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sábado, 17 de octubre de 2020

PERSONALIDAD DEL DELINCUENTE Y… DEL NO DELINCUENTE

Estimado Carlos, como prometiera, sigo comentando tu reseña a mi libro: Autoeficacia y delincuencia. Sentí no verte en mi conferencia en la UNED el día 11. Quería darte las gracias personalmente. Sigo dándotelas a través de estas líneas. Decía yo que tus anotaciones críticas estimulan mi reflexión científica y me proporcionan una excelente oportunidad para precisar conceptos. Esta vez quiero aclarar el concepto que de personalidad se defiende en la teoría cognitivo social. Para hablar de personalidad hay que ponerse trascendentales. El tema recuerda las preguntas filosóficas de: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? He dicho mal. El tema no recuerda esas preguntas, sino que las pone sobre la bandeja de los temas de discusión. Pienso que las respuestas de la psicología científica tienen mucho que ver con los planteamientos que se hicieron los filósofos.(En mis tiempos se estudiaba psicología experimental y psicología racional). También son semejantes las respuestas. Se diferencian en los modos o métodos utilizados para contestarlas. La ciencia, en general, responde con métodos empírico-experimentales a los planteamientos deductivos de la filosofía. Frente a la pregunta qué seamos, la filosofía y la teología han dado respuestas extremas y otras conciliadoras: a los que les gustan las cosas claras y distintas, como diría Descartes, han apostado por el creacionismo o por las dotaciones hereditarias: las personas nacen con un don o gracia, (o con el maleficio o desgracia) específicamente diseñados para ellas por una hacedor que les es ajeno y las predetermina en sus capacidades, aunque no en sus actos. ¿O también en sus actos? Da igual que este hacedor sea un dios trascendental o que haya sido suplantado por la genética. En el balance final, cuando se nace, ya se trae instalado el programa y el sistema operativo, de que habla Irenäns Eibl-Eibesfeld. Programa que comienza a correr e instalarse en el momento de la concepción. Todo recuerda a las mónadas de Leibniz. Desde esta perspectiva, el delincuente nace para ser delincuente y muere habiendo demostrado que lo fue. Esto es lo que parece que defiendes y me cuestionas, Carlos. En el extremo opuesto estaría la metáfora de Heráclito de que todo fluye y que hoy no somos lo que ayer fuimos, lo mismo que las gotas de agua erosionan el cauce del río mudando incansablemente forma y estado de los dos. En este supuesto, la persona humana es mutable y, referida al delincuente, en un momento puede ser demonio y en el siguiente ángel. Ninguno de los dos estados deja de ser fugaz. Ha habido intentos conciliadores que toman lo mejor de ambas posturas. Platón, Aristóteles, Descartes o Kant se me antojan como pensadores de la conciliación. De todos ellos me quedo hoy con la postura de Aristóteles. -Eugenio, hoy si que vuelves a tus orígenes. ¿Te entenderán? -Espera hasta el desenlace. Después de todo, no creo estar diciendo nada que no pertenezca ya al acerbo de la cultura general. Pero, por si acaso, espera hasta el final. Me acerco a Aristóteles porque, a fin de cuentas, a todos nos lo explicaron en el bachillerato. No es que me parezca el modelo ideal, porque es más “constitucionalista” o esencialista que la mayoría de los filósofos. Basta recordar que las cosas son lo que son porque la materia ha recibido una forma y no otra, y tal forma hace que el tronco de madera se convierta en mesa y no en la Inmaculada Concepción. Y esto para siempre jamás. La que en este momento me parece apropiada es la imagen con la que se explica la combinación extraña entre una materia indefinida y la única forma que adopta irreversiblemente. Volvamos a sentarnos en el pupitre de bachilleres. Veremos entrar por la puerta a nuestro profesor de filosofía y escribir en el encerado el nombre de Aristóteles. Tras contar cuatro datos de su biografía, se adentra en la explicación de la realidad, de la física. Nos habla de las cuatro causas que la explican, dos de ellas las califica como internas, porque constituyen o explican lo que las cosas son. Estas causas son la materia y la forma. -¡Qué rollo!, pensábamos entonces y estás pensando ahora. El profesor también sabe que es confuso aquello de lo que habla. Todos los profesores de filosofía saben que esto es un rollo. Por eso, al unísono, recurren a la metáfora del escultor. Éste tiene ante sí un trozo de madera o de mármol. Este mármol, moldeado por el cincel o la gubia, puede convertirse, por la acción del escultor, en la representación, la idea, la prefiguración que el escultor tiene en mente. El escultor, el hacedor de las formas de las cosas, con la maza y el cincel en sus manos, defendidos sus ojos con gafas envolventes, incrustadas en su frente por la presión de los tirantes que rodean su cabeza polvorienta, enfundado en su mono recién planchado, da vueltas a la mole de piedra que tiene delante. Mira cuál sea la faz más propicia. Sigue pensando y sigue rodeando la mole de piedra. Pasado un buen rato de contemplación, todo su cuerpo se yergue, sus músculos se tensan, su mirada se aviva. Acaba de aparecer una leve sonrisa en su cara: la mole de piedra ha dejado de serlo. El escultor no ve en ella más que la estatua que será. Visualiza el final y el conjunto de golpes que debe propiciarle para conseguirlo. Poseído por su representación alza la maza, coloca el cincel en el punto elegido y, con fuerza, arranca el primer pedazo de mármol. Luego el segundo y el tercero. Todos son rudos, como si en vez de extraer una imagen de sus entrañas quisiera hacerlo añicos. Lo rodea nuevamente. Suda, pero se le ve contento. La piedra es más deforme que antes de recibir la primera herida. Al escultor no le duelen estas heridas, se ve más cerca de la realización de su ideal. Durante los días sucesivos difumina las aristas y los contrastes. El observador, poco a poco, va intuyendo, vislumbrando y observando cómo la idea del escultor va emergiendo de la piedra. Hasta que un día, dado el último retoque con la lija, el escultor ve "realizada" su imagen. Ésta ya no habita sólo en su pensamiento. Es más, ya no está en su pensamiento, se ha cosificado, realizado. Ya no le pertenece. Desde ahora pertenece, como idea hecha mármol, a quienes la contemplen. Y así hasta que se destruya, hasta la inmortalidad. El Profesor de filosofía se ha quedado satisfecho porque las nociones abstractas de materia y forma, causas intrínsecas de las cosas, pueden ser asidas y poseídas por sus alumnos. La imagen vale para exponer la noción de personalidad de la teoría cognitivo social. Pero sólo en parte. En la imagen del escultor aristotélico, éste deja su obra para la eternidad. La imagen es la del creador, la de la causa externa que deja para la eternidad, para siempre cosas bellas. Si se modifican los puntos de vista de la escena anterior y se piensa, porque esa la realidad, que la materia sobre la que se trabaja es e uno miso y que el escultor también es uno mismo,(para eso se posee la capacidad de reflexionar) la perspectiva puede tomar visos de mayor realidad psicológica, tal como la entiende la teoría cognitivo social. Cada experiencia vivida por la persona es un martillazo, a veces brusco, a veces caricia, que deja su impronta en el mármol de la personalidad. Pero a cada dentellada de cincel o caricia de la pulidora le suceden otras que transforman, en todo o en parte, el perfil que le precedió. A veces el escultor, debido quizás a un encuentro casual, decide modificar de base la escena que de sí mismo ha tenido en su interior durante los últimos tiempos. No es esto lo frecuente, pero puede suceder. Como en la imagen de Heráclito en la que el agua fluye incesantemente, el escultor de la propia personalidad, al retocar o ser retocado por las experiencias, cambia constantemente la única apariencia que le define. No muda de manera radical, salvo en raras experiencias vitales. Lo normal es que perfeccione su obra con pequeños retoques. Lo normal es que mantenga una apariencia estable, una identidad estable. Y eso es lo que le diferencia de los demás. Y eso es su personalidad. Que tratándose del delincuente, será una personalidad delictiva. Pero subrayando: 1) es él mismo quien se ha fraguado, labrado o esculpido su personalidad, 2) es él quien la modifica constantemente y 3) quien la puede modificar radicalmente. Es decir, el delincuente no nace con una personalidad delictiva, se hace y modifica como delincuente, y, ante todo, puede convertirse en agente del bienestar comunitario. Por eso, estudios muy reciente sobre el abandono de la delincuencia insisten en la modificación de la propia imagen gwestionada por el propio delincuente (Giordano et al. 2002). Amigo Carlos, la personalidad delictiva y la no delictiva sólo son definitivas cuando el destino decide que ya no tengas manos para arrancar o acariciar en tu escultura de mármol, bronce, madera o arcilla. Cuando el último golpe lo recibas sin tiempo para retocarlo.

La especialización en Iowa.

 

 Siguiendo el consejo de sus profesores, decide matricularse en el programa de doctorado de la Universidad de Iowa. Kenneth Spence era su director y Arthur Benton el coordinador de los postgraduados. Era el Departamento fuerte en la especialidad de Psicología. Existía otro más pequeño de Psicología evolutiva. Del paso de Kurt Lewin por aquella universidad no quedaba, en palabras del mismo Bandura, más que las críticas que Gustav Bergmann, (a quien Lewin admitió en su equipo, en 1939, le acompañó en sus viajes a distintas universidades y le introdujo en el mundo de la psicología norteamericana (Heald,1987) otorgándole su primer puesto académico en USA) le dedicaba en sus ampulosas clases y con él a todas las teorías de la Gestalt a quienes llamaba visionarios del todo” (Bergman, 1948,p.355). Nada de extrañar que Spence tratara de eliminar todo rastro de Lewin, dada su opinión de falta de rigor científico que le atribuía (Spence, 1948, 1950), lo mismo que su maestro Clark Hull (Hull, 1943). El programa duraba cuatro años, pero Albert, una vez más, lo realizó en tres.

 Así como su paso por la British Columbia apenas ocupa unas líneas en sus recuerdos escritos, la estancia en Iowa aparece abundante y frecuentemente. Su influjo, en lo intelectual y en lo personal, fue decisivo. 

 Sus experiencias personales en   el Departamento de Psicología de Spence son contradictorias, como se lo comunica por carta a su tutor de la British Columbia.  No siendo americano no puede optar a beca de estudios. Se encontró de nuevo con los privilegios de quienes habían combatido durante la Segunda Guerra Mundial. 

Afirma en su biografía que la mayoría de sus compañeros estudiaban con la beca GI, aprobada por el Congreso de los Estados Unidos de América para reinsertar a los veteranos de guerra, hijos, además, de la gran depresión  por lo que habían disfrutado de pocos medios para hacer sus carreras. A los que estudiaban les pagaban la enseñanza, la pensión, los libros y un dinero para sus gastos.  

Se conoce ya la facilidad de Bandura para vencer la escasez recurriendo al trabajo. Arthur Benton, Profesor de Psicología Clínica halló la manera de ampliar cada vez más su propia casa empleando a Bandura como carpintero: me movía por el programa de Iowa con el porte temperamental de un comercial calculador en una mano y con el útil martillo en la otra (Bandura, 1991, p.118). Durante el verano se encarga del mantenimiento de la casa y perro de caza del, también profesor del departamento, Judson Brown, buen investigador, que emplearía aquellos meses en San Antonio, Texas, entrenando o seleccionando a los aviadores de las fuerzas Americanas en su base de Lackland, retomando temporalmente al trabajo realizado durante la segunda guerra mundial. Brown había recibido ayudas para retocar su casa, probablemente por su condición de ex combatiente, y quería darle nuevas manos de pintura innecesarias. Bandura volvió a pasarse los meses de vacaciones trabajando para poder continuar sus estudios. En los años sucesivos Benton le consigue una asignación económica más estable. Por todo ello, afirma que era un departamento que se preocupaba del bienestar de sus alumnos.

Sus recuerdos de su paso por el Programa de Spence filtran un juicio humano negativo. Su profesor de British Columbia le había hablado de que era un programa duro, y que algunos no lo habían podido soportar. Al final del primer año de los estudios para la graduación era evidente que mi tutor de estudiante no graduado necesitaba alguna corrección sobre el espíritu de Iowa. Le expliqué que mi experiencia en los estudios graduados en Iowa me recordaba a Mark Twain cuando decía de la música de Wagner,” no es tan mala como suela” (1991, p.118, 2006, p 4). 

  También deja entrever las razones por las que su experiencia humana, no la intelectual, le resultó ingrata. Sus compañeros, excombatientes de guerra con Patton y otros comandantes rudos, contribuyeron a la osadía del programa. Pero la causa de su malestar la atribuye a los dos profesores columnas del Programa: Spence y Bergman. Spence dirigió el Departamento durante 22 años (1942-1964). Bandura dice de él que era un segundón y protegido de Hull, que dominaba el Departamento hasta los más mínimos detalles (Y según el índice de citas, también las publicaciones científicas, (Myers, 1970).  Cuando accede a la jefatura del Departamento, se encuentra con distintas especialidades, pero, a los pocos años,   el interés de Spence por una psicología teorético-experimental del condicionamiento y el aprendizaje (Amsel, 1995, p. 345) lo convierte en un baluarte beligerante del condicionamiento. Enseguida veremos que dedicó gran parte de sus estudios a contrastar las teorías que se oponían a sus principios. Perdón, a los de Hull. Pero tal revisión no era intelectualmente neutra, sino sectaria, lo que le acarreó la fama de doctrinario entre sus colegas (Amsel, 95).  Bandura (1981) en el resumen de su vida y obra que ha de presentarse cuando se concede el premio de científico distinguido, así como en su autobiografía, es suficientemente claro afirmando que la excursión anual a la Sociedad de Psicología de Medio Oeste parecía una aventura misionera (p.28).  Cuando Bandura es admitido en la Universidad de Stanford, recuerda que allí se encontraban profesores contra los que le habían prevenido en sus años de graduación. Se refiere, especialmente, a Hilgard, con el que Spence mantiene una dura disputa sobre la explicación de la ansiedad. Ese querer controlarlo todo creaba malestar también entre sus compañeros de claustro. Benton, Director del Programa de los Graduados, afirma que los primeros años de su estancia estuvo muy atareado, dirigió 15 tesis doctorales “cuya dirección tenía que someter y pasar el escrutinio de los comités de tesis” (Distinguished Professional Contribution Award for 1978, (1979, p.58). Spence supervisó no menos de 20 cada año (Ibídem). A pesar de las alabanzas aparentes a Spence, Benton sólo menciona y agradece la ayuda de Judson Brown (el de las fuerzas aéreas) y Harold Bechtodt, no a Spence, al que no menciona en sus escritos de aquellos años. Tampoco lo menciona Bandura en sus primeras publicaciones.  

Spence debía vivir sus propias teorías con tanto énfasis, que la manera de “tomarle el pelo” era mencionar al contrario.  Bandura en su biografía recogida por alumnos que lo han tratado tanto como Zimmerman y Schunk (2003), cuentan que de vez en cuando los alumnos ponían un poco de guindilla en aquel programa tan estricto.

 Una vez, habiendo muerto una rata mientras aprendía a encontrar su recompensa en un laberinto, los alumnos la retiraron, le hicieron un ataúd para roedores, lo adornaron con coranas mortuorias y lo colocaron en el tablón de anuncios del departamento con la inscripción:” esta rata corrió de acuerdo con la teoría de Tolman. Spence no disfrutó mucho con el ceremonial de aquel entierro (Bandura, 2006, p.5). 

Sus colaboradores más prestigiosos también sufrían sus celos: Amsel (1995) finaliza la breve biografía de Spence con esta anécdota. En 1961 se reencuentran en un congreso. Spence le dice: He oído que has reseñado el libro de Mowrer”. (Spence mantenía algunas diferencias teóricas con O. H. Mowrer)  Le digo que sí. Spence añade acusador: Y he oído que le has hecho una recensión positiva.  Amsel confiesa que la acusación era verdadera y en su defensa le pregunta ¿Desearías leer mi recensión del libro de Mowrer? Sí, responde Spence. Amsel le envía una copia.  Se reencuentran algunos meses después. Amsel le pregunta ¿Leíste mi recensión del libro de Mowrer? Si, lo leí. ¿Y crees que es una recensión favorable? Me lanza una de sus miradas penetrantes y dice: No, no lo creo, ¿pero quién que no sea un graduado de Iowa habría sabido que no era favorable? (p.346).  Bandura no se sintió atraído por la teoría de Hull por su énfasis en ese tedioso aprendizaje de ensayo error (Pajares, 2004).

Para entender qué es lo que vivió como tedioso ha de recurrirse a las investigaciones publicadas por Spence y sus colaboradores por aquellos tiempos, se elige un experimento con ratas a las que se pone a prueba para descubrir si aprenden creando un insight inicial, como lo proponía Tolman. (Spence, 1945). Calculando que cada una de las 44 ratas del experimento hace unos 1500 intentos, y que son solo diez intentos por día, los estudiantes tenían organizada su actividad en función de este experimento durante dos meses de sus cursos de doctorado (!).

No, Bandura reconoce poco la influencia teórica de Spence. Resulta sintomático que en las dos entrevistas publicadas por Evans (1976, 1989), éste le pregunta por la formación recibida bajo la dirección de Spence, de Skinner y de Miller. Bandura pasa por alto a Spence, con quien convivió o a quien sufrió durante tres años, y se centra en la influencia que ejerció sobre él la lectura del libro Social Learning and Imitation de Miller y Dollard (1941).

El otro pilar de Programa de Iowa era Gustav Bergmann. Físico y Abogado nacido en Viena. Fue colaborador de Einstein en Berlín.  Mientras hace su tesis en física, es invitado, tan joven, a las reuniones de los que luego fueron conocidos como “Círculo de Viena”. Siendo judío, emigra a los estados Unidos de Norteamérica en 1938 como contable de una empresa, pero ese mismo año es seleccionado como colaborador por Kurt Lewin en la Universidad de Iowa. Kurt le introduce en el mundo de la psicología. Conoce a Hull, discrepa de Lewin y finalmente se convierte, junto con Spence, en la segunda columna donde se sustentaba el Programa de Psicología de Iowa. (Helad, 1987, Addis, 2007). 

En nada sorprende este emparejamiento de la teoría de Bergamann con el conductismo cuando es el miso Hull quien halla paralelismo entre el fisicalismo del Círculo de Viena, el conductismo de Watson  y su conductismo que, unidos en América, ocasionarán una disciplina del comportamiento que florecerá como ciencia natural (Hull, 1943, p.273). Hull se apoya en el operacionalismo de Bergman para enarbolar su conductismo científico (Hull, 1943, nota 6).  

Bergamann se parecía a Spence en algo más que en las ideas cuando los que escriben sobre él tienen que afirmar que Bergmann poseía una personalidad fuerte que afectó a la gente de maneras marcadamente diferentes. Mientras que algunos lo percibieron como cruel en sus juicios y brusco en sus maneras, para quienes lo conocieron bien era un hombre de gran generosidad (Addis, 2007, p.6).


martes, 21 de enero de 2020

Vida y estudios en la Brish Columbia Univertity


British Columbia University 


En 1946, buscando climas más templados, o quizás siguiendo la advertencia de su madre: Tienes que elegir: puedes trabajar en el campo y emborracharte en la taberna o recibir una educación” (Foster, 2006 p.74), se traslada a la British Columbia University, en Vancouver, con la intención de estudiar biología. Trabajaba por las tardes en una empresa de madera para pagarse sus estudios, lo que le obligaba a elegir el grueso de sus cursos por las mañanas. Acudía a la universidad en una especie de autobús junto con otros compañeros que hacían cursos de pre-medicina o de ingeniería. Estos compañeros tenían cursos a horas inmisericordes de la mañana. Las suyas comenzaban más tarde. 

Una mañana, mientras esperaba en la vieja biblioteca a que comenzara su clase de inglés, cayó en sus manos, por casualidad, un folleto que alguien había dejado sobre un pupitre. Contenía los horarios de varios cursos. Y, por casualidad, observa que durante ese tiempo de espera puede elegir un curso de introducción a la psicología, sin duda el curso 100, ya que era compatible con el 100 de biología. Lo eligió para no enterrar aquellos minutos, tal elección casual determinó su carrera posterior. No fueron estas los únicos acontecimientos casuales ocurridos en la British Columbia University. 

Para poder graduarse en esta universidad, los alumnos debían elegir dos cursos de formación física. La British Columbia, por aquellos años, recuperó la importancia de la formación física, que condicionó su apertura inicial en 1915.  La consideraba tan primordial que contrató a un profesor la Universidad de Washington. En el primer curso, Bandura eligió ejercicios al aire libre, para estar en contacto con la naturaleza. El primer día le hicieron correr hasta el agotamiento, dando vueltas al estadio. Cambió y eligió el tiro al arco.  Para el segundo curso, escarmentado, eligió actividad física practicada en el gimnasio. También se equivocó, pues el primer día le hicieron correr dando vueltas a un circuito y ascender por una cuerda hasta alturas de vértigo. 

El gimnasio antiguo de la universidad era pequeño, estaba tan hacinado que un cronista de la época cuenta que los saltadores de potro se daban de puntapié al caer el segundo sobre el primero y el tercero sobre el segundo, las duchas eran submarinos para dos personas, la carencia de espacio obligaba a utilizar los manillares de las puertas como perchas. Saltar el potro, una piedra angular de la educación física moderna, se ha abandonado desde que cinco saltadores de potro, arrinconados en un pequeño espacio, se patearon inconscientemente… Mi experiencia con el gimnasio este curso ha sido bastante limitada porque, cuando traspaso la puerta, algún individuo fornido, al descubrir que no estoy interesado en la lucha libre, bailes folclóricos, ni en balancearme en cuerdas anudadas, me grita que me vaya (Jabez,1946, p 27 ) Cuál debía ser la angostura, que los mismos estudiantes se comprometieron a buscar subvenciones para construir uno nuevo, en memoria de los combatientes de las dos Guerras mundiales, y cobraban anualmente a los alumnos  $3 para contribuir a esta causa.  

Bandura cambió el angosto gimnasio por el golf. La experiencia de Bandura con el viejo gimnasio era compartida por los demás alumnos. Pues como humorísticamente cuenta Jabez (seudónimo de un profesor de inglés, Eric Nicol): el espacio para cambiarse la ropa se ubicaba en series de dos a diez, inclinadas,  Suficientemente bajas para darte un cabezazo aturdidor al subirse los pantalones (ibídem) 

Terminó sus cursos en tres años, en vez de en cuatro. Parece que el chico era listo, pues trabajaba por las tardes para poder vivir, realizó sus estudios universitarios en tres años y no en cuatro. Su graduación tuvo lugar durante una ceremonia que duró dos días, 12 y 13 de mayo de 1949, según se aprobó en el Senado de la Universidad el 16 de febrero de ese mismo año y luego detallan, las crónicas. En su discurso, el Decano de Agricultura, Clement, uno de los pilares de la Universidad desde su fundación, que abandonaba la universidad al tiempo que los graduados, les pedía: Preservad el derecho a investigar, a estudiar, a hablar y a criticar. 

Bandura obtuvo el premio Bolocan  en Psicología, que se otorgaba al alumno mas destacado de la promoción. El Senado de la Universidad de la British Columbia University, en su reunión del miércoles 19 de febrero de 1941, aprueba la siguiente resolución: Premio a la memoria de David Bolocan Un premio de 25 $, dado por Sr. y Sra. J. L. Bolocan, será concedido al estudiante del cuarto año de la Facultad de Filosofía y Letras y Ciencia, que, a juicio del Departamento de Filosofía y Psicología, sea considerado como el estudiante excepcional el año de su graduación. El premio se otorgará según la recomendación del Jefe del Departamento de Filosofía y Psicología.  Esta oferta fue aceptada. Aquel mismo año, la asociación de psicólogos canadienses crea una beca de $50, pero se destina a un alumno que pase de tercero a cuarto. 


Bandura, en su biografía y en sus comunicaciones personales, apenas ofrece tres pinceladas de su vida en la British Columbia University: viajar en un vehículo comunitario, trabajar por las tardes, graduarse en tres años y haber hecho los cursos de formación física y de inglés, además de los de psicología. Cuando alguien se sumerge en los años 1946-1949 de la historia de la British Columbia University, advierte que Bandura ha perdido una oportunidad para demostrar cómo se gestiona una universidad en tiempo de crisis siguiendo el lema de ésta: Tuum est. 

Pocos meses antes de que Bandura se matriculase en la Universidad de Point Grey de Vancouver había finalizado la Segunda Guerra Mundial en la que Canadá participó. Era el momento del regreso de los combatientes. Canadá les ofertó la posibilidad de continuar o iniciar sus estudios universitarios bajo el lema de cambiar la guerra por la paz. Esta oferta produjo una avalancha de matriculaciones.  En 1946 se matricularon, con Bandura, unos 3.000 veteranos, que iban a dar un giro a la vida universitaria. En 1947 había 40.000 veteranos matriculados en las universidades canadienses. Después de la de Toronto, la Universidad British Columbia fue la más solicitada del país.  El Rector Mackenzie se encontró con un problema logístico aparentemente insoluble. La Universidad fue creada durante la segunda decena del siglo XX pensando en 2000 estudiantes y la cabida en Point Grey apenas se había ampliado. A MacKenzie se le ocurre comprar los barracones utilizados por el ejército, durante la contienda, en campos de entrenamiento, en puesto de defensa del mar o en aeródromos. Con la sola confirmación de una llamada telefónica, en menos de dos días, llenan el campus 100 barracones, transportados sin desmontar, en largos traileres. En 1947, compra otros 50. Viviendas, despachos de profesores, laboratorios, salas de estudio, cafeterías, bibliotecas y toda la Facultad de Derecho hallan su acomodo en aquellas construcciones de madera. Se aprecia la gravedad del problema al saber que muchos de veteranos están casados y tienen hijos, que reclaman un alojamiento adecuado. 


Además, la universidad vive, básicamente, de las matriculas. Si se estudia, no puede ganarse dinero trabajando. MacKenzie establece, en marzo del 46, la Oficina de Empleo, cuyo cometido era buscar trabajo a tiempo parcial durante los períodos lectivos, a tiempo completo durante las vacaciones y trabajo definitivo al finalizar su graduación. Seguro que Bandura llamó al teléfono 1191 para encontrar su trabajo en la Fábrica de madera o habló con alguno de los empleados a las órdenes de John F.McLean, pues, como dice, nunca estuvo sobrado de posibles. Cuando Bandura parte para Iowa en 1949, la Oficina de Empleo ha colocado a 21.000 estudiantes. 

No es esta la única experiencia de constructivismo que tiene Bandura en su Universidad de Vancouver. Los mismos alumnos se alían para procurar dinero con el fin de levantar un edifico destinado a un nuevo Gimnasio en memoria de la guerra: War Memorial Gymnasium, será una memoria viva de aquellos a los que sirvieron y murieron en dos guerras mundiales (Graduate Chronicle, 1946, p.20).  El gimnasio, con una ayuda adicional del Gobierno, se inauguró en 1949. Durante la estancia de Bandura en esa Universidad se edificó también una nueva biblioteca, nuevos edificios para las facultades de Físicas y Ciencias Aplicadas. Una experiencia de creatividad y crecimiento y acomodación acelerados que no pudieron dejarle indiferente. 

El profesorado también supo acomodarse. No aumentó su número, apenas.  Y, como agradece el Rector en uno de sus informes anuales, se impartieron todas las clases, no se desatiende la gestión, se suplieron unos a otros, y, por si fuera poco, se echaron a su tiempo las clases especiales para los veteranos que durante años tuvieron en sus manos armas y no libros. 


Por sus escritos no podemos saber qué tipo de psicología estudió. En los archivos de la Universidad tampoco se encuentra demasiado. Alguna mención a creación de asignaturas nuevas, cierto dinero para investigación en psicología de la personalidad y de grupos. Cuando se le pregunta explícitamente responde: As an undergraduate I was leaning toward a major in biology. The course work in psychology provided a general survey of the different sub specialties of psychology. (12 Octubre 2007) 

 Las publicaciones de los profesores del Departamento responden a esta pregunta. Una psicología orientada a preparar psicólogos profesionales en los campos de la clínica y de la orientación escolar y profesional. Sperrin Chant, fue traído desde la Universidad de Toronto para hacerse cargo del Departamento. Es persona influyente a nivel de la Psicología y a nivel estatal. Preside la reunión anual de la Asociación Nacional de Psicología en 1948, y, ese mismo año, el Gobierno canadiense le encarga un informe sobre la educación. Es la figura central de la psicología en British Columbia. De sus publicaciones se infiere una orientación lewiniana, de ciencia rigurosa, pero nada propensa al behaviorismo. 

Por eso uno se pregunta qué es lo que quisieron decirle cuando le señalaron el camino de Iowa.  Bandura afirma que cuando se graduó, pregunto a su tutor: “¿dónde estás las columnas de la psicología?”. Replicó sin dudarlo: “en Iowa, por supuesto”. También le advirtió de su dureza (Evans, 1989). Como se verá de inmediato, en Iowa estaba Kenneth Spence, conductista casi sectario. 

Pero no es Spence quien le acoge, le protege, le busca subsistencia y le dirige su tesis doctoral sobre las aplicaciones del Rorschach a la neurociencia. Quien le ayuda en los aspectos materiales e intelectuales es Arthur Benton, cuya trayectoria profesional unida al ejercito de los Estados Unidos de América, es reflejo de la que estaba siguiendo uno de sus profesores de la British Columbia: Joseph E. Morsch.


Durante estos tres años se produce en la British Columbia una discusión sobre el futuro de los licenciados canadienses. Para poder prosperar intelectual y económicamente se ha de emigrar al vecino Estados Unidos, donde se alcanzan puestos directivos en empresas y universidades en función del mérito personal y no de la edad. Los más patriotas abogan por que los más dotados se sacrifiquen para levanta el nivel de la nación: Dice que no hay oportunidades en B.C. para ejecutar grandes cosas de modo grandioso. Pero cuanto mayor la dificultad, mayor la hazaña. Difícilmente puedes realizar grandes cosas de manera grandiosa si otro realiza los inicios por ti (Brock, 1947, p.4). Bandura, siguiendo el consejo de su mentor, buscó la mejor formación en psicología en Iowa.  En los papeles oficiales u oficiosos de la British Columbia no vuelve a aparecer hasta que el Senado de la Universidad le nombra, el primero que  lo recibe, Doctor Honoris Causa el 14 de febrero de 1979. En diciembre de 2007, al recibir el mayor premio científico que otorga Canadá, el periódico The Vancouver Sun dice que es poco conocido en su patria natal.

domingo, 7 de julio de 2019

Bandura: Años de formacion. Su infancia


No es infrecuente que cuando has elegido un camino, por razones diversas, lo abandones y tomes otras rutas. Esto me ha pasado con un intento de libro sobre la obra de Bandura, a la que le dediqué un tiempo. Escribí algunas páginas, que ahora me atrevo a ir colocando en este blog, como si fuera un libro por entregas. 
Leí ayer lo que de él se pone en Wikipedia, y me pareció que lo que en su día investigué ayudará a completar y comprender su obra. 

AÑOS DE FORMACIÓN



Apuntes sobre su vida.



 La Infancia.



No es la intención de este libro detenerse en la vida de Albert Bandura, aunque se muestren algunos de sus momentos, para ponerle cara a la teoría.  La lectura de los pocos escritos o pasajes que se refieren a su vida, en especial a los años de su infancia hasta su partida la Universidad de la Universidad British Columbia en Vancouver, son relativamente escasos y en poco completan los datos que él mismo aporta en su autobiografía. (Bandura, 2006; Foster, 2006; Pajares, 2004, Zimmerman y Schunk, 2003, Evans, 1976, 1989)

Bandura nace en Mundare, pequeña aldea situada en el centro de la Provincia de Alberta, Canadá. En julio de 2007 ha celebrado el centenario de su fundación. Los padres de Albert, como indica en su  breve autobiografía (Bandura, 2006), pertenecieron a la generación que construyó este poblado y a las primeras que fundaron la nación canadiense. A comienzos del siglo XX, Mundare  era una pequeña aldea, situada en medio de grandes extensiones de campo, poblada por unos cuantos inmigrantes principalmente ucranianos, (el apellido Bandura coincide con el nombre de instrumento de cuerda ucraniano). Su padre llegó a Canadá, con apenas 17 años, desde Polonia; su madre lo hizo, también en su primera juventud, desde Ucrania. No eran aquellos buenos tiempos para los ucranianos canadienses (1914-1920), pues fueron declarados “enemigos”, y más de 8.000 concentrados en los primeros campos de concentración de la historia canadienses, por juzgarles aliados de Austria durante la primera guerra mundial. Su padre trabajó en la construcción del ferrocarril Trans-Canadá, que atraviesa la nación desde el  Océano pacífico al  Atlántico, obra civil que confirió identidad a una extensión tan vasta y diversa como es Canadá. Su madre trabajaba en un comercio del poblado. Cuando reunieron una pequeña cantidad de dinero, compraron terrenos donde edificaron su vivienda y una granja, no sin antes haberlos limpiado, con sus manos, de cantos y maleza. Su padre compaginaba su trabajo de granjero con el de supervisor de las carreteras que se estaban construyendo en los alrededores. Su madre era una gran cocinera, su padre tenía un carácter jovial, tocaba el violín. Ambos eran profundamente religiosos: a Bandura le gusta decir que su madre era profundamente religiosa y que su padre bebía el vino de misa con el sacerdote (Foster, 2006, p.74)

En un determinado momento vendieron parte de sus tierras y se compraron una casa en el centro de la aldea. También se compraron un carro con el que trasportaban las mercancías desde la estación del ferrocarril a los distintos comercios de la zona. En el pueblo había un gran molino a donde acudían los granjeros a moler el grano y, entre  tanto, pasaban en rato en la cantina. En la casa de sus padres, una especie de posada, aquellos granjeros podían dormir y guarecer sus caballerías del frío. Parece que la gente del pueblo era de religión católica, de hecho existe hoy  Mundare un museo de los frailes Basilios. Los días de fiestas coincidían con las de los santos y festividades religiosas. Para sus celebraciones construían sus propios alambiques y elaboraban sus propios licores hurtando la vigilancia de la  temida policía montada canadiense. Las cosas les iban bastante bien, tanto que su padre compró uno de los primeros Ford, modelo T.

No todo fueron fiestas y prosperidad, Bandura traza algunas pinceladas negras en la vida de sus padres. Un año tuvieron que desmantelar la capa baja del tejado de la granja para dar de comer al ganado. En la peste del 18 perdieron una hija y su madre ayudó, de casa en casa, a los que estaban enfermos. La depresión económica también les afectó, tanto que tuvieron que ver, con pena, como otros cultivaban  propiedades que ellos habían fecundado.

Albert era el menor de seis hermanos, las cinco mayores eran hermanas. Sus padres, que no habían ido a la escuela, se preocuparon tanto por la formación personal como, sobre todo, por la de sus hijos  Una de las razones para compaginar la granja con la pequeña empresa de transporte fue la de estar cerca de la escuela. Su padre leía tres lenguas, polaco, ruso y alemán, y formó parte de la comisión educativa del distrito. Pero las facilidades educativas eran pocas en aquella aldea. Durante los años de bachillerato tenían dos profesores para impartir todas las disciplinas. Aquellos profesores carecían de casi todos los recursos para estar al día de los avances de los conocimientos.  Un día descubrieron el libro donde estaban resueltos los problemas de trigonometría, lo que provocó un  frenazo en la enseñanza de las matemáticas y  un estado de ansiedad en el profesor que tuvo que negociar con sus alumnos los deberes para que regresaran a sus clases. Aquellos alumnos tuvieron que aprender por sí mismos, fueron autodidactas. Esto no fue impedimento para que el 60% de ellos llegaran a estudiar en diversas universidades del mundo. Los contenidos de las materias son perecederos, lo que es inmutable es el saber aprender, apostilla Bandura cuando narra esta anécdota. Durante las vacaciones ayudaba a su padre en los quehaceres de la granja.

Sus padres se preocuparon porque saliera de la aldea y conociera otros mundos, aprovechando los recesos escolares del verano. Eso sí, trabajando. En uno de aquellos veranos estuvo en una fábrica de mubles en la capital de la provincia,  Edmonton, donde aprendió el oficio de carpintero. Habilidad que le ayudaría para pagarse sus estudios universitarios. Terminado el bachillerato, pasó las vacaciones estivales en Yukon, la provincia más occidental de  Canadá, la que conocemos por los buscadores de minas de oro a finales del siglo XIX y principios del XX, con una brigada que se dedicaba a conservar la autopista que conducía a Alaska. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos entiende que la vía hacia Alaska  ya no era estratégica. El 1 de abril de 1946 se hace la ceremonia de entrega al ejército canadiense, quien se encarga de su conservación a partir del 3 del mismo mes. Aquel día hacía 0 grados centígrados.  El estado de la carretera era  tan deplorable que todavía en 1969 un turista graba en un árbol: Autopista de Alaska. La peor carretera que he transitado. He recorrido 1 milla hacia delante y  dos arriba y abajo. Canadá recibe 17 campamentos  de mantenimiento, construidos por el ejército americano para durar entre 5 y  10 años solamente.  Cerrada prácticamente al turismo, apenas era transitada: en un mes de 1949 transitaban, por término medio, solamente 1232 vehículos (entre camiones, automóviles y autobuses) (www.aslaskahighwayarcives.ca).

Las cuadrillas que habitaban los campamentos estaban compuestas, según Bandura, por militares desterrados, maridos rabiosos a quienes sus mujeres demandaban la manutención, delincuentes en libertad condicional, acreedores… Se pasaban la mayor parte del día jugando a las cartas. Su alimento era, casi exclusivamente, el alcohol, que ellos mismos fermentaban una vez al mes, extrayendo el  vodka de una   masa de patatas y azúcar.  Cuenta como la noche anterior a destilar una de las masas fermentadas,  unos osos grises se la comieron. Al acercarse al alambique se encontraron unos cuantos osos grises que caminaban dando tumbos por el campamento, que les habían arruinado el vodka de aquel mes. Bandura finaliza la narración de su experiencia en Yukon afirmando: por fortuna  estaban demasiado descoordinados para hacer mucho daño (2006, p 3.)
Cuando finaliza la narración de sus experiencias familiares, escolares y laborales de estos años  (2006,b) declara que allí se vivía el construccionismo: los habitantes de Mundare que levantaban un poblado y transformaban en  productivas tierras inhóspitas, los alumnos de la única escuela carente de recursos materiales y personales, y, también, los mantenedores de la autovía hacia Alaska a su paso por Canadá tuvieron que acomodarse a las circunstancias o construirlas para subsistir, divertirse y  poner los fundamentos de un futuro mejor. El otro construccionismo está en los libros. Su teoría posterior, reconoce en portada, echa raíces en estas experiencias tempranas

martes, 5 de febrero de 2019



PASAR O CRECER. ORQUIDEA BLANCA



Recuerdo los antiguos relojes de pared con su péndulo de metal  dorado, escoltado por dos péndulas uniformadas, guardaespaldas de metal y arena. El péndulo se balancea y arrulla al monótono  tic tac de la rueda catalina brincando a ritmo sobre cada uno de sus dientes acerados.

En la parte superior, la caja relicario que ampara la esfera blanca. Sobre la tersura de la esfera destacan, a su alrededor y equidistantes, números romanos y  rayas negras; la dividen en porciones variables  los radios de dos agujas negras.


En el reloj  de pared todo se coordina al ritmo de un compás de dos por dos. Al moverse el péndulo, el ancla libera uno de los dientes de la rueda catalina al tiempo  que impide el paso a su gemelo del lado opuesto. Este liberar y retener emite el peculiar tic tac, repetitivo, invariable, que define al reloj de péndulo. Como si ese traqueteo fuera la batuta de quien marca el compás, las agujas de la esfera juegan a la  rayuela brincando de marca en marca y de número en número.

En el reloj de pared, como en todos los relojes, los movimientos de agujas o números son los propios de un autómata, lo que es en realidad.


Al observar el minutero moverse  veloz sobre su eje, pudiera esperarse que tuviera un final, una meta donde parar. Acaso el punto que marca las doce ahí, recto, perpendicular. Al fin de cuentas, ahí acaba su vuelta completa a la esfera. Ahí comienza cuando lo ajustamos, ahí debería finalizar su rotación.
¿Qué razón existe para repetir el mismo movimiento una y mil veces sin mostrar novedad o cambio significativo? Pero no, para el reloj las doce no tiene significado especial alguno, no es su meta, si no un segundo, un minuto o una hora igual que lo son la dos o las once. Tras las doce vuelve la una, luego las dos, las tres; da igual que sea de día o de noche o que se sucedan las estaciones o los años.


El reloj padece un trastorno obsesivo compulsivo. Cuando cree haber superado su  obsesión al dejar atrás una raya o un número de la esfera, estos vuelven recurrentes al compás del tic tac que arrulla su cuna de madera. Es como el tormento chino de la gota de agua que bota regularmente sobre la cabeza hasta destruir el temple más resistente.


Los movimientos, las señales, los sonidos del reloj de pared solo miden el pasar del tiempo sin apercibirse de lo que sucede al su alrededor. Internamente, sólo envejecen siguiendo la ley de la entropía.



En el ser vivo, por el contrario, el paso del tiempo causa modificaciones internas, intrínsecas. Crecen y envejecen con el tiempo. En el ser humano, el tiempo y las circunstancias  modifican no sólo su apariencia física, sino también la misma personalidad. No se es introvertido o extrovertido siempre y en todo lugar.


La personalidad no es  la ” Forma” de la que hablaba Aristóteles. La que da sentido o significado a una pieza informe de mármol convirtiéndola en Venus o Lacoonte.


Se es  introvertido con unas personas y no con otras, en el comedor sí y  en la sala de estar no, como demostrara hace mucho tiempo Newcomb al estudiarla en las residencias universitarias.

Una palabra de un respetado entrenador, por ejemplo, puede empujar o arruinar las expectativas vitales del aspirante a campeón de tenis. Pueden generarle confianza en sí mismo, la percepción de que su esfuerzo tendrá resultados, o el abandono de la ilusión. El primero creerá en sí mismo y conseguirá sus metas. El segundo trancará ese camino a la esperanza.  Unas palabras creíbles, sólo unas palabras creíbles pueden convertirse en la podadera que amputa ramas, cierra caminos, desvanece esperanzas o permitir, incluso a la que parece más enclenque, crecer y florecer, esforzarse y alcanzar éxitos.


Esta orquídea blanca, mi orquídea blanca ha vuelto a florecer. No lo hizo durante cinco años, después de recibirla como regalo subrogado. Llegué a desesperar y visitó más de una vez el cubo de la basura. Pero cada una de esas veces me arrepentí. Una voz en la que confíe me aseveró: si está viva florecerá. Fue el hacha leñadora que deja viva a la rama más enclenque.


Esta orquídea blanca, mi orquídea blanca, es la cuarta vez que  me florece. En estos nueve años, ha crecido, la he trasplantado, ha echado hojas nuevas, anchas y brillantes, se ha arropado de raíces largas cual melena de rastas.


Mi orquídea blanca ha vuelto a florecer, pero sus flores blancas y sus dientes  de dragón amarillos no son el retorno obsesivo del segundero del reloj. No son las mismas flores, son otras,  nuevas, más  maduras, nacidas de brotes nuevos. Mientras los movimientos automáticos son pura repetición, mero pasar, los  momentos de los seres vivos, la mayoría de los seres vivos, arropan crecimiento y madurez.


La mayoría de los seres vivos, incluidas las personas, crecen en espirales ascendentes. Lo que no impide que algunas sean  como relojes de pared por las que pasa el tiempo sin que muden . Pasan, pero no crecen. Porque no es lo mismo pasar  que crecer, ambos necesiten tiempo.


Quien repase mis fotos, por ejemplo en tema último de este blog,  puede pensar erróneamente que esta orquídea blanca es copia de la del año pasado. Pero no es así. Ha nacido y crecido con el paso del tiempo. Doy fe de ello y esta foto es la evidencia.

viernes, 16 de junio de 2017

MACHORRA

De esto debe hacer ya cinco años. Alguien regaló a mi hija pequeña una orquídea blanca. Ella no podía cuidarla y, en una visita a su casa, me indicó si quería quedármela. Acepté la oferta.
A lo largo de mi vida he plantado y cuidado árboles y flores. Bastantes, por cierto. Nunca una orquídea. Para saber de qué me había encargado, busqué información y la estudié. Me enteré de que hay asociaciones y grupos que comparten sus experiencias "orquiáceas". También hay abonos para que florezcan mejor: lo compré y lo utilicé.

No había pasado una semana y sus flores, casi al unísono, palidecieron y se desprendieron del tallo. Para que vuelva a florecer mejor: ¿corto el tallo por arriba, por abajo o lo dejo sin podar?. Una lectura me convenció de que, si lo cortaba por abajo, el nuevo tallo sería más fuerte y florecería más abundantemente. Seguí regando mi orquídea blanca, más o menos, una vez por semana; según me lo indicaba la humedad de sus raíces. Antes de acostarme la repasaba por ver si, por alguna parte, apuntaba un brote nuevo. Sólo me mostró nuevas hojas y nuevas raíces: crecía en frondosidad y en arraigos.
Pasaron los mese y los años. Cada vez que aparecía un nuevo atisbo de  crecimiento resurgía la esperanza de que fuera la deseada flor. Pero no, era una nueva raíz. Tantas que he aprendido a reconocerlas cuando apuntan como cabeza de lombriz verde y morada.
-¡Tírala a la basura!. ¡No volverá a florecer! ¡Es "machorra"! ¡Es egoísta!:  sólo se cuida a sí misma!.
Estaba dispuesto a eliminarla. La tuve en la mano camino del cubo de basura, pero no ejecuté la acción. En el fondo no quería darme por vencido. Es duro reconocer la incapacidad, la auto-ineficacia.
Cansado, bueno, más que cansado, apático, decidí acudir a una floristería que había visto promocionarse como especialista en orquídeas.
-¿Está verde?.  
- Sí, y echa hojas nuevas y muchas, infinidad de raíces, pero nada más.
Aquella mujer entrada en años, con voz profunda, aterciopelada, como el vino de gran reserva,  me aseguró, convincente, mirándome a los ojos
- Florecerá.
 La creí.
Para no recibir más reproches y no enfadarla (dicen que a las plantas hay que mimarlas y hablarles cariñosamente), la trasplanté a un recipiente mayor y me la llevé a mi estudio. Cada mañana, mientras el ordenador cargaba los archivos del sistema, sin desfallecer, la repasaba esperanzado. Pero, ¡nada!
Cansado de tanta espera, me compré otra orquídea fucsia, con cuatro varas florecidas. La coloqué en el lugar que ocupó la blanca. La orquídea fucsia terminó su floración en uno de sus tallos, los corte por la yema superior y brotó uno nuevo. Además echó un quinto tallo que también ha explotado. Cuando creía finalizada su floración, me regala dos más.  A día de hoy puedo testificar que lleva florecida más de  dieciséis meses. Eso sí: ni una hoja o raíz nueva. Es generosa.
El pasado septiembre, en una de mis inspecciones rutinarias, noté en mi orquídea blanca un bulto blanquecino en la conjunción de una de sus hojas con el tronco, era más romo y más brillante que el brotar de las raíces. Sí, lo confieso, me dio un pálpito de alegría. Me guardé el secreto, dado que muchas veces había anunciado en vano su nueva floración. A la mañana siguiente, como si quisiera sorprenderme en mi reconocimiento, esta vez, nada rutinario,  me mostraba una yema nueva. Esperé aún dos o tres días. Ya estaba seguro.
-La Orquídea blanca  va a florecer.
A mediados de diciembre apareció la primera flor. Volvió a ocupar su primer lugar desplazando a las advenediza. Fueron abriéndose, uno tras otro, cada uno de los botones. En marzo está tomada la imagen que presento.  Merecía la pena: una panorámica de 11 tomas.
Si no hubiera tenido la paciencia, si la hubiera arrojado a la basura, si no hubiera creído a la experta, me hubiera privado de la alegría, la satisfacción y el orgullo de ver florecer a mi "Machorra".
- ¡Qué tentación!. Porque es un ejemplo de confiar en uno mismo.
Pero no, la moraleja de la fuerza de la autoeficacia la sacas tú.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

CINCO MIL EUROS PARA ENTERRARME


 

Después de tanto tiempo desaparecido, retorno  a este blog. En mis pensamientos, incluso intenciones, estaba presente.  Con seguridad, muy presente. De la contemplación de volver a escribir avanzaba hacia la intención, (según la teoría de los estadios de la acción), no terminaba, en cambio, de decidir el momento y el modo. Pero he experimentado lo que Marllatt denominó AVE: abstinence violation effect. Me siento incómodo por no escribir.

La fotografía, que  comenzó siendo un entretenimiento,  absorbe mis momentos de escritorio y me empuja hacia aventuras. Cada noche  me queda tarea para la siguiente madrugada. Y, en ella, no están los temas del blog.

Últimamente me estoy encontrando con varios  fotógrafos que, mediante sus cursos online, me recuerdan lo que tantas veces  leí, investigué, escribí y enseñé, dentro de la teoría cognitivo social: no desanimarse ante el fracaso, seguir y buscar nuevas salidas. Persistencia, persistencia, corrección, corrección; no dejar de disparar y editar ninguno de los día. Nunca conformarse con un resultado mediocre, y, si es bueno, siempre puede mejorarse.

David duChemin, fotógrafo norteamericano influenciado por el impresionismo pictórico, me acababa de proponer,  a las siete de la tarde de ayer, en su libro: De visual Imagination,  que dejara de leerle, que abriera la web y buscara obras de Turner, Monet,  Armand Guillaumin, Kandinsky, etc. Ante cada cuadro  debería preguntarme: cuáles eran mis sentimientos, qué elementos constituían la masa visual, qué equilibrio había entre  sus componentes, cómo se ubicaban  en el enmarque, qué papel jugaba el color, cómo recorría mi ojo la pintura siguiendo las líneas y los contrastes, qué incluía y qué excluía el artista. Tras este examen,   debería preguntarme, a continuación, cómo utilizaría yo los parámetros de mi cámara: apertura del diafragma, velocidad de disparo, cantidad del ISO y tipo de objetivo, para conseguir la misma impresión. Preguntas y más preguntas.

Entre los pintores mencionado,s elegí a Armand Guillamin  porque no recordaba nada de él ni en el  Jeu de Pomme, ni en la Estación d’Orsay.

El primer cuadro que analicé se titula: “Escena rivereña”.  La sensación que me produce es de relajación: un atardecer, como el que los psicólogos aconsejan para los ejercicios de relajación. El sol de atardecer, a la espalda del pintor, inunda de luz caliente la escena, en la que destaca un  edificio, fábrica o almacén, de ladrillo o enlucido rojo.  Contra él se estrella también la primera mirada . Se estrella y la baja dirigiéndola hacia  las aguas del río,  mansas  y extendidas. Su tortuoso recorrido, de izquierda a derecha, arrastra también la atención. Siguiendo su cauce, aparecen, a la izquierda, un conjunto de chimeneas fabriles que arrojan  borbotones de humo negro, rojo y blanquecino, que acompañan la dirección del río. Te percatas, ahora,  de que hace un poco de brisa, sólo brisa que envuelve, acaricia. El humo y el agua transportan hacia las siluetas de casas e iglesias de la ciudad, allá, a lo lejos. Siguiendo la curva del río uno se tropieza con barcos veleros: lonas extendidas y cóncavas por la misma brisa que mueve el humo de las altas chimeneas. Los barcos veleros te indican que, un poco más cerca de ti, del pintor, hay dos pequeños botes pesqueros que forman contrapunto con  ellos; el equilibrio de los elementos elegidos, de que habla duChemin.  En los botes hay gente, siluetas, pescando. Dos en cada uno. La mirada se acelera descubriendo detalles que se suman a la sensación relajada: siguiendo el mismo ritmo visual que los veleros y los botes aparecen, en la orilla más cercana,  pescadores a caña. Unos, conversan sosegadamente, otro, contempla el atardecer al tiempo que aguanta su caña. Veleros, barcos y hombres, situados en diagonales paralelas, se equilibran. Te percatas de que una gran parte del cuadro, a la derecha del río, está cubierta de una mancha uniformemente verde-amarillenta de árboles. No te has dado cuenta porque se limitan a enmarcar el curso del río. Esa monotonía verde es rota por un sendero amarillento que, saliendo de la fábrica o almacén, serpenteando,  se hunde en la espesura. Cuando parece que ya no hay más que ver, y tu ojo también reposa, descubres lo esencial: la luz que lo impregna todo, que hincha el  espacio indefinido  que no cubre ninguna de las cosas mencionadas. Es cálida y enciende suavemente los reflejos del caserón, el  humo de las fábricas, las lonas de los veleros, las nubes, casi bruma, del cielo, los destellos blancos de las olas, la reluciente camisa de uno de  los pescadores.


Ahora te toca a ti. Imagínate allí, con tu cámara y tus objetivos. Sin duda, un gran angular, una ratio  de 4:3, una apertura moderada, quizás un f.8 sea la adecuada (habrá que probar), una velocidad baja para captar la brisa y el oleaje, por lo que necesito un trípode. Mejor hazlo con visión directa y observa el histograma para cubrir todo el rango luminoso. ¿Punto de vista bajo, normal o picado? Mejor un poco bajo, sin ser excesivo para que la silueta de las casas y campanarios no se oculten. No te contentes con una sola toma. Muévete, sube, baja la cámara, cambia de objetivo, prueba con una apertura mayor para que el fondo quede menos definido. Prueba, prueba,  prueba. Pegúntate: ¿qué pasaría si..? Una hora para fotografiar este lugar es poco, acaso necesites una tarde entera. Probablemente tengas que volver mañana porque, al  observar las tomas en el ordenador, te das cuenta de que se te pasó el mejor momento de  luz.

El segundo de los cuadros de Armand Guillaumin, que examiné, era un autorretrato. La iluminación…

-No, no. Todo esto son deberes que DuChemin me imponía a mí.

- Pero no me negarás que este es un bello hobby, en el que el tiempo se pasa “bellamente“- Vives el momento como si fuera eterno. A mí me recuerda el ensayo de Unamuno: “El perfecto pescador de caña”.

Estos afanes me traía yo ayer por la tarde cuando me despierta de ese estado  semi-hipnótico una llamada telefónica.

-Dígame?

-Si…, mire… ¿Es usted Don Eugenio Garrido Martín? Al otro lado hay una voz femenina, joven,  un poco atiplada, pero  agradable. La noto nerviosa, como quien tiene que dar un recado urgente

-Sí, qué desea.

- Le llamo de…  (La compañía de seguros de mi coche). (Va a recordarme que este mes tengo que pasarle la ITV).

-Sí, tengo mi coche asegurado con ustedes.  También estoy afiliado a su póliza de salud.

- ¡Ah! ¿Sí?...  Entonces, le puedo ofrecer otro producto.

-No suelo contratar servicios por teléfono. Cuando los necesito los busco.

-Pero, ¿no quiere escuchar lo que le puedo ofrecer?

Llegados a este punto, cada relativamente frecuente, suelo decirles: si no quiere perder su tiempo es  mejor que lo dejemos aquí.  Pero ayer no lo hice.

-¿Qué me propone?

-A ver, tiene usted más de 65 años?  (Sin duda notó que mi voz no era tan joven como la suya).

-Sí, muchos más. 78 años.

- Pues, puedo ofrecerle un seguro de decesos.

-¿Cómo?

- Pues, un seguro para cuando se muera. 

A través del auricular del teléfono oigo el  tecleo de alguna clase de aparato. Luego interpreté  que era  de una calculadora.

-Mire, le puedo ofrecer un seguro de decesos por  5.163 €. Pagados de una sola vez. Nosotros nos encargamos de todo. Usted no tiene que preocuparse de nada: funeraria, tanatorio, flores, crematorio…

-No, no me interesa.  Prefiero gastarme esos cinco mil euros en vida.

-Pero, insiste, imagínese que usted paga ahora  cinco mil euros, y  si se  muere, supongamos, dentro de 10 años, seguramente le costaría su entierro  unos 10.000. Se habría ahorrado cinco mil.

-No, no. Perdone. Prefiero disfrutar en vida  esos  cinco mil euros.

Mi imaginación, irónica, me escenifica levantándome del féretro y preguntándole a los enterradores: ¿Con IVA o sin IVA?

En un momento determinado me desubiqué  en parte, para que nadie me tratara como pasado; de alguna manera, muerto, cuando yo, en cambio, creía que tener por delante un tercio de mi vida. Ahora me plantan en las narices mi muerte, mi carencia de futuro.

No se trata  de negar la realidad. Cada año que cumples es uno menos que te queda. Pero eso es desde que te concibieron.  Me parece un disparate, una falta de tacto y un pésimo comportamiento psicológico el recordarle  a la gente que ha de morir. En su tiempo esto se utilizó como método de subyugación. Hoy, con demasiada frecuencia, es el ambiente que crean a las personas que consideran viejas.

 No, y no, y no. No es que se tema a la muerte, no se trata de eso.  Se trata de aprovechar cada uno de los momentos, regodearse en él, sentirse bien, experimentar que siempre tienes valor y hacer cosas dignas de valor. Es difícil zafarse de ese placaje del ambiente. Mientras mi entrenador, que soy yo mismo, diseña la jugada  de estrategia, seguiré con los retos que cada día ve va poniendo la fotografía: la cámara y el Photoshop.

-¡No te… fastidia! ¡Despertarme de mis contemplaciones artísticas para ahorrarme cinco mil euros  cuando, supongamos, me muera dentro de diez años!