-¿Has buscado alguna
explicación alternativa a la del olvido de la norma en quienes la trasgreden?
-Ya,... no.
-Pero es
importante, para progresar intelectualmente, no aceptar a ciegas la explicación que se propone. Puede existir otro punto de vista. Acompáñame para
ver el primero que se les ocurrió a Shu y Gino.
En la vida existen experiencias,
especialmente infantiles, que dejan huella en la memoria y que, a fuerza de
repetirlas o recordarlas con asiduidad, forman parte del repertorio idiosincrásico que se llama
personalidad. Hermanos que fueron alabados o reprendidos por los mismos hechos
en el mismo momento y con las mismas palabras unos los olvidaron por completo y para otros fueron mojones
en su experiencia personal.
El recuerdo de unos hechos y el
olvido de otros explica la exagerada influencia concedida a las experiencias
infantiles. Es la razón por la que se cree que la personalidad se forja en la
infancia (si no hay quien piensa que es hereditaria): hay experiencias que
dejan huella y se rememoran, mientras que otras, tan importantes o traumáticas,
perdieron interés. Los padres, aunque lo crean, nunca educan a sus hijos de la
misma manera. Ni aunque hubieran clonado las experiencias vividas por todos sus
hijos. La personalidad no es algo fijo
sino fluido; no es pétrea, sino maleable. Las experiencias de la infancia no forjan la personalidad más que las adultas.
¿Por qué una experiencia infantil debe ser más determinante que una adulta?
Sólo la rememoración mental o factual forja la personalidad.
No puedo situar el momento en que
oí este refrán por primera vez. Sí recuerdo que reflexioné sobre él y que me lo
he repetido con frecuencia cuando mi obligación me exigía amonestar a algún
subordinado o amigo, o protestarle a un superior. Me parece inútil si no hay
receptividad o se interpreta como revancha.
Parece que la creencia de que los
"sermones morales" sirven de poco es de sentido universal, que no es
lo mismo que el sentido común. Parole, parole, parole". Tanto
que Shu
y Gino lo asumen como posible explicación de los
resultados de su primer experimento. Quienes
no recordaron las normal del código de honor tras haberlo trasgredido
pudo deberse a su falta de atención y, consecuentemente, a la imposibilidad de
rememorarlos.
Para desechar esta hipótesis del
olvido, ejecutan un nuevo experimento, con una muestra
semejante (pero distinta). Los cambios que realizan son los necesarios para
eliminar la explicación de la falta de atención. Sólo modifican dos condiciones:
primera, eligen dos códigos morales: el código de honor y los diez
mandamientos. Entregan un cuadernillo a los participantes y les piden que sigan
la lectura que el experimentador hace en voz alta. La segunda modificación consiste en hacer
dos pruebas de memoria: una antes de que los sujetos incumplan el código
de honor y la segunda después de haberlo violado. Con esta condición confirmarán que
el olvido, si se da, es debido realmente a su incumplimiento.
Todo lo demás permanece igual:
recibirán dos dólares por participar y pueden ganar hasta 10 si aciertan todas
las preguntas de los problemas matemáticos.
Recordemos un poco toda la
secuencia por la que pasan los participantes. Los sujetos, 123 estudiantes universitarios, son invitados a
participar en un estudio en el que han de realizar distintas tareas de
capacidad. Cuando llegan al laboratorio, se les entrega un libreto con dos contenidos
que leerán en voz baja mientras los escuchan leídos por el experimentador. Esta
vez los dos contenidos son semejantes en longitud y se refieren a normas de
comportamiento moral: el código de honor universitario y los diez mandamientos. Realizada la lectura,
pasan dos minutos en actividades de distracción (no dicen en qué consistieron,
pero generalmente son actividades de relleno con la disculpa de participar en
el experimento que está realizando otro profesor). Y ahora, después de estos
dos minutos, pasan una prueba de memoria sobre los dos códigos morales.
Seguidamente afrontan la resolución de los problemas matemáticos. Uno de los
grupos corregirá los resultados, los anotará en una hoja distinta y tirarán a
la papelera de reciclaje la plantilla de los problemas (son ellos los que anotarán el número de sus aciertos). El experimentador corrige y anota los resultados
del otro grupo, lo que les imposibilita mentir. Pero todos recibirán 0.50$ por cada
acierto. Entregados y contados los aciertos, cada uno recibe el dinero que le
corresponde. A continuación, emplean
otros dos minutos en tareas de relleno y, finalmente, se enfrentan de nuevo al
recuerdo de los preceptos del código de honor.
Me imagino que ya te habrás hecho
las siguientes preguntas:
1. ¿Recuerdan por igual todos los
sujetos los códigos morales antes de haber afrontado los problemas matemáticos?
La respuesta es sí. Todos los participantes de todos los grupos recuerdan por
igual los dos códigos antes de afrontar la prueba matemática.
2. ¿Hubo quienes, teniendo la
posibilidad de engañar en sus resultados, lo hicieron?. Sí. El 32 por ciento de
los integrados en el grupo experimental.
Como en el primer experimento.
3. ¿Un vez que han mentido,
recuerdan por igual los dos códigos en la segunda prueba de memoria?. No. Y, como en el experimento primero, se han constituido tres grupos: el de los que no
pudieron mentir porque el experimentador corrigió sus ejercicios; el de los que,
habiendo podido mentir, no lo hicieron y, finalmente, el 32% de los que
habiendo podido mentir lo hicieron. Los resultados, también como en el primer
experimento, muestran que los que mintieron recuerdan menos elementos del
código de honor que los que no mintieron. Los que no mintieron, bien porque lo
eligieron voluntariamente, bien porque les fue imposible, recuerdan por igual.
Además, y como en el primer experimento, se da la correlación entre
mengaño y olvido: quienes más mienten olvidan más.
En este segundo experimento
existe la posibilidad de realizar una comparación nueva entre los grupos: entre la primera
prueba de memoria y la segunda. Los que no mienten recuerdan lo mismo después
de haber realizado la prueba matemática que antes de haberla realizado. Es decir, sólo los que engañan se olvidan
del código moral.
Queda descartada la posibilidad
de que las lecturas de contenido moral cautivan menos la atención, y se
recuerden peor porque se grabaron peor. No cabe esta explicación.
Ha pasado un tiempo desde que escribiera el
tema anterior. Lo que no ha cambiado es la conducta de los nuevos casos de
corrupción política: todos siguen negando su culpabilidad, todos quieren ir a
demostrar su inocencia ante el juez y todos suelen salir imputados de esa
oportunidad de mostrar su honradez.
Quizás están convencidos de su
inocencia porque han olvidado el código penal que castiga sus conductas
indecentes. Pero lo que no es cierto es
que el código moral o penal no pesara sobre sus conciencias en el momento de
tramar y ejecutar sus tropelías. Por eso deben recibir su castigo judicial y
social.
Pero ¿cabe aún otra explicación?. Continuará.
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