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miércoles, 12 de septiembre de 2012

DE LA TEORÍA A LA REALIDAD: GESTIÓN COMUNITARIA


 
Hace unos quince días recibí el siguiente mensaje de quien fuera Coordinador Español de los programas de Cooperación en Honduras.

Estimado Eugenio, le mando un reporte, donde puede visualizar algunos resultados que se han dado en los barrios en los que se actuó con jóvenes. Aunque un poco "populista" el reportaje, si podemos decir que se han dado resultados muy positivos y que se ha implementado la metodología tal y como la planificamos en su momento.
Gracias a su aportación y a la aplicación de metodologías basada en la gestión personal, grupal y la autoeficacia, estos resultados han sido posibles. Esperemos que en la prisión de mujeres tengamos también estos resultados.
Creo que le gustara saber en que estas teorías funcionan fuera de la experimentación y son reales cuando se aplican en la vida real.
Un fuerte abrazo, hasta pronto.

http://www.facebook.com/l/nAQHQTvf4AQEI7pI-h7dovrKaQnNq-PThynuj4d-nI3o1cQ/www.youtube.com/watch?v=5d9eHep3pWg&feature=player_embedded

Cuando a uno le llega la edad de tener que abandonar impositivamente la actividad que ha realizado durante su vida profesional necesariamente ha de preguntarse: ¿Y ahora qué? ¿Qué quiero ser de mayor?

He de confesar que espontáneamente me orienté hacia el voluntariado. Era lo lógico, dada mi especialización en psicología. Pensé, por en contrario, enseguida, que era una manera de ocultarme a mí mismo la realidad de que la psicología ya no era mi vida activa. Es cierto que no me hubiera importado seguir unos años más en la docencia e investigación. Es cierto que, cuando la he  ejercercido, volvía a sentir que me gusta trasmitir lo que estudio o investigo. Pero no es menos cierto que la realidad vital personal hay que afrontarla de cara: todo eso no sería más que dilatar el tiempo de la agonía profesional.



El segundo de los inconvenientes, no menor que el anterior, fue concienciarme de que adquirir el compromiso público de dedicar determinadas horas semanales a una actividad de voluntariado suponía imponer tus horarios a las personas de tu entorno, limitando la libertad, que ha de sentirse en la jubilación, de poder romper la monotonía a antojo sin tener que decir: “es que el martes a las cinco de la tarde tengo que estar en …” No debe ser justo ni para con uno mismo ni menos con quienes conviven contigo, privarse de la libertad ganada durante los años. A menos que se pacte así la convivencia.

Pero no era fácil rechazar del todo a la idea del voluntariado.


En estas andaba cuando, a través de este blog, me llega, desde Honduras, una petición de consejo de quien coordinaba, por entonces, la cooperación española. Deseaban realizar una intervención con jóvenes de  poblados muy indigentes, dominados por la delincuencia, y creía que mis conocimientos sobre autoeficacia y gestión personal podría ser el fundamento teórico y metodológico de la intervención que lanificaban.



Aquella petición colmaba  mi orientación hacia el voluntariado, sin ninguno de los inconvenientes. En terminología sociocognitiva, se trataba de ejercer el voluntariado vicariamente. Y eso fue lo que hice: “desde ahora en adelante, le contesté, está será mi dedicación prioritaria. Me tienes a tu disposición”.



Entre las carpetas de los correos electrónicos que guardo hay una titulada: PROYECTO HONDURAS. En ella se guarda toda la correspondencia mantenida, a lo largo de más de cinco años, con Javier Herráiz. No nos hemos visto nunca. No nos reconoceríamos si  llegáramos a encontrarnos, pero hemos mantenido una estrecha colaboración y, como se ve en el mensaje que encabeza este tema, la seguimos manteniendo ahora que se ha embarcado en otro proyecto en las cárceles de mujeres hondureñas.



Elaboramos, conjuntamente, un largo documento sobre la gestión personal grupal, con el fin de generar en los jóvenes de cada uno de los poblados la percepción de autoeficacia grupal: que ellos se juzgaran capaces de sacar a sus gentes de la droga, la criminalidad y construir un entorno humano y material donde se sintiera la luz de progresar autónomamente.



Alguna otra vez me habían pedido, estando en la Universidad, que diera algún curso a quienes se preparaban para la cooperación en Hispanoamérica. Había tenido siempre la impresión de que las ayudas consistían en ofrecerles medios materiales más que en capacitarlos personal y comunitariamente. Quizás estuviera demasiado influenciado por las teorías de Oscar Lewis sobre la Cultura de la Pobreza. Teoría que el insigne psicólogo social formulara estudiando precisamente poblaciones de Centroaméricas.



A lo largo de los temas de este blog han ido apareciendo constantemente los fundamentos teóricos y los procedimientos prácticos sobre cómo ser uno mismo el gestor de su propia vida: proponerse metas a largo plazo, dividirlas en pequeños hitos semanales o mensuales, evaluarlos gráficamente... Se trata, en definitiva, de la primera de las fuentes de la autoeficacia: la ejecución personal exitosa.



Para ello hay que hacerles entender que logran esos resultados no porque estén asistidos por la ayuda internacional, sino porque ellos se lo han propuesto y ellos lo van consiguiendo. Una idea era esencial: que toda la iniciativa, en cuanto a las actividades a realizar, los medios a elegir y el análisis de resultados, la tendrían los jóvenes solitos. Los cooperantes serían testigos de sus decisiones, de sus logros y consultores en los momentos de dificultad.



Quien se embarca en intervenciones de esta naturaleza debe armarse de mucha entereza personal para no caer en el desaliento. Que unos jóvenes, que no llegan a los 20 años, se hagan responsables de actividades comunitarias, tan simples como allanar un terreno donde poder jugar al futbol, es tarea, de entrada, casi imposible. Las intervenciones psicológicas para erradicar la droga, la criminalidad e implantar disciplina personal son muy distintas a eliminar una plaga de insectos fumigando por la noche, desde una avioneta, las áreas de la plaga. Tanto Javier como yo tuvimos que luchar contra la desconfianza y el recelo, incluso de los mismos cooperantes.



Pero ellos, a pesar de todo,  los cooperantes tuvieron fe en lo que emprendían, adoptaron las ideas de la autoeficacia y la gestión  personal o grupal comunitaria. No soy yo quien ha de exponer las dudas, las dificultades, los avances y retrocesos, los desánimos que han impregnado a los dirigentes del proyecto a lo largos de estos cinco años. Ellos podrían publicar todo un manual práctico.



Pero cuando las intervenciones psicológicas tienen sus resultados, estos son llamativos, tanto que, como se ve en el vídeo, los políticos se lo apropian.



No tratéis de identificar a Javier en el vídeo. Hace casi un año que terminó ese contrato.  Ahora, como me dice en el mensaje, está metido en la implantación de un programa semejante en las cárceles de mujeres hondureñas.



-Es injusto, Javier, que no aparezca ni siquiera tu nombre, le decía yo, después de visionarlo.
-"No te preocupes Eugenio, lo de no salir en el video no importa, pues verdaderamente en acción humanitaria no importa el quien sino lo que se consigue. En cuanto lo de la cárcel de mujeres vamos bien, empezamos en Junio pero, precisamente esta semana que viene, empezamos fuerte, con diversos talleres de gestión personal y grupal tanto con guardias como con personas privadas de libertad. Le mantengo informado, un abrazo. "



Personalmente me queda la confirmación de que aquellos procesos psicológicos que se desarrollan en los laboratorios de investigaciones psicológicas  y que se publican en las revistas de impacto científico, cuando se aplican a problemas sociales también superan el aprobado.  Por eso: de la teoría a la realidad

martes, 17 de julio de 2012

ARMAS E IDEAS: DEMASIADAS VECES JUNTAS


  
¿Es Breivik culpable?  Con este titular analizaba Ann-Luise Gulstad, en un artículo publicado  en el diario EL Mundo, (27 de junio pasado),  el dilema al que se enfrentan el Tribunal y la población noruega, una vez finalizada la vista en la que se juzga  a este asesino de  adolescentes,  que ponían a puto sus ideas políticas en la isla la de Utoya .

Si le juzgan enfermo mental (paranoia esquizofrénica), la sentencia ordenará encerramiento psiquiátrico, hasta que se cure. Si los tratamientos psiquiátricos consiguieran devolverle la cordura, retornaría a la sociedad libre. Esto ocasiona temores de que, ya curado (¡) vuelva a  cometer nuevos crímenes “ideológicos”.

Si se le juzga cuerdo, deberá encerrársele de por vida en la cárcel. Pero allí tendrá acceso a las conexiones online a través de los cuales podrá seguir divulgando sus ideas contra el Islam y sus “cómplices” occidentales. Dado su estilo de vida solitaria, la cárcel, con comunicación online, es poco (nulo) castigo para quien ha ocasionado tanto dolor. ¿No termina ría convenciendo a otros para que pongan en prácticas las ideas de su MEMORÁNDUM?

Breivik esencialmente es una persona, tan ferviente y devotamente convencida de sus ideas, que cree en la violencia extrema, si llega el caso, como instrumento para propagarlas. Breivik es un comunicador y, como tal, desea que su mensaje sea creíble. Sus ejecuciones, bien a su pesar (como dice explícitamente en su MEMORANDUM), son un acto de altruismo a favor de los derechos humanos conquistados por occidente. Su juicio lo convierte (siguiendo su manual de instrucciones) en acto de comunicación y propaganda. Hicieron bien los Magistrados al no permitir que fuera público y televisado.

¿Cuál sería, pues, la sentencia más dolorosa para Breivik? Sin duda, que se le juzgue como loco. De esta manera SE DESCALIFICA LA CREDIBILIDAD DE SU MENSAJE. Él lo sabe. Por eso insulta y descalifica la credibilidad de los psiquiatras que le diagnostican de demente paranoico.

Pero la CREDIBILIDAD DE UN MENSAJE no reside solamente en quien lo emite, también EN QUIEN LO RECIBE.  Aunque la sentencia encierre a Breivik en un psiquiátrico, ¿dejarán de creerle quienes lean su mensaje? Los héroes y los santos lo son porque los demás consideran sus actos como ejemplares y excepcionales.  En tal caso, resultaría indiferente cualquiera de las dos sentencias. Cualquiera de las dos pueden ensalzan a un héroe que entrega su vida por sus ideas benefactoras.

¿De qué quiere salvar Breivik a Europa ante la nueva invasión del islamismo? Dicho en terminología de las necesidades básicas de Deci, Breivik quiere que occidente preserve la competencia personal, la autonomía y la libertad de las relaciones interpersonales. Sin ellas, como dice otro eminente psicólogo social, Locke, vivir carece de sentido.

Dicho paradójicamente, el asesino noruego quitó la vida a quienes eligieron sus propios ideales políticos: la tolerancia personal y social. Su error consistió en defender sus ideologías con las armas. En la cultura occidental no se permite matar por ideología. Y cuando se hace, toda la sociedad se coloca frente al criminal. Por eso es criminal, porque lo hacen solamente unos pocos contra el sentir común tolerante de los demás.

“La imágenes que van a ver hieren la sensibilidad humana”. Con esta introducción presentaron todos los telediarios, hace exactamente 10 días, la ejecución de una mujer supuestamente adultera.  Intento abrir el vídeo en YouTube y me encuentro con la advertencia: “Este video de YouTube puede incluir contenido inadecuado para algunos usuarios. Inicia sesión para confirmar tu edad”.

 En el recodo de un camino de arena, a las afueras de un pequeño poblado, Oimchok, junto a unos matorrales, aparece un bulto blanco. Es una mujer adúltera cubierta por su burka. Tiene sólo 22 años. A la distancia que separa una orilla del camino polvoriento de la otra, una autoridad religiosa dicta la sentencia de la Sharia. Al lado de la mujer, de pie, con un rifle en las manos apuntándola, el que, según las agencias de noticias, es su marido. El lugar donde se ha colocado a la acusada está en el fondo de una pequeña colina que hace de anfiteatro. La colina invadida por gente que quiere presenciar la ejecución. Resulta difícil no recordar la narración bíblica de la mujer adultera.

Todavía se oye a la autoridad religiosa dictar sentencia cuando comienzan a sonar los disparos. Uno, dos… al tercero el bulto blanco se derrumba y queda inmóvil. Los disparos, sin embargo, continúan: cuatro, cinco… Se pueden contar hasta nueve. Pero hay que volver a ver el vídeo para prestar atención sólo a los disparos, porque la multitud que asiste al “espectáculo” grita jubilosa agitando sus manos. En un momento, el vídeo muestra la reacción de satisfacción de uno de los asistentes. ¡“Dios lo quiere”!, era, al parecer, el grito de los asistentes.

Ante los asesinatos de la isla de Utoya la población grita contra quien dispara, porque en la sociedad occidental se permiten, mejor, se respetan las decisiones que demuestran el cumplimiento de las tres necesidades básicas investigadas por Deci: competencia, autonomía y libertad de en la relaciones sociales.  En el espectáculo de de Oimchok, la población aclama al ejecutor de alguien que posiblemente (sólo muy posiblemente) había decidido comportarse de manera incipientemente autónoma. Breivik mata para defender las necesidades básicas.  En Afganistán, el marido mata porque la mujer se había tomado ciertas libertades básicas.

En definitiva: una misma consecuencia: la muerte de personas inocentes que quisieron ejercer su autonomía personal. Dos reacciones distintas: la de los que aplauden y la de los que satanizan. Unos lo consideran ejecutor de leyes divinas y otros lo llaman loco paranoide. A la base: un mismo mecanismo psicológico que facilita convertir en acción moral lo que es intrínsecamente inmoral.

-          ¿Y?...
-          ¡Ah!, ¿es que estás esperando que me decante por quien mata para que los otros no sigan matando la dignidad humana (Breivick), o por quien mata y desea imponer a los “gentiles” (o sea, a todos los demás, a nosotros) que se prohíba la autonomía, la competencia y el reconocimiento social?
-          Yo me decanto por no matar, bajo ninguna justificación o mecanismo ideológico…
-          Y porque la persona se sienta competente, autónoma y tenga reconocimiento social.  
-           Espero que estés conmigo, porque si no lo estás…
-          ¡Tranquilo, que no soy ni Breivik ¡

sábado, 23 de junio de 2012

ANTONIO BUENO:FOTÓGRAFO DEL GRAN OBSERVADOR


¡Qué peligro acabo de pasar!

Nada menos que repasar el argumento ontológico de la existencia de dios propuesto, entre otros, por Descartes y refutado brillantemente por Kant.

Hace unos días he visitado las exposiciones fotográficas que se presentan desde Marzo en el CentroCentro Cibeles de Cultura y Ciudadanía. 5Cs. Están ubicadas en las plantas tercera, cuarta y quinta del Palacio de Comunicaciones de la Plaza Cibeles. Sencillamente, lo que antes era Correos y ahora es también sede del Ayuntamiento de Madrid.

Cada exposición es interesante. Por eso se han elegido.  Pero en fotografía uno encara cada toma y puede ver un encuadre interesante, una iluminación inesperada o una expresión simpática o desgarrada.  Cualquier fotógrafo puede decir: Interesante, con el convencimiento, a veces ingenuo, de poder repetirla.  Al fin de cuentas el fotógrafo utiliza un instrumento que, a diferencia de los pinceles o la gubia, basta con mirar y disparar.

Las Mitologías en los cielos de Madrid de Antonio Bueno, colgadas en la planta 4, trasmiten la sensación de anonadamiento. Las tomas son solemnes. Estudia y aprovecha con maestría la iluminación de edificios representativos de la arquitectura madrileña de finales del XIX y principios del XX, para mostrarnos su mundo habitado de dioses, diablos, santos, héroes, bichas, musas… Vigilantes inadvertidos de cuantos pasa en la ciudad.  Observados desde las aceras aparentan meros adornos de cúpulas o cornisas, caprichos decorativos de arquitectos que encontraron en ellos remates estéticos para sus estructuras, siguiendo el estilo ampuloso de la época.

Antonio Bueno ha tenido la osadía de invertir el punto de vista.  Ha subido a las alturas, se ha puesto a su nivel, supongo que no sin riesgo físico a veces, se ha atrevido a mirarles en persona y ha descubierto que tienen manos que bendicen o armas que amenazan, sonrisas comprensivas o muecas satíricas y satánicas. Pero, sobre todo, tienen ojos, ojazos que vigilan cuanto acontece en las calles, en los patios y hasta en las habitaciones y despachos de la ciudad. Antonio Bueno, con el ángulo de toma elegido, con la iluminación de grandes contrastes y carnosos volúmenes, les insufla vida. Con un enfoque selectivo muestra cómo esos habitantes mudos pueden, con un solo gesto, aniquilar o salvar la ciudad humilde bajo la planta de sus pies o en la palma de sus manos. O tentarnos ofreciéndonos toda su belleza si arrodillándonos les adoramos.
Esta propuesta hace pensar en la trascendencia y en la pequeñez humana.

-          Perdón. Siempre he pensado que hablar de trascendencia o de existencialismo es una pedantería que retumba a hueco.
-          Ya, si por eso comenzaba diciendo que había huido de hablar del argumento ontológico de la existencia de dios.

Pero sigo sin poder evitarlo cuando revisito mentalmente la propuesta de “Mitología en los cielos de Madrid”. Recurrentemente asocio algo que me dijeron tantas veces cuando era pequeño: Mira que te mira dios, mira que te está mirando, mira que has de morir, mira que no sabes cuándo. Un temor estremecedor recorría la conciencia, paralizaba el pensamiento y la acción al asumir que nada se escapa, ni los deseos, ni las imaginaciones, ni los sueños y sus significados pecaminosos a un ojo omnipresente. Había que pensar cómo juzgaría cada acto o deseo ese ojo que todo lo veía sin ser visto, juzgador inapelable, inquisidor de pensamientos heterodoxos sin que pudieras exponerle tu punto de vista o las circunstancias atenuantes. Todo lo veía, todo lo entendía, todo lo juzgaba.

Pareciera que el hombre necesitara ser trascendido o, como diría Zubiri, re-ligado.  Sintiera la necesidad de la existencia de un ser superior que, de manera oculta, rigiera su destino: ángel caído o de la guarda, al que recurrir en momentos de indefensión. Necesitara aliarse con el diablo para echarle encima la culpa o reclamar un milagro cuando los retos le superan.

 Ese ser ha ido cambiando de nombre y sustantividad en la medida en la que la inteligencia ha conquistando y domeñando a la naturaleza: de la brujería a la santidad, de ésta a la ciencia.

En la actualidad la trascendencia ya no se centra tanto en mitos, dioses, diablos o santos como en las nuevas tecnologías y en la globalización. La re-ligación a un ser superior se ha transformado en re-ligación a entes (así se les llama) con poderes universales, ocultos, compartidos, a los que nos se puede encarar porque no tienen rostro: son difusos

-Eugenio, ¡que trascendental te estás poniendo!
-Es verdad, a mí también me lo parece. Pero, mira, cuando hoy nos hablan de los mercados, de la prima de riesgo, de la degradación de la naturaleza, de la pobreza en el mundo y hasta de terrorismo nos están transmitiendo simultáneamente la impresión de que nada está en nuestras manos sino en la de los entes internacionales.

Ya no se cree, (como se creía antes) en el ser trascendente y vigilante. Y sin embargo nunca antes estamos individualizados y minuciosamente observados. Aunque parezca lo contrario hoy, más que en el pensamiento primitivo, estamos siendo controlados y vigilados por el ojo que todo lo ve.
Porque aquellos pensamientos primitivos y luego religiosos se han hecho realidad, la ficción se ha sustanciado. Los arquitectos actuales ya no rematan sus edificios con mitos o divinidades, sino con cámaras de vigilancia. Nunca como ahora nuestros movimientos han dejando huella reconocible. ¿Podemos ni siquiera imaginar la infinidad de imágenes y actos nuestros que están repartidos por las redes de comunicación y de la imagen?

Esa vigilancia fotográfica que corona los edificios y los caminos sigue siendo, como en los tiempos de mayor religiosidad, divina o diabólica. Nos alegramos cuando los telediarios comunican que “gracias a las cámaras de un establecimiento cercano se ha podido identificar al delincuente”. Pero nos olvidamos de concienciar que esa misma ha recogido y almacenado nuestra presencia y nuestros actos. Nunca como en la actualidad se ha hecho realidad la metáfora del que todo lo ve. ¿No es este el nuevo modo de acosar y acuciar a las personas?

Nunca como en la actualidad ha estado sometido el hombre al juicio universal: ese en el que se pueden presentar ante la admiración o el sarcasmo de los demás nuestras acciones  tanto públicas como presuntamente ocultas. Cuando el temor a una deidad trascendental parece haber desaparecido, emerge la relevancia del juicio social. 

Siempre importó mucho el qué dirán. Hoy importa más porque estamos en la era de la imagen. ¿Es esto malo o bueno?  El juicio social, ha de ser hoy el anclaje de valores como la solidaridad, la compasión, la cooperación. Ya no son mandamientos divinos, pero siguen siendo virtudes cardinales gracias al juicio y exigencia social.

Existen ya potentes sistemas informáticos que reúnen en segundos las imágenes, la historia gráfica, de determinadas ubicaciones geográficas.  Las cámaras fotográficas recogen ya en su EXIF las coordenadas de sus disparos. No es utópico imaginarse que , de la misma manera, a partir (por ejemplo) de la conformación de nuestro iris, pudieran reunirse  en un instante las imágenes, las acciones de cada uno de nosotros recogidas por infinidad de cámaras que fueron testigos de nuestra presencia y nuestros movimientos.  El retablo de la Capilla Sixtina será aún más una alegoría de juicio final cuando puedan exhibirse todas las tomas que perpetuaron nuestro paso y nuestro pasar. La sociedad podrá asistir, de manera semejante a como se describe en la teología, a nuestro juicio social final.

-Desalentador, ¿no?

Parece que, por mucho que adelante la ciencia, resulta imposible liberarse de la idea de estar trascendidos por las nuevas mitologías, que como las antiguas, vigilan y conducen y limitan la iniciativa libre.
La teoría de la autoeficacia, aún reconociendo la influencia de esas fuerzas sociales globales y difusas, pide a cada uno que modifique su entorno si quiere que el todo se modifique. Porque existe un determinismo recíproco entre lo público y lo privado, entre lo local y lo global: las barreras psicológicas creadas por las creencias de impotencia colectiva son más desalentadoras y debilitantes que los escollos externos. Las personas que tienen una sensación de eficacia colectiva movilizarán sus esfuerzos y sus recursos para hacer frente a los obstáculos externos que se oponen a los cambios que buscan. Sin embargo, los que están convencidos de su impotencia colectiva cesarán en su empeño, aún cuando pudieran conseguir cambios a través de un esfuerzo colectivo perseverante. (Bandura, Discurso con motivo de ser investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Salamanca)

Las Mitologías de Antonio Bueno encojen el espíritu. Las mitologías contemporáneas lo constriñen todavía más. Sólo los que creen en el desarrollo personal y en su capacidad para modificar los entornos en los que habitan se convertirán en mitos sociales en el juicio final teológico e imaginativo (de imagen).

martes, 1 de mayo de 2012

AUTOENCARGO



Fue durante mi primera visita a la ciudad de Viena, luego vinieron algunas más. Verano de 1963. Lo recuerdo porque aproveché mis vacaciones universitarias para aprender alemán en el Göthe Institut de Passau.  En la clase de Freulein Meyer coincidimos estudiantes de media Europa y norte de África.  Cuatro hablábamos español.  Aunque estaba severamente prohibido utilizar la lengua materna, terminamos siendo amigos.   Ya no puedo recordar sus nombres porque el contacto personal se quedó casi en Passau. Probablemente fue aprovechando la fiesta del 15 de agosto cuando nos organizamos para visitar la capital de Austria.  Dos de ellos eran claretianos y el tercero hijo de un embajador francés en España. El francés puso el coche, una “cuatro latas”.
Passau está en la misma frontera con Austria. De hecho, el lugar donde yo vivía hacia “raya”. Por las tardes, cuando salía a pasear repasando las conjugaciones de los verbos irregulares o reteniendo el “caprichoso” género gramatical de los sustantivos alemanes, solía caminar por senderos que traspasaban la frontera. La distancia, pues, entre Passau y Viena era corta.
Los compañeros claretianos nos invitaron a comer un día en su residencia clerical. El Superior era El Pater García, español, que había escrito, con aceptación, algunos libros de materia religiosa. Era una autoridad en la comunidad católica de Viena.
Durante la comida hablamos de la división de Europa en dos bloques tras la Segunda Guerra Mundial.
-          Si queréis experimentar lo que ha supuesto la ruptura de Europa tenéis que ir a…  (nos dio el nombre de un lugar fronterizo que tampoco recuerdo). Tenéis que visitar su estación de tren y caminar por sus vías hacia la frontera con Hungría.
Por supuesto que aquello no estaba en nuestros planes turísticos, sino las iglesias del barroco austríaco, los repetidos, monótonos palacios, coronados todos con las mismas estatuas victoriosas, y los museos de la capital austriaca.
Insistió tanto que rompimos nuestros planes y visitamos aquel lugar fronterizo. No recuerdo si había poblado o gente. En mi memoria no hay gente en los alrededores.  Buscamos la estación de tren, nos costó encontrarla y más llegar, porque los caminos habían desaparecido abrazados por la maleza. En un punto tuvimos que bajarnos de coche, no podía adentrarse más.  Caminamos pisando sobre los traviesas que descubríamos al andar. Llegamos al edificio de la estación. Muros descascarillados y tiznados por las huellas de la humedad, techumbre vencida y abatida, hierbajos y maraña por doquier.  Un vagón abandonado se descomponía pardusco en una vía secundaria. Dejamos atrás la estación porque nos había aconsejado transitar por las vías hasta donde pudiéramos. ¡Hasta donde se nos permitió! Pareciera que al compás de nuestras pisadas creciera la maraña vegetal adueñada de raíles, travesaños y grava. Finalmente apareció la prohibición: un poste de madera de dos metros de altura en el que estaba clavado un cartel de fondo blanco y letras negras: ¡Atención! ¡Peligro! Zona fronteriza. A unos treinta metros se veía una alambrada. Era el telón de acero. Estaba prohibido avanzar. Era peligroso acercarse más. Habíamos llegado al fin de la Europa occidental.
No es infrecuente vivir experiencias semejantes en la vida personal o profesional.  Durante años se ha avanzado sombre ruedas por una vía cuyo rastro se pierde donde el horizonte separa cielo y tierra. No se le ve el fin y se siente que, cuando se alcance el actual, aparecerá, hacia adelante, una nueva infinitud hacia la que sigue conduciendo, sobre ruedas, la vía por la que se avanzaba. El fin de un proyecto es el inicio del siguiente. Hay encargos, hay proyectos, hay tarea.
Pero un día, como en la discontinuidad de Zimbardo, habiendo entregado un encargo, finaliza con él la vía por la que se rodaba, el horizonte se convierte en precipicio: Achtung. Lebensgefahr! Y ahora ¿qué camino he de seguir?
Es difícil emprender una tarea cuando se carece de encargo, sin destinatario al que entregarle el resultado. Deduzco la depresión de los parados que inician cursos cuya funcionalidad ignoran. Entiendo el lento decaimiento de los que se jubilan sin saber qué quieren ser de mayores. Comprendo la desesperación de los artistas a los que no les suena ya el teléfono.
No es que, en cada uno de los casos, se juzguen incapaces (autoeficaces) para realizar encargos. Es que los encargos no llegan. Es necesaria una nueva autoeficacia: la autoeficacia para auto (en)cargarse.
A lo largo de los últimos cuatro meses he tenido un encargo para la clase de Fotografía III. Elegí mi tema: MÚSICOS EN LA CALLE. TRAYING TO LIVE. Un anticipo del mismo puede verse en la biblioteca Blurb, donde saldrá publicado. Cada viernes, durante varias horas, he conversado con gente que había llegado al final del horizonte. Gente sin encargos. Pero se sintieron autoeficaces para recuperar sus profesiones, sus hobbies, sus carreras medio terminadas y apostarse con su instrumento musical, o simplemente con su voz, en lugares frecuentados de la ciudad y encargarse de buscar su propia subsistencia y la de los suyos.
Cuando vuelvo sobre mis recuerdos de aquella tarde del mes de agosto de 1963, en la que sentí cómo se podía quebrar el horizonte, experimento lo que los psicólogos sociales investigaron bajo el título de reactancia psicológica. Siento necesidad de subirme a la locomotora, cargar de carbón la caldera, dar dos “sirenazos” de aviso de partida y tirar hacia adelante arrasando el “telón de acero” y todos los arbustos nacidos entre la escoria cubierta de líquenes.
De nada sirve tirar para adelante sin tener una meta a donde llegar. Pero de nada sirven las metas si al final no hay alguien a quien entregarle el encargo. Acaso es que, en determinados momentos, el destinatario no deba ser otro que uno mismo: El autoencargo.

domingo, 29 de enero de 2012

LOS DESCENDIENTES: INTELIGENCIA EMOCIONAL



- Hoy me siento bien.

- A mí, ¿qué me importa?!

- Ayer por la tarde fui a ver Los descendientes de Alex Payne.

Pero debería sentirme mal, porque no encuentro las palabras con la que expresar esta agradable experiencia. Es más difícil transitar verbalmente por el mundo exterior que por el interior. Narrar una historia o escribir los términos de una hipótesis científica resulta más sencillo que bucear o surfear por los cambiantes estados emocionales.

Alex Payne, en Los Descendientes, en cambio, lo consigue, con la naturalidad de vivir y morir. Con la espontaneidad con la que se presentan los problemas dentro del normal transcurrir de los días. La narración de la historia, aparentemente, no tiene nada de heroico. No necesita efectos especiales. Sólo una cámara (excelente, por cierto) que siga los pasos y dé fe de los diálogos de los protagonistas.

Ese transcurrir espontáneo desvela la riqueza humana de sus personajes.

Pareciera que, al decir esto, estuviera poniendo la familia del descendiente como modelo. No. Simplemente como uno de los modos de convivencia familiar. El suyo. ¿Más universal de lo que las apariencias muestran?, quizás. Aunque cada una tenga su ADN.

Lo singular de Los descendientes es su sensibilidad y su ruptura de estereotipos. Comenzando por el de George Clooney, que interpreta un personaje fuera de sus registros anteriores. ¡Menudo regalo le ha hecho Alex!

Cuando todo parece que debe y va a estallar la descarga emocional provocada por cada descubrimiento: infidelidades matrimoniales y de amistad, drogadicción y compañías desaconsejables de los hijos, relaciones tensas con la familia política, avaricia de los herederos…, nada estalla. Todo se reconduce sin negar ninguno de los actos. ¿Asume cada uno su parte de culpa? Tampoco, esa hubiera sido una solución trillada, mojigata. La despedida final del marido es la moraleja de las fábulas y cuentos infantiles. Sólo que sin exteriorizar culpa, ni reproche, ni arrepentimiento, ni discurso moral alguno.

Alex muestra su intención en los primeros planos de la película, cuando, hablando del mundo paradisíaco (ejemplificado en los hermosos paisajes hawaianos), desfilan ante el visor únicamente personas menesterosas. Detrás de la felicidad hay siempre miseria y desgarro, parece ser el mensaje. Pero, si esta fura su intención, la traiciona luego en las secuencia de Los descendientes. Es más, la invierte: detrás de cada desgarro humano existe calidad moral.

Cada una de las reacciones es propia de cada personaje. Parecen contradictorias: plausible unas, execrables otras. ¿Cuáles definen a la persona? Si viéramos separadamente cada secuencia, extraeríamos conclusiones contradictorias de la misma persona. Cuando se visiona toda la película, se entiende que en el miso receptáculo mental y corporal coexiste la contradicción. Con naturalidad. Lo singular de Los descendientes es la llaneza con la que muestra esta cohabitación. Alex Payne expone la inteligencia emocional.

Desde perspectivas de la teoría cognitivo social, es un ejemplo de cómo la personalidad es una diversificándose en las contradictorias circunstancias que ofrece la vida.

Quienes se dediquen profesionalmente a la terapia de pareja o familia, pueden recomendar esta película como modelo a imitar: si ellos han podido, ¿por qué no voy a poder yo? Propone la teoría de la autoeficacia.

No es fácil conseguir ese equilibrio emocional en las situaciones que muestra la película. Faltan modelos. Los descendientes, de Alex Payne, suple esta carencia.

martes, 3 de enero de 2012

OBSERVADOS



La estación del tren de cercanías de Aravaca, vecina de donde vivo, conecta, sin trasbordos, con la de Chamartín. Así de fácil, el encargo de visitar la exposición “OBSERVADOS”, ubicada en el edificio de la FUNDACION CANAL, en la calle Mateo Inurria 2, es un paseo navideño. Esperaba encontrar, en el entorno de la Plaza de Castilla, algún músico en la calle, tema de mi próximo proyecto fotográfico.

Acabo, en este momento, de finalizar la visita con la sensación de haber perdido el tiempo en mis dos propósitos: poco que aprender en fotografía y ningún músico en la Plaza de Castilla.

El trayecto desde la estación de Chamartín al número 2 de la Calle Mateo Inurria, lo hice a pie. La calle Agustín de Foxá es accidentada y hasta sucia, comenzando por las traqueteantes escaleras mecánicas que la comunica con la estación. Ni siquiera carece de solar mal tapiado en el que depositar desperdicios.

Una tapia coronada con columnas de mampostería cerca el área donde se levanta el enorme redondel del depósito de aguas. No es fácil encontrar la entrada a la exposición en esta columnata de hormigón blanco. Una pequeña puerta, de una sola hoja, da acceso a un espacio ajardinado. Unos cuantos metros más adelante, dos puertas de cristal automatizadas dan paso a un hall anodino, como fondo de saco. Se está en el lugar de la exposición y no se indica hacia dónde dirigirse.

Una señorita, asoma su cabeza detrás de la pantalla de un ordenador. Saluda con una media sonrisa de compromiso y me indica que la exposición se halla bajando por la escalera que arranca a la derecha del hall insustancial. La chica se fija en mi cámara y se apresura a comunicarme: ¡las fotos están prohibidas! La advertencia llega tarde, porque en mi búsqueda por el acceso a la exposición me llamaron la atención las cuatro pantallas, observadas por nadie, que presidían el muro frente a las puertas de cristal y en las que se podía observar a los visitantes de los distintos recintos expositivos. Vi la ocasión para obtener mi toma de la visita: había cámaras que observaban a los visitantes sin que éstos se percatasen. Y en el anonimato del aquel hall con muro de madera, sin relieve, en el que se encajaban las cuatro pantallas, pensé captar en mi cámara a los observadores anónimos que grababan a visitantes inconscientes de ser observados mientras comentaban las fotografías de otros que fueron observados inconscientemente. Cámaras paralelas que, como espejos paralelos, multiplican la observación de los observados. Buena imagen para La máquina de la visión de Virilio.

-¿No le parece una contradicción prohibir fotografiar en una exposición donde todas las fotografías son robadas?, argumenté ante la prohibición de utilizar mi cámara.

-Son propiedad intelectual. Me respondió como el autómata al que le tocas el botón de expedición de respuestas.

Me pareció inadecuado continuar con la dialéctica de mi discurso. Ella volvió a esconder su cabeza de pelo liso y largo detrás de la pantalla del ordenador y yo busqué la estrecha, empinada y oscura escalera deacceso a los sótanos de la FUNDACIÓN CANAL.

Pocas fueron las imágenes que me interesaron técnica o artísticamente. Pero, ¿qué podía esperar de unos disparos rápidos caracterizados por el hurto de la intimidad? Hay excepciones: La mujer de rojo de Harry Callahan, los desnudos ante el espejo de Brassai o las mujeres argelinas de Marc Caranger. Pero estas fotos no corresponden al espíritu subrepticio de la exposición. Tampoco me pareció un robado la excelente toma de Bárbara Prost en la que el coche negro de un guardaespaldas, aparcado en la esquina de una calle donde resaltan las líneas blancas de cebra se ha compuesto con precisión milimétrica, un juego perfecto de contrastes. Esta fotografía y la mujer en rojo de Callahan, para mí, las mejores.

Probablemente el tema de la exposición no era fotográfico, sino psicológico. Desde este punto de vista la exposición sí es interesante. Me hubiera gustado tener acceso a muchas de estas imágenes durante mis años de docencia de psicología social. Y aquí no quisiera extenderme, porque cada una de ellas, o muchas de ellas, exigen todo un capítulo de psicología social. Me limito a alguna pincelada suelta.

La exposición debería contar con las fotografías originales realizadas por Philip Zimbardo y sus colaboradores a finales de los sesenta cuando investigó el comportamiento de las personas en situaciones de “desindividuación”: personas normales, familias completas, niños incluidos, desguazando y apropiándose de piezas de coches aparentemente abandonados. Sí, en situaciones de anonimato, cuando creemos no ser vistos, cuando no nos importa el juicio de los que nos observan o el de la propia conciencia, la gente ejecuta el mal. Pero la gente no son los demás, la gente somos todos los humanos. Y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, que diría el Evangelio.

No me han impactado las instantáneas que muestran acciones indignas. Mis publicaciones sobre los mecanismos de la desvinculación moral (aquellos que se utilizan para recalificar como moral lo que en otras circunstancias se enjuiciarían como crímenes vergonzantes), explican los vericuetos mentales que se utilizan para la reconducción moral de las acciones inhumanas. Por esta razón, las fotografías que los comisarios califican de espectaculares me han dejado indiferente. Lo que es terrible es saber que la mayoría de las personas, situadas en las mismas circunstancias, con grandísima probabilidad las clonaríamos. No me han impresionado las ridículas fotografías del comportamiento sexual pilladas por Joshiyuki en el parque, al contrario, me parece que el verdaderamente pillado es el fotógrafo. Tampoco la Electrocución de Ruth Snyder, que para que tuviera más dramatismo debiera no parecer una composición abstracta y tener el realismo, al menos, de las de Merry Alpen en Dirty Windows. Me impresionó más, como signo de la maldad humana, la excelente, nítida y fría fotografía de la sala de ejecución: su preparación minuciosa (cada elemento en su lugar) esperando al “siguiente”, con una luz amarillo difteria, es la expresión del principio de desvinculación moral que, por imperativos legales, utilizan todos los actores de las ejecuciones, desde los empleados de la limpieza, los carceleros, los notarios que dan fe, los comisarios del gobierno, hasta el médico que prepara e inyecta, eligiendo cuidadosamente la vena más propicia, para que la ejecución sea perfecta. Todos están “cumpliendo con la ley”. Ninguno es un asesino.

Volví a recordar todas las investigaciones sobre la difusión de responsabilidad en las fotografías de Weeger: ASESINATO EN HELL’S KITCHEN: personas asomadas a las ventanas de la calle mientras se está realizando un asesinato. Miradas curiosas, como quien estuviera observando los trucos de un prestidigitador o las evoluciones de una procesión de Semana Santa. Nada en sus caras indica que estén presenciando un asesinato. Son miradas de espectáculo. Ninguna de ellas se siente responsable ni siquiera de no levantar el teléfono y llamar a la policía. Un caso semejante, ocurrido en los años sesenta, dio lugar a interesantes investigaciones sobre el observador que no responde ante los crímenes o personas necesitadas con las que se topa en su acelerado caminar urbano. En 1970, dos autores que han pasado a la historia de la psicología social, describieron e investigaron en el laboratorio este fenómeno del comportamiento humano: B. Latané y J.M. Darley. The unresponsive bystander: Why doesn’t he help?. Ninguno de nosotros fuimos sujetos en aquellas investigaciones. Pero ninguno de los que participaron en ellas era distinto de los demás, tampoco de nosotros. Sí, hubiéramos hecho lo mismo, a no ser que, de alguna manera, nos hubieran hecho responsable individualmente de aquella situación.

No es el momento de repasar toda la psicología social que srezuma la exposición de ONSERVADOS. Los ejemplos que he puesto son suficientes para concluir que, de la misma manera que a los físicos, cuando les llaman la atención fenómenos inesperados de la naturaleza, desarrollan su ciencia para hallar explicaciones contrastables, la psicología experimental trata de dar respuestas a comportamientos como los representados en la exposición OBSERVADOS.

Una reflexión final. Se lee las en líneas de presentación escritas por los comisarios acerca de “instintos del ser humano… y señala alguno de los sentimientos más básicos del hombre, como la sensualidad, la violencia, la aniquilación, la delincuencia…” Pero cada una de estas fotos tiene firma de autor. Yo me pregunto: ¿no son precisamente esos instintos más bajos de los autores los que han producido estas imágenes? Es el fotógrafo el que participa de esos instintos que justifica bajo el mecanismo desvinculante moral de derecho a la información o profesión de fotográfico.

No todas las fotografías de la exposición tienen el mismo contenido vergonzante. Las hay heroicas, como las de los campos de concentración o las de Susan Maisela delatando la crueldad en Centroamérica. Existen estudios y testimonios que demuestran cómo la vivencia del peligro y del secreto salvó muchas vidas en los campos de concentración. Elisabeth Langer hizo en su día interesantes investigaciones sobre la necesidad del a privacidad y la identidad para la salud mental.

Y los que acudimos a observar esta exposición ¿somos cómplices de esos mismos instintos del ser humano?

- No, de manera alguna, somos simples espectadores.

- ¿Cómo los de Asesinato en Hell’s Kitchen?

Desde un punto de vista más técnico, la mayoría de las fotografías están enmarcadas en pequeñas cajas, buena iluminación individualizada. Lo más adecuado me pareció el lugar: los sótanos de un depósito de agua. ¿Puede haber mejor emplazamiento para una exposición sobre el robo de la intimidad que la clandestinidad e impunidad que recuerdan los vericuetos laberínticos de unos sótanos que recuerdan cloacas del inconsciente de una gran ciudad ajena a lo que sucede en su subsuelo?