Translate

martes, 3 de enero de 2012

OBSERVADOS



La estación del tren de cercanías de Aravaca, vecina de donde vivo, conecta, sin trasbordos, con la de Chamartín. Así de fácil, el encargo de visitar la exposición “OBSERVADOS”, ubicada en el edificio de la FUNDACION CANAL, en la calle Mateo Inurria 2, es un paseo navideño. Esperaba encontrar, en el entorno de la Plaza de Castilla, algún músico en la calle, tema de mi próximo proyecto fotográfico.

Acabo, en este momento, de finalizar la visita con la sensación de haber perdido el tiempo en mis dos propósitos: poco que aprender en fotografía y ningún músico en la Plaza de Castilla.

El trayecto desde la estación de Chamartín al número 2 de la Calle Mateo Inurria, lo hice a pie. La calle Agustín de Foxá es accidentada y hasta sucia, comenzando por las traqueteantes escaleras mecánicas que la comunica con la estación. Ni siquiera carece de solar mal tapiado en el que depositar desperdicios.

Una tapia coronada con columnas de mampostería cerca el área donde se levanta el enorme redondel del depósito de aguas. No es fácil encontrar la entrada a la exposición en esta columnata de hormigón blanco. Una pequeña puerta, de una sola hoja, da acceso a un espacio ajardinado. Unos cuantos metros más adelante, dos puertas de cristal automatizadas dan paso a un hall anodino, como fondo de saco. Se está en el lugar de la exposición y no se indica hacia dónde dirigirse.

Una señorita, asoma su cabeza detrás de la pantalla de un ordenador. Saluda con una media sonrisa de compromiso y me indica que la exposición se halla bajando por la escalera que arranca a la derecha del hall insustancial. La chica se fija en mi cámara y se apresura a comunicarme: ¡las fotos están prohibidas! La advertencia llega tarde, porque en mi búsqueda por el acceso a la exposición me llamaron la atención las cuatro pantallas, observadas por nadie, que presidían el muro frente a las puertas de cristal y en las que se podía observar a los visitantes de los distintos recintos expositivos. Vi la ocasión para obtener mi toma de la visita: había cámaras que observaban a los visitantes sin que éstos se percatasen. Y en el anonimato del aquel hall con muro de madera, sin relieve, en el que se encajaban las cuatro pantallas, pensé captar en mi cámara a los observadores anónimos que grababan a visitantes inconscientes de ser observados mientras comentaban las fotografías de otros que fueron observados inconscientemente. Cámaras paralelas que, como espejos paralelos, multiplican la observación de los observados. Buena imagen para La máquina de la visión de Virilio.

-¿No le parece una contradicción prohibir fotografiar en una exposición donde todas las fotografías son robadas?, argumenté ante la prohibición de utilizar mi cámara.

-Son propiedad intelectual. Me respondió como el autómata al que le tocas el botón de expedición de respuestas.

Me pareció inadecuado continuar con la dialéctica de mi discurso. Ella volvió a esconder su cabeza de pelo liso y largo detrás de la pantalla del ordenador y yo busqué la estrecha, empinada y oscura escalera deacceso a los sótanos de la FUNDACIÓN CANAL.

Pocas fueron las imágenes que me interesaron técnica o artísticamente. Pero, ¿qué podía esperar de unos disparos rápidos caracterizados por el hurto de la intimidad? Hay excepciones: La mujer de rojo de Harry Callahan, los desnudos ante el espejo de Brassai o las mujeres argelinas de Marc Caranger. Pero estas fotos no corresponden al espíritu subrepticio de la exposición. Tampoco me pareció un robado la excelente toma de Bárbara Prost en la que el coche negro de un guardaespaldas, aparcado en la esquina de una calle donde resaltan las líneas blancas de cebra se ha compuesto con precisión milimétrica, un juego perfecto de contrastes. Esta fotografía y la mujer en rojo de Callahan, para mí, las mejores.

Probablemente el tema de la exposición no era fotográfico, sino psicológico. Desde este punto de vista la exposición sí es interesante. Me hubiera gustado tener acceso a muchas de estas imágenes durante mis años de docencia de psicología social. Y aquí no quisiera extenderme, porque cada una de ellas, o muchas de ellas, exigen todo un capítulo de psicología social. Me limito a alguna pincelada suelta.

La exposición debería contar con las fotografías originales realizadas por Philip Zimbardo y sus colaboradores a finales de los sesenta cuando investigó el comportamiento de las personas en situaciones de “desindividuación”: personas normales, familias completas, niños incluidos, desguazando y apropiándose de piezas de coches aparentemente abandonados. Sí, en situaciones de anonimato, cuando creemos no ser vistos, cuando no nos importa el juicio de los que nos observan o el de la propia conciencia, la gente ejecuta el mal. Pero la gente no son los demás, la gente somos todos los humanos. Y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra, que diría el Evangelio.

No me han impactado las instantáneas que muestran acciones indignas. Mis publicaciones sobre los mecanismos de la desvinculación moral (aquellos que se utilizan para recalificar como moral lo que en otras circunstancias se enjuiciarían como crímenes vergonzantes), explican los vericuetos mentales que se utilizan para la reconducción moral de las acciones inhumanas. Por esta razón, las fotografías que los comisarios califican de espectaculares me han dejado indiferente. Lo que es terrible es saber que la mayoría de las personas, situadas en las mismas circunstancias, con grandísima probabilidad las clonaríamos. No me han impresionado las ridículas fotografías del comportamiento sexual pilladas por Joshiyuki en el parque, al contrario, me parece que el verdaderamente pillado es el fotógrafo. Tampoco la Electrocución de Ruth Snyder, que para que tuviera más dramatismo debiera no parecer una composición abstracta y tener el realismo, al menos, de las de Merry Alpen en Dirty Windows. Me impresionó más, como signo de la maldad humana, la excelente, nítida y fría fotografía de la sala de ejecución: su preparación minuciosa (cada elemento en su lugar) esperando al “siguiente”, con una luz amarillo difteria, es la expresión del principio de desvinculación moral que, por imperativos legales, utilizan todos los actores de las ejecuciones, desde los empleados de la limpieza, los carceleros, los notarios que dan fe, los comisarios del gobierno, hasta el médico que prepara e inyecta, eligiendo cuidadosamente la vena más propicia, para que la ejecución sea perfecta. Todos están “cumpliendo con la ley”. Ninguno es un asesino.

Volví a recordar todas las investigaciones sobre la difusión de responsabilidad en las fotografías de Weeger: ASESINATO EN HELL’S KITCHEN: personas asomadas a las ventanas de la calle mientras se está realizando un asesinato. Miradas curiosas, como quien estuviera observando los trucos de un prestidigitador o las evoluciones de una procesión de Semana Santa. Nada en sus caras indica que estén presenciando un asesinato. Son miradas de espectáculo. Ninguna de ellas se siente responsable ni siquiera de no levantar el teléfono y llamar a la policía. Un caso semejante, ocurrido en los años sesenta, dio lugar a interesantes investigaciones sobre el observador que no responde ante los crímenes o personas necesitadas con las que se topa en su acelerado caminar urbano. En 1970, dos autores que han pasado a la historia de la psicología social, describieron e investigaron en el laboratorio este fenómeno del comportamiento humano: B. Latané y J.M. Darley. The unresponsive bystander: Why doesn’t he help?. Ninguno de nosotros fuimos sujetos en aquellas investigaciones. Pero ninguno de los que participaron en ellas era distinto de los demás, tampoco de nosotros. Sí, hubiéramos hecho lo mismo, a no ser que, de alguna manera, nos hubieran hecho responsable individualmente de aquella situación.

No es el momento de repasar toda la psicología social que srezuma la exposición de ONSERVADOS. Los ejemplos que he puesto son suficientes para concluir que, de la misma manera que a los físicos, cuando les llaman la atención fenómenos inesperados de la naturaleza, desarrollan su ciencia para hallar explicaciones contrastables, la psicología experimental trata de dar respuestas a comportamientos como los representados en la exposición OBSERVADOS.

Una reflexión final. Se lee las en líneas de presentación escritas por los comisarios acerca de “instintos del ser humano… y señala alguno de los sentimientos más básicos del hombre, como la sensualidad, la violencia, la aniquilación, la delincuencia…” Pero cada una de estas fotos tiene firma de autor. Yo me pregunto: ¿no son precisamente esos instintos más bajos de los autores los que han producido estas imágenes? Es el fotógrafo el que participa de esos instintos que justifica bajo el mecanismo desvinculante moral de derecho a la información o profesión de fotográfico.

No todas las fotografías de la exposición tienen el mismo contenido vergonzante. Las hay heroicas, como las de los campos de concentración o las de Susan Maisela delatando la crueldad en Centroamérica. Existen estudios y testimonios que demuestran cómo la vivencia del peligro y del secreto salvó muchas vidas en los campos de concentración. Elisabeth Langer hizo en su día interesantes investigaciones sobre la necesidad del a privacidad y la identidad para la salud mental.

Y los que acudimos a observar esta exposición ¿somos cómplices de esos mismos instintos del ser humano?

- No, de manera alguna, somos simples espectadores.

- ¿Cómo los de Asesinato en Hell’s Kitchen?

Desde un punto de vista más técnico, la mayoría de las fotografías están enmarcadas en pequeñas cajas, buena iluminación individualizada. Lo más adecuado me pareció el lugar: los sótanos de un depósito de agua. ¿Puede haber mejor emplazamiento para una exposición sobre el robo de la intimidad que la clandestinidad e impunidad que recuerdan los vericuetos laberínticos de unos sótanos que recuerdan cloacas del inconsciente de una gran ciudad ajena a lo que sucede en su subsuelo?

sábado, 10 de diciembre de 2011

GINNY BANDURA: NUNCA MÁS. PARA SIEMPRE.


Todavía no me he bajado de mi compromiso de escribir una tema mensual sobre temas bandurianos, por eso el de Noviembre me pesa en las espaldas. Especialmente este Noviembre

Un día por la mañana, desayunando, deriva la conversación hacia la necesidad de cambiar las ventanas de la casa por exigencias del ahorro y aprovechamiento de energía. Y de bienestar.
Se toma la decisión. Se contrata la reforma y se conviene el día del desmantelamiento, en el que aparecen dos cuadrillas de operarios con cajas de herramientas montadas en carretillas, hechas a su medida, extraen unas gigantescas ventosas, (van unidad de tres en tres con un mango agarrador central), que pegan de uno y otro lado en tus ventanas antiguas y, con facilidad, extraen tus correderas de sus carriles, las montan en una plataforma mecánica desapareciendo para siempre. Luego, con destornilladores, mazos y un poco de maña arrancan los marcos y rieles. Han convertido tu casa, en pocas horas en un fantasma de enormes ojos que te asustan allí donde apareces. Durante unos días tu intimidad se ha desnudado al frío, al ruido y a un incalculable número de botas grises que se mueven fuera de las posibilidades de tu control.

Al menos para mí, esta es la excusa por la que el tema de Noviembre aparece en Diciembre.

Este mes el tema no lo elijo yo, me viene dado por un inesperado correo de Bandura que se trascribe.

Dese l momento en el que lo recibí tuve claro que el tema de este mes se limitaría a compartir la noticia con quienes seguimos la obra de Albert Bandura. Y nada más. No quiero sumarme a la ceremonia de los entierros americanos (también introducidos ya en los españoles) en los que algunos de los asistentes comentan los recuerdos y las virtudes del finado.
En su día escribí sobre lo que creo que supuso Ginny en la vida y obra de Bandura. También de algunos recuerdos personales de las veces que coincidimos las dos parejas.

Tampoco quiero ponerme en la mente y sentimientos de Bandura porque serían los míos, no los suyos.

Me limitaré a repetir lo que he querido expresar en el encabezamiento: No quiero ni pensar lo que afecta que la persona con la que lo has compartido TODO, desaparezca de tu lado, no porque haya ido a hacer un recado, sino PARA SIEMPRE. El mundo de los dos ya sólo lo tienes tú. Sí, continúan los diálogos , pero son interiores, carecen de eco, tienen respuesta PROBABLE, SEGURA, pero no verificable.

A la vez, cundo se ha tenido un compañero con el que se han fundido más de 60 años de tu vida, debe quedar la serenidad al pensar que aquellos momentos ensamblados no los disociará nadie nunca: SON PARA SIEMPRE SOLAMENTE NUESTROS.



Albert u

November 7, 2011

Eugenio:

Ginny died peacefully on October 10th. I'm sending a note as an

attachment and the obituary as a link

Ginny died peacefully on October 10 just short of her 90th birthday. I will miss her deeply. I take comfort in the wonderful fulfilling life we had together for over 60 years.

Al


Virginia Belle Bandura
Dec. 6, 1921-Oct. 10, 2011
Stanford, California

Virginia Belle Bandura of Stanford, Calif., died peacefully on Oct. 10, 2011, at the age of 89.

Born in North Dakota, she was raised in rural South Dakota as the oldest of nine siblings. Ginny went to Washington, D.C. as a young woman during World War II to work in a military medical service office. She then earned her R.N. degree from the University of Iowa and was appointed as an Instructor in the School of Nursing.

While in Iowa she met Albert Bandura, and they married in 1952. In 1953 they moved to Stanford, where Albert joined the faculty of Psychology at Stanford University. Ginny continued working for several years as a nurse at the Palo Alto Hospital.

Ginny was a devoted wife and mother as well as a staunch advocate for environmental and social issues. She served as a Board member for the Peninsula Conservation Center for many years and as president of the League of Women Voters of Palo Alto for two terms. She cared deeply about social equality and the preservation of the Bay Area. Through these activities she developed a wide network of friends who knew and loved her.

Ginny was a talented photographer, gardener, cook and avid reader as well as traveler. She especially appreciated the local arts and music scene. She and her family spent countless hours enjoying California's natural beauty and culinary pleasures. Her keen interest in life and gentle sense of humor will be sorely missed. We take comfort in her wonderful legacy and the support and joy she brought to people's lives.

Virginia is survived by her husband Albert of Stanford; her two daughters, Mary Bandura of Olympia, Wash., and Carol Cowley of Boulder, Colo.; and two grandsons.

In lieu of flowers, donations in her memory may be made to the League of Women Voters of Palo Alto or to the Natural Resources Defense Council, New York, N.Y.

viernes, 28 de octubre de 2011

AXEL HÜTTE: RHEINGAU



- PPerdón, Señor, me he pasado de número.

- EEs el número 12 de la calle Doctor Fourquet, Galería Helga de Alvear

- Creía que me había dicho el 23.

El taxista mira su navegador y me contesta: “¡entonces, es este!”

Miro desconfiado a través de la ventanilla del taxi, pues nada indica que esté ante una galería de arte. Pregunto al taxista si está seguro de que la puerta de la calle ante la que baja la bandera del taxímetro es, de verdad, el número 12. Me lo asevera. Le creo. Me bajo y busco el número de la calle. La luz clara que ilumina una habitación amplia en la que, en torno a una mesa, charlan sonrientes unas señoras elegantes, alguna con fular al cuello que iluminaba su pelo plateado, es la evidencia de que aquella era la galería Helga de Alvear. Camino hacia las paredes blancas y las luces claras y me topo con un muro. Las luces procedían de una ventana, no de una puerta de entrada. Perplejo miro hacia los portales. Ninguno se diferencia de los demás. Tres o cuatro metros, calle abajo, está el portal más cercano al que se accede subiendo unas tres o cuatro escaleras. La atención selectiva me advierte de que en el interior de la escalera, en la pared izquierda y a la altura de los hombros, más o menos, un letrero grabado en placa metálica anuncia el nombre de la galería.

Había llegado sólo porque tenía el propósito de ver y juzgar la exposición de fotografías de paisaje de Axel Hútte, uno de los representantes del paisajismo fotográfico, procedente de la Escuela de los Beecher, en Düsseldorf. Por eso, es visita obligatoria para los alumnos de Fotografía III de la Facultad de Bellas Artes de la Complutense. La había encontrado sólo porque tenía el propósito de encontrarla. Ya resulta extraño que una Galería de Arte esté ubicada en callejuela tan poco transitada y oculta entre los demás portales grises de esa calle.

Las escaleras de acceso son de pizarroso gris, como gris desconchando es la pesada puerta de hierro por la que se accede, no a la galería, sino a una especie de hall amarillento donde uno se encuentra con la primera persona. Si fuera una finca normal, uno se dirigiría a él como si fuera el conserje al que preguntarle por el piso donde vive alguno de sus vecinos. Nada indica nada en aquella encrucijada de la que sale un pasillo a la derecha, dos pasos más hacia el interior arranca, también a la derecha, una escalera muy empinada que desemboca en una sala de exposiciones. Sólo pude ver el color tostado fuerte, casi granate, de un cuadro probablemente acrílico. Nada de fotografía. Al fondo de la encrucijada una gran puerta de cristal tras la que, al igual que en la habitación donde charlaban sonrientes las señoras trajeadas, se apreciaba una ambiente expositivo.

La secuencia de perplejidades me impidió ver el nombre y el lugar de la exposición, hasta el punto de tener que preguntar al aparente conserje por su ubicación. Aquella persona, más bien joven, aunque no demasiado, apartó su mirada de la pantalla del ordenador y apuntó hacia la puerta de cristal. Su gesto me pareció de desapegado, como pensando: ¿a qué has venido aquí, entonces? Debí notarlo, porque procuré salir de aquella embrollada situación recurriendo a mis olvidados conocimientos de alemán.

- Parece que ante este señor hay que quitarse el sombrero, mejor los sombreros.

Su gesto se convirtió en interrogación o admiración compasiva, la mueca que brota ante quien comunica algo incongruente y se evita ofenderle con el desprecio de la desatención.

-Hut, en alemán, significa sombrero, y Hütte es el plural, sobreros. Aclaré.

-¡Ah!, lo mismo que en inglés hat. Me respondió. No lo sabía. Mi recurso al alemán transformó su cara indiferente en sonrisa de interés. Quizá interpretó ahora mi despiste como de sabio apartado de la realidad entorno.

Pregunto al converso conserje por el catálogo y me entrega un folio. Nada de imágenes para el recuerdo, sólo seis párrafos plagados de trascendentes, estereotipadas y vaporosas palabras como las no menos vaporosas (en este caso con razón) utilizadas por los sumilleres. Siempre las mismas palabras en la misma secuencia “la visión del paisaje romántico, sublime o pintoresco… En este proyecto, Axel Hütte investiga ese proceso de creación, fijación y trasmisión de las imágenes y de creación de la memoria colectiva… presenta sus propias visiones de este mismo territorio en una defensa de la individualidad de la visión del mundo y la capacidad del sujeto de maravillarse ante el mundo.

-¿Has entendido qué significan estas palabras? Porque yo no he entendido nada que sirva a mi aprendizaje.

En Psicología, (la psicología que no se resuelve en palabrería subjetivo/interpretativa) estamos acostumbrados a plantear hipótesis, detallar los modos de proceder, el tipo de análisis realizado y los resultados. De esta manera cualquier estudioso de la conducta puede repetir y confirmar o descalificar los resultados. ¿Por qué no se hace esto mismo en las artes? Porque sí se enseña a pintar y disparar tomas fotográficas artísticas. De hecho ese el encargo que los alumnos de Fotografía III llevan a la exposición:” Interés que suscita el discurso de la fotografía, la realización, la técnica, etc. La presentación y el montaje de las fotos, el espacio expositivo en sí, disposición de las fotos en el espacio expositivo, la iluminación del espacio expositivo.

Con este esquema de análisis en mano y mente, traspaso finalmente la puerta de cristal que me abre a la luz y a la claridad. ¡Dos salas y cinco fotografías de enormes dimensiones! Eso es todo. Cinco porque en las dos cajas que presiden cada una de las salas Hütte presenta una especie de puzle de fotografías diversas, casi todas recuerdos turísticos de estos verdes valles del Rin, famosos por sus vinos afrutados, frescos y transparentes.

Al entrar en la sala hay que girarse a la derecha para ver las tres primeras cajas. La primera impresión es agradable. Un espacio amplio, bien iluminado con luz de día que recorre por el techo todo su perímetro. Las imágenes son formidables, como de dos metros de largo por uno y medio de alto. Parece adecuado que cada una ocupe toda una pared y que nada perturbe su observación. Así, solas, como si el resto del muro blanco fuera su paspartú. Pero no hallé ritmo entre ellas. Pidieran haberse intercambiado sin alterar la impresión general. En todo caso, acertada la colocación de la foto con fondo más claro en la pared del fondo de la sala, creando así mayor profundidad de campo.

No hay ritmo en la sala, tampoco impresión de algo excepcional. Ni el conjunto, ni cada una de las fotografías despierta admiración o interés especiales. Ahora, en mi recuerdo, tengo la impresión de haber sido recortadas en el laboratorio digital de imágenes de mayor tamaño. Con toda seguridad que esta impresión vino causada por mis altas expectativas de aprender de uno de los grandes fotógrafos del momento.

Nada de luces puntuales. Pero hay que mirar las cajas desde el centro, sin acercarse, porque la proximidad descubre reflejos de las luces cenitales en el cristal del estuche. Éste se reduce a un marco de madera pintada en negro, de unos tres centímetros de profundidad, en cuyo fondo está sujeto el papel de la fotografía. Así no distrae la contemplación estética. Un cerco blanco de unos cuatro centímetros bordea por igual los cuatro lados de la imagen. Esta igualdad resta volumen a la imagen.

Busqué el material al que se fijaba la fotografía, pero nada pude descubrir. Pregunté al supuesto conserje, que nada pudo responderme, salvo extrañarse de mi pregunta. Indagué mirando de trasluz los cantos del recuadro. Llegué a pensar que estaban montadas con paspartú, porque el lateral de una de ellas parecía redondeado. Pero nada de paspartú.

Examinadas de cerca me parecieron fotografías confusas, en ninguna de ellas descansa y se recrea la mirada, que persigue incesantemente una Gestalt en la maraña de ramas y troncos. La inestabilidad perceptiva produce inestabilidad en el sentimiento invitando a buscar otro lugar donde sosegarse.

A la falta de claridad en las formas, se añade, en algunas de ellas, especialmente las dos laterales de la primera sala y en la de la pared derecha de la segunda, una confusión de color, una presencia de cian o amarillo que emborronan el papel.

Acaso no deba predicar lo que he dicho de las cinco fotografías. La segunda de las salas en más pequeña que la primera. También las fotografías tienen menos dimensiones. Creo que en esta sala sólo había dos y no tres. Lo que es interesante. Al entrar, en la pared de frente, se presenta una fotografía de tonos altos que cautiva la mirada. Parece nebulosa, angelical, acaso ingenua. Invita a introducirse en las aguas tranquilas del primer plano y contemplar desde allí las siluetas de los árboles de la otra orilla. Esa, sólo esa, me parece extraordinaria y me gustaría que llevara mi firma.

- Eugenio, ¿qué tiene que ver todo esto con la teoría cognitivo social?

- No te hablaré del modelado, porque nadie es modelo de nadie. Sólo las conductas y las ejecuciones deben servir de modelo para generar autoeficacia personal.

Si a alguien que me conociera bien, incluso a mí mismo, nos hubieran preguntado hace años si yo estaba capacitado para hacer esta crítica, con certeza que ellos y yo mismo hubiéramos dicho que no. Recuerdo los experimentos de Gilovich demostrando que ni uno mismo ni los más cercanos pueden predecir la conducta, aunque se vaya a ejectar en contados instantes. Como se afirma en toda la psicología de este blog, sólo hace falta instalar en las personas la percepción l de autoeficacia personal para que su vida se transforme, a veces, radicalmente. Transformación que es posible hasta el último hálito.