Ayer, tras varios días despejados, de sol radiante y
sobras escuadradas, apareció
nublado. Las nubes son aliadas del fotógrafo.
Por la tarde, me eché a la espalda mi cámara y el trípode. Estoy haciendo
un proyecto fotográfico sobre Pozuelo de Alarcón, donde
ahora habito. A quien lo visita tanto
como a quien mora años en él como tránsito para sus responsabilidad en Madrid,
puede considerarlo falto de interés. Pozuelo conserva muy poco de su pasado,
cuando tampoco fue abundante. En su casco antiguo, mejor no entrar. Uno se introduce
en un laberinto de calles desordenadas e intrascendentes de donde resulta casi
imposible salir sin la asistencia del navegador. A sus afueras, abundan las
urbanizaciones, alejadas unas de otras, con excelentes vías de comunicación
hacia Madrid, pero desconocidas las unas de las otras. En Pozuelo no existe el
orgullo de "patria chica". Tengo la impresión de que la mayoría de
quienes lo sostienen con sus tasas ignoran cuál es su gentilicio.
El lunes pasado, en una de mis
excursiones fotográficas por el centro, por donde he comenzado mi proyecto,
terminé en las tenerías, que dieron trabajo hasta finales de los setenta. Me extrañé
porque allí comenzaba un Pozuelo abandonado, silvestres, abundante en maleza. Ni siquiera la antigua Poza, que le presta
el topónimo, se libra de la desidia.
Jesús Batris, pozuelero desde hace 43 años, ha decidido cultivar un
pequeño jardín en la calle, frente a su
casa, en torno a unas coníferas. Evita así que la gente lave allí sus coches.
Charlamos, le digo que me permita fotografiarle y accede. Mientras conversamos,
echo una mira a los alrededores: "por aquí tiene que haber algo
interesante que fotografiar, distinto del enorme esfuerzo urbanístico de la
Plaza del Padre Vallet y la del Ayuntamiento". Para mi regocijo veo, en lo alto de una colina muy cercana, dos torres de ladrillo
intentando unirse por un arco ahora derruido. Pensé que fuera algún Torreón medieval, restos de castillo o muralla.
Como en Castilla. Jesús me explica que es
la entrada a La Huerta Grande. Durante la Guerra Civil cayó una bomba en el
arco y así ha quedado hasta hoy. Hago propósito de dedicarle una tanda de
fotografías.
Ayer cumplí mi propósito. Decepción total. El
camino que conduce a ellas es corto, ahogado por la maleza y los deshechos
depositados en aquel culo de saco: hierbajos crecidos con las abundantes y
recientes lluvias pretenden cubrir cascotes, botellas, alfombras y muchos
parachoques y capós de vehículos. Para
mi mal, una poste de hormigón, que
soporta una línea eléctrica, está adosado
a una de las torres. Un amago de sendero rodeando la columna a mi derecha, me tienta a introducirme en la finca privada y
enmarcar, desde el otro lado, una visión
panorámica del pueblo. Lo intenté, pero me topé con una tapia de mortero y ladrillo
de dos metros. Volví al muladar y pensé cómo sacarle provecho.
De vuelta al coche, al introducir
la cámara y el trípode en el maletero, me encontré con una caja de caramelos.
Cogí dos. Me quedé con sus envolturas en la mano. Intenté colocarlas en el
portaobjetos de la puerta hasta encontrar un lugar adecuado para depositarlos.
Pero, miré los envoltorios, miré la basura y, quebrantando la norma y mi norma,
los deposite junto a la demás basura. "¡Qué son dos envoltorios de
caramelos en comparación con toda la
suciedad que se acumula aquí!". Así, conscientemente, lo justifiqué
y lo hice.
En menos de quince minutos había
quebrantado varias normas legales: entrar en una propiedad privada, (lo hubiera
hecho), arrojé basura al suelo muy conscientemente y, por inadvertencia, me
había saltado una prohibición de tráfico.
Bandura, en sus últimas
exposiciones sobre la desvinculación moral, suele citar el libro de Thomas Gabor (1994): Everybody Does It en el que demuestra
que todo el mundo quebranta la norma. La sinopsis del
libro menciona los delitos de mentir, defraudar, evasión de impuestos,
agresiones sexuales, estafas en los negocios, delincuencia política, delitos
contra el medio ambiente, delitos
tecnológicos, etc. Sus justificaciones no se diferencian de las exhibidas por
los delincuentes sentenciados. Para ilustrarse sobre la infracción del código
de honor escolar puede visitarse el siguiente y revelador reportaje
del San Francisco Chronicle,
publicado el 7 de septiembre de 2007 http://www.sfgate.com/education/article/Everybody-Does-It-2523376.php#page-6.
En os dos temas anteriores iniciaba
la exposición de las investigaciones de Shu
y Gino que demostraban cómo las
normas legales o éticas, cuando se quebrantan, se destierran al olvido.
- Eugenio, no todo el que esté leyendo ésto ha leído o recuerda lo que
explicaste en los tema anteriores.
- Pues, deberé retomar mis habilidades docentes para poner en contexto
al lector.
La hipótesis de Shu y Gino afirma que, cuando alguien
quebranta una ley moral o ética, se
olvida de la norma quebrantada.
En el primer experimento, las personas que
transgreden el código de honor académico norteamericano o anglosajón, (no
copiar en los exámenes o no plagiar, entre otras conductas), olvidan sus preceptos.
Pero no olvidan las normas de tráfico. Los que no quebrantan el código de honor
recuerdan sus preceptos en mayor medida.
Durante el segundo experimento,
se dedican dos momentos iniciales a
recordar el código de honor y los diez mandamientos. Todos los participantes recuerdan por igual el
código y los diez mandamiento antes de que nadie haya podido infringirlos. Luego, unos trasgreden el código de honor y otros
no. Cuando, al final de la situación experimental, tienen que recordar de nuevo las lecturas
iniciales, todos recuerdan por igual los diez mandamientos, pero sólo los que
no han quebrantado el código de honor (por voluntad propia o por imposibilidad
de hacerlo) lo recuerdan como la primera vez. Los que lo han transgredido
recuerdan los contenidos de los diez mandamientos y olvidan significativamente
las normas del código de honor. Está claro: olvidan la norma trasgredida.
La la causa aparente de esta
conducta delictiva es el lucro material: falsificando los resultados de la
actividad intelectual, consiguen más
dinero. A más aciertos más dólares. ¿Qué pasaría si se les ofreciese un
dinero adicional por recordar los principios del código de honor al finalizar
el estudio?. ¿El deseo de ganar dinero les devolvería la memoria? Además, en los dos experimentos anteriores,
son los sujetos los que eligen quebrantarlo ¿qué pasaría si fuera el
experimentador quien controlase la infracción de los "alumnos"?. Responder a estas
dos preguntas constituye la esencia de su tercer experimento.
- Como puedes ver, las investigaciones psicológicas hilan muy fino.
En la investigación de la
conducta delictiva existe ya mucha literatura sobre el quebrantamiento de
normas, la ejecución de conductas inhumanas. Esto sucede más significativamente
cuando se infringe la norma por omisión
de la conducta exigida. El ejemplo de los accidentes de coche o el
conocimiento del maltrato dentro del seno de una familia serían buenos ejemplo.
El delito está en no denunciarlos, en no
hacer nada. La gente tiende a "no meterse en líos". Se pasar de largo.
Dinero y situación propicia a la
conducta deshonrosa, son las variables de este tercer estudio. Veámoslo con
cierto detalle.
Todo es semejante a los dos experimentos anteriores. La secuencia temporal es la siguiente: lectura y
comprensión del código de honor con la
advertencia de que posteriormente se les pedirá que lo recuerden. Unos minutos
de tareas de entretenimiento. Seguidamente, realizan una prueba de capacidad
mental, que no es otra que un muy conocido test de inteligencia. Como en lo experimentos anteriores, por cada
acierto recibirán una recompensa monetaria. Pero en esta tercera situación, el
trabajo lo van a realizar en el ordenador y no
sobre papel. Los problemas aparecen en la pantalla durante 20 segundos, que,
transcurrido, aparece el siguiente ítem. Esta modalidad de presentación de la prueba de capacidad es
aprovechada por los experimentadores para dividir, al azar, a los
participantes. A uno de los grupos no se les dice nada. Al segundo se les
comunica que, a última hora, ha surgido un problema informático imprevisible e irreparable:
si antes de los cinco segundos no pulsan la barra espaciadora del teclado, aparecerá la respuesta
correcta en la pantalla; les ruegan que
sean honrados y no permitan que aparezca la respuesta. Si no cumplen con este
ruego nadie podrá saberlo, dado el fallo informático.
-Espero que hayas adivinado que esto era un engaño. El ordenador
registraba todas las veces que los participantes se dejaban ayudar por la
pantalla.
Al terminar la prueba de capacidad, verán sus
resultados y serán recompensados según el número de aciertos. Se les presenta, a continuación, un
cuestionario de autoeficacia y otro
sobre su estado de ánimo actual: positivo o negativo. Llega el final: es la
hora de recordar los contenidos del código de honor leído al inicio. Pero,
también es el momento en el que los experimentadores introducen la variable
monetaria: a la mitad de los participantes se les
comunica ahora que, por cada recuerdo correcto, recibirán una cantidad de dinero
adicional. A la otra mitad no se les promete recompensa por sus recuerdos.
Los resultados confirman que son
los experimentadores los que han colocado a los sujetos en un contexto en el
que todos incumplen el código de honor, no lo han elegido ellos tan libremente
como se piensan. Esto se demuestra porque todos, dejaron de presionar la barra
espaciadora en alguna de las preguntas. Todos menos uno.
¿Qué pasa a la hora de recordar
las normas académicas de no "hacer trampa"?. Pues, en primer lugar,
que los que no tuvieron la oportunidad trampear recuerdan en mayor medida que
los que hicieron trampa "obligados" por el experimentador (?) (en
realidad son ellos los que toman la decisión y, por lo mismo, los culpables).
Parecía que la razón para incumplir
el código de honor radicaba en el dinero que obtenían al falsificar sus datos.
En este estudio se les ofrece a todos la posibilidad de aumentar esa cantidad cuanto mayor sea la medida de sus recuerdos del
código ético. Pues, tampoco este
estímulo les hace recordar la norma a
los que la han infringido. Pero sí es estímulo para los que nos la infringieron:
recuerdan más los que se comportaron honradamente y sus recuerdos eran
recompensados.
Es difícil no estar de acuerdo
con la hipótesis de Shu y Gino:
quienes quebrantan las normas morales echan en olvido los códigos éticos. Luego mi afirmación de que roban pero no
engañan, parce correcta, aplicad a los políticos, jueces o funcionarios
corruptos.
-No te pases de listo. Esta traslación a los políticos corruptos tampoco
es mía, sino de los autores.
"La falta de honradez puede causar graves daños a las relaciones
personales, a las organizaciones y a la sociedad en general. En casos extremos,
personas deshonestas, como Bernie Madof, causan ruina espectacular a gente e
instituciones inocentes" . En el momento de ejecutar la acción nos
buscamos muchas justificaciones con el fin de mantener la integridad
moral. "Los resultados de esta investigación sugieren que las creencias y las
acciones tienen un tercer cooperante: la memoria. Hemos encontrado que las
conductas honradas y las tramposas
tienen consecuencia asimétricas en la memoria (p.1173).
Tenía pensada un presentación de
est tema de manera más científica. Mi conducta de echar basura donde otros se
habían adelantado con creces me hizo pensar en que todos quebrantamos las
normas éticas y morales. ¿Tú no?. Yo sí.
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