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lunes, 11 de febrero de 2013

VIVIR EN LA INOPIA


 
-Cuando estaba en activo apenas pisaba su despacho. Desde que se jubiló, deambula a diario por los pasillos de la Facultad buscando conversación. ¡Qué pesado!

Recuerdo este comentario sobre un colega de la universidad.  Lo hacía un compañero de Facultad del aludido, a pocos años de  ser  yo despojado de los contratos académicos, logrados con esfuerzo, y que me exigían tener alumnos con  la preocupación de no hacerles perder el tiempo y traer entre mente y burocracia  hipótesis de investigación.
Con seguridad que todos  cambian de acera o modifican el rumbo de su trayecto para no encontrarse con algún "palizas".  No es infrecuente que el "palizas", hoy, sea un jubilado.

  A comienzo  de los años 2000, repitiendo el camino de La Rúa Mayor de Salamanca, que conduce desde la Plaza Mayor a la antigua Faculta de de Letras, sorteando sillas, mesas , sobrillas, estufas de butano, que sustituyeron a la frutería del Señor Eliodoro, la Pescadería de Tere, la Librería Religiosa, la relojería  Arévalo, la tintorería  Colella, las escayolas Cascajo...,  cuyos dueños daban los buenos días o tardes, llamándoles por sus nombres, a los profesores de Literatura, Historia o de Derecho... , los profesores temían encontrarse con un muy eminente catedrático de Lengua, recientemente jubilado.

Había perdido su despacho, no tenía alumnos a los que enseñar, si quería encontrar un tratado en la biblioteca, debía sentarse en los bancos corridos y escuchar las cuitas de los estudiantes. La jubilación le había  despojado de cuanto había tenido como  propio y ganado con sus méritos, capacidad y sus excelentes publicaciones.  La jubilación le había despojado de sus arraigos y  rutinas.

Empeñado en mantener su despojada identidad, acudía cada mañana a los lugares que frecuentó durante decenas de años, pero, ahora,  sin lugar donde ubicarse. Lo sustituyó llamando a los despachos de antiguos colegas, abordándoles en las aceras de La Rúa Mayor o en el Edelweiss, el bar donde se tramaron tantas amistades entre profesores de varias facultades salmantinas. 

Tras su jubilación, los primeros encuentros con sus antiguos compañeros de claustro fueron amables. ¡Hasta de envidia! Pero, pasadas las primeras semanas, cuando aparecía en sus despachos,  les paraba  en la calle en el momento en el que sus relojes señalaba momentos de  compromisos profesionales o se lo encontraban en el Edelweiss, donde habían quedado con  otros compañeros en activo para  proyectar  trabajos, planificar estrategias de política universitaria o, simplemente, para comentar sus vidas personales, los ceños se retorcían y abundaban las excusas para alejarse del "palizas". Cuando le  veían a lo lejos, accedían a su facultad a través de la Calle  de Serranos
- ¡Qué dura es la vida! ¿Verdad?.
- No!, ¡Qué pocos saben prepararse para los mejores años de la  vida!
La sociedad está asistiendo  al espectáculo de  políticos que abandonan la política, pero que quieren seguir marcando el rumbo de la misma; jueces que ya no juzgan y pretenden dirigir las  sentencias de sus antiguos compañeros de profesión; ex-ministros que conocen la fórmula secreta para generarr empleo, para mejorar la economía y no lo utilizaron  cuando detectaban el poder; teólogos que, habiendo "colgados los hábitos", vuelven a repasar lo que aprendieron en el seminario con la intención de "convertir" a quien no ha vuelto a pensar en aquellos dogmas de fe de carbonero.
Pareciera que existe un instinto de revivir lo que ya no tiene vuelta atrás. Algo parecido a lo que cuentan quienes han estado a punto de morir : la rápida aparición de las imágenes de su vida. Sí, están muriendo profesionalmente.

A mi entender, la jubilación no llega el 30 de septiembre a las doce y  cincuenta y nueve  minutos de la noche y a los  01 segundos  del primero de octubre, muta la identidad. Cada vez que uno toma una decisión nueva jubila la anterior. Entiendo a mis colegas que,  al jubilarse, aceptan nuevos encargos educativos ofrecidos por entidades distintas en las que habían enseñado o a quienes  se dedican a escribir el libro que tuvieron en mente y les faltó reposo para redactarlo. Lo que no entiendo es que uno, tomada una decisión, habiendo abandonado, voluntaria o forzosamente, una actividad en una institución, pretendan seguir influyendo en ella, como si quisiera remediar lo que debió hacer. 
Hay que saber jubilarse día a día, decisión a decisión. De los contrario se vive en un momento inexistente: no es pasado, porque ya pasó, pero quieren repetirlo, no es presente, porque su mirada les ha convertido en estatuas de sal mirando la ciudad de la que huyen, y no es futuro, porque no les permite planificar. Quien no sabe jubilar la decisión anterior cuando  ha elegido o le ha llegado el momento de abandonar la que perseguía, no vive en el tiempo, vive en la inopia.

A comienzo de los años 90, +Zimbardo, genial una vez más, concibe la idea de estudiar la orientación temporal de las personas, para lo que construye un cuestionario y realiza algunos experimentos. Los orientados hacia el pasado viven de la nostalgia o en la depresión, los del presente, se divierten, los que tienen su  mirada en el futuro padecen de ansiedad.

En la teoría cognitivo social se resuelve mejor este dilema mediante la gestión personal. El hombre se distingue por su capacidad cognitiva, que le permite entre otras cosas, reflexionar y explicar las causas de éxitos y fracasos. Dispone, sobre todo, de la habilidad  mágica  para hacer que el futuro sea presente, mediante la planificación. El camino es largo, pero puede dividirse en tramos pequeños, como el Camino de Santiago. Al final de cada jornada, goza de los kilómetros recorridos que le han acercado a la meta final. Disfruta el presente, pero le queda  la insatisfacción de no haber llegado al kilómetro cero de la plaza del  Obradoiro y haberse dado de cabeza con el  Maestro Mateo.  Pero cada jornada de caminar le ha acercado un poco más. La satisfacción de lo conseguido es una experiencia única. El masaje de la mente que lepone en forma para conseguir el reto del día siguiente.

La teoría cognitivo social aconseja poco la mirada al pasado. Aconseja mirar al frente y no apartarse del rumbo planificado.  Pero sin rigideces, porque los encuentros casuales pueden  exigir cambio de rumbo. Pero tiene que haber rumbo.

Por malo que sea el pasado, uno ha de preguntarse: ¿Y ahora qué?. Y eso es lo que importa. Mientras se puedan hacer proyectos existe la posibilidad de crecer personal y socialmente.

- ¿Y... qué pasa cuando se le ve el límite al futuro?
- Te refieres a la vejez, seguramente.
-Sí
- Pues que sigues teniendo tu tarea diaria para crecer. Lo peor es pensar que ese futuro está cerca. Ese pensamiento te entumece o anestesia. Casi siempre está más lejos de los que se piensa. ¡Qué desgracia pensar cada mañana que puede ser la última y así pasar los años repitiendose: "quizás, quizás, quizás..."

Cada jubilación (existen muchas en la vida) es momento de preparar el futuro y olvidarse de un pasado que no puede ni debe volver. No se puede gobernar sin tener gobierno, ni juzgar cuando se ha perdido la condición de juez, ni ser teólogo cuando se colgaron los hábitos, ni  Director de Departamento cuando ya no puedes ser elegido. Pero hay que proponerse ser algo nuevo con los mimbres que siempre se tienen. ¡Reinvéntate, ilusiónate cada día!.

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