-Cuando estaba en activo apenas pisaba su despacho. Desde que se jubiló,
deambula a diario por los pasillos de la Facultad buscando conversación. ¡Qué pesado!
Recuerdo este comentario sobre un
colega de la universidad. Lo hacía un
compañero de Facultad del aludido, a pocos años de ser yo despojado
de los contratos académicos, logrados con esfuerzo, y que me exigían tener
alumnos con la preocupación de no
hacerles perder el tiempo y traer entre mente y burocracia hipótesis de investigación.
Con seguridad que todos cambian de acera o modifican el rumbo de su
trayecto para no encontrarse con algún "palizas". No es infrecuente que el "palizas",
hoy, sea un jubilado.
A
comienzo de los años 2000, repitiendo el
camino de La Rúa Mayor de Salamanca, que conduce desde la Plaza Mayor a la
antigua Faculta de de Letras, sorteando sillas, mesas , sobrillas, estufas de
butano, que sustituyeron a la frutería del Señor Eliodoro, la Pescadería de
Tere, la Librería Religiosa, la relojería
Arévalo, la tintorería Colella, las escayolas Cascajo..., cuyos dueños daban los buenos días o tardes, llamándoles por sus nombres, a
los profesores de Literatura, Historia o de Derecho... , los profesores temían encontrarse con un muy eminente catedrático de
Lengua, recientemente jubilado.
Había perdido su despacho, no
tenía alumnos a los que enseñar, si quería encontrar un tratado en la
biblioteca, debía sentarse en los bancos corridos y escuchar las cuitas de
los estudiantes. La jubilación le había despojado de cuanto había tenido como propio y ganado con sus méritos, capacidad y sus
excelentes publicaciones. La jubilación le
había despojado de sus arraigos y
rutinas.
Empeñado en mantener su despojada
identidad, acudía cada mañana a los lugares que frecuentó durante decenas de
años, pero, ahora, sin lugar donde
ubicarse. Lo sustituyó llamando a los despachos de antiguos colegas,
abordándoles en las aceras de La Rúa Mayor o en el Edelweiss, el bar donde se
tramaron tantas amistades entre profesores de varias facultades salmantinas.
Tras su jubilación, los primeros
encuentros con sus antiguos compañeros de claustro fueron amables. ¡Hasta de
envidia! Pero, pasadas las primeras semanas, cuando aparecía en sus despachos, les paraba en la calle en el momento en el que sus
relojes señalaba momentos de compromisos profesionales o se lo encontraban en
el Edelweiss, donde habían quedado con otros compañeros en activo para proyectar trabajos, planificar estrategias de política
universitaria o, simplemente, para comentar sus vidas personales, los ceños se
retorcían y abundaban las excusas para alejarse del "palizas". Cuando
le veían a lo lejos, accedían a su
facultad a través de la Calle de Serranos
- ¡Qué dura es la
vida! ¿Verdad?.- No!, ¡Qué pocos saben prepararse para los mejores años de la vida!
La sociedad está asistiendo al espectáculo de políticos que abandonan la política, pero que quieren seguir marcando el rumbo de la misma; jueces que ya no juzgan y pretenden dirigir las sentencias de sus antiguos compañeros de profesión; ex-ministros que conocen la fórmula secreta para generarr empleo, para mejorar la economía y no lo utilizaron cuando detectaban el poder; teólogos que, habiendo "colgados los hábitos", vuelven a repasar lo que aprendieron en el seminario con la intención de "convertir" a quien no ha vuelto a pensar en aquellos dogmas de fe de carbonero.
Pareciera que existe un instinto de revivir lo que ya no tiene vuelta atrás. Algo parecido a lo que cuentan quienes han estado a punto de morir : la rápida aparición de las imágenes de su vida. Sí, están muriendo profesionalmente.
A mi entender, la jubilación no
llega el 30 de septiembre a las doce y
cincuenta y nueve minutos de la
noche y a los 01 segundos del primero de octubre, muta la identidad.
Cada vez que uno toma una decisión nueva jubila la anterior. Entiendo a mis
colegas que, al jubilarse, aceptan
nuevos encargos educativos ofrecidos por entidades distintas en las que habían enseñado
o a quienes se dedican a escribir el
libro que tuvieron en mente y les faltó reposo para redactarlo. Lo que no
entiendo es que uno, tomada una decisión, habiendo abandonado, voluntaria o
forzosamente, una actividad en una institución, pretendan seguir influyendo en
ella, como si quisiera remediar lo que debió hacer.
Hay que saber jubilarse día a
día, decisión a decisión. De los contrario se vive en un momento inexistente:
no es pasado, porque ya pasó, pero quieren repetirlo, no es presente, porque su
mirada les ha convertido en estatuas de sal mirando la ciudad de la que huyen,
y no es futuro, porque no les permite planificar. Quien no sabe jubilar la
decisión anterior cuando ha elegido o le
ha llegado el momento de abandonar la que perseguía, no vive en el tiempo, vive
en la inopia.
A comienzo de los años 90, +Zimbardo,
genial una vez más, concibe la idea de estudiar la orientación temporal de las
personas, para lo que construye un cuestionario y realiza algunos experimentos.
Los orientados hacia el pasado viven de la nostalgia o en la depresión, los del
presente, se divierten, los que tienen su
mirada en el futuro padecen de ansiedad.
En la teoría cognitivo social se
resuelve mejor este dilema mediante la gestión personal. El hombre se distingue
por su capacidad cognitiva, que le permite entre otras cosas, reflexionar y
explicar las causas de éxitos y fracasos. Dispone, sobre todo, de la
habilidad mágica para hacer que el futuro sea presente,
mediante la planificación. El camino es largo, pero puede dividirse en tramos
pequeños, como el Camino de Santiago. Al final de cada jornada, goza de los
kilómetros recorridos que le han acercado a la meta final. Disfruta el presente, pero le queda la insatisfacción de no haber llegado al
kilómetro cero de la plaza del Obradoiro
y haberse dado de cabeza con el Maestro
Mateo. Pero cada jornada de caminar le
ha acercado un poco más. La satisfacción de lo conseguido es una experiencia
única. El masaje de la mente que lepone en forma para conseguir el reto del día
siguiente.
La teoría cognitivo social aconseja
poco la mirada al pasado. Aconseja mirar al frente y no apartarse del rumbo
planificado. Pero sin rigideces, porque
los encuentros casuales pueden exigir
cambio de rumbo. Pero tiene que haber rumbo.
Por malo que sea el pasado, uno
ha de preguntarse: ¿Y ahora qué?. Y eso es lo que importa. Mientras se puedan
hacer proyectos existe la posibilidad de crecer personal y socialmente.
- ¿Y... qué pasa cuando se le ve el límite al futuro?
- Te refieres a la vejez, seguramente.-Sí
- Pues que sigues teniendo tu tarea diaria para crecer. Lo peor es pensar que ese futuro está cerca. Ese pensamiento te entumece o anestesia. Casi siempre está más lejos de los que se piensa. ¡Qué desgracia pensar cada mañana que puede ser la última y así pasar los años repitiendose: "quizás, quizás, quizás..."
Cada jubilación (existen muchas
en la vida) es momento de preparar el futuro y olvidarse de un pasado que no
puede ni debe volver. No se puede gobernar sin tener gobierno, ni juzgar cuando
se ha perdido la condición de juez, ni ser teólogo cuando se colgaron los
hábitos, ni Director de Departamento
cuando ya no puedes ser elegido. Pero hay que proponerse ser algo nuevo con los
mimbres que siempre se tienen. ¡Reinvéntate, ilusiónate cada día!.
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