- PPerdón, Señor, me he pasado de número.
- EEs el número 12 de la calle Doctor Fourquet, Galería Helga de Alvear
- Creía que me había dicho el 23.
El taxista mira su navegador y me contesta: “¡entonces, es este!”
Miro desconfiado a través de la ventanilla del taxi, pues nada indica que esté ante una galería de arte. Pregunto al taxista si está seguro de que la puerta de la calle ante la que baja la bandera del taxímetro es, de verdad, el número 12. Me lo asevera. Le creo. Me bajo y busco el número de la calle. La luz clara que ilumina una habitación amplia en la que, en torno a una mesa, charlan sonrientes unas señoras elegantes, alguna con fular al cuello que iluminaba su pelo plateado, es la evidencia de que aquella era la galería Helga de Alvear. Camino hacia las paredes blancas y las luces claras y me topo con un muro. Las luces procedían de una ventana, no de una puerta de entrada. Perplejo miro hacia los portales. Ninguno se diferencia de los demás. Tres o cuatro metros, calle abajo, está el portal más cercano al que se accede subiendo unas tres o cuatro escaleras. La atención selectiva me advierte de que en el interior de la escalera, en la pared izquierda y a la altura de los hombros, más o menos, un letrero grabado en placa metálica anuncia el nombre de la galería.
Había llegado sólo porque tenía el propósito de ver y juzgar la exposición de fotografías de paisaje de Axel Hútte, uno de los representantes del paisajismo fotográfico, procedente de la Escuela de los Beecher, en Düsseldorf. Por eso, es visita obligatoria para los alumnos de Fotografía III de la Facultad de Bellas Artes de la Complutense. La había encontrado sólo porque tenía el propósito de encontrarla. Ya resulta extraño que una Galería de Arte esté ubicada en callejuela tan poco transitada y oculta entre los demás portales grises de esa calle.
Las escaleras de acceso son de pizarroso gris, como gris desconchando es la pesada puerta de hierro por la que se accede, no a la galería, sino a una especie de hall amarillento donde uno se encuentra con la primera persona. Si fuera una finca normal, uno se dirigiría a él como si fuera el conserje al que preguntarle por el piso donde vive alguno de sus vecinos. Nada indica nada en aquella encrucijada de la que sale un pasillo a la derecha, dos pasos más hacia el interior arranca, también a la derecha, una escalera muy empinada que desemboca en una sala de exposiciones. Sólo pude ver el color tostado fuerte, casi granate, de un cuadro probablemente acrílico. Nada de fotografía. Al fondo de la encrucijada una gran puerta de cristal tras la que, al igual que en la habitación donde charlaban sonrientes las señoras trajeadas, se apreciaba una ambiente expositivo.
La secuencia de perplejidades me impidió ver el nombre y el lugar de la exposición, hasta el punto de tener que preguntar al aparente conserje por su ubicación. Aquella persona, más bien joven, aunque no demasiado, apartó su mirada de la pantalla del ordenador y apuntó hacia la puerta de cristal. Su gesto me pareció de desapegado, como pensando: ¿a qué has venido aquí, entonces? Debí notarlo, porque procuré salir de aquella embrollada situación recurriendo a mis olvidados conocimientos de alemán.
- Parece que ante este señor hay que quitarse el sombrero, mejor los sombreros.
Su gesto se convirtió en interrogación o admiración compasiva, la mueca que brota ante quien comunica algo incongruente y se evita ofenderle con el desprecio de la desatención.
-Hut, en alemán, significa sombrero, y Hütte es el plural, sobreros. Aclaré.
-¡Ah!, lo mismo que en inglés hat. Me respondió. No lo sabía. Mi recurso al alemán transformó su cara indiferente en sonrisa de interés. Quizá interpretó ahora mi despiste como de sabio apartado de la realidad entorno.
Pregunto al converso conserje por el catálogo y me entrega un folio. Nada de imágenes para el recuerdo, sólo seis párrafos plagados de trascendentes, estereotipadas y vaporosas palabras como las no menos vaporosas (en este caso con razón) utilizadas por los sumilleres. Siempre las mismas palabras en la misma secuencia “la visión del paisaje romántico, sublime o pintoresco… En este proyecto, Axel Hütte investiga ese proceso de creación, fijación y trasmisión de las imágenes y de creación de la memoria colectiva… presenta sus propias visiones de este mismo territorio en una defensa de la individualidad de la visión del mundo y la capacidad del sujeto de maravillarse ante el mundo.
-¿Has entendido qué significan estas palabras? Porque yo no he entendido nada que sirva a mi aprendizaje.
En Psicología, (la psicología que no se resuelve en palabrería subjetivo/interpretativa) estamos acostumbrados a plantear hipótesis, detallar los modos de proceder, el tipo de análisis realizado y los resultados. De esta manera cualquier estudioso de la conducta puede repetir y confirmar o descalificar los resultados. ¿Por qué no se hace esto mismo en las artes? Porque sí se enseña a pintar y disparar tomas fotográficas artísticas. De hecho ese el encargo que los alumnos de Fotografía III llevan a la exposición:” Interés que suscita el discurso de la fotografía, la realización, la técnica, etc. La presentación y el montaje de las fotos, el espacio expositivo en sí, disposición de las fotos en el espacio expositivo, la iluminación del espacio expositivo.
Con este esquema de análisis en mano y mente, traspaso finalmente la puerta de cristal que me abre a la luz y a la claridad. ¡Dos salas y cinco fotografías de enormes dimensiones! Eso es todo. Cinco porque en las dos cajas que presiden cada una de las salas Hütte presenta una especie de puzle de fotografías diversas, casi todas recuerdos turísticos de estos verdes valles del Rin, famosos por sus vinos afrutados, frescos y transparentes.
Al entrar en la sala hay que girarse a la derecha para ver las tres primeras cajas. La primera impresión es agradable. Un espacio amplio, bien iluminado con luz de día que recorre por el techo todo su perímetro. Las imágenes son formidables, como de dos metros de largo por uno y medio de alto. Parece adecuado que cada una ocupe toda una pared y que nada perturbe su observación. Así, solas, como si el resto del muro blanco fuera su paspartú. Pero no hallé ritmo entre ellas. Pidieran haberse intercambiado sin alterar la impresión general. En todo caso, acertada la colocación de la foto con fondo más claro en la pared del fondo de la sala, creando así mayor profundidad de campo.
No hay ritmo en la sala, tampoco impresión de algo excepcional. Ni el conjunto, ni cada una de las fotografías despierta admiración o interés especiales. Ahora, en mi recuerdo, tengo la impresión de haber sido recortadas en el laboratorio digital de imágenes de mayor tamaño. Con toda seguridad que esta impresión vino causada por mis altas expectativas de aprender de uno de los grandes fotógrafos del momento.
Nada de luces puntuales. Pero hay que mirar las cajas desde el centro, sin acercarse, porque la proximidad descubre reflejos de las luces cenitales en el cristal del estuche. Éste se reduce a un marco de madera pintada en negro, de unos tres centímetros de profundidad, en cuyo fondo está sujeto el papel de la fotografía. Así no distrae la contemplación estética. Un cerco blanco de unos cuatro centímetros bordea por igual los cuatro lados de la imagen. Esta igualdad resta volumen a la imagen.
Busqué el material al que se fijaba la fotografía, pero nada pude descubrir. Pregunté al supuesto conserje, que nada pudo responderme, salvo extrañarse de mi pregunta. Indagué mirando de trasluz los cantos del recuadro. Llegué a pensar que estaban montadas con paspartú, porque el lateral de una de ellas parecía redondeado. Pero nada de paspartú.
Examinadas de cerca me parecieron fotografías confusas, en ninguna de ellas descansa y se recrea la mirada, que persigue incesantemente una Gestalt en la maraña de ramas y troncos. La inestabilidad perceptiva produce inestabilidad en el sentimiento invitando a buscar otro lugar donde sosegarse.
A la falta de claridad en las formas, se añade, en algunas de ellas, especialmente las dos laterales de la primera sala y en la de la pared derecha de la segunda, una confusión de color, una presencia de cian o amarillo que emborronan el papel.
Acaso no deba predicar lo que he dicho de las cinco fotografías. La segunda de las salas en más pequeña que la primera. También las fotografías tienen menos dimensiones. Creo que en esta sala sólo había dos y no tres. Lo que es interesante. Al entrar, en la pared de frente, se presenta una fotografía de tonos altos que cautiva la mirada. Parece nebulosa, angelical, acaso ingenua. Invita a introducirse en las aguas tranquilas del primer plano y contemplar desde allí las siluetas de los árboles de la otra orilla. Esa, sólo esa, me parece extraordinaria y me gustaría que llevara mi firma.
- Eugenio, ¿qué tiene que ver todo esto con la teoría cognitivo social?
- No te hablaré del modelado, porque nadie es modelo de nadie. Sólo las conductas y las ejecuciones deben servir de modelo para generar autoeficacia personal.
Si a alguien que me conociera bien, incluso a mí mismo, nos hubieran preguntado hace años si yo estaba capacitado para hacer esta crítica, con certeza que ellos y yo mismo hubiéramos dicho que no. Recuerdo los experimentos de Gilovich demostrando que ni uno mismo ni los más cercanos pueden predecir la conducta, aunque se vaya a ejectar en contados instantes. Como se afirma en toda la psicología de este blog, sólo hace falta instalar en las personas la percepción l de autoeficacia personal para que su vida se transforme, a veces, radicalmente. Transformación que es posible hasta el último hálito.
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