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martes, 19 de febrero de 2013

ROBAN, PERO NO ENGAÑAN


 

Estábamos ya sentados cada uno en nuestros pupitres esperando las preguntas del examen de sociología. El profesor, que venía de formarse  y enseñar en una universidad de Hamburgo, nos entrega las preguntas.  Dispuestos a escribir, nos interrumpe:
-En la universidad en la que enseño los alumnos no copian, no hacen competencia desleal a sus compañeros. Espero que ustedes hagan lo mismo. Les dejo solos. Cuando finalicen ponga sus respuestas sobre la mesa. Volveré a recogerlas.

Y de verdad, nos dejó solos. Nos miramos incrédulos. Momento de incertidumbre. Fue corto. Alguien salió a buscar sus apuntes y su libro de texto. A partir de ahí, como en los experimentos de la desindividuación, todos sacamos nuestros apuntes.
Años más tarde perfeccionaba mis estudios en la Universidad Gregoriana de Roma. Estaba  prohibido copiar ¡No faltaba más!. Pero también estaba prohibido hablar desde el momento de entrar en el aula.  Para recordar la norma, se había escrito en el encerado. Pensábamos que la prohibición era efectiva a partir  del momento en que se estregaran las preguntas. Pero no era así. En cada una de las cuatro esquinas del aula había un vigilante. Ninguno profesor conocido en la universidad. Su función, pues, era únicamente vigilar. Y lo hacían como autómatas. Entrabamos, si mal no recuerdo,  al examen de Psicología Evolutiva, que impartía un profesor francés, el que consideraba que ningún alumno se merecía más de un 8 (¡Chovinista!). Ingresábamos ordenadamente. Antes de habernos sentado, oímos una voz autoritaria:
 
- Ustedes dos, f¡uera!. No pueden hacer el examen.

Habían incumplido la norma de no hablar una vez traspasada la puerta del aula. No valieron explicaciones, ni escusas, ni ruegos. Todas rebotaban en una cara de hormigón. Ante cualquier  queja o  súplica, sin pronunciar palabra,  señalaba, con su índice acusador, la norma escrita en el encerado. ¡Todo el trabajo de una año echado a perder por hablar antes de conocer las preguntas!

Más tarde, en la Universidad de Stanford, experimenté  cómo los  estudiantes cumplían el  código de honor  universitario, en el que pueden leerse afirmaciones como: cualquier clase de conducta deshonrosa  agrede a toda la comunidad.... El código de honor se basa en la confianza, la integridad académica y el honor.... no tener ventaja injusta sobre  otros estudiantes mediante malas conductas académicas... la clase de conducta deshonrosa es una violación profunda de la confianza de toda la comunidad académica. Cuando concreta, llega a prohibir:  copiar sin citar, recibir colaboración  escrita o hablada de otros en los trabajos académicos, etc. "El estudiante debe firmar  el Código de Honor  antes de formar parte de la Comunidad Universitaria".  Y en Stanford, de nuevo, la norma es no vigilar los exámenes. Pero si se quebranta el código de honor, uno se inhabilita de por vida.
Dos culturas  diferentes. La misma diferencia que se observa en la política. En España es impensable que alguien tenga que dejar un Ministerio por haber copiado, hace 30 años, parte de su tesis doctoral o por pedir a su chofer oficial que lleve una escalera a casa de su hija, o por zarandajas  semejantes.

- Eugenio,  vas a comenzar una denuncia de la corrupción ?
-No, porque ha llegado el momento de que tampoco me fío de las denuncias mismas. Si me apuras, ni de las sentencias judiciales. Porque ¿quién filtra la declaraciones, los documentos, las grabaciones secretas? ¿Y  crees que se filtran gratis?.

-¡No, hombre! ¡La justicia es el último refugio de la honestidad! Si desconfiamos de ella no se podría vivir en sociedad. Es tan necesaria que algunas creencias religiosas se inventaron el juicio final, cuando asistiremos al striptease individual de cuerpo y, sobre todo, del alma, para reparar la injusticia que no se sanciona en la tierra.
-Entonces ¿de qué va esto?

-De una muy reciente e interesante investigación psicológica realizada y publicada por dos profesores de Harvard: Lisa Shu y Frances Gino, que tiene el sugerente título de: "barrer la  inmoralidad de debajo de la alfombra".
De norte a sur, de este a oeste, día sí y el siguiente segundas entregas. Yo no, pero tú más. La corrupción empapa el ámbito de las comunicaciones. Unos periódicos no dan credibilidad al competidor que la pública. En las tertulias políticas, basta con ver a los "diletantes", (siempre los mismo y siempre en todas partes y siempre con las mismas palabras), para anticipar lo que van a decir.  Podrían exponerse sus retratos y seguir sus sesudos  análisis coordinando adecuadamente  reproductores previamente sincronizados. ¡Ya aburren!. Falta objetividad de análisis en los medios de comunicación. También molestan las posturas extremas que se difunden por la red. ¿Es que no puede haber un poco de sensatez y no descalificar lass ideas o poropuestas solamente porque no están presentadas por los míos? ¡Y qué es ser de los míos! ¿Es que todo decisión tiene que ser rematadamente errónea o perfectamente adecuada?

Lo que llama la atención a los investigadores de Harvard es la unanimidad de todos los llamados a declarar por indicios de corrupción: todos niegan haber cometido falta y desean llegar a juicio para demostrar su honorabilidad y la rectitud de sus conductas. Hasta se apartan  "voluntariamente" de sus cargos para dedicarse a defenderlas.
Los investigadores de Harvard les dan la razón: no son cínicos, ni mienten. Sencillamente, se han olvidado de la norma moral que quebrantaron  por lo que afirman no haberla infringido. Sí, dicen la verdad cuando se consideran inocentes de haber quebrantado una norma que sus conciencias  lanzaron a las tinieblas de lo inescrutable por la consciencia.
 
Siempre he pensado que las investigaciones en psicología social son tan interesantes como una película de suspense y si no lo crees, sigue ésta.

Por lo que se refiere a la acción inmoral, la psicología sabía mucho de justificaciones de la conducta deshonrosa. De esta manera, se consiguió, por ejemplo, que personas anticastristas, tras pedirles que prepararan y expusieran en público argumentos a favor de Castro, modificaron sus actitudes. Si le regalas un ramo de rosas rojas a una persona que te parece fea, terminarás viéndola atractiva, porque ¿qué sentido tiene que le regales rosas rojas?. ­¡Mama mia!. Si ésta se ha casado, todo el mundo puede casarse. Gritaba una vieja en la Piazza Navona viendo salir a una novia de la iglesia de Santa Inés. Buena expresión de la disonancia cognitiva.
En la teoría sociocognitiva hablamos mucho de mecanismos de desvinculación moral, que convierten el acto inmoral en moral: por defender  valores ,  por ignorar las consecuencias de los actos o porque, al fin de cuentas, cada uno debe tener lo que se merece.

Los investigadores de Harvard dan un paso más: cometida una inmoralidad, se manda al olvido la norma, por lo que ya no protege la conducta. Sí, los inmorales olvidan las normas que, ahora, seguirán desobedeciendo sin necesidad de buscarse justificaciones.
La primera  hipótesis  de Shu y Gino es sencilla: ¿Olvidan las  personas las normas morales que quebrantan?.  En el primero de los cuatro experimentos de esta investigación, dicen a los estudiantes que han de escuchar, al mismo tiempo que ellos siguen en sus folletos, la lectura dos textos.  Un escrito se refiere al código de honor universitario, mencionado más arriba. El otro, contine las  normas o código de circulación del Estado de Massachusetts. Deben estar atentos, se les subraya,  porque, después de la siguiente tarea, tendrán que recordarlos. 

En la tarea siguiente  se enfrentan a 20 matrices en las que han de encontrar dos números que sumen 10. Cada matriz sólo tiene una respuesta correcta. Por cada acierto recibirán cincuenta céntimos de dólar. 10$ quien resuelva las 20 matrices. Para apuntar el resultado final de sus aciertos se les entrega  otra hoja, en la que se pone un ejemplo ya resuelto, además de pedirles datos como edad, sexo, estudio, fecha, etc. El tiempo que se les concede es insuficiente para resolver los problemas. Nadie puede terminarlos.
Ahora aparece el truco experimental. Los participantes han sido divididos, por azar,  en dos grupos. Llamemos al primero  grupo experimental y al segundo  grupo control. Los participantes del grupo experimental hace sus ejercicios, ellos mismos anotan sus aciertos, ellos mismos se administran el dinero que se les entrega en un sobre y ellos mismos tiran a la caja de reciclaje, (de triturado de papel) la plantilla del test (no la trituran) y colocan la hoja de respuestas y el dinero sobrante en una caja ubicada sobre la mesa del profesor. El grupo control hace los mismo a excepción de que es el experimentador  quien cuenta sus aciertos y les entrega el dinero que les corresponde.

-Me imagino que habrás entendido que cada grupo trabaja en dos lugares o momentos distintos. Levantaría sospechas que a participantes de la misma hornada, del mismo aula, les corrigiera sus resultados el experimentador y a otros no.
Mientras que los del grupo control no pueden hacer trampa, los del grupo experimental sí, porque son ellos los que corrigen sus aciertos y se auto administran los dineros, y, para más oportunidad, la hoja que tiran a la papelera no tiene su nombre, ni identificación alguna. Nadie nunca podrá decir si han sido honrados o inmorales. ¿Verdad?.

-Pues, entonces, ¿cómo se sabe que han infringido el código de honor universitario? Porque ahí reside la esencia de la investigación.
-Porque los dos papeles que manejan los participantes en el grupo control tienen trampa.

El ejemplo que se presenta en la hoja en que han de anotar sus acieertos tiene un número singular para cada uno de los sujetos y existe una matriz con ese mismo número en la hoja de respuestas. Una vez que los alumnos se marchan con su dinerito en el bolsillo, se emparejan las dos hojas y puede saberse cuántos han quebrantado el código de honor y en qué medida.
-Espera un poco para conocer los resultados. ¿Verdad que intriga?. Pero es que nos queda por explicar la última parte del estudio, la de la memoria de los textos leídos al inicio de la sesión experimental.

Finalizada la prueba de las matrices, se les pasa un cuestionario en el que tienen que recordar mandatos concretos tanto del código de circulación del Estado de Massachusetts como del código de honor universitario.
Ya hemos acabado: han escuchado las lecturas , han realizado la prueba de capacidad numérica, han recibido su dinero y han hecho el ejercicio de memoria.

Ya lo he dicho: los sujetos del grupo control no han podido mentir, porque es el experimentador el que ha corregido y entregado el dinero. Sólo los del grupo experimental lo podían hacer. Y el 32 por ciento de los sujetos del grupo experimental falsificaron sus resultados. Ninguno lo hizo equivocándose de menos. Hubo alguno que se gratificó por once respuestas incorrectas; la mayoría falsificaron entre dos y cinco.
Repasemos la hipótesis: quienes quebrantan una norma moral se olvidan de ella.

Esto se demuestra en la prueba de memoria.
-Perdona, sé que esto es un poco lioso, pero también lo son las películas de intriga y seguimos cada detalle para no perder la trama.

Tenemos ahora, al final del experimento, tres grupos de participantes. En el primero, entran todos los que el azar destinó al grupo control. Dentro del grupo experimental, hay ahora dos grupos: los que engañaron y los que no engañaron. ¿Y qué pasó con los recuerdos?. A eso vamos.
Los del grupo control recuerdan por igual los contenidos de las dos lecturas. Los del grupo experimental que no mintieron, también recuerdan por igual el contenido de las dos lecturas.  Los del grupo experimental que mintieron, recordaron igual que los dos grupos anteriores los contenidos referentes al Código de Circulación de Massachusetts, pero  recuerdan significativamente menos que los otros dos grupos los contenidos del código de honor universitario. Para mayor prueba,  se demuestra que existe una correlación entre el número de delitos cometidos y el empeoramiento de la memoria: a más delitos menos memoria del código ético.

La conclusión es clara: se olvidan las normas que se quebrantan y no las que no se quebrantan.
Luego es verdad. Ya no puede extrañarnos que todos los defraudadores pillados por la justicia declaren públicamente su honradez. No mienten cuando dicen que la justicia les restablecerá su honor. Sencillamente han olvidado que existen tales normas.

Lo que no demuestra el experimento es que en el momento de ejecutan el acto delictivo no sean consciente de ello. Al contrario.
-¡Puf! ¡Llevo ya cuatro páginas escritas! Esto es demasiado para un tema de mi blog. Si estuviera en clase...

Continuará.

¿Cómo continuarías tú? ¿Te convence? ¿Por qué?.