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domingo, 28 de abril de 2013

TODO QUISQUE ES INMORAL. YO SÍ Y ¿TÚ?



Ayer, tras  varios días despejados, de sol radiante y sobras  escuadradas, apareció nublado.  Las nubes son aliadas del fotógrafo. Por la tarde, me eché a la espalda mi cámara y el trípode. Estoy haciendo un  proyecto  fotográfico sobre Pozuelo de Alarcón, donde ahora habito. A quien lo visita  tanto como a quien mora años en él como tránsito para sus responsabilidad en Madrid, puede considerarlo falto de interés. Pozuelo conserva muy poco de su pasado, cuando tampoco fue abundante. En su casco antiguo, mejor no entrar. Uno se introduce en un laberinto de calles desordenadas e intrascendentes de donde resulta casi imposible salir sin la asistencia del navegador. A sus afueras, abundan las urbanizaciones, alejadas unas de otras, con excelentes vías de comunicación hacia Madrid, pero desconocidas las unas de las otras. En Pozuelo no existe el orgullo de "patria chica". Tengo la impresión de que la mayoría de quienes lo sostienen con sus tasas ignoran cuál es su gentilicio.

El lunes pasado, en una de mis excursiones fotográficas por el centro, por donde he comenzado mi proyecto, terminé en las tenerías, que dieron trabajo  hasta finales de los setenta. Me extrañé porque allí comenzaba un Pozuelo abandonado, silvestres, abundante en  maleza. Ni siquiera la antigua Poza, que le presta el topónimo, se libra de la desidia.  Jesús Batris, pozuelero desde hace 43 años, ha decidido cultivar un pequeño jardín en la calle,  frente a su casa, en torno a unas coníferas. Evita así que la gente lave allí sus coches. Charlamos, le digo que me permita fotografiarle y accede. Mientras conversamos, echo una mira a los alrededores: "por aquí tiene que haber algo interesante que fotografiar, distinto del enorme esfuerzo urbanístico de la Plaza del Padre Vallet y la del Ayuntamiento". Para mi regocijo  veo, en lo alto de una  colina muy cercana, dos torres de ladrillo intentando unirse por un arco ahora derruido. Pensé que fuera algún  Torreón medieval, restos de castillo o muralla. Como en Castilla.  Jesús me explica que es la entrada a La Huerta Grande. Durante la Guerra Civil cayó una bomba en el arco y así ha quedado hasta hoy. Hago propósito de dedicarle una tanda de fotografías. 

Ayer  cumplí mi propósito. Decepción total. El camino que conduce a ellas es corto, ahogado por la maleza y los deshechos depositados en aquel culo de saco: hierbajos crecidos con las abundantes y recientes lluvias pretenden cubrir cascotes, botellas, alfombras y muchos parachoques y capós de vehículos.  Para mi mal, una  poste de hormigón, que soporta una línea  eléctrica,   está adosado a una de las torres. Un amago de sendero rodeando la columna a mi derecha,  me tienta a introducirme en la finca privada y enmarcar, desde  el otro lado, una visión panorámica del pueblo. Lo intenté, pero me topé con una tapia de mortero y ladrillo de dos metros. Volví al muladar y pensé cómo sacarle provecho.

De vuelta al coche, al introducir la cámara y el trípode en el maletero, me encontré con una caja de caramelos. Cogí dos. Me quedé con sus envolturas en la mano. Intenté colocarlas en el portaobjetos de la puerta hasta encontrar un lugar adecuado para depositarlos. Pero, miré los envoltorios, miré la basura y, quebrantando la norma y mi norma, los deposite junto a la demás basura. "¡Qué son dos envoltorios de caramelos en comparación con toda la  suciedad que se acumula aquí!". Así, conscientemente, lo justifiqué y lo hice.

En menos de quince minutos había quebrantado varias normas legales: entrar en una propiedad privada, (lo hubiera hecho), arrojé basura al suelo muy conscientemente y, por inadvertencia, me había saltado una prohibición de tráfico.

Bandura, en sus últimas exposiciones sobre la desvinculación moral, suele citar el libro de  Thomas Gabor (1994): Everybody Does It  en el que demuestra que  todo el  mundo quebranta la norma. La sinopsis del libro menciona los delitos de mentir, defraudar, evasión de impuestos, agresiones sexuales, estafas en los negocios, delincuencia política, delitos contra el medio ambiente,  delitos tecnológicos, etc. Sus justificaciones no se diferencian de las exhibidas por los delincuentes sentenciados. Para ilustrarse sobre la infracción del código de honor  escolar puede  visitarse el siguiente y revelador reportaje del San Francisco Chronicle, publicado el 7 de septiembre de 2007 http://www.sfgate.com/education/article/Everybody-Does-It-2523376.php#page-6.

En os dos temas anteriores iniciaba la exposición de las investigaciones de Shu y Gino que demostraban cómo  las normas legales o éticas, cuando se quebrantan, se destierran al olvido.

- Eugenio, no todo el que esté leyendo ésto ha leído o recuerda lo que explicaste en los  tema anteriores.

- Pues, deberé retomar mis habilidades docentes para poner en contexto al lector.

La hipótesis de Shu y Gino afirma que, cuando alguien quebranta una ley moral o ética, se olvida de la norma quebrantada.

 En el primer experimento, las personas que transgreden el código de honor académico norteamericano o anglosajón, (no copiar en los exámenes o no plagiar, entre otras conductas), olvidan sus preceptos. Pero no olvidan las normas de tráfico. Los que no quebrantan el código de honor recuerdan sus  preceptos en mayor medida.

Durante el segundo experimento, se dedican dos momentos  iniciales a recordar el código de honor y los diez mandamientos. Todos  los participantes recuerdan por igual el código y los diez mandamiento antes de que nadie haya podido infringirlos.  Luego, unos trasgreden el código de honor y otros no. Cuando, al final de la situación experimental,  tienen que recordar de nuevo las lecturas iniciales, todos recuerdan por igual los diez mandamientos, pero sólo los que no han quebrantado el código de honor (por voluntad propia o por imposibilidad de hacerlo) lo recuerdan como la primera vez. Los que lo han transgredido recuerdan los contenidos de los diez mandamientos y olvidan significativamente las normas del código de honor. Está claro: olvidan la norma trasgredida.

La la causa aparente de esta conducta delictiva es el lucro material: falsificando los resultados de la actividad intelectual, consiguen más dinero. A más aciertos más dólares. ¿Qué pasaría si se les ofreciese un dinero adicional por recordar los principios del código de honor al finalizar el estudio?. ¿El deseo de ganar dinero les devolvería la memoria?  Además, en los dos experimentos anteriores, son los sujetos los que eligen quebrantarlo ¿qué pasaría si fuera el experimentador quien controlase la infracción de  los "alumnos"?. Responder a estas dos preguntas constituye la esencia de su tercer experimento.

- Como puedes ver, las investigaciones psicológicas hilan muy fino.

En la investigación de la conducta delictiva existe ya mucha literatura sobre el quebrantamiento de normas, la ejecución de conductas inhumanas. Esto sucede más significativamente cuando se infringe la norma por omisión de la conducta exigida. El ejemplo de los accidentes de coche o el conocimiento del maltrato dentro del seno de una familia serían buenos ejemplo.  El delito está en no denunciarlos, en no hacer nada. La gente tiende a "no meterse en líos". Se  pasar de largo.

Dinero y situación propicia a la conducta deshonrosa, son las variables de este tercer estudio. Veámoslo con cierto detalle.

Todo es semejante a los dos  experimentos anteriores. La secuencia  temporal es la siguiente: lectura y comprensión del  código de honor con la advertencia de que posteriormente se les pedirá que lo recuerden. Unos minutos de tareas de entretenimiento. Seguidamente, realizan una prueba de capacidad mental, que no es otra que un muy conocido test de inteligencia.  Como en lo experimentos anteriores, por cada acierto recibirán una recompensa monetaria. Pero en esta tercera situación, el trabajo lo van a realizar en el ordenador y no  sobre papel. Los problemas aparecen en la pantalla durante 20 segundos, que, transcurrido, aparece el siguiente ítem.  Esta modalidad  de presentación de la prueba de capacidad es aprovechada por los experimentadores para dividir, al azar, a los participantes. A uno de los grupos no se les dice nada. Al segundo se les comunica que, a última hora, ha surgido un problema informático imprevisible e irreparable: si antes de los cinco segundos no pulsan la barra espaciadora  del teclado, aparecerá la respuesta correcta  en la pantalla; les ruegan que sean honrados y no permitan que aparezca la respuesta. Si no cumplen con este ruego nadie podrá saberlo, dado el fallo informático.

-Espero que hayas adivinado que esto era un engaño. El ordenador registraba todas las veces que los participantes se dejaban ayudar por la pantalla.

 Al terminar la prueba de capacidad, verán sus resultados y serán recompensados según el número de aciertos.  Se les presenta, a continuación, un cuestionario de autoeficacia y otro sobre su estado de ánimo actual: positivo o negativo. Llega el final: es la hora de recordar los contenidos del código de honor leído al inicio. Pero, también es el momento en el que los experimentadores introducen la variable monetaria:    a la mitad de los participantes se les comunica ahora que, por cada recuerdo  correcto, recibirán una cantidad de dinero adicional. A la otra mitad no se les promete recompensa por sus recuerdos.

Los resultados confirman que son los experimentadores los que han colocado a los sujetos en un contexto en el que todos incumplen el código de honor, no lo han elegido ellos tan libremente como se piensan. Esto se demuestra porque todos, dejaron de presionar la barra espaciadora en alguna de las preguntas. Todos menos uno.

¿Qué pasa a la hora de recordar las normas académicas de no "hacer trampa"?. Pues, en primer lugar, que los que no tuvieron la oportunidad trampear recuerdan en mayor medida que los que hicieron trampa "obligados" por el experimentador (?) (en realidad son ellos los que toman la decisión y, por lo mismo, los culpables).

Parecía que la razón para incumplir el código de honor radicaba en el dinero que obtenían al falsificar sus datos. En este estudio se les ofrece a todos la posibilidad de aumentar esa cantidad  cuanto mayor sea la medida de sus recuerdos del código ético.  Pues, tampoco este estímulo les hace recordar  la norma a los que la han infringido. Pero sí es estímulo para los que nos la infringieron: recuerdan más los que se comportaron honradamente y sus recuerdos eran recompensados.

Es difícil no estar de acuerdo con la hipótesis de Shu y Gino: quienes quebrantan las normas morales echan en olvido los códigos éticos.  Luego mi afirmación de que roban pero no engañan, parce correcta, aplicad a los políticos, jueces o funcionarios corruptos.

-No te pases de listo. Esta traslación a los políticos corruptos tampoco es mía, sino de los autores.

"La falta de honradez puede causar graves daños a las relaciones personales, a las organizaciones y a la sociedad en general. En casos extremos, personas deshonestas, como Bernie Madof, causan ruina espectacular a gente e instituciones inocentes" . En el momento de ejecutar la acción nos buscamos muchas justificaciones con el fin de mantener la integridad moral.  "Los resultados de esta investigación sugieren que las creencias y las acciones tienen un tercer cooperante: la memoria. Hemos encontrado que las conductas honradas y  las tramposas tienen consecuencia asimétricas en la memoria (p.1173).

Tenía pensada un presentación de est tema de manera más científica. Mi conducta de echar basura donde otros se habían adelantado con creces me hizo pensar en que todos quebrantamos las normas éticas y morales. ¿Tú no?. Yo sí.

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