
sábado, 17 de octubre de 2020
PERSONALIDAD DEL DELINCUENTE Y… DEL NO DELINCUENTE

La especialización en Iowa.
Siguiendo el consejo de sus profesores, decide
matricularse en el programa de doctorado de
Así como su paso por
Sus experiencias personales en el Departamento de Psicología de Spence son
contradictorias, como se lo comunica por carta a su tutor de
Afirma en su biografía que la mayoría
de sus compañeros estudiaban con
Se conoce ya la facilidad
de Bandura para vencer la escasez recurriendo al trabajo. Arthur Benton,
Profesor de Psicología Clínica halló la manera de ampliar cada vez más su
propia casa empleando a Bandura como carpintero: me movía por el programa de
Iowa con el porte temperamental de un comercial calculador en una mano y con el
útil martillo en la otra (Bandura, 1991, p.118). Durante el verano se encarga
del mantenimiento de la casa y perro de caza del, también profesor del
departamento, Judson Brown, buen investigador, que emplearía aquellos meses en
San Antonio, Texas, entrenando o seleccionando a los aviadores de las fuerzas
Americanas en su base de Lackland, retomando temporalmente al trabajo realizado
durante la segunda guerra mundial. Brown había recibido ayudas para retocar su
casa, probablemente por su condición de ex combatiente, y quería darle nuevas
manos de pintura innecesarias. Bandura volvió a pasarse los meses de vacaciones
trabajando para poder continuar sus estudios. En los años sucesivos Benton le consigue una asignación económica más
estable. Por todo ello, afirma que era un departamento que se preocupaba del
bienestar de sus alumnos.
Sus recuerdos de su paso por el Programa de Spence filtran un juicio humano negativo. Su profesor de British Columbia le había hablado de que era un programa duro, y que algunos no lo habían podido soportar. Al final del primer año de los estudios para la graduación era evidente que mi tutor de estudiante no graduado necesitaba alguna corrección sobre el espíritu de Iowa. Le expliqué que mi experiencia en los estudios graduados en Iowa me recordaba a Mark Twain cuando decía de la música de Wagner,” no es tan mala como suela” (1991, p.118, 2006, p 4).
También deja entrever las razones por las que su experiencia humana, no
la intelectual, le resultó ingrata. Sus compañeros, excombatientes de guerra
con Patton y otros comandantes rudos, contribuyeron a la osadía del programa.
Pero la causa de su malestar la atribuye a los dos profesores columnas del Programa:
Spence y Bergman. Spence dirigió el Departamento durante 22 años (1942-1964).
Bandura dice de él que era un segundón y protegido de Hull, que dominaba el
Departamento hasta los más mínimos detalles (Y según el índice de citas,
también las publicaciones científicas, (Myers, 1970). Cuando accede a la jefatura del Departamento,
se encuentra con distintas especialidades, pero, a los pocos años, el interés de Spence por una psicología
teorético-experimental del condicionamiento y el aprendizaje (Amsel, 1995, p.
345) lo convierte en un baluarte beligerante del condicionamiento. Enseguida
veremos que dedicó gran parte de sus estudios a contrastar las teorías que se
oponían a sus principios. Perdón, a los de Hull. Pero tal revisión no era
intelectualmente neutra, sino sectaria, lo que le acarreó la fama de
doctrinario entre sus colegas (Amsel, 95).
Bandura (1981) en el resumen de su vida y obra que ha de presentarse
cuando se concede el premio de científico distinguido, así como en su autobiografía,
es suficientemente claro afirmando que la
excursión anual a
Spence debía vivir sus propias teorías con tanto énfasis, que la manera de “tomarle el pelo” era mencionar al contrario. Bandura en su biografía recogida por alumnos que lo han tratado tanto como Zimmerman y Schunk (2003), cuentan que de vez en cuando los alumnos ponían un poco de guindilla en aquel programa tan estricto.
Una vez, habiendo muerto una rata mientras aprendía a encontrar su recompensa en un laberinto, los alumnos la retiraron, le hicieron un ataúd para roedores, lo adornaron con coranas mortuorias y lo colocaron en el tablón de anuncios del departamento con la inscripción:” esta rata corrió de acuerdo con la teoría de Tolman. Spence no disfrutó mucho con el ceremonial de aquel entierro (Bandura, 2006, p.5).
Sus colaboradores más prestigiosos
también sufrían sus celos: Amsel (1995) finaliza la breve biografía de Spence con
esta anécdota. En 1961 se reencuentran en un congreso. Spence le dice: He oído que has reseñado el libro de
Mowrer”. (Spence mantenía algunas diferencias teóricas con O. H. Mowrer) Le digo que sí. Spence añade acusador: Y he
oído que le has hecho una recensión positiva.
Amsel confiesa que la acusación era verdadera y en su defensa le
pregunta ¿Desearías leer mi recensión del
libro de Mowrer? Sí, responde Spence. Amsel le envía una copia. Se reencuentran algunos meses después. Amsel
le pregunta ¿Leíste mi recensión del
libro de Mowrer? Si, lo leí. ¿Y crees que es una recensión favorable? Me lanza una de sus miradas penetrantes y
dice: No, no lo creo, ¿pero quién que no sea un graduado de Iowa habría sabido
que no era favorable? (p.346). Bandura no se sintió atraído por la teoría de
Hull por su énfasis en ese tedioso aprendizaje de ensayo error (Pajares, 2004).
Para entender qué es lo que vivió
como tedioso ha de recurrirse a las investigaciones publicadas por Spence y sus
colaboradores por aquellos tiempos, se elige un experimento con ratas a las que
se pone a prueba para descubrir si aprenden creando un insight inicial, como lo
proponía Tolman. (Spence, 1945). Calculando que cada una de las 44 ratas del
experimento hace unos 1500 intentos, y que son solo diez intentos por día, los
estudiantes tenían organizada su actividad en función de este experimento durante
dos meses de sus cursos de doctorado (!).
No, Bandura reconoce poco la
influencia teórica de Spence. Resulta sintomático que en las dos entrevistas
publicadas por Evans (1976, 1989), éste le pregunta por la formación recibida bajo
la dirección de Spence, de Skinner y de Miller. Bandura pasa por alto a Spence,
con quien convivió o a quien sufrió durante tres años, y se centra en la
influencia que ejerció sobre él la lectura del libro Social Learning and
Imitation de Miller y Dollard (1941).
El otro pilar de Programa de Iowa era Gustav
Bergmann. Físico y Abogado nacido en Viena. Fue colaborador de Einstein en
Berlín. Mientras hace su tesis en
física, es invitado, tan joven, a las reuniones de los que luego fueron
conocidos como “Círculo de Viena”. Siendo judío, emigra a los estados Unidos de
Norteamérica en 1938 como contable de una empresa, pero ese mismo año es seleccionado
como colaborador por Kurt Lewin en
En nada sorprende este emparejamiento de la teoría de Bergamann con el conductismo cuando es el miso Hull quien halla paralelismo entre el fisicalismo del Círculo de Viena, el conductismo de Watson y su conductismo que, unidos en América, ocasionarán una disciplina del comportamiento que florecerá como ciencia natural (Hull, 1943, p.273). Hull se apoya en el operacionalismo de Bergman para enarbolar su conductismo científico (Hull, 1943, nota 6).
Bergamann se parecía a
Spence en algo más que en las ideas cuando los que escriben sobre él tienen que
afirmar que Bergmann poseía una personalidad fuerte que afectó a la gente de
maneras marcadamente diferentes. Mientras que algunos lo percibieron como cruel
en sus juicios y brusco en sus maneras, para quienes lo conocieron bien era un
hombre de gran generosidad (Addis, 2007, p.6).
martes, 21 de enero de 2020
Vida y estudios en la Brish Columbia Univertity
domingo, 7 de julio de 2019
Bandura: Años de formacion. Su infancia
Apuntes sobre su vida.
La Infancia.
martes, 5 de febrero de 2019
PASAR O CRECER. ORQUIDEA BLANCA
Recuerdo los antiguos relojes de pared con su péndulo de metal dorado, escoltado por dos péndulas uniformadas, guardaespaldas de metal y arena. El péndulo se balancea y arrulla al monótono tic tac de la rueda catalina brincando a ritmo sobre cada uno de sus dientes acerados.
En la parte superior, la caja relicario que ampara la esfera blanca. Sobre la tersura de la esfera destacan, a su alrededor y equidistantes, números romanos y rayas negras; la dividen en porciones variables los radios de dos agujas negras.
En el reloj de pared todo se coordina al ritmo de un compás de dos por dos. Al moverse el péndulo, el ancla libera uno de los dientes de la rueda catalina al tiempo que impide el paso a su gemelo del lado opuesto. Este liberar y retener emite el peculiar tic tac, repetitivo, invariable, que define al reloj de péndulo. Como si ese traqueteo fuera la batuta de quien marca el compás, las agujas de la esfera juegan a la rayuela brincando de marca en marca y de número en número.
En el reloj de pared, como en todos los relojes, los movimientos de agujas o números son los propios de un autómata, lo que es en realidad.
Al observar el minutero moverse veloz sobre su eje, pudiera esperarse que tuviera un final, una meta donde parar. Acaso el punto que marca las doce ahí, recto, perpendicular. Al fin de cuentas, ahí acaba su vuelta completa a la esfera. Ahí comienza cuando lo ajustamos, ahí debería finalizar su rotación.
¿Qué razón existe para repetir el mismo movimiento una y mil veces sin mostrar novedad o cambio significativo? Pero no, para el reloj las doce no tiene significado especial alguno, no es su meta, si no un segundo, un minuto o una hora igual que lo son la dos o las once. Tras las doce vuelve la una, luego las dos, las tres; da igual que sea de día o de noche o que se sucedan las estaciones o los años.
El reloj padece un trastorno obsesivo compulsivo. Cuando cree haber superado su obsesión al dejar atrás una raya o un número de la esfera, estos vuelven recurrentes al compás del tic tac que arrulla su cuna de madera. Es como el tormento chino de la gota de agua que bota regularmente sobre la cabeza hasta destruir el temple más resistente.
Los movimientos, las señales, los sonidos del reloj de pared solo miden el pasar del tiempo sin apercibirse de lo que sucede al su alrededor. Internamente, sólo envejecen siguiendo la ley de la entropía.
En el ser vivo, por el contrario, el paso del tiempo causa modificaciones internas, intrínsecas. Crecen y envejecen con el tiempo. En el ser humano, el tiempo y las circunstancias modifican no sólo su apariencia física, sino también la misma personalidad. No se es introvertido o extrovertido siempre y en todo lugar.
La personalidad no es la ” Forma” de la que hablaba Aristóteles. La que da sentido o significado a una pieza informe de mármol convirtiéndola en Venus o Lacoonte.
Se es introvertido con unas personas y no con otras, en el comedor sí y en la sala de estar no, como demostrara hace mucho tiempo Newcomb al estudiarla en las residencias universitarias.
Una palabra de un respetado entrenador, por ejemplo, puede empujar o arruinar las expectativas vitales del aspirante a campeón de tenis. Pueden generarle confianza en sí mismo, la percepción de que su esfuerzo tendrá resultados, o el abandono de la ilusión. El primero creerá en sí mismo y conseguirá sus metas. El segundo trancará ese camino a la esperanza. Unas palabras creíbles, sólo unas palabras creíbles pueden convertirse en la podadera que amputa ramas, cierra caminos, desvanece esperanzas o permitir, incluso a la que parece más enclenque, crecer y florecer, esforzarse y alcanzar éxitos.
Esta orquídea blanca, mi orquídea blanca ha vuelto a florecer. No lo hizo durante cinco años, después de recibirla como regalo subrogado. Llegué a desesperar y visitó más de una vez el cubo de la basura. Pero cada una de esas veces me arrepentí. Una voz en la que confíe me aseveró: si está viva florecerá. Fue el hacha leñadora que deja viva a la rama más enclenque.
Esta orquídea blanca, mi orquídea blanca, es la cuarta vez que me florece. En estos nueve años, ha crecido, la he trasplantado, ha echado hojas nuevas, anchas y brillantes, se ha arropado de raíces largas cual melena de rastas.
Mi orquídea blanca ha vuelto a florecer, pero sus flores blancas y sus dientes de dragón amarillos no son el retorno obsesivo del segundero del reloj. No son las mismas flores, son otras, nuevas, más maduras, nacidas de brotes nuevos. Mientras los movimientos automáticos son pura repetición, mero pasar, los momentos de los seres vivos, la mayoría de los seres vivos, arropan crecimiento y madurez.
La mayoría de los seres vivos, incluidas las personas, crecen en espirales ascendentes. Lo que no impide que algunas sean como relojes de pared por las que pasa el tiempo sin que muden . Pasan, pero no crecen. Porque no es lo mismo pasar que crecer, ambos necesiten tiempo.
Quien repase mis fotos, por ejemplo en tema último de este blog, puede pensar erróneamente que esta orquídea blanca es copia de la del año pasado. Pero no es así. Ha nacido y crecido con el paso del tiempo. Doy fe de ello y esta foto es la evidencia.
viernes, 16 de junio de 2017
MACHORRA
A lo largo de mi vida he plantado y cuidado árboles y flores. Bastantes, por cierto. Nunca una orquídea. Para saber de qué me había encargado, busqué información y la estudié. Me enteré de que hay asociaciones y grupos que comparten sus experiencias "orquiáceas". También hay abonos para que florezcan mejor: lo compré y lo utilicé.
No había pasado una semana y sus flores, casi al unísono, palidecieron y se desprendieron del tallo. Para que vuelva a florecer mejor: ¿corto el tallo por arriba, por abajo o lo dejo sin podar?. Una lectura me convenció de que, si lo cortaba por abajo, el nuevo tallo sería más fuerte y florecería más abundantemente. Seguí regando mi orquídea blanca, más o menos, una vez por semana; según me lo indicaba la humedad de sus raíces. Antes de acostarme la repasaba por ver si, por alguna parte, apuntaba un brote nuevo. Sólo me mostró nuevas hojas y nuevas raíces: crecía en frondosidad y en arraigos.
Pasaron los mese y los años. Cada vez que aparecía un nuevo atisbo de crecimiento resurgía la esperanza de que fuera la deseada flor. Pero no, era una nueva raíz. Tantas que he aprendido a reconocerlas cuando apuntan como cabeza de lombriz verde y morada.
-¡Tírala a la basura!. ¡No volverá a florecer! ¡Es "machorra"! ¡Es egoísta!: sólo se cuida a sí misma!.
Estaba dispuesto a eliminarla. La tuve en la mano camino del cubo de basura, pero no ejecuté la acción. En el fondo no quería darme por vencido. Es duro reconocer la incapacidad, la auto-ineficacia.
Cansado, bueno, más que cansado, apático, decidí acudir a una floristería que había visto promocionarse como especialista en orquídeas.
-¿Está verde?.
- Sí, y echa hojas nuevas y muchas, infinidad de raíces, pero nada más.
Aquella mujer entrada en años, con voz profunda, aterciopelada, como el vino de gran reserva, me aseguró, convincente, mirándome a los ojos
- Florecerá.
La creí.
Para no recibir más reproches y no enfadarla (dicen que a las plantas hay que mimarlas y hablarles cariñosamente), la trasplanté a un recipiente mayor y me la llevé a mi estudio. Cada mañana, mientras el ordenador cargaba los archivos del sistema, sin desfallecer, la repasaba esperanzado. Pero, ¡nada!
Cansado de tanta espera, me compré otra orquídea fucsia, con cuatro varas florecidas. La coloqué en el lugar que ocupó la blanca. La orquídea fucsia terminó su floración en uno de sus tallos, los corte por la yema superior y brotó uno nuevo. Además echó un quinto tallo que también ha explotado. Cuando creía finalizada su floración, me regala dos más. A día de hoy puedo testificar que lleva florecida más de dieciséis meses. Eso sí: ni una hoja o raíz nueva. Es generosa.
El pasado septiembre, en una de mis inspecciones rutinarias, noté en mi orquídea blanca un bulto blanquecino en la conjunción de una de sus hojas con el tronco, era más romo y más brillante que el brotar de las raíces. Sí, lo confieso, me dio un pálpito de alegría. Me guardé el secreto, dado que muchas veces había anunciado en vano su nueva floración. A la mañana siguiente, como si quisiera sorprenderme en mi reconocimiento, esta vez, nada rutinario, me mostraba una yema nueva. Esperé aún dos o tres días. Ya estaba seguro.
-La Orquídea blanca va a florecer.
A mediados de diciembre apareció la primera flor. Volvió a ocupar su primer lugar desplazando a las advenediza. Fueron abriéndose, uno tras otro, cada uno de los botones. En marzo está tomada la imagen que presento. Merecía la pena: una panorámica de 11 tomas.
Si no hubiera tenido la paciencia, si la hubiera arrojado a la basura, si no hubiera creído a la experta, me hubiera privado de la alegría, la satisfacción y el orgullo de ver florecer a mi "Machorra".
- ¡Qué tentación!. Porque es un ejemplo de confiar en uno mismo.
Pero no, la moraleja de la fuerza de la autoeficacia la sacas tú.