnos se levantan, y, siguiendo el movimiento de las agujas del reloj, pasan a la silla de la esquina a su derecha,  allí le espera su siguiente examinador. Cada quince minutos se oirá la voz de cambio. Una puesta primera y tres cambios sucesivos. En el primer rincón  estaba mi profesor de psicología racional. Me conocía porque le había pedido que me dirigiera la tesis doctoral. Me conocía demasiado. La primera pregunta en la frente: sabía que, por mi formación anterior, yo debía defender una postura sobre la inmortalidad del alma que él no compartía. Yo le respondí lo que él esperaba oír. Tanto que su siguiente frase fue "tu subito places mihi.  El segundo me preguntó sobre las relaciones de la filosofía con la ciencia, el cuarto sobre teodicea. El tercero era mi profesor de ética. Pos más señas, era tuerto y sin parche de pirata; era difícil adivinar de dónde le salía su mirada.

Ya de puestos... Cuando te opones a escribir tienes en mente el tema y lo argumentos, pero no la forma precisa de exponerlos. La escritura se convierte en una  especie de test de asociaciones en el que vas analizando cuáles te valen para tu argumentación y cuáles no. Pretendía yo describir el método deductivo del filósofo para diferenciarlo del psicólogo científico. Mi descripción del método filosófico se me imaginó caricaturesca. Pero me dije: ¡qué caricaturesco ni qué cuentos!. Ahí surgió la idea de probarlo y el recuerdo juvenil de mi examen de reválida "de toda la filosofía".

Pues ya de puestos... el tercero era mi profesor de ética: De Lanoise, francés y tuerto. En la Universidad, con motivo de la onomástica de Santo Tomás, que por entonces era el 7 de marzo, se encargaba a un profesor que preparara una disputa académica al estilo  de las "disputae" medievales. Es decir, con mayor, menor y conclusión: ad majorem, ad minorem, adqui, ergo.

A mediados de febrero de 1962, al salir de una clase de Crítica Filosófica, me llama a parte el profesor: Morandini.  -Quiero que venga a mi habitación. Aquello tenía visos de un juicio, pues nunca un profesor llevaba a un alumno a su habitación particular. Desde el claustro de entrada, donde estaba el aula de Crítica, hasta el tercer piso, donde tenía su despacho mi  buen "padre" Morandini, fuimos hablando de cosas triviales. Llegados a su habitación me manda sentar en la silla  colocada frente a la suya, con su mesa de estudio marcando la distancia.  Se puso serio y me dijo: "El Rector me ha ordenado que prepare la disputa medieval del día de Santo Tomás".  Me temí lo peor: que yo fuera uno de los actuantes. Y mis temores se cumplieron al instante. Tenía que ser uno de los tres objetores a la tesis de otro alumno, del que no me dijo su nombre.  "La tesis que se va a defender es la imposibilidad de la existencia de imágenes sin ideas", la tesis tomista. De repente me vi  en el aula magna, un anfiteatro de mármol blanco  y bancada de nogal, repleto de profesores y alumnos (más de dscientos) concentrando sus miradas en mí. ¿Lo imagináis?. Confieso que sentí pánico. -"No, de ninguna manera, Profesor, no me siento capacitado para eso"- Pero yo le he elegido porque creo que es de los alumnos más capaces que tengo y unas cuantas alabanzas más que ahora no recuerdo.  - No, profesor, volví a responder. El que sí y yo que no. Al final terció y me dijo: "Piénselo durante esta semana y en la próxima volvemos a hablar".

Salí de su habitación muy perturbado. No me podía estar pasando aquello. Los pisos donde estaban los despachos de los profesores eran  corredores largos que circundaaban todo el cuadrángulo de lo que era el edificio central de la universidad. A un lado y al otro las puertas de los despachos   Eran largos y, en aquel momento, me pareció interminable la casi cuarta parte  de uno de ellos que habría de recorrer hasta llegar a la escalera principal. Despacio, muy despacio caminaba yo, que nunca subía las escaleras de una en una. "Soy un cobarde"; "qué me va a pasar a partir de ahora", "cómo me he atrevido a decirle que no". ¿ideas sin imágenes?... Al fondo del pasillo largo, muy largo, más allá de la escalera principal, habían un aula pequeña donde se impartían  seminarios especiales. No sé por qué no me atreví a bajar las escaleras. Me refugié, me escondí en aquel  pequeño rectángulo. Estaba solo y lo recuerdo todo oscuro. Cerré los ojos y me quedé pensando: ¿ideas sin imágenes?...  Como si hubiera tenido una iluminación, comencé a argumentarme y contra argumentarme, basándome en los conceptos morales que difícilmente tienen una representación icónica.  Pensaba en la doctrina tomista y las que la contradecía, oía mentalmente la respuesta a mi argumentación, que yo volvía a argumentar; de nuevo una respuesta ortodoxa y de  nuevo mi contrarréplica. Así hasta cinco turnos de ad majorem, y de ergos. Abrí la puerta del seminario, no bajé las escaleras sino que, en segundos, volví a repicar en la puertas del despacho de mi profesor Morandini. -¡Sí, acepto! La cara se le mudó, no podía haber cambiado de parecer en tan poco tiempo. - ¿Y cuáles  son sus argumentos?. Trabucándome, porque las palabras no se acompasaban con mis  ideas, le espeté el rosario de atquis y ergos. 

Mi argumentación era exactamente contraría a la defendida por mi profesor de ética, francés y  tuerto.  No es el momento de narrar el desarrollo del solemnísimo acto académico. Solo diré que al terminar se me acerca Morandini y, además de felicitarme, me pregunta si había visto la cara que ponía De Lanoise. ¡Cómo para ver caras estaba yo!. Aunque , en verdad, la dificultad la encuentro en preparar  la argumentación, son los momentos de duro trabajo mental. Realizado el esquema, la exposición suelo disfrutarla mucho. Aquella no fue una excepción. - Le ha hecho pensar con sus argumentos, me dice Morandini.

Y el tercero era mi  tuerto, profundo y claro  profesor de  ética, De Lanoise. Aunque haya parecido lo contrario, yo le tenía mucho respeto. Mis compañeros también. Me identificó, ya lo creo. Y también, como mi profesor de Psicología Racional, me pregunta por lo que yo había defendido en el solemne acto en el que él, a decir de Morndini, había cerrados sus ojos, (porque el tuerto también se cierra  cuando los tuertos cierran los ojos). Naturalmente le contesté lo que él quería oír: su doctrina.  Insistió con varias preguntas paralelas a mis argumentaciones en el día de Santo Tomás. Yo defendí siempre los argumentos de la ponencia.

Este relato, que aduzco como prueba, no debe terminar suponiendo que yo salía aliviado después de haber pasado por las preguntas que se me hicieron en las cuatro esquinas.  Sí, salía relajado porque había contestado a todo y, por fin, la hora fatídica, una hora entera fatídica, había terminado y con ella aquellos mis primeros estudios universitarios.  Al salir por la puerta y cegarme la luz que entraba por las ventanas del claustro me percaté de la silueta a contraluz de Morandini.  Me sorprendí, pues no era habitual. Me buscaba solamente a mí. A mis tres compañeros de horario no les esperaba nadie.

-Le ha tocado el Profesor De la Noise.-Sí -¿Qué le ha preguntado?.- Sobre la representación imaginada de las ideas - ¿Usted, qué le ha contestado? - Lo que expone en sus escritos.- ¿No defendió Ud. sus ideas?. - No -¡Sólo por esto merece Ud. una matrícula de honor. O bueno, ya que todo se decía en latín, "Summa cum Laude".

Era media tarde, una tarde calurosa, con un azul tan encendido que brillaba como blanco.  -¿Tiene algo que hacer?, me preguntó. -No, le respondí.  El jesuita me llevó a su habitación, yo a un  lado de la mesa y él en frente. -¿Fuma?- Algo.-No debemos hacerlo, me contesta. Abra el cajón que la  mesa que tiene de su lado.  Lo abrí y allí tenía unas cuantas cajetillas de tabaco.  Charlamos sobre mi futuro y me contó algunas cosas de su vida.  No volví a verlo.

Pues parece que mi visión de la metodología filosófica no era caricaturesca: había que elegir entre la doctrina de la ponencia o el suspenso.

Sinceramente, cuando me imaginé al filósofo levantándose a las seis de la mañana y escribir sistemáticamente todos los días, tenía en la imaginación la idea de  otro personaje, que a esas horas creaba su propia teoría pseudopsicoanalítica  y que tres o cuatro horas después imponía como dogma a sus discípulos descalificando sin pudor, incluso con nombres, a otros colegas que hacían una psicología experimental.

No tengo preocupación moral alguna porque mi docencia ayudara a mis comportamientos o que  aumentará mi autoeficacia para modificar mis conductas. No se trata de ninguna postura visionaria sin fundamento científico. La teoría cognitivo social  ha tenido siempre un compromiso con la experimentación, por algo nace de dos años de formación en los cursos de doctorado de Spence. Por eso pude escribir en su día  el artículo: Bandura, Voluntad científica.  Nada debe llevarse a la práctica si previamente a) no se ha demostrado  que funciona, b) cuál es el componente , de todos los que suelen utilizarse en una intervención, que más aporta  a esa intervención exitosa; c) cuál es el proceso psicológico que la explica. Estos fueron los tres principios programáticos que llevaron  a descubrir la autoeficacia como proceso  psicológico de toda terapia en contra de otros métodos más populares y difundidos que se mueven por tentativas.

Esto se ha alargado demasiado, y yo me he apartado de mi idea original: también la disonancia cognitiva es eficaz en la medida en que genera autoeficacia. Es un modo de persuadirse uno a sí mismo de que es capaz de dejar de fumar o permanecer fiel a una dieta saludable. Me emplazo a exponer esta nueva hipótesis de trabajo en el mes de octubre. Mientras tanto  seguiré con mi dieta equilibrada para bajar peso. Hace dos días, comprándome una chaqueta de invierno me llamaron gordo.- Te espero para dentro de dos meses, me dije para mis adentros.

lunes, 25 de agosto de 2014

¿INFLUYE LO QUE SE ENSEÑA SOBRE EL ENSEÑANTE?

 

No era la primera vez que me proponía dejar de fumar. Creo que la tercera. El penúltimo intento había durado cerca de un año. Más de los seis meses que, según los especialistas en tabaquismo, dura el estadio de la acción.   Según Prochaska y DiClemente me había instalado ya largamente en  el de mantenimiento.

Mientras esperábamos las interminables tres horas que los opositores, encerrados en la Biblioteca que el Consejo de Investigaciones tenía en la Calle del Jesús, emplearían en los ejercicios prácticos  de la oposición para la docencia universitaria, sus acompañantes nos reunimos en un bar cercano. Nada más iniciar la aburrida e interminable espera, alguien sacó un paquete de tabaco y  ofreció a los demás. "Llevo un año sin fumar", le respondí.  La mano quedó tendida, la solapa de la cajetilla abierta, las boquillas marrones  apuntándome. Sólo había que introducir la mano y coger un único pitillo. La  introduje. Aquella misma tarde consumí otros cuentos más.  Mi hábito de fumar se restableció.  A los pocos días, ya me fumaba tres cajetillas diarias.

A finales de 1977 me llegó un regalo inesperado. Bandura acababa de enviarme un artículo  publicado en otoño de 1976: Self-reinforcement: theoretical and methodological consideration. (Bandura, 1976). Hablaba de modificación de la conducta mediante los refuerzos que uno se aplica a sí mismo. Se trataba de conductismo, porque la conducta se explicaba por los refuerzos o gratificaciones seguidas a su ejecución. Aunque  había propuestas novedosas para mí. Hablar de conductismo generalmente era hablar de experimentos con animales cuyos resultados se transportaban  a la  persona. Algo esencial  para el conductismo era, por ejemplo, el tiempo (corto en desmesura) que debía transcurrir entre la ejecución y la  gratificación o el castigo. En el escrito de Bandura entendí que la asociación entre conducta y gratificación estaba en la mente, que elige qué conducta gratificar o castigar aunque hayan pasado incluso días. También aprendí que los refuerzos no son universales, sino  personales. No todos se mueven por comida o dinero, sino que cada cual tiene sus preferencias.

Como ejemplo   proponía el hábito de fumar. Quise probar si los refuerzos personales me ayudarían esta vez. Elegí el momento: el día siguiente; elegí la gratificación: lo que me gastaba diariamente en tabaco (36 pesetas); también el momento y lugar donde depositarlo: al acostarme,  introduciendo las monedas en un vaso de plata que Torrente Ballester había regalado a mi hija pequeña por su nacimiento; elegí un destino para ese dinero: un regalo para la persona que más quería.  Dejé la cajetilla de Mencey, que tenía empezada, sobre la mesa del salón. A su lado, un mechero de plata, regalo de la  época de noviazgo, que aún sigo echando de menos.

Era el 12 de febrero de 1978. Al acostarme deposité las  primeras monedas en el vaso. La plata me sonó distinta que otras veces. Al día siguiente también  las deposité. Y al otro, y al otro.  Cada   depósito me producía orgullo personal que me animaba a esperar el sonido la noche siguiente.   Las monedas dejaron de sonar cuando, a finales de marzo, nos trasladamos, por primera vez, a la Universidad de Stanford para un cuatrimestre. Allí  no había vaso de plata ni pesetas. Tampoco hubo  más pitillos en mi vida. Hasta hoy.

¿Qué fue lo que produjo en mí el cambio definitivo en el hábito del tabaquismo? ¿Estaba más motivado que otras veces? ¿Quería demostrarme que la Psicología que enseñaba era eficaz? Acaso, ¿el simple hecho de monitorizar mi conducta? ¿O el haberme propuesto metas de abstención absoluta en lugar de moderar mi consumo de tabaco? Más sencillamente, ¿había cambiado mi idea de que una adicción se puede modificar?

Con estas palabras iniciaba yo, hace año y medio, mi última intervención en un máster sobre comportamientos saludables en la Universidad de Sevilla.  Mientras lo preparaba, para demostrarles la potencia de la autoeficacia, me propuse adelgazar tres kilos que me sobraban. También lo conseguí.  Conclusión: si yo lo había conseguido ¿por qué otros lo lograrían?.

Pero hoy, dos años y medio después mi peso sobrepasa al que se mostraba  en la primera fecha de la gráfica de hace año y medio. ¿Es que me siento  menos eficaz ahora que antes? ¿Es que, como dice el refrán, una cosa es predicar y otra dar trigo?

Un médico de salud primaria me espetó esta pregunta cuando realizábamos un trabajo sobre la prevención del tabaquismo en las escuelas:

- ¿Qué harías tú para que un chaval de 12 años no se inicie en el tabaquismo?

- Que imparta una clase  convincente sobre los peligros del tabaco a sus compañeros del curso inferior.

El tema me parece lo sufrientemente interesante como para retomarlo en el próximo mes.

¿Tiene alguna explicación que ahora vuelva a retomar el tema mensual del blog?. Creo que sí. He reflexionado sobre el tema.