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viernes, 2 de agosto de 2013

FOTOGRAFÍA O CREACIÓN DE LA REALIDAD



PRESENTACIÓN

Tengo en mi acerbo emocional dos experiencias que concurren cada vez que, desde entonces, oigo música en la calle. La primera, la de más relieve, se ubica en el Barrio Chino (China Town) de San Francisco. Desde que nos introdujeron en él unos amigos californianos, enamorados de su colorido, vericuetos, mercadillos, restaurantes y aglomeración de gente inidentificable, nos gustaba frecuentarlo. Esta vez la visitábamos al atardecer, había desaparecido el bullicio y las luces titilantes de las joyerías estaban en penumbra, los reclamos, en forma de triángulo con bisagra, que invaden de día las aceras, estaban recogidos.  Era una China Town desconocida, más íntima.  Llegamos a pensar si no era una imprudencia continuar.

 Desde la Puerta del Dragón, por la que se accede, subíamos la empinada cuesta de la Gran Avenida Bush Street. De lejos venían sones de saxo. Era una música suave, sin torpezas, con sus soplos fuertes, arpegios rápidos, vibrantes y largos adagios. Sin duda se trataba de un profesional de jazz. En la medida que ascendíamos la música era más nítida. Seducidos, buscamos al mago del saxofón. Nos sorprendimos porque lo que creíamos uno eran dos.  Recostados en el suelo de la estrada a dos establecimientos cerrados, a unos veinte metros de distancia entre ellos, dos negros, de edad avanzada, dialogaban musicalmente.  Cuando uno finalizaba su mensaje, el otro le respondía y así en turnos que duraron más de media hora. No pudimos menos de detenernos, contemplarlos y acariciarlos con nuestra sonrisa de admiración. Ellos, sintiéndose apreciados, aceleraron el ritmo de sus diálogos. Nos consideramos afortunados por haber sido los únicos asistentes a aquella manera de presionar las teclas metálicas. Hicimos una reverencia de admiración y gratitud. Nos respondieron con una inclinación de cabeza sin apartar la embocadura de sus labios. Nosotros seguimos caminando. Ellos siguieron dialogando.

La segunda no se relaciona tanto con la música como con el baile. Tras largar horas de arrastrar la caravana por las carreteras del norte de Italia la aparcamos en uno de los campings cercanos a Venecia. No era la primera vez que visitábamos la ciudad, nuestros viajes por la Baviera o el Tirol solían terminar con la decisión de rodar uno o dos días más para acercarnos a la capital del Adriático. Atardecía cuando dejamos todo colocado en el camping. Nos sobraba algo de tiempo y decidimos subirnos al Vaporetto del Gran Canal y tratar de contemplar la Plaza de San Marcos iluminada. Desde donde nos dejó el Vaporetto hasta la plaza de San Marcos teníamos que caminar a lo largo del canal, sembrado de pequeñas plataformas de madera donde atracan las góndolas.  Las plataformas son una especie de entarimado sostenido, apoyado sobre varias estacas de madera a modo de palafitos. Se adentran en la laguna dejando a lado un pasea marítimo espectacular. De repente, en una de esas plataformas observamos a una pareja bailando tangos.  Se nos aparecieron a contraluz y podíamos seguir sus acompasados movimientos como formas chinescas sobre un telón azulado. A medida que nos acercábamos la cálida luz del atardecer, recostada sobre la superficie del Gran Canal, iluminó los ritmos de la pareja. Estaban vestidos de gala. Tarareaban la música de un tango a la vez que se rechazaban, se entregaban, se miraban, se abrazaban y se poseían sensualmente. El ruido de sus zapatos sobre la tarima del embarcadero marcaba el ritmo de sus movimientos. A veces cortaban, hablan y comenzaban de nuevo: repetían los pasos de piernas entrecruzadas. La envoltura de la luz del día en su momento mágico, los reflejos sobre el agua, los movimientos, la cadencia del taconeo y la casi imperceptible música detuvo nuestro pasear. Esperamos hasta que finalizaron. Les aplaudimos espontáneamente. Ellos, casi displicentes, nos miraron y se fueron. “Seguro que están ensayando para un concurso de tangos”, fue nuestra interpretación, nunca supimos si acertada. Pero, desde entonces, el recuerdo de Venecia está unido al tango bailado sobre el embarcadero de góndolas en un atardecer de finales de agosto.

Son dos experiencias que cambiaron mi visión de los artistas que trabajan en la calle. En ninguno de los dos casos nos pidieron dinero por el espectáculo. Otros sí lo pidan, no por eso dejan de ser artistas. Por eso , todo el respeto.

Respaldando este proyecto existe una concepción teórica sobre la fotografía como creadora de identidad personal, que se expone a continuación


 

 

FOTOGRAFÍA Y CREACIÓN DE LA IDENTIDAD

 

I. PRESENTACIÓN.

 Es mi propósito, en las siguientes páginas, presentar la fotografía como un medio de crear personalidades e identidades, o, al menos, modificarlas. Creo que es un punto de vista poco frecuente en los tratados de fotografía, especialmente la que recurre a las nociones que de la misma vertió Roland Barthes en La cámara lúcida (notas sobre la fotografía)[1].

Este planteamiento nuevo me arranca en una breve mirada a las teorías del punto de vista de la realidad. Lo que en términos orteguianos se llamaría perspectivismo. Esta presentación del perspectivismo transporta una doble finalidad. En primer lugar, la de mostrar cómo existiendo una realidad física más allá de la percepción del sujeto, esta nos se convierte en verdad si falta sujeto que la entienda, y que la entienda de la única manera que puede entenderla un sujeto: su perspectiva personal.

Mencionada, no más, esta postura desde la filosofía orteguiana, me adentraré en las explicaciones psicológicas de la construcción social de la realidad, pero solamente con la intención de advertir de que la realidad que de verdad dirige las acciones humanas es esa perspectiva, esa interpretación subjetiva. Las personas se relacionan con un mundo exterior no como él es (si es que existe de una manera absoluta, mostrenca), sino como el espectador lo interpreta. Pero en el buen entendido de que esa interpretación subjetiva no se limita al mundo que se extiende más allá de sus límites corporales, sino también y muy especialmente al mundo intra/sujeto. Y tal percepción propia penetra tanto que afecta a la propia imagen del observador. En psicología, especialmente en psicología social, se han estudiado los modos, los procesos por los que el sujeto pensante construye su verdad del mundo (tanto el exterior como el interior). Conocidols los procesos de construcción se poseen las herramientas para de/construir, trasformar o reconstruir la verdad sobre la realidad y sobre uno mismo.

En  este contexto teórico, tanto filosófico como científico-psicológico, ha de entenderse que lo que aparece en la fotografía del paisaje o de la persona, (del retrato del otro o del retrato propio[2]) puede llegar a convertirse en la identidad personal, por lo que, en sentido contrario a lo que dice Barthes, la fotografía no da muerte, ni es una anticipación de la muerte en vida, ni una confrontación con un pasado (instante) desaparecido, sino que, muy al contrario, puede ser el punto de creación de lo que será permanente en la propia conciencia personal, que, como diría Bergson, es la verdadera permanencia. Es sugerente el hecho de comparar el disparo de la cámara fotográfica con el  disparo del arma mortífera, como enfatiza Barthes. Pero no es mero sugerente comparar el disparo de la cámara fotográfica con el disparo a la inmortalidad (perpetuidad).

Inmortalidad en un doble sentido: en primer lugar, en el sentido de pervivencia, mientras el sujeto exista (persista), desde el momento en el que se identifique con su imagen (fotografía) y, en segundo lugar, en el sentido de que será la imagen que permanezca de la persona que existió: La Gioconda es eterna porque fue representada, y es misteriosa porque la mirada de su retrato despierta deseos, despierta (“aviva”) inquietud. Es decir, Gioconda es inquietantemente y vivamente inmortal.

Los músicos callejeros que yo he fotografiado con la intención de que sean vistos como “profesionales” de la música, de manera que mis fotografías pudieran equipararse (intencionalmente) a las que aparecen en los frontispicios de afamados teatros de la ópera o de renombradas salas de conciertos, pueden ser el comienzo de una nueva identidad de estos artistas que tratan de sobrevivir mostrando sus habilidades a quien pasa a su vera.

En todos estos sentidos, pues, la fotografía puede ser fuente de nuevas identidades personales.

Soy consciente de la envergadura del tema que estoy abordando. Trataré de confinarlo.



 

 

II. PERSPECTIVISMO ORTEGUIANO Y CONSTRUCCIÓN PSICOLÓGICA DE LA REALIDAD.

II.1 El perspectivismo orteguiano.

Para la presentación de las ideas de Ortega sobre el perspectivismo de las evidencias y, por ende, certezas de la realidad, me limitaré a transcribir algunos párrafos de su obra El tema de nuestro tiempo, en su capítulo 10.

La realidad cósmica es tal, que sólo puede ser vista bajo una determinada perspectiva. La perspectiva es uno de los componentes de la realidad. Lejos de ser su deformación, es su organización. Una realidad que vista desde cualquier punto resultase siempre idénticas es un concepto absurdo…De este modo, aparece cada individuo, cada generación, cada época como un aparato de conocimiento insustituible. La verdad integral solo se obtiene articulando lo que el prójimo ve con lo que yo veo, y así sucesivamente. Cada individuo es un punto de vista esencial. Yuxtaponiendo las visiones parciales de todos se lograría tejer la verdad omnímoda y absoluta (Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo, 1966).

 

Ortega y Gasset ejemplifica frecuentemente su perspectivismo con la percepción del pasaje,en concreto, con la percepción del paisaje de la Sierra de Guadarrama vista desde la ladera madrileña o segoviana o abulense. Se adentró mucho siempre en la historia de la pintura. A la que le dedicó el lúcido capítulo titulado: sobre el punto de vista de las artes.   

Un buen conocimiento de la toma fotográfica de un mismo paisaje hubiera ceñido aún más su perspectivismo, dado que cada fotografía, por esencia, es un encuadre, una selección del área que tienen plaza en el campo del objetivo, y, por lo mismo, necesariamente limitado, circunscrito. La fotografía, igual que la pintura, a la que tanta devoción y dedicación tiene Ortega a lo largo de sus escritos, regala un producto, la imagen, que pasa a formar parte de la perspectiva con la que en adelante se verá ese paisaje. Distintas fotografías de un mismo paisaje fotografiado desde distintos ángulos, con distintas iluminaciones, con campos de profundidad más o menos lejanos (Ortega y Gasset, 1966 a), terminan conformando la visión del mismo, ninguna es el paisaje total, pero entre todas forman la “verdadera” imagen del paisaje fotografiado.

El perspectivismo no contempla al sujeto humano como mero espectador de un paisaje o de una obra de teatro de la que no participa, el sujeto y su perspectiva conforman la unidad vital. De ahí que a Ortega se le clasifique por su vitalismo, el que se resume en su celebrada frase: “Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo a mí” (Meditaciones del Quijote).  Porque ¿cómo puede entenderse un ser pensante alejado de su pensamiento? Las actitudes, las opiniones, los valores, las preferencias, los modos de afrontar los problemas, la cultura, las relaciones, etc., son la esencia de la personalidad. Por eso lo acertado de la frase atribuida al Presidente Norteamericano Lincoln: los hombres somos iguales solamente en el momento de nacer.

II.2. La construcción social de la realidad, en la psicología social.

Dicho a bote pronto, la psicología social se especializa, dentro de las distintas ramas o áreas de la psicología, de las conductas que relacionan a unas personas con otras. Cuando otras ramas de la psicología abandonaron en exceso al ser humano, queriendo encontrar las leyes de su comportamiento en el análisis del comportamiento animal, la psicología social mantuvo al hombre y sus relaciones (al hombre y sus circunstancias) en el punto de mira de sus reflexiones e investigaciones.

Pero resulta difícil entender unas relaciones entre personas o de la personas   descontando sus representaciones mentales, las reconstrucciones mentales que de ellas se hayan hecho o se produzcan en el momento de relacionarse.

Existe, dentro de esta disciplina, una línea de investigación que se remonta a mediados de los años cuarenta (época en que se dice que apareció la psicología social científica) que se agrupa entorno a la teoría de la atribución.  La teoría trata de responder a la intrigante pregunta del porqué de la conducta humana: ¿por qué esta persona es agresiva, o amable, o se ha enojado? Y lo que es más intrigante aún: ¿cuáles son las causas por las que esa persona se ha comportado agresivamente, ha tenido éxito o fracaso es algo permanente o temporal, es imputable a algo interno a ella misma o a las circunstancias en las que se ha encontrado? En la respuesta a tales preguntas va la seguridad personal, porque lo que no ofrece respuestas inquieta y amenaza.

Primero se estudiaron los procesos mentales utilizados para atribuir las causas de la conducta, luego se clasificaron dichas causas. En este aspecto han de mencionarse nombres de psicólogos sociales como Heider, Jones y Davis y sobre todo Harold Kelley (1973) que construye toda una epistemología de la atribución de causas de la conducta. Weiner (1986) es el autor que hace una clasificación de las causas de la conducta que invadió todos los manuales de psicología. Durante los años 70 y 80 los autores se dedicaron a buscar los sesgos que cometen los sujetos al hacer estar atribuciones. El que más resonancia tuvo, por ser el artículo más citado en la psicología social de esos años es el de Lee Ross (1977), quien demuestra la tendencia a atribuir las acciones que observamos a características o propiedades intrínsecas la persona que las ejecuta, cuando en realidad suelen explicarse mejor por las circunstancias en las que estos se realizan. En los años 90 es este mismo autor quien formula la hipótesis del realismo ingenuo y egocéntrico como una tendencia general de la percepción social: tiende a pensarse que la conducta propia es la conducta común (el sentido común) de las personas normales en las mismas circunstancias.

Pero esto que se ha probado de distintas formas e intentos a los largo de los últimos 50 años en la psicología social referido al otro, Daril Bem (1972) lo demostró referido al perceptor, al sujeto mismo que percibe. Bem habló de la percepción propia de uno mismo basándose en la observación de la propia conducta.

No se trata de hacer una exposición histórica del tema de la construcción social de la realidad, lo que es lo mismo que decir de la construcción de la realidad con la que nos relacionamos. Se trata de fundamentar, desde la psicología social el de cómo, tal como afirmara previamente Ortega la gente se relaciona con el mundo en la manera en la que se lo representa y que esa representación de la realidad forma parte de él mismo. De manera que si a través de un medio como la fotografía se fuera capaz de presentar al sujeto una imagen personal con unas determinadas características pudiera conseguir modificar su propia percepción, para bien o para mal. Pero de ninguna manera la fotografía, especialmente la de retrato trataría sobre una realidad muerta, que queda muerta, sino que inicia una nueva andadura.

No quisiera finalizar este pequeño esbozo sobre la construcción activa y dinámica de la realidad con la que nos relacionamos (1ue se puede crear mediante la fotografía) sin hacer una mención al que considero el último y genial paso dado y comprobado en la construcción social de la realidad. Me estoy refiriendo a la brillante teoría de la discontinuidad elaborada y probada por Philip Zimbardo (1999).   La discontinuidad se define aquí como un cambio percibido en el nivel o en la calidad del funcionamiento personal en algún campo importante para el la propia valoración o la propia imagen (p.351).  Par el propósito del presente escrito basta con decir que estos campos por los que uno ha apostado para forjar su propia imagen o identidad, o simplemente que le resultan dignos de valor, son también construcciones personales de la realidad.  Lo más frecuente es que estas discontinuidades que rompen el normal funcionamiento personal y las expectativas que uno ha puesto en un curso de acción que ha emprendido y en el que progresa adecuadamente:  Las discontinuidades más comúnmente experimentadas son las que rompen  las propias expectativas relacionadas con las expectativas personales… que se refieren a las expectativas sobre uno mismo relacionadas con los demás, con tareas específicas, con  objetivos propuesto y con el sentido del bienestar y valoración personales (p.361) . Un ejemplo típico dentro del mundo académico sería un suspenso no esperado, en el mundo de las relaciones personales, una infidelidad. Pero no necesariamente pueden ser discontinuidades negativas, también las positivas, como la suerte o una amistad inesperada, son también discontinuidades. Como se acaba de afirmar, la gente pone su valer a veces en cosas tan insignificante que, por ejemplo, la aparición de la primera cana puede convertirse en un drama para alguien.

Cuando se experimenta una discontinuidad se da un momento especialmente abonado para buscar las causas de la misma. Porque la discontinuidad genera inseguridad, un estado que la mente no acepta. Una discontinuidad es pues, un momento para hacer hipótesis explicativas, un momento para buscar causas. Zimbardo explica que en esos momentos de perturbación no es el adecuado para llegar a conclusiones racionales, sino cargadas de ansiedad, por lo que las explicaciones suelen ser erróneas. Una vez metido en un camino erróneo el sujeto termina creando un mundo entorno que favorece sus explicaciones. Sí, he dicho bien, el sujeto termina creando un mundo entorno que favorece que sus hipótesis, sus respuestas a la explicación de la experiencia de la discontinuidad, se confirmen.  Digo crear porque ese es el verdadero entorno con el que se relaciona el sujeto que no ha sabido responder adecuadamente a las exigencias de la vivencia de la discontinuidad.

Zimbardo, en el brillante desarrollo de esta idea, afirma que la persona que no resuelve bien esta experiencia, positiva o negativa, puede terminar en cualquier tipo de enfermedad mental, dependiendo de las causas a las que atribuya dicha experiencia: puede caer en una depresión si piensa que el suspenso demuestra su incapacidad para el estudio o para esta materia que tanto le interesaba, peo también puede entrar en un estado paranoico si llega a la conclusión de que es el profesor el que le ha suspendido arbitrariamente y así ha cortado sus aspiraciones vitales, o en una  fobia si llega a atribuir  su fracaso a las condiciones de espacio cerrado en el que se desarrolló la prueba¸ puede, también, caer en una superstición, si llega a la conclusión de que la causa de su suspenso es  el haberse levantado con el pie izquierdo.

La teoría da un paso más y finaliza diciendo que el origen de muchas investigaciones científicas o de disciplinas enteras del saber se ha originado en las discontinuidades o sorpresas que ofrece la naturaleza o las relaciones interpersonales.

Puede intuirse, porque no tengo tiempo para descender más en la explicación, que la teoría de la discontinuidad adentra a quienes la estudian en mundos teóricos y prácticos de enorme trascendencia.  No voy a seguir por este camino. Trataré de explicarla tomando a Zimbardo mismo y la formulación de la teoría de la discontinuidad como un buen ejemplo de lo que se está diciendo: tanto a nivel personal como en la explicación de cómo surgen muchas hipótesis y teorías científicas.

 Zimbardo, al salir de una de sus numerosas clases de introducción a la psicología es abordado por tres o cuatro alumnos, todos ellos viven en el mismo Colegio Mayor. Preocupados presentan el caso de su compañero de Colegio: Gary.  Gary, desde hace unos días no come, no duerme y s ele ve siempre demacrado y sudoroso. También rehúye y ha dejado de frecuentar las relaciones con sus compañeros, especialmente con las chicas. Se va consumiendo día a día y no saben qué hacer. Buscan una orientación de Zimbardo quien, de entrada, sigue el protocolo normal en la Universidad para estos casos: enviarlo al centro de ayuda al a alumnado que ha creado la Universidad.  Los días pasan y de nuevo los mismos alumnos, aún más preocupados por la salud de su compañero Gary, dicen a Zimbardo que la situación ha empeorado. Zimbardo, como para salir del paso, les da una cita para charlar con Gary en su despacho. Mientras tanto ha hablado con el Psiquiatra que atiende a Gary, quien le cuenta que el problema es grave: El caso de Gary es muy serio, requiere un tratamiento prolongado, más que el que se puede dar en el centro de ayuda universitaria. Su diagnóstico había agrupado todos aquellos síntomas, aparentemente inconexos en torno a una homosexualidad reprimida que comenzaba aflorar a la conciencia” (p.390).  Cuando Gary llega al despacho de Zimbardo éste le coge con afecto y comienza a charlar con él. Entre las preguntas rituales, las que cualquiera le haría, está la de: ¿cuándo comenzaron todos estos síntomas? Gary le contesta que desde hace unos 20 días. Otra de las  preguntas rituales es ¿cómo le va en sus estudios?. Gary se pone nervioso y dice que regular. A Zimbardo acaba de encendérsele una luz. ¿Qué notas has sacado en los exámenes parciales (que habían finalizado hacia unos veinte días?. Aprobados, algún notable. Zimbardo parece tener ya una explicación y con su típica voz entrecortada y jadeante, sentándose en el borde del sofá en el que están sentados los dos, le mira a los ojos y le hace una nueva pregunta: ¿Qué notas has sacado en el Instituto? Todas matrículas, mis padres me llamaban el estudiante perfecto. Zimbardo acaba de entender y comprobar su hipótesis: Gary ha sido hasta este momento un estudiante modelo. Ha llegado, según Gary, el momento de la verdad: hacer la carrera que ha programado para su vida y en la Universidad en la que todo americano desea hacerlo. Pero en la primera de las pruebas, en el primer examen parcial acaba de darse cuenta que esta prueba de la verdad le demuestra que no es tan listo como pensaba él y su entorno familiar. De repente, a medida que los profesores publicando las calificaciones, Gary va recibiendo, uno tras otro, hachazos a sus expectativas. Tantos hachazos en la misma dirección terminan por coincidir a derribar su árbol de ilusiones.  Su identidad, aquello en lo que él había puesto la definición y el valer de sí mismo, se había venido abajo.

Una vez que Gary ha construido sus notas como una falta de capacidad y una devaluación personal, comienza a romper sus lazos con el mundo y crea un entorno que favorece su devaluación corporal, psíquica y social. Zimbardo ha descubierto que esta es la razón que da sentido a todos sus síntomas. Ahora, más acelerado que de costumbre, se levanta del sofá, camina hacia su mesa, coge una cuartilla y un lapicero, dibuja la curva de la distribución normal de Gauss, que tan bien manejan los psicólogos, y traza una raya en la parte superior de la misma, allí por donde él sospecha que deja por encima el 20 por ciento superior de la población. Se la muestra a Gary y le dice: Chaval, tu capacidad intelectual está situada a esta altura o aún por encima, porque la Universidad de Stanford sólo admite a alumnos de bachillerato que estén el el percentil 80 o superior.  Cuando estudiabas bachillerato te comparabas con la población en general de los estudiantes norteamericanos. Por eso tus notas eran excelentes. Pero ahora, en la Universidad de Stanford, tienes que competir con los que son el 20 por ciento superior. En comparación con ellos no has sacado malas notas. Tú sigues estando en este segmento superior, no has perdido capacidad., nada ha cambiado en ti, sólo ha cambiado el grupo de comparación. Además, añade para apoyar su razonamiento y dar tranquilidad a Gary: cuando tengas un título por la Universidad de Stanford, nadie te va a pedir las calificadores, porque todos saben que necesariamente eres bueno.

Lo que a juico del psiquiatra del centro de ayuda al estudiante iba para largo, se arregló en una charla de poco más de media hora.  Hablé con él algunas semanas después y me comunicó que todos aquellos terribles problemas habían desaparecido y sus notas comenzaban a subir (p.391).

Pero no solamente se habían solucionado los problemas de Gary, sino que en la mente del psicólogo californiano también se había producido una discontinuidad: acababa de encontrar una hipótesis que luego desarrollaría científicamente: la hipótesis de la discontinuidad. De esta manera se explica cómo una discontinuidad, la de Gary, genera un nuevo y terrorífico mundo en el que sólo le queda la aniquilación social e incluso física. Pero a la vez, su rápida curación mediante la interpretación de los aprobados y notables que Gary había obtenido en su primera prueba universitaria, poniéndolos en otro contexto, creando para ellos un mundo de significado coherente, levantó en el científico un nuevo campo de investigación. Es decir, la misma teoría de la discontinuidad es fruto, a su vez, de una discontinuidad experimentada en el científico.

II.3. La fotografía es una construcción social y promueve la construcción social de la realidad.

La exposición de la construcción social de la realidad ha sido, a lo mejor, un poco larga, probablemente difícil de entender para quien no pisa diariamente estos senderos. Y el estudioso de la fotografía, sobre todo el estudioso de la esencia de la fotografía se preguntará: Y esto, ¿qué tiene que ver con la esencia de la fotografía?

He de confesar que tanto el perspectivismo orteguiano como la teoría de la construcción social ha sido despertado por la primera parte de las reflexiones de Barthes sobre la esencia de la fotografía, en su Cámara lúcida. Ese encuentro casual, contingente, inclasificable que solamente permite ser mirada o vista. Hace referencia directa a al referente, que se supone es la realidad externa captada por el objetivo. Me estoy refierendo a expresiones como estas: The first thing I found was this. What the Photograph reproduces to infinity has occurred only once… it is de absolute Particular, the sovereign Contingency, matte and somehow stupid, the This, in short, what Lacan calls the Touché, the Occasion, the Encounter, the Real, in its indefatigable expression (p.4)… Show your photographs to someone- he will immediately show you his: “Look, this is my brother, this is me as a child”, etc. The photography is never anything but an antiphon of “Look, “See”, “Here it is”; it points a finger at certain vis-à-vis, and cannot escape this pure deictic language. This is why, insofar as it is licit to speak of a photograph, itr seemed to me just as improbable to speak of the Photograph.(p.5).[3]

A lo largo de estos días habré leído muchas veces estas palabras de Barthes que tratan de definir la esencia de la fotografía. Siempre encuentro en ellas una especie de “esencia”, de la realidad, metida en un fanal para que no se contamine de valoración alguna más que de la señalización. Es decir, igual que cualquier otra realidad que se tenga delante de los ojos: su visión es única, el estado actual es único, y solamente se la puede señalar.[4]

Y sin embargo no es la realidad ni la representación de otra realidad única o contingente. La fotografía, es un proceso de abstracción de la realidad y como tal es una construcción de la realidad que pretende representar, es una construcción del referente.  La relación encadenada que posteriormente establece entre la fotografía y su referente debe predicarse de cualquier arte o lenguaje que mediante palabras o dibujos o cualquier artificio físico o digital que quiera representar el objeto al que se refiere.

Las prueba más fehaciente, argumentando ad hominem, es que el mismo Barthes, cuando se presenta a sí mismo como objeto a ser representado y advierte de las diferentes impresiones que quiere dar a quien vea su fotografía.

Desde el punto de vista del perspectivismo y de la construcción social de la realidad, la fotografía es una abstracción de algo que existe más allá del sujeto, que no puede existir en el sujeto de otra manera de cómo éste se lo representa (incluso la repetición de la misma fotografía y, sobre todo la repetida visión de la misma fotografía, que tanto da, no es percibida de la misma manera.

Desde la postura del constructivismo psicológico de la realidad ha de afirmarse además, que la fotografía, lo mismo que la mirada, son selectiva y compositivas de los rayos de luz que llegan desde el objeto al ojo, a la placa, a la película o al sensor. Dando un paso más, en un determinismo recíproco entre ambiente, persona y conducta, Afirmaré más tarde que  la fotografía ayuda al sujeto a interpretar la realidad objetiva que le trasciende. Dicho en otras palabras, restringiendo la fotografía al retrato (que es de lo que en realidad habla Barthes y no de la fotografía en general) la selección de los aspectos de la persona que la cámara fotográfica, por su misma naturaleza, hace de la persona que retrata conlleva necesariamente una valoración en tres aspectos inseparables de la percepción: me agrada o me desagrada, es activa o pasiva y, en tercer lugar, es fuerte o es débil (Osgod, Suci and Tannenbaum, 1957). Y al mostrarle a la persona fotografiada una selección concreta de sí misma, con unas características y no con otras, en un rol y no en otro, estamos utilizando la fotografía para ayudar o influir en el sujeto a construir su propia identidad de una concreta manera y no de otra.

Para recalcar la idea que estoy tratando de exponer me quiero poner a la distancia de Barthes: es decir como observador de la fotografía en sí misma, en su misma inmediatez deíctica. Porque si adoptara la posición del fotógrafo, la que Barthes no quiere adoptar, la selección y la intencionalidad de influencia sería indiscutible.

La psicología científica, a diferencia de cualquier otro conocimiento producido bajo la interpretación de experiencias preferentemente personales, como es el caso de Berthes en su ensayo sobre la fotografía (Schreiben und Schrödl, 2000), tiene la obligación de poner a prueba experimentalmente sus hipótesis. Y lo ha hecho.

En la teoría de la construcción social de la realidad, especialmente en aquellos aspectos que se refieren a los sesgos o tendencias erróneas a atribuir causa a la conducta propia y ajena, se formuló en el año 1971 la hipótesis que el observador de una conducta tiende a atribuir la conducta del actor que observa a las circunstancias, mientras que el actor tiende a atribuir su propia conducta a las circunstancias en las que la ejecuta. Esta hipótesis es confirmada por Jones y Nisbett en el año 1971. Pero inmediatamente súrgela necesidad de examinar y precisar las variables y los proceso que intervienen o explican este distinto modo de interpretar o construir el mundo dependiendo del punto de vista (como puede verse hasta la formulación es orteguiana).  Tanto porque la formulación es muy cercana a la toma fotográfica, como porque en realidad se utilizan medios audiovisuales en la investigación, resumiré, para probar mis afirmaciones las dos siguiente investigaciones.

En la primera Storms (1973) se hace la pregunta que si la hipótesis es de actor observador ¿qué pasaría si a un actor se le hace pasar por observador de sus propias actuaciones?  ¿Cambiaría su punto de vista anterior? Para imaginar la situación experimental y luego entender mejor las conclusiones a las que se llega, Supongamos un estudio en cuyo centro hay una mesa rectangular. En uno de los extremos de la mesa, y colocados uno enfrente del otro se colocan dos personas desconocidas a las que se les pide que actúen como se hace en la vida cotidiana cuando dos personas se encuentran por primera vez: saludos, presentaciones, petición de información, etc.   En el otro extremo opuesto de la mesa rectangular, también uno frente a otro, pero girados un poco hacia el centro de la misma, se colocan dos observadores que cuya misión es atender a la conducta de quienes se conocen y presentan por primera vez. De manera que el observador situado en la parte izquierda de la mesa pueda observar con relativa facilidad al desconocido que está en la parte derecha, y el que está en la parte derecha, al desconocido que habla situado en la parte izquierda.  Para completar el escenario se colocan dos cámaras de vídeo colocadas detrás de los extraños de manera que cada una graba la conducta del sujeto que le queda en frente.

Tras cinco minutos de presentación, se lleva a todos los sujetos a una habitación distinta donde han de valorar distintos aspectos de lo que han observado durante la fase experimental. Resumiendo, el cuestionario les pide dos tareas fundamentales: la primera que exige a los dos extraños que se valoren a sí mismos en los siguientes rasgos de personalidad: amigable, hablador, nervioso y dominante. Luego han de puntuar a su interlocutor en las mismas características personales. En la segunda de las tareas se les pide que digan en qué medida las características de sub propia personalidad y la personalidad del contrario han determinado el  curso de la interacción . De la misma manera han de valorar en qué medida la conducta propia ha estado dominada por las circunstancias de tener que presentarse ante un extraño y en qué medida, también, son las circunstancias las causantes de la conducta de la otra persona extraña.  Los observadores hacen las mismas evaluaciones de los dos extraños: cuáles son las características personales del sujeto A y del sujeto B y en qué medida la conversación ha dependido de sus rasgos de personalidad y en cuál ha sido la importancia de la circunstancia a la hora de tratar de explicar su conducta.

De esta manera se tiene la valoración en los mismos criterios referida a uno mismo o referida a su recién conocido. Se tiene también la valoración de quienes han observado más a uno de los interlocutores que al otro.

Pero la investigación tiene una segunda parte en la que los sujetos se enfrentan ahora a la grabación de su propia conducta. Los observadores se enfrentan, al ver los vídeos de los dos participantes, en uno de los casos volviendo a observar de cara lo que ya habían visto en la realidad, en el otro vídeo ven ahora de frente lo que en la ejecución real sólo habían podido ver de soslayo.

Las conclusiones de la investigación son muy claras: tanto los propios actores como los observadores tienden más a tribuir las causas de todo lo que ha sucedido a las circunstancias cuando son actores u observadores directos: es decir ver de cara la conducta de otra persona hace que se construya la realidad de su actuación a causas intrínsecas o características personales de la misma y menos a las circunstancias en la que se lleva a cabo la acción. Por el contrario, cuando uno se juzga a sí mismo tiende a pensar que su conducta manifiesta poco su personalidad y más un modo de reaccionar a la situación en la que se encuentra. 

¿Y qué pasa cuando ha de hacer los mismos juicios después de haber observado su propia conducta en el vídeo? Se invierte la percepción de manera que ahora crea que su conducta se debe más a las características de su personalidad? La respuesta es que sí. Lo mismo sucede con los observadores que ahora han e juzgar la conducta de los intervinientes que no tuvieron a la vista durante la presentación real: The interaction reflected a complete reversal of the relative perspectives of actor and observer in the new-orientation condition (p.169).

Contrario a lo que es la primera parte de la intrusión de Barthes en la esencia de la fotografía, esta no refleja realidad no seccionada o interpretada. Y en contra de lo que éste autor dice, la reacción de las personas al enfrentarlas con su propia imagen fotográfica no es la de decir: this is my brother ; this is me as child, etc. Sino más bien se reacciona dándose media vuelta, mirando de cara al fotógrafo que nos enseña nuestra propia imagen y preguntarle: ¿ese soy yo?  La fotografía, como en el visionado de la propia acción el sujeto se enfrenta a una imagen de sí mismo que le exige introyectarla, asimilarla y, a veces a cambiar su propia representación, y con ello a su propia valoración. Evidentemente, en el supuesto de esencialista, no constructivista de Barthes, no cabe la expresión de extrañeza ante la propia imagen fotografiada.

En este experimento se deja a voluntad de los interlocutores que elijan sus propias palabras, sus propios ademanes y que recurran a la propia experiencia personal, además de haberles situado en distintos puntos de vista. Por ejemplo, an actor has information about his past performance that an observer does not have. Therefore, testing the point of view   hypothesis directly requires a situation in which viewpoint is not confounded with different amounts of kinds of information (Taylor y Fiske, 1975, p. 440). Lo que interesaría específicamente a la fotografía sería saber si el simple punto de vista desde el que se sitúan los observadores es suficiente para modificar la construcción de la realidad. Porque la fotografía frente a la realidad que recoge en sus medios, es solamente punto de vista. El tema les preocupa también a los psicólogos que desean saber si desprendiendo al observador de la carga de experiencia personal con la que acude a las citas, es suficiente para que construya el mundo de manera distinta. El puro punto de vista. Esto es lo que pretenden, entre otros, Taylos y Fiske (1975) en su elegante investigación a la que le dan un título tan fotográfico (y tan Orteguiano) como: Point of view and perceptionof causality.

Como esta investigación tiene mucho en común con la descrita anteriormente, la publicada por Stoms (1973), quizás resulte ahora más fácil describir la situación experimental las pruebas y las conclusiones.  En primer lugar, como se trata de puro punto de vista, los actores de este estudio son  dos personas que han de representar un papel en el mismo: son dos personas,  llamadas simplemente Sujeto A y Sujeto B contratadas por los investigadores para que desempeñen un papel previamente escrito y en el que se reparte la participación a partes iguales. Hablarán sobre la especialidad elegida para sus carreras, lugar de donde proceden, planes de trabajo, actividades extra universitarias.  Se colocarán  uno frente a otro teniendo una mesa de por medio.

Como se trata de probar la influencia del punto de vista, los verdaderos sujetos de la investigación son los observadores. Estos, se van a colocar estratégicamente en torno a los dos actores para que los puntos de vista desde los que los observan sean verdaderamente distintos.  Dos observadores (hombre y mujer) van a colocarse a la espalda del sujeto A: de manera que vean la espalda de este (que en la terminología gestáltica sería el fondo de la escena) y verán de cara la participación del sujeto B, la forma lo sobresaliente.  Otros dos se situarán a la espalda del sujeto B:  su punto de vista hace que sea la conducta del sujeto A, la que puedan seguir de cara. Además hay otros dos sujetos uno colocado a la derecha de los dos actores y otro a su izquierda, de manera que puedan observar por igual a ambos actores. Puede entenderse fácilmente que lo que se ha manejado es exclusivamente el punto de vista.

Finalizada la prueba, los observadores han de contestar a unos cuestionarios semejantes a los utilizados en el estudio de Stoms, por lo que se omite su contenido.  La pregunta que se hacen los investigadores es si habiendo cambiado solamente el punto de vista se ha cambiado la interpretación, la construcción de la la conducta pareja de los actores. Los resultados confirman la hipótesis porque los participantes que observan por igual a los actores los valoran por igual, mientras que quienes observaron de cara al sujeto A, creen que este es quien es el causante y ha llevado el peso de la conversación. Lo contrario sucede con los observadores del sujeto B. Por lo tanto, el simple punto de vista hace que se interprete la realidad de manera distinta:  the results of the present studies  indicate quite clearly that perceptions of causality in social situations are markedly shaped by literal point of view  (Taylor y Fiske, 1975, p. 444).  Por lo que puede concluirse también: lo resultados de este estudio indican muy claramente que la percepción de causalidad en situaciones sociales viene creada por el punto de vista que adopta la toma fotográfica.

III. LA FOTOGRAFÍA Y LA PERCEPCIÓN DE AUTOEFICACIA PERSONAL

III.1. La percepción de capacidad personal

 En el tiempo, largo tiempo en el que se ha ido perfeccionando o desarrollando la teoría de la construcción psicosocial de la realidad, no se ha desvinculado de lo que la gente normal entiende por psicología como modo de intervenir y promocionar el bienestar de las personas. Es decir, la intervención terapéutica.

Cundo se ha demostrado que cambiando en la misma persona  el punto de vista desde el que observar su propia conducta, se está cambiando la percepción que tiene de sí mismo. Procurando que uno sea observador de su propia conducta puede llegar a interiorizar nuevas concepciones personales.

Los mismos autores de la construcción social de la realidad se dieron cuenta de esta posibilidad, por ejemplo Storms, (1973) finaliza su exposición refiriéndose a sus aplicaciones prácticas.  Pero han sido autores como Daril Bem (1972) con sus nociones de la Autopercepción, mediante la observación de la propia conducta, la trascendencia que tiene la teoría de la disonancia cognitiva,  de Leo Festinger en la que trata de armonizarse la acción con el pensamiento y que permite, modificando la conducta modificar consecuentemente las actitudes básicas de la persona,( una de cuyas mejores exposiciones puede leerse en el capítulo cuarto del  muy recomendable libro de Eliot Aronson (1998): El animal social), y, para no mencionar más, la teoría de la  Teoría de la autoconciencia objetiva de Duval  y Wicklund (1972) en la que tratan de demostrar cómo hacer que las personas se responsabilicen de sus propios actos comprando sus ejecuciones con sus  estándares o los estándares sociales (Silvia y Duval (2001).

Sin duda una de las teorías que han dado un nuevo giro a la psicología de los cuarenta últimos años ha sido la Teoría cognitivo socia formulada por Albert Bandura (1997), Garrido, Masip y Herrero (2009).  La hipótesis central de la misma, en su evolución actual, es, desde su formulación en 1977: la teoría de la percepción personal de autoeficacia.

Con la brevedad que se supone en una exposición como la presente, centraría la esencia de la teoría cognitivo social en los tres principios siguientes:

1.       Los rasgos de personalidad no existen. Los rasgos de personalidad se concibieron siempre como algo innato y pétreo, permanentes en el espacio y a lo largo de los días. De tal manera que, por ejemplo, aquel que sea nervioso, introvertido, concienzudo, abierto o agradable (los llamados cinco grandes dominios de la personalidad) lo será a lo largo de su vida y en cualquier lugar al que se traslade. Dese que Walter Mischel (1968) publicara el resumen de sus investigaciones sobre la variabilidad de la misma persona o la misma cultura en un rasgo tan importante como la demora en la gratificación, y resumiera las investigaciones sobre la no estabilidad de los modos de comportarse, la idea de los rasgos de personalidad de desvaneció, poniendo más el acento en el poder de las circunstancias a la hora de querer explicar los rasgos de personalidad. Por lo que se refiere a las habilidades intelectuales de la persona, como la capacidad intelectual, la investigaciones que ha realizado o que ha potenciado  la teoría de la mente, resumidas por la misma autora en  su libro de 1999: Self theories,  también se ha acabado con la creencia de las capacidades intelectuales como algo innato y fijado.  La siguiente frase de Dweck resume, a  mi entender, lo que se debe entender por todo lo que se ha considerado fijo o permanente en la persona humana: The fallacy is in thinking  that by measuring someone’s present skills, you’ve measured their potential; that by looking at what they can do now, you can predict what they’re capable of doing in the future (Dweck, 1999, p.59). Algunas de las investigaciones expuestas referente a la atribución de rasgos de personalidad, dependiendo del punto de vista de actor u observador, explican también el porqué de tales creencias en algo estable dentro de la persona.

2.       Cuando se buscan las causas de la conducta se habla de causas internas o externas: los rasgos de personalidad o las circunstancias en las que se la conducta tiene lugar. Este es un planteamiento erróneo por dos motivos: en primer lugar porque la conducta es el tercer elemento a tener en cuenta a la hora de explicar la conducta humana: el hecho de ejecutar una acción y observar, por ejemplo que sus resultados son un progreso sobre lo que se había logrado anteriormente, es una de las mayores fuentes de creencia en las propias capacidades.  Según la teoría cognitivo social han de considerarse como causas del acontecer psicológico tres tipos de causas: ls personales, las circunstanciales o ambientales y las ejecuciones personales.  Y estas tres causas actúan en una especie de círculo irrompible, de manera que para explicar mis creencias sobre mí mismo, debería acudir a los grupos que frecuento (ambiente), pero es que si quiero explicar por qué he elegido esos grupo y no otros, pudiera deberse a que en un determinado momento yo les hice una donación (conducta), pero para explicar esa conducta de donación, habré de acudir a mis convicciones personales (personales).  Los tres tipos de causas no funcionan a la vez, sino en rotación, pero nunca se puede explicar un momento psicológico actual sin tener en cuenta el permanente círculo de determinaciones: persona, ambiente y conducta.

Aplicando esto al tema que ahora ocupa este escrito de finalidad no estrictamente psicológica, puede decirse que el hecho de haber posado de una determinada manera ante una cámara, puede ser fruto de la exigencia del fotógrafo que la maneja. Pero esa circunstancia nos devuelve una foto nuestra que recorta las posibilidades infinitas de mostrar apariencias, pero la foto ha elegido esa. Esa foto es luego interpretada por nosotros generando un juicio sobre la percepción personal que, probablemente, influya en nuestro comportamiento posterior.

3.       Cuando se trata de explicar la conducta humana a partir de las características de la persona que la ejecuta, no existe un motor tan potente como la percepción personal de autoeficacia:  La  idea que uno tiene de sí mismo se ser capaz de ejecutar algo en unas determinadas circunstancias y a unos determinados niveles de exigencia: People guide their lives by their belief of personal eficacy. Perceived sel-efficay referes to belief in one’s capabilities to organize and execute the courses of action requires to produce given attainments (Bandura, 1997, p.3).

Cuando se trata de movilizar todos los recursos de la persona o de lograr nuevos recursos, lo esencial es generar en los sujetos la percepción de capacidad personal.

Desde su nacimiento la autoeficacia tuvo vocación de motor básico de toda la actividad humana. Comenzó demostrando que cualquier tipo de intervención psicológica, de terapia psicológica, tanto de naturaleza cognitiva como de procedencia conductista o psicoanalítica eran eficaces en tanto en cuanto fueran capaces de generar en el paciente la sensación de que era capaz de afrontar las dificultades y los miedos que hasta ahora habían atormentado sus vidas.  Luego, a lo largo de estos cuarenta años de dura lucha experimental y enfrentamiento a otras teorías con otros planteamiento teóricos, ha terminado por ser imprescindible en campos tan dispares como  el desarrollo de la capacidades intelectuales, especialmente en llos que se creen menos dotados, en los comportamientos saludables,  en los tratamientos clínicos psicológicos, en las intervenciones médicas e incluso del sistema inmunológico, en el deporte, en las organizaciones, en los retos de los grupos o incluso globales,  por citar solamente los títulos de los   capítulos del libro de Bandura (1997).

Para poder llegar a comprender la función central que la autoeficacia tiene en la explicación del comportamiento humano y en los modos de vida, y a modo de resumen, me permito recoger la síntesis que el mismo Bandura hizo con motivo de su investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Salamanca. Acepto que la cita es larga, pero, es que no se podría decir más en menos palabras: La sensación fuerte de eficacia intensifica los logros personales y el bienestar personal de muchas maneras. Las personas que tiene una gran seguridad en sus capacidades consideran las tareas difíciles como retos que han de ser superados en vez de amenazas que han de ser evitadas. Tal visión eficaz fomenta el interés intrínseco y una honda preocupación por las actividades realizadas por uno mismo. Las personas de esta índole se fijan tareas difíciles y mantienen un fuerte compromiso para con ellas. Frente a la posibilidad de fracaso, aumentan y reafirman aún más sus esfuerzos. Recuperan rápidamente su sensación de eficacia después de fracasar o ante los contratiempos. Atribuyen el fracaso a un esfuerzo insuficiente o a una falta de conocimiento o de habilidades que pueden ser adquiridos. Se enfrentan a las situaciones de amenaza con la seguridad de que realmente son capaces de ejercer un control sobre ellas. Esta perspectiva de eficacia conduce a logros personales, reduce el estrés y también reduce la vulnerabilidad de las personas a la depresión.

Por el contrario, las personas que dudan de sus capacidades huyen de las tareas difíciles, entendidas como amenazas a su persona. Sus aspiraciones son bajas y no se comprometen con las metas          que deciden fijarse. Al enfrentarse a tareas difíciles, se quedan cavilando sobre sus deficiencias personales, los obstáculos que can a encontrar y todo otro tipo de resultados negativos en vez de concentrarse en cómo actuar con éxito. Reducen sus esfuerzos y abandonan pronto sus tareas cuando les surgen las dificultades. Después de haber sufrido un contratiempo tardan en recuperar la sensación de eficacia. Debido a que consideran una actuación suficiente como una falta de capacidad, necesitan pocos fracasos para que pierdan la fe en sus capacidades. Este tipo de personas son presa fácil del estrés y de la depresión. (Bandura, 1992).

III.2. La fotografía como instrumento de la autoeficacia percibida

Para finalizar esta breve exposición de la autoeficacia percibida y, en este momento, terminar de cerrar el círculo de la construcción de la personalidad mediante la fotografía, deben explicarse cuáles son los modos o los procedimientos por los que se puede generar  en las personas una sensación de capacidad que creían no tener o , sobre todo, cómo devolver a las personas la percepción personal de autoeficacia en aquellos campos en los que han colocado la propia valoración personal, pero que se creen no poseer o haber perdido.

Como complemento a lo que se acaba de decir debe remarcarse que los miedos, las ansiedades, las vidas fracasadas no se deben a haber tenido fracasos en la propia ejecución (que produciría ansiedad) sino en no sentirse capaz de ejecutar lo que a uno se le requiere o lo que uno se exige a sí mismo.

Son cuatro los procesos y o procedimientos por los que se puede generar o devolver la percepción de capacidad[5].

1.       El primero es la ejecución personal: cuando uno se observa a sí mismo progresar en la consecución de aquello que se ha propuesto, llega a la concusión; soy capaz. La brevedad que exige el propósito fotográfico al que se circunscriben estas páginas me impide extenderme más. Pero no puedo menos de deshacer la aparente tautología que supone: lo hago, luego soy capaz.  Porque a veces suena la flauta por casualidad.   Por el hecho de haber ejecutado algo no se deduce necesariamente la conclusión “luego soy capaz” y esto es lo mío. Si los logros de una acción emprendida se atribuyen a las circunstancias, a la suerte, al azar o a la ayuda que estoy recibiendo, la ejecución de una conducta, no produce en el sujeto la conclusión “me siento capaz”.

2.       La segunda manera de promover el juicio de capacidad personal tiene que ver con el modelado: ver a otros que ejecutan lo que yo me considero incapaz.  La conclusión en este caso es: si él es capaz yo también puedo serlo”.  Pero también esto tiene una condición psicológica: que la persona que ejecuta la acción y se propone como modelo sea considerada por el observador como “semejante”, (lo que también es una construcción social de la realidad). Si esa mujer ha sido capaz de ejecutar una acción con tanta excelencia, yo, que también soy mujer, puedo conseguirlo.

3.       A través de la palabra uno puede llegar a convencer a otro de que es capaz de hacer o que continúa siendo capaz de hacer una determinada acción a un determinado nivel de perfección. Generalmente se afirma que esta es la peor de la maneras de convencer a otro de tener capacidad para llevar a cabo un empeñó o una misión.  El : “que sí, que tú puedes”, se oye con demasiada frecuencia cuando alguien muestra una cierta inseguridad en sí mismo. Cuando el sujeto, frente a las palabras de los demás acude a su propia experiencia de fracaso o, simplemente expone sus propias razones, la palabra es poco eficaz para generar autoeficacia en las personas.  El proceso mediante el cual la palabra puede ser fuente de autoeficacia es la credibilidad de la fuente. Cuando alguien a quien consideramos con autoridad nos dice que sí podemos puede producir un efecto aparentemente milagroso, pues en pocos segundos pone en funcionamiento y en esfuerzo a una persona. Todos hemos tenido experiencia de un profesor que nos ha alabado en clase, de un superior que ha confiado en nosotros y nos ha dado un encargo, de alguien que, aun habiendo tenido fracasos, nos mantiene en su equipo de trabajo. Todas esas son formas de persuadirnos, por parte de alguien que tiene credibilidad en lo que dice, de que somos realmente capaces.

4.       Finalmente, el cuarto de los métodos o procesos por los que se generan juicios de capacidad personal es mediante la interpretación de los estados emocionales y corporales. Especialmente los estados de ansiedad o de fatiga suelen ser experiencias que se tienden a interpretar como signos de incapacidad. Cuando se explica este mecanismo la gente suele manifestar extrañeza porque no parece comprensible que una vivencia de ansiedad o la percepción de agotamiento corporal puedan interpretarse como signos de capacidad.  La verdad es que al explicar esta cuarta fuente de capacidad, más bien debiera decirse que los signos de ansiedad o de fatiga no deben llevar a la conclusión de que uno es incapaz de realizar una determinada tarea o afrontar un determinado empeño.  Un ejemplo claro, extraído de una serie de investigaciones concatenadas sería el operado de corazón que hace ejercicio hasta el agotamiento. Cuando el signo de cansancio aparece, estas personas y los que le rodean suelen advertirle de los peligros de hacer esfuerzos.  Pero en realidad lo que debería decírseles es que su corazón se ha recuperado a tan alto nivel que aguanta hasta el agotamiento.

Ha llegado el momento de cerrar el razonamiento de todas estas páginas:  se percibe el mundo desde una determinada perspectiva, y las  distintas perspectivas son las que constituirían las verdad sobre la realidad que afrontamos. Esta es la conclusión de Ortega y Gasset.

Desde la psicología social de la construcción social de la realidad se ha demostrado que el mundo que percibimos es interpretado de una u otra manera dependiendo de las atribuciones que sobre él hagamos.

Un mundo que necesariamente construye toda persona es la concepción que tiene de sí mismo: sus características personales, las causas de lo que hace.  Pero se demostraba que desde fuera se puede manejar esta concepción manejando algo tan sencillo como el punto de vista: ser actor u observador. La observación de la propia conducta y la interpretación que de ella se hace influye en la construcción de aquello que creemos puede definirnos.

Dentro de las concepciones que uno tiene sobre sí miso está la autoeficacia y esta se consigue, especialmente, mediante la observación de las propias acciones: Pues bien, cuando las propias acciones son vistas por uno mismo, cuando el acento se pone en la propia acción, esa que la teoría de la atribución ha dicho que al verla desde el punto de vista de observador lleva con mayor facilidad a atribuirlas a quien las ejecuta, es la manera principal de generar el convencimiento de autoeficacia personal.

La fotografía, la fotografía nuestra, de nosotros, por su misma esencia tiene figura y fondo. Pero, cuando es un retrato, debe tener poco fondo, o fondo borroso, poca circunstancia y “mucha persona”. Luego la fotografía es una buena manera de observarse uno a sí miso. La fotografía, pues, debería tener un gran poder de generar, crear personalidad.

Pero una fotografía personal trasciende, siguiendo las palabras de Barthes, el Studium. Una fotografía personal siempre hiere o punza. El Punctum de Berthes es inherente a la observación de la propia imagen ofrecida por la cámara fotográfica. Si uno quisiera recordar a bote pronto el ensayo de Barthesm diría que está cargado de valoración personal, de referencias personales que yo resumiría en este pasaje:  I saw clearly that I was concerned jer with the impulse of an averready subjectivity, inadequate as son as  articulated: I like/ I don’t like:  we all have our secret chat of tastes, distastes, indiferences, don’t we?.(Barthes, 1982, p.18.). Pero lo que Barthes no dice cuál es el origen de ese gustar y disgustar, cosa quela psicología social de la construcción social de sí ha demostrado. (Schacter, 1964).

Por todo lo cual puede concluirse que mediante la fotografía, especialmente el retrato puede influirse en el la concepción, en el self, de la persona retratada.

No es que tras mi proyecto   fotográfico sobre MÚSICOS CALLEJEROS, haya una intención de i8ntervenir en sus percepciones de capacidad musical. Esto me exigiría una segunda parte: mostrarles sus propias fotografías.  Pero tampoco está ausente. De hecho cuando me han pedido una copia de la misma se la he entregado. La reacción del saxofonista de Swindigentes, al preguntarle por su juicio fue muy expresiva: “Es una foto en la que. Puf, parece un gran músico”. En el mismo sentido interpreto la necesidad de algunos de los fotografiados que al ver la toma en la pequeña pantalla de la cámara se admiraban y pedían, algunos ansiosamente, una copia de la misma. Si no ha tenido una intención directamente de intervención psicológica directas, sí fue mi propósito desde el primer momento mostrarlos como si fueran músicos afamados y sus fotografías, mi fotografía, pudieran cubrir frontispicios de lugares afamados. Quería dignificar su profesión.

 

 

 

 

 

 

 


 

BIBLIOGARAFÍA

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[1] Aunque el título se ponga en español, se verá que las referencias se hacen generalmente en inglés, por haber leído en este idioma la mayoría de las exposiciones de este texto de Barthes
[2] D. Bem (1972) crea una teoría psicológica en la que demuestra cómo se utilizan los mismos mecanismos psicológicos para interpretar la conducta ajena y la propia: mediante la percepción de las acciones y sus resultados.
[3] Cuando se citan frases del escrito de Barthes que parecen orientar su pensamiento en una dirección, quien haya leído detenidamente su ensayo sobre la fotografía podría aducir inmediatamente algún otro texto en el que manifestara lo contrario. Por ejemplo, en este momento yo estoy suponiendo que Barthes, con su definición deíctica como la verdadera esencia de la fotografía, pudiera aducir otros textos en los que la coloca a medio camino entre la representación y la realidad: Dicho brevemente, el referente permanece preso. Y esta manera singular de “apresamiento” condiciona las grandes dificultades para seguir la huella de la fotografía…. El objeto de la fotografía no es ni imagen ni realidad, de verdad un ser nuevo: algo real, que nunca más se puede palpar. (Schreiber und Schrödl, 200, p. 20). La fotografía enfrenta al observador con la paradoja de una real irrealidad (Ib. p. 21). Sin embargo, si uno  recure a sus expresiones de la fotografía y el acto de ser fotografiado como un anticipo de la experiencia de la muerte, no habla de la conversión del sujeto en objeto
 
[4] Una manera distinta de afrontar la veracidad de las fotografías, las relaciones entre referente y referido la han encontrado los historiadores y los antropólogos. Una fotografía puede dar credibilidad de que algo sucedió, pero, depende del punto de vista desde el que se haya tomado para interpretarla de una u otra manera, para otorgarle una u otra “verdad”. La fotografía como fuente documental  encarna, intrínsecamente, un conjunto de problemas metodológicos como muy bien exponen historiadores o antropólogos como  Díaz Barrado, 1998 y Lara López, 2005)
[5] Es interesante que se note la insistencia en repetir la expresión: percepción personal de capacidad,  y no hablar directamente de capacidad. Es concordante con la idea de que lo innato heredado, en el caso de que existiera, no es más que una condición, que no causa, de la conducta humana. Tal capacidad no es fija , sino maleable y se aumenta en la medida en la que se ejercita. Para podr ejercitarla y emprender determinadas acciones o elegir determinados campos de especialización en la vida, es necesario tener la percepción de que uno “es capaz” de desempeñarlo.