Cierto. Han pasado años sin escribir una entrada personal en este Blog. Pero es que ayer ha muerto la persona, el profesor, el amigo que da sentido a este Blog: Albert Bandura nos ha dejado a los 95 años.
Me entristece la noticia, sí, pero me queda hasta mis restos la vivencia de haber sido su amigo y él mi maestro. Quienes habéis asistido a mis clases recordaréis que su teoría fue siempre el hilo conductor de todo lo que enseñé. Por eso estuvimos siempre al día de los últimos progresos en nuestra disciplina.
No es el momento de exponer sus teorías. Fueron y son tan novedosas e influyentes que se no faltan en los libros de texto.
Hoy es día de recuerdos y de vivencias. Estuvo presente en mi vida y en la de mi familia. Por eso mis hijas, al conocer la noticia me han dicho que fue una suerte haberle conocido tan de cerca.
Cuando hablabas con él te trasmitía acogimiento, familiaridad. Nunca la sensación de que era un científico importante. Eras tú y era él.
¿Quién era Bandura en las cercanía? Lo define bien mi experiencia en el último trimestre que estuve en la Universidad de Stanford 1991.
El primer fin de semana de aquella primavera, al recoger lo que tenía en mi casillero, me encontré con una invitación suya, escrita en un posit, en la que nos invitaba, a mi mujer y a mí, a cenar junto con su esposa Ginny, a un restaurante famoso en el entorno de la Bahía de San Francisco. ¡Lo aceptamos, no faltaba más!
Llegó el fin de semana siguiente, volví a encontrarme con una nueva invitación.
Él había estado en Salamanca unos años antes. Había venido con Ginny y con Maria, su hija también psicóloga, recién salida de la facultad. Me pidió que María diese una conferencia en aquel curso, se lo concedí, naturalmente. Como hacía con los invitados de los cursos de verano que organizaba cada año, los invitamos a restaurantes y también a casa.
Cuando recibí la invitación de mi segundo fin de semana en Stanford, pensé que se sentía obligado a corresponder a nuestra hospitalidad salmantina.
Con el posit en la mano me acerqué a su despacho, situado en un rincón acogedor del Departamento de Psicología. Señalándole el posit le dije:
- Al, no quiero que te sientas obligado a invitarnos porque nosotros te invitáramos en Salamanca.
Su respuesta, como siempre, fue una carcajada sonora. Su carcajada. La carcajada que todos los que le hemos tratado nunca olvidaremos.
- Eugenio, estás equivocado. Una de las secciones primeras que yo leo en los periódicos es la de gastronomía. Me gusta saber qué hay de nuevo, cuales son las tendencias del momento. Pero, sabes, lo que no tengo son ocasiones para ir. Ahora que estáis vosotros aquí, me voy a dar este gustazo.
O sea, que nosotros le estábamos haciendo un favor a él y no él a nosotros. ¡Grande!.
Puedo atestiguar que su generosidad no tenía límites. Una de las veces que estuvo en Salamanca, en el momento de pagarle por sus conferencias, me dijo que me quedara yo con ese dinero, porque habíamos gastado mucho con él.
Tampoco puedo olvidar su último viaje a Salamanca, en 2002. La facultad celebraba su 25 aniversario y querían que Bandura fuera el invitado especial. Me pidió el Decano que si yo podría conseguirlo. Naturalmente.
Me puse en contacto con él y aceptó. Pasados unos días me dice que su viaje a Salamanca nos iba a costar mucho dinero. Y que, si me parecía bien, podía aprovechar el viaje que unos días antes tenía que hacer a Italia. De esa manera nos dividíamos los gastos entre los italianos y nosotros.
Sí, era una persona extremadamente generosa.
Pero no solamente con lo referente al dinero. Yo diría que lo era especialmente con sus publicaciones y trabajos de investigación. Varias veces al año me mandaba primeras copias de lo último que había escrito.
-Eugenio, creo que esto puede interesarte.
Luego, cuando salía la publicación definitiva había cambiado algunas cosas. Es decir, me enviaba su primera redacción.
Afable, amigo, generoso, siempre sonriente. ¡Amigo, que te me has ido! !
He dicho que no quiero hablar de las teorías psicológicas de Bandura. Pero siguiendo el hilo de este tema, me gusta recordar el siguiente episodio que le define a la vez como científico y como persona.
En una de sus invitaciones de fin de semana, el restaurante estaba en una zona empinada de San Francisco. Bandura y yo íbamos delante. Isabel y Ginny se habían quedado rezagadas. Una de ellas mira la pendiente que había que ascender y se lamenta. Bandura se vuelve, se dirige hacia ellas y les dice:
- Con pasitos cortos se llega sin cansarse.
Pasitos cortos, y uno detrás de otro, pero sin pararse. En aquel momento pensé que esa era la esencia de su éxito científico. Poco a poco, experimento a experimento. Sin dejar nunca las hipótesis que le que había dejado el anterior y sin dejar de responder con experimentos a quien lo criticaban.
Bandura se decide a estudiar psicología por una casualidad. La importancia de las casualidades en nuestras vidas, escribiría años después.. Estudiaba biología. Sus compañeros de residencia, medicina. Estos se levantaban pronto. Bandura se levantaba para ir con ellos. Tenía que esperar en la biblioteca hasta el inicio de las asignaturas de Biología. En una de esas esperas se encuentra con un folleto en el que se anuncian clases de Psicología que eran convalidables para la carrera de Biología y que se impartían a horas tan tempranas como las de medicina. Podía aprovechar ese tiempo muerto . Se apunto. Le gustó. Cambió su carrera de Biología por la de Psicología.
Terminada la carrera le pregunta a su tutor por el mejor departamento para hacer el Doctorado. Su tutor le recomienda Iowa. Sin dinero y sin recursos y sin opción a beca, se planta en Iowa. La Psicología estaba Dominada con férrea, por no decir militar disciplina de Conductismo por Spence, jefe de Departamento y metomentodo.
Bandura no buscaba aquello. Bandura quería ser psicólogo clínico. Por eso eligió como director de sus tesis a Benton, el padre de la Psicobiología. Su tesis trataba sobre la percepción de los espacios blanco en el test de Rorschach.
Cuando tuvo que elegir su especialización se fue a Wichita, donde vio pacientes bajo la supervisión de Brewer. Se especializó pues en Psicología clínica.
Terminada su especialización, su intención seguía siendo la intervención psicológica. Pero en este momento se dan un conjunto de circunstancias históricas en la psicología norteamericana, que exigen a las universidades tener Profesores Doctores para impartir la Psicología Clínica en sus programa. El Director del Departamento de Psicología de Stanford , recién llegado, era Robert Sears. Sears es el artífice de lo que luego ha sido la Psicología en Stanford.
Bob Sears recluta a Bandura, ya doctor, para impartir la asignatura de Psicología Clínica. Y en eso está Bandura, en la Psicología clínica. Tanto que en ese primer año hace investigaciones junto a los psiquiatras, en el hospital para veteranos de Palo Alto. Tanto, que durante ese año estuvo buscando centros donde poder ejercer como Psicólogo. Y lo encontró. Al finalizar el curso le comunica su decisión al Jefe de Departamento. Pero Sears le propone un contrato fijo y con buenas perspectivas ecónomas y científicas. Bandura se queda en Stanford hasta el día de ayer.
Aquí comienza la carrera científica del Bandura que hoy conocemos. Me gustaría detenerme un momento en la influencia que ejerció Bob Sears sobre Bandura en ese momento. Me gusta detenerme porque ni el mismo Bandura lo resalta. Recuérdese que Sears, junto con Dollard, Miller y otros son los ponentes de la hipótesis de la Frustración como causa de la agresividad.
El primer libro que publica Bandura es sobre la agresividad de los adolescentes. Con formulaciones semejantes a las que publicaba Bob Sears esos mismos años.
Y aquí tendríamos el punto de arranque de la actividad intelectual de Bandura.
La agresividad se aprende por imitation. Que desemboca en el las investigaciones de su famoso muñeco bobo. Siguiendo el mismo esquema se introduce en los temas del aprendizaje de los comportamientos morales. Y aquí quisiera hacer un inciso: a Bandura le ha interesado, sobre todo, el aprendizaje de los comportamientos morales e inmorales. No es casualidad que su último libro publicado se titule Moral Disengagement (2016).
Siguiendo con su vocación de psicólogo clínico, propone que el aprendizaje por imitación puede competir y superar a los aprendizajes por recompensas, tanto en niños como en adultos.
Pero un día, en una revisión de los resultados de sus investigaciones, una paciente le dice que desde que superó su miedo a las serpientes, se siente capaz de enfrentar otros miedos de su vida. Esto le hace pensar a Bandura que la terapia es más bien un problema de atribuciones. La generalización de los efectos saludables de una intervención no se hacen por contigüidad y semejanzas, si no por una asociación o conclusión mental.
Esta hipótesis la estudia durante los primeros años 70, hasta que en 1973 publica su libro Social Learning Theory, en el que formula por primera vez la hipótesis de la autoeficacia.
Formulada la hipótesis, dedica los primeros años de los 80 a probarla y defenderla de todos los ataques que recibió. Una vez probada y, dado su alcance universal sobre todos los campos de la conducta humana, dedica sus investigaciones a probar que la autoeficacia en la variable que aglutina todas las demás en cualquier tipo de conducta: terapias, recuperaciones cardíacas, deportes, rendimiento escolar, conductas saludables, etc.
Todo esto lo hace sin demasiado ruido, aunque a veces es muy duro con los que le atacan. Todos estos son los pasos pequeños que al final terminan conquistando la cumbre científica que él ha alcanzado.
Pasito a pasito, pasitos cortos, que, como titulara uno de sus artículos semi-biográficos: Desde los minúsculos arroyuelos de las cumbres heladas hasta las grandes y cálidas corrientes de los grandes causales de agua.
Este es , desde mi punto de vista, lo que ha terminado por convertir a Bandura en el psicólogo que ha dado vuelta de calcetín a la Psicología en todos sus campos, pues ninguno se ha librado de su arrolladora personalidad humana y científica.
Pasito a pasito, pero sin descansar. Así se llega a la cima. Esa ha sido su metodología de trabajo.
-Al, amigo, que quiero recibir tus invitaciones a cenar, que quisiera seguir recibiendo tus papeles no publicados, que quiero oír tus carcajadas, que quiero volver a ver tu cara sonriente.
¿Lo dejamos para dentro de un rat