Estábamos ya sentados cada uno en
nuestros pupitres esperando las preguntas del examen de sociología. El
profesor, que venía de formarse y
enseñar en una universidad de Hamburgo, nos entrega las preguntas. Dispuestos a escribir, nos interrumpe:
-En la universidad en la que enseño los alumnos no copian, no hacen
competencia desleal a sus compañeros. Espero que ustedes hagan lo mismo. Les
dejo solos. Cuando finalicen ponga sus respuestas sobre la mesa. Volveré a
recogerlas.
Y de verdad, nos dejó solos. Nos
miramos incrédulos. Momento de incertidumbre. Fue corto. Alguien
salió a buscar sus apuntes y su libro de texto. A partir de ahí, como en los
experimentos de la desindividuación, todos sacamos nuestros apuntes.
Años más tarde perfeccionaba mis
estudios en la Universidad Gregoriana de Roma. Estaba prohibido copiar ¡No faltaba más!. Pero
también estaba prohibido hablar desde el momento de entrar en el aula. Para recordar la norma, se había escrito en el
encerado. Pensábamos que la prohibición era efectiva a partir del momento en que
se estregaran las preguntas. Pero no era así. En cada una de las cuatro esquinas
del aula había un vigilante. Ninguno profesor conocido en la
universidad. Su función, pues, era únicamente vigilar. Y lo hacían como
autómatas. Entrabamos, si mal no recuerdo, al examen de Psicología Evolutiva, que impartía
un profesor francés, el que consideraba que ningún alumno se merecía más de un
8 (¡Chovinista!). Ingresábamos ordenadamente. Antes de habernos sentado, oímos una voz autoritaria:
Habían incumplido la norma de no
hablar una vez traspasada la puerta del aula. No valieron explicaciones, ni
escusas, ni ruegos. Todas rebotaban en una cara de hormigón. Ante cualquier queja o
súplica, sin pronunciar palabra, señalaba, con su índice acusador, la norma
escrita en el encerado. ¡Todo el trabajo
de una año echado a perder por hablar antes de conocer las preguntas!
Más tarde, en la Universidad de
Stanford, experimenté cómo los estudiantes cumplían el código de
honor universitario, en el que pueden
leerse afirmaciones como: cualquier clase
de conducta deshonrosa agrede a toda la
comunidad.... El código de honor se basa en la confianza, la integridad
académica y el honor.... no tener ventaja injusta sobre otros estudiantes mediante malas conductas
académicas... la clase de conducta deshonrosa es una violación profunda de la confianza
de toda la comunidad académica. Cuando concreta, llega a
prohibir: copiar sin citar, recibir
colaboración escrita o hablada de otros
en los trabajos académicos, etc. "El
estudiante debe firmar el Código de
Honor antes de formar parte de la
Comunidad Universitaria". Y en
Stanford, de nuevo, la norma es no vigilar los exámenes. Pero si se
quebranta el código de honor, uno se inhabilita de por vida.
Dos culturas diferentes. La
misma diferencia que se observa en la política. En España es impensable que
alguien tenga que dejar un Ministerio por haber copiado, hace 30 años, parte de
su tesis doctoral o por pedir a su chofer oficial que lleve una escalera a casa
de su hija, o por zarandajas semejantes.
- Eugenio, vas a comenzar una
denuncia de la corrupción ?
-No, porque ha llegado el momento de que tampoco me fío de las denuncias
mismas. Si me apuras, ni de las sentencias judiciales. Porque ¿quién
filtra la declaraciones, los documentos, las grabaciones secretas?
¿Y crees que se filtran gratis?.
-¡No, hombre! ¡La justicia es el último refugio de la honestidad! Si
desconfiamos de ella no se podría vivir en sociedad. Es tan necesaria que
algunas creencias religiosas se inventaron el juicio final, cuando asistiremos
al striptease individual de cuerpo y, sobre todo, del alma, para reparar la injusticia que no se sanciona en la tierra.
-Entonces ¿de qué va esto?
-De una muy reciente e interesante investigación psicológica realizada
y publicada por dos profesores de Harvard: Lisa Shu y Frances Gino, que tiene
el sugerente título de: "barrer la inmoralidad
de debajo de la alfombra".
De norte a sur, de este a oeste,
día sí y el siguiente segundas entregas. Yo no, pero tú más. La corrupción
empapa el ámbito de las comunicaciones. Unos periódicos no dan credibilidad al competidor
que la pública. En las tertulias políticas, basta con ver a los
"diletantes", (siempre los mismo y siempre en todas partes y siempre
con las mismas palabras), para anticipar lo que van a decir. Podrían exponerse sus retratos y seguir sus
sesudos análisis coordinando
adecuadamente reproductores previamente sincronizados. ¡Ya aburren!. Falta
objetividad de análisis en los medios de comunicación. También molestan las
posturas extremas que se difunden por la red. ¿Es que no puede haber un poco de
sensatez y no descalificar lass ideas o poropuestas solamente porque no están presentadas por los míos? ¡Y qué es ser
de los míos! ¿Es que todo decisión tiene que ser rematadamente errónea o
perfectamente adecuada?
Lo que llama la atención a los
investigadores de Harvard es la unanimidad de todos los llamados a declarar por
indicios de corrupción: todos niegan haber cometido falta y desean llegar a
juicio para demostrar su honorabilidad y la rectitud de sus conductas. Hasta se
apartan "voluntariamente" de
sus cargos para dedicarse a defenderlas.
Los investigadores de Harvard les
dan la razón: no son cínicos, ni mienten. Sencillamente, se han
olvidado de la norma moral que quebrantaron por lo que afirman no haberla infringido.
Sí, dicen la verdad cuando se consideran inocentes de haber quebrantado una
norma que sus conciencias lanzaron a las
tinieblas de lo inescrutable por la consciencia.
Por lo que se refiere a la acción
inmoral, la psicología sabía mucho de justificaciones de la conducta deshonrosa.
De esta manera, se consiguió, por ejemplo, que personas anticastristas, tras pedirles que
prepararan y expusieran en público argumentos a favor de Castro, modificaron
sus actitudes. Si le regalas un ramo de rosas rojas a una persona que
te parece fea, terminarás viéndola atractiva, porque ¿qué sentido tiene que le
regales rosas rojas?. ¡Mama mia!. Si
ésta se ha casado, todo el mundo puede casarse. Gritaba una vieja en la Piazza
Navona viendo salir a una novia de la iglesia de Santa Inés. Buena expresión de
la disonancia cognitiva.
En la teoría sociocognitiva
hablamos mucho de mecanismos de
desvinculación moral, que convierten el acto inmoral en moral:
por defender valores , por ignorar las consecuencias de los actos o
porque, al fin de cuentas, cada uno debe tener lo que se merece.
Los investigadores de Harvard dan
un paso más: cometida una inmoralidad, se manda al olvido la norma, por lo que
ya no protege la conducta. Sí, los inmorales olvidan las normas que, ahora, seguirán
desobedeciendo sin necesidad de buscarse justificaciones.
La primera hipótesis de Shu y Gino es sencilla: ¿Olvidan las personas las normas morales que quebrantan?. En el primero de los cuatro experimentos de esta investigación, dicen a los estudiantes que han de escuchar, al
mismo tiempo que ellos siguen en sus folletos, la lectura dos textos. Un escrito se refiere al código de honor universitario, mencionado más arriba. El otro, contine
las normas o código de circulación del
Estado de Massachusetts. Deben estar atentos, se les subraya, porque, después de la siguiente tarea, tendrán
que recordarlos.
En la tarea siguiente se enfrentan a 20 matrices en las que han de
encontrar dos números que sumen 10. Cada matriz sólo tiene una respuesta correcta. Por cada
acierto recibirán cincuenta céntimos de dólar. 10$ quien resuelva las 20
matrices. Para apuntar el resultado final de sus aciertos se les entrega otra hoja, en la que se pone un ejemplo ya
resuelto, además de pedirles datos como edad, sexo, estudio, fecha, etc. El
tiempo que se les concede es insuficiente para resolver los problemas. Nadie
puede terminarlos.
Ahora aparece el truco
experimental. Los participantes han sido divididos, por azar, en dos grupos. Llamemos al primero grupo experimental y al segundo grupo control. Los participantes del grupo experimental hace sus
ejercicios, ellos mismos anotan sus aciertos, ellos mismos se administran el
dinero que se les entrega en un sobre y ellos mismos tiran a la caja de
reciclaje, (de triturado de papel) la plantilla del test (no la trituran) y
colocan la hoja de respuestas y el dinero sobrante en una caja ubicada sobre la
mesa del profesor. El grupo control hace los mismo a excepción de que es el
experimentador quien cuenta sus aciertos
y les entrega el dinero que les corresponde.
-Me imagino que habrás entendido que cada grupo trabaja en dos lugares o
momentos distintos. Levantaría sospechas que a participantes de la misma
hornada, del mismo aula, les corrigiera sus resultados el experimentador y a otros no.
Mientras que los del grupo
control no pueden hacer trampa, los del grupo experimental sí, porque son ellos
los que corrigen sus aciertos y se auto administran los dineros, y, para más oportunidad,
la hoja que tiran a la papelera no tiene su nombre, ni identificación alguna.
Nadie nunca podrá decir si han sido honrados o inmorales. ¿Verdad?.
-Pues, entonces, ¿cómo se sabe que han infringido el código de honor
universitario? Porque ahí reside la esencia de la investigación.
-Porque los dos papeles que manejan los participantes en el grupo
control tienen trampa.
El ejemplo que se presenta en la hoja en que han de anotar sus acieertos tiene un número singular
para cada uno de los sujetos y existe una matriz con ese mismo número en la
hoja de respuestas. Una vez que los alumnos se marchan con su dinerito en el
bolsillo, se emparejan las dos hojas y puede saberse cuántos han quebrantado el
código de honor y en qué medida.
-Espera un poco para conocer los resultados. ¿Verdad que intriga?. Pero
es que nos queda por explicar la última parte del estudio, la de la memoria de
los textos leídos al inicio de la sesión experimental.
Finalizada la prueba de las
matrices, se les pasa un cuestionario en el que tienen que recordar mandatos
concretos tanto del código de circulación del Estado de Massachusetts como del
código de honor universitario.
Ya hemos acabado: han escuchado
las lecturas , han realizado la prueba de capacidad numérica, han recibido
su dinero y han hecho el ejercicio de memoria.
Ya lo he dicho: los sujetos del
grupo control no han podido mentir, porque es el experimentador el que ha
corregido y entregado el dinero. Sólo los del grupo experimental lo podían hacer.
Y el 32 por ciento de los sujetos del grupo experimental falsificaron sus
resultados. Ninguno lo hizo equivocándose de menos. Hubo alguno que se
gratificó por once respuestas incorrectas; la mayoría falsificaron entre dos y
cinco.
Repasemos la hipótesis: quienes
quebrantan una norma moral se olvidan de ella.
Esto se demuestra en la prueba de
memoria.
-Perdona, sé que esto es un poco lioso, pero también lo son las
películas de intriga y seguimos cada detalle para no perder la trama.
Tenemos ahora, al final del
experimento, tres grupos de participantes. En el primero, entran todos los que
el azar destinó al grupo control. Dentro del grupo experimental, hay ahora dos
grupos: los que engañaron y los que no engañaron. ¿Y qué pasó con los
recuerdos?. A eso vamos.
Los del grupo control recuerdan
por igual los contenidos de las dos lecturas. Los del grupo experimental que no
mintieron, también recuerdan por igual el contenido de las dos lecturas. Los del grupo experimental que mintieron,
recordaron igual que los dos grupos anteriores los contenidos referentes al
Código de Circulación de Massachusetts, pero
recuerdan significativamente menos que los otros dos grupos los
contenidos del código de honor universitario. Para mayor prueba, se demuestra que existe una correlación entre
el número de delitos cometidos y el empeoramiento de la memoria: a más delitos
menos memoria del código ético.
La conclusión es clara: se
olvidan las normas que se quebrantan y no las que no se quebrantan.
Luego es verdad. Ya no puede
extrañarnos que todos los defraudadores pillados por la justicia declaren públicamente su honradez. No
mienten cuando dicen que la justicia les restablecerá su honor. Sencillamente
han olvidado que existen tales normas.
Lo que no demuestra el
experimento es que en el momento de ejecutan el acto delictivo no sean consciente de
ello. Al contrario.
-¡Puf! ¡Llevo ya cuatro páginas escritas! Esto es demasiado para un tema
de mi blog. Si estuviera en clase...Continuará.
¿Cómo continuarías tú? ¿Te
convence? ¿Por qué?.
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