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lunes, 17 de noviembre de 2014

BANDURA, EL PSICÓLOGO MÁS EMINENTE DE LA ERA CONTEMPORÁNEA


Había terminado de dar un seminario sobre el testimonio infantil. Al finalizar, era ya casi de noche, Antón Aluja, quien organizó el seminario, me llevó a cenar a uno de los chiringuitos del Puerto de Barcelona. Pudo, incluso, que, por deferencia, fuera uno que llevaba el nombre de Salamanca.  Antón es psicólogo de la personalidad. Cuando uno ha de charlar con una persona termina hablándose de lo que se tiene en común.  En este caso, hasta entonces, lo que teníamos en común era la psicología, que ambos enseñábamos.

Sí, ya he dicho que Antón es psicólogo de la personalidad, la rama de la psicología que trata de explicar y medir los rasgos que nos singularizan. Es curioso que traten de buscan la singularidad manteniendo la existencia de ¿cinco, cuatro, dos, veinte...? rasgos básicos desde los que nos definen. Evidentemente, las combinaciones cuantitativas de esos rasgos son tan grandes que cada uno termina siendo "una" personalidad.  Aunque, en realidad, al final, se clasifica por la introversión o extroversión, la mayor o menor ansiedad, el grado de asumir responsabilidades. Y, también, en la práctica, todos los extrovertidos se comportan  de la misma manera. Desde estos supuestos, el resto ya es coser y cantar: se elaboran unos test  de personalidad que miden esos rasgos básicos.  Y, luego, por el simple hecho de haber contestado a unas cuantas preguntas, determinan lo que ha sido y será tu vida. Porque los rasgos de personalidad son estables e indiferentes a tiempo o circunstancia o no son rasgos de personalidad. Los más osados sostienen que son innatos o heredados, como el color de los ojos o las arrugas de pabellón  de la oreja.

Y como esto era lo que teníamos en común, la conversación, poco a poco fue centrándose en este tema. Probablemente se originó después de una expresión mía en la que expusiera mis dudas o mi negación de  los rasgos de personalidad. Más allá del origen del tema de conversación, los dos terminamos defendiendo nuestras posturas con un cierto acaloramiento, acaloramiento entre amigos. Llegamos a retamos apostando por quién era el psicólogo que más había influido en la psicología. Como criterio objetivo elegimos las referencias bibliográficas. Antón afirmaba que Eysenk, yo que Bandura. Aunque las relaciones personales continuaron durante algunos años, no recuerdo que ninguno de los dos presentará las pruebas de  sus afirmaciones.

- Pues, vaya Eugenio, ¿cuántas veces has defendido lo mismo?. En esto eres inamovible. ¡Como para no creer en los rasgos de personalidad!.

- ¡Ese es un golpe bajo! ¿Te recuerdo que yo era psicoanalista hace muchos años?. La ciencia, amigo, la ciencia, y no las imaginaciones. Porque la tierra se mueve alrededor del sol.

Sí recuerdo cómo Saari, a comienzos de este siglo veintiuno, afirmaba que una de las teorías, que habían cambiado la psicología de los últimos treinta años, era la cognitivo social de Bandura. Así mismo recuerdo que en 1991 se publicó un estudio, basado en encuestas a historiadores de la psicología y a directores de Departamento, a los que se les preguntó que nombrarar a los psicólogos más influyentes de la historia y de la actualidad.  Entre  los contemporáneos, Skinner ocupaba el primer lugar, tanto de los historiadores como de los Directores de departamento. Bandura era el séptimo para los historiadores y el segundo para los Departamentos.

Esta mañana, como de costumbre, abro mi correo para ver si alguien se acuerda de mí. Jaume  Masip me había puesto el siguiente mensaje: "estarás contento", a su lado un emotipo sonriente. No podía sospechar a qué pudiera referirse. La respuesta estaba en el siguiente link, que me adjuntaba: http://digest.bps.org.uk/2014/11/who-are-most-eminent-psychologists-of.html. Si tienes la  misma curiosidad que tuve yo ábrelo.

Es una página de Research Digest. Su título : Quienes son los psicólogos más eminentes  de la era moderna. Verás una foto de Bandura. Abre el artículo con la siguiente afirmación: Hace doce años el conductista B.F. Skinner presidía la lista de los 100  psicólogos más eminentes del siglo veinte, seguido de Jean Piaget y de Sigmund Freud. Ahora, el equipo dirigido por Ed.Diener ha utilizado sus propios criterios para elaborar la lista de los 200 psicólogos más eminentes  de la era moderna (i.e. gente cuyas carreras se desarrollan principalmente a partir de 1956). Aquí están los "Top 10": Albert Bandura, en el primer puesto, Jean  Piaget, Daniel Kahneman, Richard Lazarus...."

Si quieres conocer qué criterios han utilizado, lee el artículo. Aunque ya te los imaginas.

- Jaume tenía razón: me alegré y le mandé un correo a Bandura felicitándole.

Jaume me lo envió porque sabe de mi amistad con la persona y por mi identificación con sus teorías, una de cuyas pruebas es el título de este blog. También me alegro por mis alumnos que, como me enviaba sus manuscritos antes de publicarlos, estuvieron siempre al día de la mejor psicología científica.

lunes, 29 de septiembre de 2014

¿ENSEÑANZA O SECTARISMO?


- Si quieres que un alumno deje de fumar, que imparta una clase  convincente sobre los peligros del tabaco a sus compañeros del curso inferior..

Haber contado mi experiencia de abandono del tabaquismo severo, pudo suscitar la conclusión :  si él ha podido, yo también. Eso espero. La comparación con los semejantes esuna potente herramienta para generar autoeficacia.

Su creencia  debió durarle poco. Vendido por la sinceridad, o la imprudencia, narraba  yo también cómo mi intento de dieta saludable  para bajar peso duró mientras preparaba un curso sobre conductas saludables. 

-¡Por cierto!, (siguiendo con mis imprudencias) hoy peso ya dos kilos menos que cuando escribí el tema anterior.

-Uno más que sufre el  desasosegante método de la goma: adelgazar, engordar, adelgazar de nuevo y engordar después. Se carece de fuerza de voluntad para mantenerse. La comida es la droga que mas dependencia crea  porque no puede alcanzarse la abstinencia plena.

El planteamiento del último tema, sin embargo, sobrepasaba las anécdotas y preguntaba si  los docentes e investigadores( en psicología)  imaginamos una teoría, ponemos los medios para que esa teoría se cumpla, incluso en las investigaciones, y luego las exponemos y nos exponemos como ejemplo de su cumplimiento.

-¡Evidente! Tu vuelta al blog sobre autoeficacia te ha obligado a demostrarte que la autoeficia funciona.

¿Por qué no reconocer que la idea me desasosegó durante algunos días?  La hipótesis  plantea un reproche moral a los docentes, al menos,  de psicología. ¿Enseñan, con mayor o menor entusiasmo, unos procesos de cambio  conductual que no tienen más fundamento que sus propias ocurrencia?. ¿ Pretenden que sus ocurrencias sean utilizadas por sus alumnos  en su futuras intervenciones profesionales ?. Si esto es así, cada profesor de psicología está pretendiendo crear una secta.

No me cuesta imaginar a un filósofo levantándose  puntualmente a la siete de la mañana, sacar de su cajón uno  o varios folios en blanco y decirse a sí miso: hoy  y los días venideros me centraré en el concepto de la libertad humana. ¿Cuándo me siento libre y cuándo  coaccionado? ¿Qué es lo que me hace sentir libre? ¿Qué siento cuando vivo libremente? ¿Cuándo la gente que conozco o que me rodea o a la que leo  afirman sentirse libres, medio libres o nada libres?.  En definitiva: ¿en qué consiste la libertad?. Es un ejercicio mental demasiado arduo, en verdad.  Pocas cosas intimidan tanto como un taco de  papeles en blanco llamando a ser cubiertos de ideas o propuestas.  Pocas tareas tan difíciles  como  agrupar  y relacionar experiencias y conocimientos  para  convenirse  en una conclusión que, alcanzada, se convertirá en su dogma personal, y dogma "evidente" para los demás, como dogma evidente ha de ser el  canon a seguir por personas e instituciones. Ha creado una doctrina y, si con facilidad, una secta de seguidores, comenzando por él mismo.

- ¿Es esta, Eugenio, tu concepción de la filosofía?

-  Pues... No sé si tiene algo de caricatura. Creo que nada.

Era yo muy joven. Mi primera formación universitaria fue en filosofía pura (¡qué curiosa la denominación de filosofía pura, ¿verdad?). Cuatro  licenciandos, desconocidos entre sí,  esperan en un claustro, ante a la puerta de una aula, a que lleguen cuatro profesores (no necesariamente sus profesores). La tensión se desprende como electricidad estática. Arrastran los pies, miran al cielo o al suelo, no al infinito porque están entre cuatro paredes. A veces se les ilumina la mirada porque acaban de recordar la teoría subjetivista de Gentile. En una hora se juegan la licenciatura perseguida durante tres años. Los esperan no sabes a quién esperan.  De pronto, al doblar de una esquina, aparecen, conversando desenfadadamente, tres profesores de la Facultad. Dos te han dado clase, un alivio, a los otros dos los conoces de oídas e ignoras de qué te puedan examinar.

Es un juego de las cuatro esquinas: cada profesor se aposenta en la silla que hay detrás de una mesa, justo en las esquinas, cuatro esquinas. Lejos, para no molestar a los otros examinandos mientras responden. Es verano, exactamente el 3 de junio de 1962 a las cuatro de la tarde,  el sol penetra  por las ventanas, las cierran dejando pasar sólo su resplandor por las rendijas de las contraventanas de madera. La luz, de repente, se ha convertido en semioscuridad a la que tu pupila se irá acostumbrando. Cada uno de los examinandos de aquella reválida de toda la filosofía (como Vicino: De omne res cognita) son llamados, distribuidos y situados frente a frente, emparejados uno a uno con su  primer examinador. Durante quince minutos has de responder satisfactoriamente a sus  preguntas. Pasado un cuarto de hora, a la voz del profesor con más autoridad, los alumnos se levantan, y, siguiendo el movimiento de las agujas del reloj, pasan a la silla de la esquina a su derecha,  allí le espera su siguiente examinador. Cada quince minutos se oirá la voz de cambio. Una puesta primera y tres cambios sucesivos. En el primer rincón  estaba mi profesor de psicología racional. Me conocía porque le había pedido que me dirigiera la tesis doctoral. Me conocía demasiado. La primera pregunta en la frente: sabía que, por mi formación anterior, yo debía defender una postura sobre la inmortalidad del alma que él no compartía. Yo le respondí lo que él esperaba oír. Tanto que su siguiente frase fue "tu subito places mihi.  El segundo me preguntó sobre las relaciones de la filosofía con la ciencia, el cuarto sobre teodicea. El tercero era mi profesor de ética. Pos más señas, era tuerto y sin parche de pirata; era difícil adivinar de dónde le salía su mirada.

Ya de puestos... Cuando te opones a escribir tienes en mente el tema y lo argumentos, pero no la forma precisa de exponerlos. La escritura se convierte en una  especie de test de asociaciones en el que vas analizando cuáles te valen para tu argumentación y cuáles no. Pretendía yo describir el método deductivo del filósofo para diferenciarlo del psicólogo científico. Mi descripción del método filosófico se me imaginó caricaturesca. Pero me dije: ¡qué caricaturesco ni qué cuentos!. Ahí surgió la idea de probarlo y el recuerdo juvenil de mi examen de reválida "de toda la filosofía".

Pues ya de puestos... el tercero era mi profesor de ética: De Lanoise, francés y tuerto. En la Universidad, con motivo de la onomástica de Santo Tomás, que por entonces era el 7 de marzo, se encargaba a un profesor que preparara una disputa académica al estilo  de las "disputae" medievales. Es decir, con mayor, menor y conclusión: ad majorem, ad minorem, adqui, ergo.

A mediados de febrero de 1962, al salir de una clase de Crítica Filosófica, me llama a parte el profesor: Morandini.  -Quiero que venga a mi habitación. Aquello tenía visos de un juicio, pues nunca un profesor llevaba a un alumno a su habitación particular. Desde el claustro de entrada, donde estaba el aula de Crítica, hasta el tercer piso, donde tenía su despacho mi  buen "padre" Morandini, fuimos hablando de cosas triviales. Llegados a su habitación me manda sentar en la silla  colocada frente a la suya, con su mesa de estudio marcando la distancia.  Se puso serio y me dijo: "El Rector me ha ordenado que prepare la disputa medieval del día de Santo Tomás".  Me temí lo peor: que yo fuera uno de los actuantes. Y mis temores se cumplieron al instante. Tenía que ser uno de los tres objetores a la tesis de otro alumno, del que no me dijo su nombre.  "La tesis que se va a defender es la imposibilidad de la existencia de imágenes sin ideas", la tesis tomista. De repente me vi  en el aula magna, un anfiteatro de mármol blanco  y bancada de nogal, repleto de profesores y alumnos (más de dscientos) concentrando sus miradas en mí. ¿Lo imagináis?. Confieso que sentí pánico. -"No, de ninguna manera, Profesor, no me siento capacitado para eso"- Pero yo le he elegido porque creo que es de los alumnos más capaces que tengo y unas cuantas alabanzas más que ahora no recuerdo.  - No, profesor, volví a responder. El que sí y yo que no. Al final terció y me dijo: "Piénselo durante esta semana y en la próxima volvemos a hablar".

Salí de su habitación muy perturbado. No me podía estar pasando aquello. Los pisos donde estaban los despachos de los profesores eran  corredores largos que circundaaban todo el cuadrángulo de lo que era el edificio central de la universidad. A un lado y al otro las puertas de los despachos   Eran largos y, en aquel momento, me pareció interminable la casi cuarta parte  de uno de ellos que habría de recorrer hasta llegar a la escalera principal. Despacio, muy despacio caminaba yo, que nunca subía las escaleras de una en una. "Soy un cobarde"; "qué me va a pasar a partir de ahora", "cómo me he atrevido a decirle que no". ¿ideas sin imágenes?... Al fondo del pasillo largo, muy largo, más allá de la escalera principal, habían un aula pequeña donde se impartían  seminarios especiales. No sé por qué no me atreví a bajar las escaleras. Me refugié, me escondí en aquel  pequeño rectángulo. Estaba solo y lo recuerdo todo oscuro. Cerré los ojos y me quedé pensando: ¿ideas sin imágenes?...  Como si hubiera tenido una iluminación, comencé a argumentarme y contra argumentarme, basándome en los conceptos morales que difícilmente tienen una representación icónica.  Pensaba en la doctrina tomista y las que la contradecía, oía mentalmente la respuesta a mi argumentación, que yo volvía a argumentar; de nuevo una respuesta ortodoxa y de  nuevo mi contrarréplica. Así hasta cinco turnos de ad majorem, y de ergos. Abrí la puerta del seminario, no bajé las escaleras sino que, en segundos, volví a repicar en la puertas del despacho de mi profesor Morandini. -¡Sí, acepto! La cara se le mudó, no podía haber cambiado de parecer en tan poco tiempo. - ¿Y cuáles  son sus argumentos?. Trabucándome, porque las palabras no se acompasaban con mis  ideas, le espeté el rosario de atquis y ergos. 

Mi argumentación era exactamente contraría a la defendida por mi profesor de ética, francés y  tuerto.  No es el momento de narrar el desarrollo del solemnísimo acto académico. Solo diré que al terminar se me acerca Morandini y, además de felicitarme, me pregunta si había visto la cara que ponía De Lanoise. ¡Cómo para ver caras estaba yo!. Aunque , en verdad, la dificultad la encuentro en preparar  la argumentación, son los momentos de duro trabajo mental. Realizado el esquema, la exposición suelo disfrutarla mucho. Aquella no fue una excepción. - Le ha hecho pensar con sus argumentos, me dice Morandini.

Y el tercero era mi  tuerto, profundo y claro  profesor de  ética, De Lanoise. Aunque haya parecido lo contrario, yo le tenía mucho respeto. Mis compañeros también. Me identificó, ya lo creo. Y también, como mi profesor de Psicología Racional, me pregunta por lo que yo había defendido en el solemne acto en el que él, a decir de Morndini, había cerrados sus ojos, (porque el tuerto también se cierra  cuando los tuertos cierran los ojos). Naturalmente le contesté lo que él quería oír: su doctrina.  Insistió con varias preguntas paralelas a mis argumentaciones en el día de Santo Tomás. Yo defendí siempre los argumentos de la ponencia.

Este relato, que aduzco como prueba, no debe terminar suponiendo que yo salía aliviado después de haber pasado por las preguntas que se me hicieron en las cuatro esquinas.  Sí, salía relajado porque había contestado a todo y, por fin, la hora fatídica, una hora entera fatídica, había terminado y con ella aquellos mis primeros estudios universitarios.  Al salir por la puerta y cegarme la luz que entraba por las ventanas del claustro me percaté de la silueta a contraluz de Morandini.  Me sorprendí, pues no era habitual. Me buscaba solamente a mí. A mis tres compañeros de horario no les esperaba nadie.

-Le ha tocado el Profesor De la Noise.-Sí -¿Qué le ha preguntado?.- Sobre la representación imaginada de las ideas - ¿Usted, qué le ha contestado? - Lo que expone en sus escritos.- ¿No defendió Ud. sus ideas?. - No -¡Sólo por esto merece Ud. una matrícula de honor. O bueno, ya que todo se decía en latín, "Summa cum Laude".

Era media tarde, una tarde calurosa, con un azul tan encendido que brillaba como blanco.  -¿Tiene algo que hacer?, me preguntó. -No, le respondí.  El jesuita me llevó a su habitación, yo a un  lado de la mesa y él en frente. -¿Fuma?- Algo.-No debemos hacerlo, me contesta. Abra el cajón que la  mesa que tiene de su lado.  Lo abrí y allí tenía unas cuantas cajetillas de tabaco.  Charlamos sobre mi futuro y me contó algunas cosas de su vida.  No volví a verlo.

Pues parece que mi visión de la metodología filosófica no era caricaturesca: había que elegir entre la doctrina de la ponencia o el suspenso.

Sinceramente, cuando me imaginé al filósofo levantándose a las seis de la mañana y escribir sistemáticamente todos los días, tenía en la imaginación la idea de  otro personaje, que a esas horas creaba su propia teoría pseudopsicoanalítica  y que tres o cuatro horas después imponía como dogma a sus discípulos descalificando sin pudor, incluso con nombres, a otros colegas que hacían una psicología experimental.

No tengo preocupación moral alguna porque mi docencia ayudara a mis comportamientos o que  aumentará mi autoeficacia para modificar mis conductas. No se trata de ninguna postura visionaria sin fundamento científico. La teoría cognitivo social  ha tenido siempre un compromiso con la experimentación, por algo nace de dos años de formación en los cursos de doctorado de Spence. Por eso pude escribir en su día  el artículo: Bandura, Voluntad científica.  Nada debe llevarse a la práctica si previamente a) no se ha demostrado  que funciona, b) cuál es el componente , de todos los que suelen utilizarse en una intervención, que más aporta  a esa intervención exitosa; c) cuál es el proceso psicológico que la explica. Estos fueron los tres principios programáticos que llevaron  a descubrir la autoeficacia como proceso  psicológico de toda terapia en contra de otros métodos más populares y difundidos que se mueven por tentativas.

Esto se ha alargado demasiado, y yo me he apartado de mi idea original: también la disonancia cognitiva es eficaz en la medida en que genera autoeficacia. Es un modo de persuadirse uno a sí mismo de que es capaz de dejar de fumar o permanecer fiel a una dieta saludable. Me emplazo a exponer esta nueva hipótesis de trabajo en el mes de octubre. Mientras tanto  seguiré con mi dieta equilibrada para bajar peso. Hace dos días, comprándome una chaqueta de invierno me llamaron gordo.- Te espero para dentro de dos meses, me dije para mis adentros.

lunes, 25 de agosto de 2014

¿INFLUYE LO QUE SE ENSEÑA SOBRE EL ENSEÑANTE?

 

No era la primera vez que me proponía dejar de fumar. Creo que la tercera. El penúltimo intento había durado cerca de un año. Más de los seis meses que, según los especialistas en tabaquismo, dura el estadio de la acción.   Según Prochaska y DiClemente me había instalado ya largamente en  el de mantenimiento.

Mientras esperábamos las interminables tres horas que los opositores, encerrados en la Biblioteca que el Consejo de Investigaciones tenía en la Calle del Jesús, emplearían en los ejercicios prácticos  de la oposición para la docencia universitaria, sus acompañantes nos reunimos en un bar cercano. Nada más iniciar la aburrida e interminable espera, alguien sacó un paquete de tabaco y  ofreció a los demás. "Llevo un año sin fumar", le respondí.  La mano quedó tendida, la solapa de la cajetilla abierta, las boquillas marrones  apuntándome. Sólo había que introducir la mano y coger un único pitillo. La  introduje. Aquella misma tarde consumí otros cuentos más.  Mi hábito de fumar se restableció.  A los pocos días, ya me fumaba tres cajetillas diarias.

A finales de 1977 me llegó un regalo inesperado. Bandura acababa de enviarme un artículo  publicado en otoño de 1976: Self-reinforcement: theoretical and methodological consideration. (Bandura, 1976). Hablaba de modificación de la conducta mediante los refuerzos que uno se aplica a sí mismo. Se trataba de conductismo, porque la conducta se explicaba por los refuerzos o gratificaciones seguidas a su ejecución. Aunque  había propuestas novedosas para mí. Hablar de conductismo generalmente era hablar de experimentos con animales cuyos resultados se transportaban  a la  persona. Algo esencial  para el conductismo era, por ejemplo, el tiempo (corto en desmesura) que debía transcurrir entre la ejecución y la  gratificación o el castigo. En el escrito de Bandura entendí que la asociación entre conducta y gratificación estaba en la mente, que elige qué conducta gratificar o castigar aunque hayan pasado incluso días. También aprendí que los refuerzos no son universales, sino  personales. No todos se mueven por comida o dinero, sino que cada cual tiene sus preferencias.

Como ejemplo   proponía el hábito de fumar. Quise probar si los refuerzos personales me ayudarían esta vez. Elegí el momento: el día siguiente; elegí la gratificación: lo que me gastaba diariamente en tabaco (36 pesetas); también el momento y lugar donde depositarlo: al acostarme,  introduciendo las monedas en un vaso de plata que Torrente Ballester había regalado a mi hija pequeña por su nacimiento; elegí un destino para ese dinero: un regalo para la persona que más quería.  Dejé la cajetilla de Mencey, que tenía empezada, sobre la mesa del salón. A su lado, un mechero de plata, regalo de la  época de noviazgo, que aún sigo echando de menos.

Era el 12 de febrero de 1978. Al acostarme deposité las  primeras monedas en el vaso. La plata me sonó distinta que otras veces. Al día siguiente también  las deposité. Y al otro, y al otro.  Cada   depósito me producía orgullo personal que me animaba a esperar el sonido la noche siguiente.   Las monedas dejaron de sonar cuando, a finales de marzo, nos trasladamos, por primera vez, a la Universidad de Stanford para un cuatrimestre. Allí  no había vaso de plata ni pesetas. Tampoco hubo  más pitillos en mi vida. Hasta hoy.

¿Qué fue lo que produjo en mí el cambio definitivo en el hábito del tabaquismo? ¿Estaba más motivado que otras veces? ¿Quería demostrarme que la Psicología que enseñaba era eficaz? Acaso, ¿el simple hecho de monitorizar mi conducta? ¿O el haberme propuesto metas de abstención absoluta en lugar de moderar mi consumo de tabaco? Más sencillamente, ¿había cambiado mi idea de que una adicción se puede modificar?

Con estas palabras iniciaba yo, hace año y medio, mi última intervención en un máster sobre comportamientos saludables en la Universidad de Sevilla.  Mientras lo preparaba, para demostrarles la potencia de la autoeficacia, me propuse adelgazar tres kilos que me sobraban. También lo conseguí.  Conclusión: si yo lo había conseguido ¿por qué otros lo lograrían?.

Pero hoy, dos años y medio después mi peso sobrepasa al que se mostraba  en la primera fecha de la gráfica de hace año y medio. ¿Es que me siento  menos eficaz ahora que antes? ¿Es que, como dice el refrán, una cosa es predicar y otra dar trigo?

Un médico de salud primaria me espetó esta pregunta cuando realizábamos un trabajo sobre la prevención del tabaquismo en las escuelas:

- ¿Qué harías tú para que un chaval de 12 años no se inicie en el tabaquismo?

- Que imparta una clase  convincente sobre los peligros del tabaco a sus compañeros del curso inferior.

El tema me parece lo sufrientemente interesante como para retomarlo en el próximo mes.

¿Tiene alguna explicación que ahora vuelva a retomar el tema mensual del blog?. Creo que sí. He reflexionado sobre el tema.

martes, 7 de enero de 2014

ASESINOS EN SERIE. ¿POR QUE SE LES NIEGA LAS OPORTUNIDADES?



Comienza a caer la tarde. Pisando la  grava que sustenta los travesaños de las vías, oculto tras un pasamontañas negro, un hombre camina deseando no ser reconocido.  Una persona joven le  acosa y grita a una distancia prudencial. El seguimiento es perseverante.  El encapuchado, desoyendo aparentemente las voces de su perseguidor, sigue su camino balanceándose al ritmo desacompasado que le impone el balasto que pisa.  El perseguidor mantiene la distancia y los gritos.  Inesperadamente,  el encapuchado se vuelve y recrimina a su perseguidor. Exhibe agresivamente un garrote , amenaza al quien le sigue exigiéndole que  le deje en paz. 

Al día  siguiente nos  enteramos de que el encapuchado era Miguel Ricart, uno de los asesinos de las niñas de Alcasser. Sin dar lugar al respiro, todos los telediarios fueron mostrando su rostro actual: medio calvo, con las mejillas enrojecidas y una mirada azul penetrante. Supimos que estuvo encerrado en una pensión en la que se comunicaba solamente con sus dueños, que protegían su privacidad. ¿Quizás para que nadie robase la exclusiva a los periodistas que le habían traído para exhibirle como animal de circo?.  Luego se le vio camino de la Estación de Atocha, custodiado por la policía.  Pasa los controles de seguridad y sube a un tren con destino a Barcelona. Finalmente huyó a Francia. 

Perdón, sigo buscando su nombre en la red y encuentro que fue expulsado de una pensión en Gerona y de otra en Barcelona, que una de las noches durmió en las  vías del tren. Sí, parece que ya está en Francia, pero con dificultades para poder recibir los 400€ a los que tiene derecho porque n o encentra residencia.

Ricart no fue el único asesino favorecido con la anulación de la doctrina Parot. Como él lo fueron: El Violador del Ascensor, El Violador del Portal, el Loco del Chándal... Acabo de ver una lista en la que aparecen otros cinco depredadores sexuales, (como se les llama ahora, tiempo de  eufemismos), favorecidos por la sentencia del Tribunal de Estrasburgo.

Expertos criminalistas y forenses han inundado los espacios televisivos advirtiendo de su alta probabilidad de reincidencia. La gente exige conocer su aspecto actual y poder identificarlos. Por doquier han aparecido sus caras actuales o su posible evolución, determinada por complejos programas informáticos. En Valladolid las mujeres tienen miedo a salir a la calle, también en Burgos y en algún barrio de Barcelona. En Almadén de la Plata, acaudillados por su Alcalde, los vecinos impiden a Manuel González González que regrese a la casa de su propiedad y busque cobijo en la de sus familiares. Los hijos de Valentín Tejero no quieren ni ver a su padre. Las Fuerzas de la Seguridad del Estado, bajo el "consejo" y permisión legal de las autoridades policiales y fiscales, les están siguiendo muy de cerca para saber en todo momento dónde están y qué hacen: como el ojo de Dios, que todo lo ve, tienen el objetivo siempre enfocado y nítido.

¡Esto es una locura colectiva!. La probabilidad se ha convertido en certeza y ésta en la negación del derecho a vivir a personas que han cumplido sus condenas y que, según las leyes, deben vivir fuera de la trena, porque ya han satisfecho legalmente la pena que se les impuso. ¿Pero dónde? ¿Co quién? ¿De qué y cómo pueden subsistir?.

-Eugenio, ¿estás defendiendo a estos carroñeros?. ¿No es verdad que tienen una alta probabilidad de repetir las agresiones sexuales?.

-Estoy defendiendo simplemente el derecho a que puedan vivir y PUEDAN demostrar que no NECESARIAMENTE volverán a cometer los mismos delitos.

Además no sé de qué os extrañáis. No es la primera vez que en este blog grito contra quienes dogmatizan  sobre la imposibilidad de cambio en los encasillados como psicópatas.

La pregunta sería tan sencilla como ¿por qué otros sí pueden cambiar  hábitos muy arraigados en sus vidas y estos no?. No es nada fácil dejar de fumar, hacer ejercicio diario, proponerse metas y cumplirlas,  llevar una dieta sana, tratar de hacer las cosas lo más perfectamente que se pueda. Nada importante en la vida se consigue sin esfuerzo y sin caídas y recaídas. Muchos, muchísimos caen pero, como diría Marlatt de los alcohólicos, hay que concienciarles desde el principio de que las recaídas son frecuentes y que las deben reconocer sin asumir lo que denomina el efecto AVE (Abstinence Violation  Effect: Efecto de  la violación de la abstinencia). Sólo la conciencia de que la recaída no es más que un paso hacia la recuperación definitiva, es un  gran avance para abstenerse definitivamente del alcohol o  la nicotina.

A muchos les es basta con una experiencia  de consecuencias negativas para que se decidan y se juzguen capaces de dar un giro a sus vidas. Volvamos al caso de las niñas de Alcasser. La policía y las investigaciones periodísticas nos han convencido de que Ricart no fue el cerebro de la operación, sino Antonio Anglés, del que se dice que se halla "en paradero desconocido". No parece que haya vuelto a cometer crímenes tan horrendos como los de aquella nefasta noche. ¡Ya sería casualidad que durante varias decenas de años no se le haya pillado nunca, a pesar de la gran probabilidad que tiene de volver a cometerlos!.  Parece, pues, que pudo liberarse de aquella obsesión por violar adolescentes.

-Pero hay delitos a los que no puede concedérseles una segunda oportunidad.

-¿Quién está afirmando que a los violadores o asesinos en serie hay que concederles otra oportunidad ?. Lo que estoy afirmando es todo lo contrario, aunque parezca paradójico..

En los casos de ludopatías, alcoholismo, tabaquismo, peso excesivo, falta de ejercicio, diabetes, colesterol, infartos, etc. etc. etc. La sociedad  tiene en mente que las personas pueden salir de ahí. De esta manera se crea un entorno social y material (cognitivo conductual, lo llaman hoy los psicólogos, siguiendo la acertada denominación ofrecida por Marlatt y sus colaboradores) que les facilita otra clase de pensamientos y de comportamientos alternativos. La sociedad cree en su capacidad, en su AUTOEFICACIA para ayudar a esas personas a que se JUZGUEN CAPACES para abandonar el "vicio".

Pero en el caso de los violadores y asesinos en serie ni la sociedad se considera capaz de poder ayudarles ni cree en la capacidad de los sujetos de poder salir de su perversa maldición.  Y como no lo cree, le pone todas las condiciones para que tampoco ellos se lo crean y vuelvan a las andadas

Más aún, si por alguna "casualidad" llegaran a tener la idea de abandonar sus tendencias asesinas, la sociedad no se lo tolerará y le inducirá a que sus buenos sentimientos se conviertan en necesidad de venganza y, ¿por qué no?, de volver a hacer lo que  se espera de ellos.
La teoría de Sherman sobre la negociación para salir de la delincuencia, se fundamenta en la creencia mutua de no agresión. La sociedad negocia y pacta con el delincuente el castigo que este  debe asumir, además del  reconocimiento de su culpa. El delincuente aceptará su culpabilidad y cumplirá su castigo con la seguridad de que la sociedad olvidará de verdad su delito y le admitirá como un miembro más de la misma.  Caprara, años después, investigó cómo  esta teoría es eficaz siempre que el delincuente tenga la seguridad de que la comunidad no estará a la espera del próximo delito para imponerle castigo mayor. Si el delincuente no tiene este convencimiento, generará la  idea de que la sociedad, la comunidad alberga sentimientos de venganza, y, por lo mismo, él también siente necesidad de venganza y, bajo este convencimiento, cumple el refrán de que "quien da primero da dos veces", y es él, el delincuente, el primero que rompe un pacto que considera hipócrita. Y la sociedad ve comprobada su creencia.
Entre los peligrosos delincuentes que abandonan la cárcel por la abolición de la doctrina Parot, hay un caso llamativo: el asesino de Anabel Segura, la chica que hacía footing en la Moraleja una día festivo. Tanto durante el juicio como al salir de la cárcel, reconoció que "fue un negocio que salió mal". Parece que la sociedad encontró la explicación plausible y Emilio Muñoz desapareció de los telediarios. ¿Por qué es él la excepción?
El grueso de los beneficiados por la derogación de la doctrina Parot, no tienen conflicto con "su" comunidad, aunque no asesinaron por casualidad, ni jamás han pensado que hicieran un mal negocio del que deban arrepentirse.
Pensemos con calma. Pongámonos en su lugar. No deben tener rostro. Nadie, ni sus familiares directos, les acogerán, nadie les ofrecerá una salida digna para sus vidas. Sólo tienen una identidad,  sólo se espera de ellos que vuelvan a delinquir, sólo se favorece que cumplan con esa identidad, sólo se siente venganza y no perdón. ¿Qué salida les queda distinta a la de hacer lo que se les "pide que hagan" y para lo que se sienten autoeficaces?
No te equivoques, no estoy pidiendo oportunidades para delinquir, reivindico para ellos  que la sociedad les brinde la oportunidad de no recaer. Sigo manteniendo, como en nuestro libro "Psicología Jurídica", que el delito, como toda conducta humana, es, en gran medida, contextual.