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lunes, 27 de junio de 2011

LA DESVINCULACIÓN MORAL NO FUNCIONA CON TODOS LOS DELINCUENTES




Me escribe Bandura pidiéndome un resumen de mis conclusiones sobre autoficacia y delincuencia. Está escribiendo un libro sobre la desvinculación moral.

Responderle, con la precisión que exige una publicación científica, me ha obligado a repasar con detalle mis estudios sobre el tema. Releer los escritos propios puede acarrear sorpresas. Hasta el punto de hallar nuevas interpretaciones a los resultados ya publicados. Es una manera de levantar nuevas hipótesis. Es lo que me ha sucedido hurgando en mis escritos de desvinculación moral. Bandura, en Psicología, es el maestro por excelencia en levantar y perseguir nuevas hipótesis en los resultados de sus investigaciones.

No resulta fácil, en un contexto no académico, exponer con claridad investigaciones científicas

-¿Lo intentamos?

Vamos con ello!

Cada uno tiene la experiencia de haberse propuesto algo dificultoso y deseado: dejar de fumar, hacer ejercicio físico o iniciar una dieta saludable. ¡No todos fracasan en el conato! Hay personas que han dejado de fumar, que se ejercitan según sus planes o que terminan organizando su tiempo. Ayudar a los frágiles es tarea de psicólogos. Una estrategia eficaz consiste en generar confianza, autoeficacia. DiClemente, Marlatt o Schwarzer, dentro de la teoría social cognitiva, han diseñado las etapas de pre/contemplación, contemplación, decisión y mantenimiento que acometen escalonadamente los “conquistadores”.

Nosotros pensamos que todas estas etapas engloban un conjunto de acciones coordinadas, lo mismo que estudiar una carrera o que conducir un coche, que también son acciones complejas en las que interviene la coordinación de otras acciones más simples. Siendo una acción, sería adecuado medir hasta qué nivel y confianza las personas se juzgan capaces de ponerse metas, planificar lugar y momento, ejecutarlas, gratificarse o castigarse y llevar una monitorización estricta. A todo este proceso complejo lo denominamos Autoeficacia para la gestión personal. Los análisis psicométricos de nuestro cuestionario mostraron que la gestión personal tiene dos componentes o factores: el primero, hace referencia a todo lo que es la planificación y los procesos mentales; el segundo, a su puesta en práctica. Dicho sea de paso, parce que nos cuesta menos planificar que poner en práctica. Por lo que en la gestión personal de la propia vida hay que poner especial atención al cuándo, dónde, con quién y a pesar de qué dificultades se cumplirán los propósitos, cómo ponerse premios o castigos por cada pequeño avance, así como ejecutar las gráficas de monitorización.

En la gestión personal, a mí entender, hay un segundo componente: un compromiso moral. Ya lo he explicado varias veces en este blog: cuando uno se observa a sí mismo superando día a día las dificultades que aparecen, cuando al final de la jornada puede anotar en su gráfica de monitorización un nuevo escalón de éxito, gana en autoestima, que es una manera de crecer en moralidad.

-Acompáñame un poco más en mi razonar.

Si la gestión personal es, también, una manera de instalar la experiencia moral, queríamos saber qué relación tendría con los mecanismos de desvinculación moral. Para comprobarlo relacionamos nuestro cuestionario con los de la desvinculación moral y de autoeficacia para resistir las incitaciones de los compañeros que acosan cuando no se les sigue en sus fechorías. Tomamos prestados estos últimos cuestionarios de Caprara.

Los resultados, repetidamente encontrados, eran claros: por una parte, existía una correlación alta entre los mecanismos de desvinculación moral y el factor más intelectual o mental de la gestión personal. Interpretamos pues, como lo habíamos supuesto, que quien se propone algo empeña su autoestima, su valía, su moral, por lo que, cuando se incumplen los propósitos, hay que buscarse excusas, mecanismos morales explicativos. Es decir, hay que echar mano de los mecanismos de desvinculación moral. Por eso correlacionan alto los propósitos de mejora con los mecanismos de desvinculación, y negativamente con el juico de capacidad para ejecutar y para resistir las presiones provenientes de los compañeros.

Tal como habíamos expuesto en escritos desde 2002, para buscar mecanismos de desvinculación moral antes hay que haber estado vinculado moralmente. Parece lógico, ¿verdad?

Con frecuencia, cada vez con más frecuencia, nos horrorizan crímenes insospechados. Resulta difícil admitir que alguien pueda torturar a un niño de pocos meses hasta el punto de causarle daño grave. Apalear a un niño de meses durante horas y días sin que se conmuevan las entrañas, a veces las mismas entrañas que lo hospedaron durante meses, no puede concebirse. Resulta difícil entender a quien se coloca con una barra de hierro ante la cuna de un bebé, ver cómo le mira sonriente por ser de quien depende en su absoluta incapacidad para subsistir, y, en vez de acariciarle su sonrisa, batir el hierro sobre la fontanela no restañada produciendo un amasijo de sangre, huesos, ternilla y masa gris esparcidos por la reducida blancura de la cuna. Ninguno de los mecanismos de desvinculación moral son aplicables a crímenes semejantes: no la desvinculación moral, ni el eufemismo, porque ningún posible valor humano puede justificar una acción semejante; no la defensa de los propios ideales, tampoco la criatura es una escoria que ensucie la sociedad. Cuando tal acción se comete personalmente y los efectos llegan a los propios ojos, el propio tacto y la propia nariz, no vale ninguno de los mecanismos de difusión de responsabilidad ni de alejamiento de las consecuencias de la acción. Menos aún se puede buscar justificación en las acciones de la víctima, sin tiempo para haberse convertido en gusano a que aplastar o zorra a la que perseguir, con tiempo solamente para ser objeto de cariño y atención. Y protección. No es justificable, y sin embargo existen verdugos de bebés.

Tampoco es entendible que alguien se levante una mañana, coja su arma, blanca o de fuego, y salga a la calle a abatir a cualquiera que se le cruce. Ninguno de los mecanismos de desvinculación moral pueden explicar semejantes crimines. No se puede entrar en la cabeza de quien decide, de repente, matar a alguien, a quien sea. Apostado tras un soportal o caminando por la acera, va observando a los transeúntes hasta que sin razón alguna, como pantera hambrienta que necesita saciar su hambruna de sangre, se dice: ¡“a este”!, y lo sangra con más desgarro que los que sufren los animales en el matadero.

Ninguno de estos crímenes tiene justificación que permita una desvinculación moral. Tampoco lo tienen quienes humillan, zahieren, insultan, acosan, castigan, abofetean, arrastran, encierran, violan a personas a las que prometieron amor y respeto. El infierno al que algunos someten a sus compañeros de pupitre o de mesa de trabajo con instrumentos y modos propios de una arquitectura en la que se mide gramo a gramo, minuto a minuto los límites de la estructura psicológica humana, parecen difíciles de justificar. Pero tales torturas las sufren personas con las que nos cruzamos en la acera, anónimos de encuentros fugaces.

Quienes cometen estos crímenes no buscan justificación. No la necesitan porque carecen de principio moral alguno. Los prinicpios morales no valen para todos los criminales.

Para tener justificación moral hay que tener moral. Para utilizar los mecanismos de desvinculación moral, hay que haberse vinculado moralmente. En nuestros estudios, sólo los que se proponen (tienen propósitos de ejecutar algo, que tiene valor y que les confiere valor) sienten la necesidad de acudir a los mecanismos de desvinculación moral. Y hay personas que no tienen moral.

-Eugenio, estás describiendo con precisión la conducta del psicópata.

-¿Y, qué? Los psicópatas existen.

-¿Lo dices tú, que has escrito contra ciertas concepciones de los psicópatas?

Sí, lo estoy escribiendo yo, sin apartarme en nada de cuanto he escrito sobre ciertas publicaciones de la conducta psicopática. Sería largo de explicar de nuevo. Pero esto no supone que la psicopatía se deba a un gen, sino a una conducta aprendida. Lo mismo que la buena conducta no se debe a gen alguno, sino que se aprende, se cultiva y se recompensa.

Los momentos evolutivos dentro de la obra de Bandura a los que pertenecen los párrafos, que voy a transcribir a continuación, son distintos de los actuales, cuando está escribiendo un libro sobre la desvinculación moral. Pero las conclusiones de estos párrafos, a lo mejor, deberían tenerse en cuenta a la hora de explicar y aplicar los mecanismos de la desvinculación moral. Hablan de como aquellos jóvenes que nos han tenido las condiciones familiares adecuadas, pueden estar impedidos para los principios morales.

It was further assumed that the conditions for the development and establishment of aggressive behavior patters are to be found in the parents’ techniques of handling the child, both in early and in current situation. In order for socialization process to be effective, certain minimal conditions must be present. The primary condition is the development of a dependency motive whereby the child learns to want the interest, attention, and approval of others. These secondary rewards my then be made conditional on the child’s conforming to the demands and prohibitions of his parents and society…… If both parents are completely rejecting and extremely punitive, a child may remain almost completely unsocialized. However, this extreme condition is probably rare
. ( Bandura y Walters, 1959, Adolescent Aggression)

Yo no he dicho que sean Corrientes, solamente que existen individuos carentes de valores y que, consecuentemente, no sienten la necesidad de buscar mecanismos de desvinculación moral para justificar sus pavorosas acciones.

jueves, 26 de mayo de 2011

CON PIES DE BARRO


Las celebridades se convierten en modelos a imitar cuando se las ubica en nuestras mismas coordenadas. Con frecuencia se ensalzan tanto sus cualidades, que parecieran recorren caminos singulares privilegiados. El modelado, el aprendizaje vicario es una de las fuentes esenciales de la autoeficacia, pero sólo cuando los modelos a imitar se parecen a los que se pide que les sigan. Si el imitador no llega a la conclusión de: “si él ha podido yo también puedo”, los modelos pueden ser fuente de indefensión e ineficacia.

Bandura es, sin duda, una de las celebridades en el campo de la psicología. Leyenda viviente, le apodan ya algunos. Los expertos de la historia de nuestra disciplina le colocan a la altura de Freud, Skinner o Piaget.

-¡Venga allá, no exageres!, Eugenio

-No lo digo yo, sino los historiadores de la Psicología, como Helio Carpintero en su discurso de ingreso en la Academia de ciencias morales, y también lo han dicho los jefes de los departamentos de Psicología americanos, cuando se les preguntó por los psicólogos actuales o históricos que más han influido en la Psicología. Palabra, ¡está documentado!

- “Por lo menos, he escrito tantos libros como estos “tipos”, contesta Bandura cuando se le pregunta por esta comparación.

Pretendo que esta sea la última entrega en la descripción de un momento determinante en la carrera intelectual de Bandura. Pero lo que pretendo, ante todo, es instalarle en el contexto terrenal, para que nos sirva de modelo.

Ya se ha dicho (él lo ha escrito):, nacido en una familia de emigrantes, educado en una escuela sin medios profesionales ni apenas libros. Necesitado de trabajar para costearse su carrera tanto en Vancouver como en Iowa. Obligado a terminar sus estudios en menos tiempo de lo programado, tanto en Vancouver como Iowa. Haciendo sus prácticas en Wichita Guidance Center, y considerando una oferta en Santa Rosa, cerca de la bucólica región del vino, combinando el trabajo clínico en un centro de servicio comunitario con la enseñanza a tiempo parcial en la Universidad de Santa Clara Junio

Bob Sears, a quien le comunica tal contemplación, se interpone en el camino ofreciéndole un contrato más estable en la Universidad de Stanford.

Pero, como insinuaba ( afirmaba) al final de mi última entrega en este blog, Sears le ofreció más que la estabilidad económica: le ofreció un cambio de rumbo en sus investigaciones y una nueva metodología: el estudio de la agresividad de los niños dependiendo del modo en que son criados en el ambiente familiar.

Lo que me interesa subrayar en este momento no es tanto ese cambio de orientación, sino cómo Bandura, al igual que todos los que se dedican a este apasionante campo del saber, suelen seguir las pautas requeridas por las circunstancias.

La doble tarea del profesor universitario: enseñar e investigar, no es nada fácil de compaginar. La preparación de la docencia, si quieres que tus alumnos estén al tanto de los últimos avances de la especialidad, exigen un contacto permanente con la literatura científica . Con la abundancia de escritos que se multiplican por segundos, cuando las investigaciones se publican antes en forma digital que en papel, estar día se convierte en un afán arduo e incluso angustioso. Nunca pude entender a quienes los papeles les mudaban “ la color”. Y acaso debería pedir perdón a tantos alumnos que esperaban recibir los contenidos del año anterior y se encontraban con otros totalmente distintos. Perdón también a todos, porque todos vieron cómo el esquema de la última case se modificaba y ampliaba entre clase y clase por haber leído algo nuevo sobre la materia que estaba explicando. ¡Pero esta es la “angustia del profesor”!

Junto a este afán, el profesor universitario ha de conjugar la investigación. ¿Qué es lo que suele suceder? Pues que las explicaciones de clase, lo que se lee para ser transmitido, crea dudas, objeciones, puntos de vista distintos, comparaciones con otros estdios. Es decir, nuevas maneras de investigar los mismos temas. Y de esta manera se alcanza el difícil equilibrio de enseñar responsablemente y que cada seis años pueda obtenerse un nuevo tramo de investigación que mantenga la autoestima.

Bandura, en el primer momento de su carrera investigadora, no se diferencia del común de los profesores universitarios. Por eso es un ejemplo a seguir y muy a seguir porque es uno de “los nuestros”.

Cuando tuvo que elegir el tema de su disertación o tesis doctoral, se acomodó a los temas que eran propios de Arthur Benton, su director: Los test de personalidad y los de percepción. Su tesis doctoral trata sobre la percepción del espacio en blanco en el test de Rorschach. Pero no lo estudia para diagnosticar clínicamente, sino perceptualmente, pues eso es lo que definía a Benton desde su estancia con Bender en San Diego cuando examinaban a soldados con lesiones cerebrales. Pero su primera publicación fue sobre un test de personalidad, el de la ansiedad como estado o como rasgo. (Quizás tuvo la suerte de no encontrar tales rasgos de personalidad, pues de otra manera no hubiera desarrollado su teoría del aprendizaje social ). Pero esta investigación está dentro de los intereses clínicos de Benton. Luego pública sobre la actitud de los psicólogos clínicos ante los pacientes. Pero esto es fruto de su estancia en Wichita con Brewer. Cuando se leen escritos del Director del Centro Comunitario de Wichita, se advierte la obsesión por analizar las reacciones de los profesionales ante la temática de a los casos que estaban tratando.

De repente es llamado a ocupar un puesto de profesor en psicología clínica en la Univesidad de Stanford. Su intención es continuar con lo que había aprendido en Wichita, pero eso es cercenado por la oferta de Bob Sears. Oferta de trabajo y metodología de Investigación: la entrevista sistematizada, cuantificada, a los padres para saber cuáles son sus consecuencias de sus patrones educativos en la evolución de la personalidad. Y en concreto, en la determinación de la agresividad de los adolescentes que viven en familiar no desestructuradas.

Siempre he explicado que este es el camino que abrió las puertas a las investigaciones sobre el modelado. Ahora quiero añadir dos consideraciones nuevas: La primera, que el miso Sears ya estaba investigando con los muñecos como modo de observar lo que llamaba la agresividad “fantasiosa” de los niños. La segunda que, a pesar de que Bandura haya dicho en sus entrevistas a Evans, que le causó un impacto inolvidable la lectura del libro de Miller y Dollard Social learning and imitation, no debe pasarse por alto que estos dos autores son los que publican con Sears el libro sobre la hipótesis de la frustración-agresión. ¿No sería Sears quien le indicó este camino? Lo que sí puedo afirmar es que las primeras investigaciones sobre la agresividad imitada de los niños no es más que una repetición de las investigaciones expuestas por Dollard y Miller en este libro.

Por cierto, dado que este libro me resultaba difícil conseguirlo a comienzos de los 80, le pedía a Bandura que me lo dejara. Lo que hizo con la generosidad que le caracteriza. Me lo traje a España, y tengo que confesar que albergué la tentación de quedarme con aquel tesoro de la historia de la psicología: ¡el libro que había cambiado el rumbo de las investigaciones de de Albert Bandura!. Pero no lo hice. Se lo devolví. Lo que sí tengo es la fotocopia del mismo, sacada del mismo libro que leyó Bandura.

La necesidad de compaginar docencia e investigación no finaliza en este momento de su vida. Continúa explicando psicología clínica en el Departamento de Stanford y siente la necesidad de explicar otros modos de intervención distintos de los fundamentados en la psicología dinámica disfrazada de conductismo. Se encierra en los sótanos de la biblioteca de Stanford y escribe: Psychotherapy as learning process, que, con el tiempo se convertiría en su libro Principios de modificación de conducta.

En conclusión: Bandura, especialmente en su estreno como investigador, se vio entrizado entre la docencia y la investigación, conjugando ambas exigencias al investigar sobre los temas que tenía que enseñar. Como tú y como yo, querido profesor.

Pero, como explicaba en mi escrito: Bandura voluntad científica, lo que suele suceder es que no se persiguen los caminos que abren esas investigaciones realizadas a merced de las circunstancia docente. Bandura sí lo hizo. Eso es lo que le distingue, a mi entender, de los demás o de la mayoría. Pero no es nada que no se pueda hacer. Sí, cada uno de nosotros puede o pudo ser un Albert Bandura.

¿No queda la impresión de que he destruido al mito? No es esa mi intención, sino la de mostrar que los mitos no lo son por las capacidades excepcionales heredadas, sino por la constancia en perseguir una idea. Y así, sí son modelos a imitar y fuente de autoeficacia personal.

miércoles, 4 de mayo de 2011

CAMBIO DE RUMBO EN MOMENTOS DE FORMACIÓN. II



En la planificación del estudio contamos con la asistencia del Dr. Lois Meerk Stolz y del Dr. Robert R. Sears, los dos nos dedicaron tiempo, pensamiento y esfuerzo en la tarea de que el proyecto fuera un éxito (Bandura y Walters, 1959, Adolescent Agression).

En la entrega anterior quedaba trazado el viaje de Bandura desde la Universidad de British Columbia, en Vancouver, hasta las estepas del estado de Iowa y su departamento de Psicología. Allí, además del título académico de doctor, encontró a Virginia Vans, su mujer.

En lo intelectual se encontró con un Director de Departamento, Spence, que le dejó poca mella, y con una mente abierta y un bolsillo generoso, Arthur Benton, que, como él, buscaba excelencia académica en el mismo Departamento.

Con seguridad que me he precipitado al decir que el conductismo de Spence on le dejó mucha mella. Su poca simpatía por el conductismo, aunque confirmada por el mismo Bandura, merece un tema exclusivo. No es el momento. En mi opinión, le imprimió algo más que el rigor experimental que reconoce abiertamente. ¿Alguien sabe que Bandura investigó con animales en puro condicionamiento conducta?

Ahora toca trazar la línea recta que desemboca en la elección de su tema y método investigación. Para descubrirlo hay que responder a la pregunta de por qué fue contratado como profesor en la Universidad de Stanford y cómo Robert Sears es su lanzadera teórica y meteorológica.

Robert Sears trabaja en el Departamento de Yale, con Hull y, más estrechamente, con Dollar y Miller. Sin olvidarse de que por aquellas fechas se casó con Pauline Sears, eminencia en temas de desarrollo infantil. Tres nombres que darán un giro a toda la psicología, pues son el punto de encuentro entre dos corrientes psicológicas (aparentemente) tan distantes como el conductismo y la psicología dinámica, pero tan idénticas que parten de las mismas hipótesis: la experiencia (es decir, el medio) decide los destinos conductuales de personas y animales. Sí, así de claro.

Pauline Sears acababa de finalizar su formación en Psicología clínica. Y la Psicología clínica de entonces (espero que no de ahora) tenía un matiz eminentemente interpretativo y dinámico. Neal Miller había pasado una temporada en Alemania en contacto con las escuelas dinámicas, y volvió a Yale con la idea de dar una cobertura científica a conceptos como la transferenci.a La experiencia de leer su artículo Theory and experiment relating psychoanalitic displacement to stimulus-response generalization (1948) no dejará indiferente a quien lo lea

Un apunte más hacia el encuentro de Bandura con estas nuevas visiones de la psicología: La famosa hipótesis de la frustración como causa exclusiva de la agresividad está firmada por Dollard, Doob, Miller, Mowrer y Sears. Hipótesis que, en realidad, es una manera de adentrarse de nuevo en el mundo de la psicología dinámica desde los supuestos del conductismo. Y de esta manera se introduce la teoría dinámica de la agresividad en las corrientes conductistas más puras.

Metido de lleno en esta interesante evolución intelectual, Robert Sears es invitado por la Universidad de Iowa, la misma de Spence, a dirigir un pequeño Departamento e investigar el bienestar de los niños. Dirección que asume desde 1942 a 1949

Contemporiza esta dirección con otra importante misión en la psicología norteamericana: Presidente de la Comisión que debía normalizar los requisitos para el ejercicio de la psicología clínica. Personalmente he leído los informes emitidos por esta comisión los años 1946,47 y 48. En el año 1946 se hace un primer informe sobre las Universidades que cumplen una serie de requisitos mínimos. De todos los Departamentos de Psicología mencionados, la Universidad de Palo Alto es la que menos requisitos cumplía. Sólo presentaba el primero de ellos: tener algún docente especializado en psicología clínica.

Reconstruyamos de nuevo la situación histórica: Sears y Benton coinciden en la Universidad de Iowa, aunque en distintos Departamentos. Pero tienen algo en común: Sears es el Presidente de la Comisión que elaboraba los criterios exigibles a los psicólogos clínicos para ejercer su profesión. Benton es el profesor encargado de la formación clínica de los estudiantes del Departamento en el que se doctora Bandura. Es de suponer que Benton y Sears se comunicaran sobre los temas que a ambos preocupaban.

En las reuniones de la Comisión Nacional para evaluar los criterios exigibles a los futuros psicólogos clínicos, hay un tema que se discute sistemáticamente: si han de poseer el título de doctor. Las actas de los primeros años aplazan esta exigencia para ser discutida en las reuniones siguientes. Finalmente, en una de las últimas reuniones, se somete este criterio a votación, y ganaron los que se oponían al requisito del doctorado. Tengo el convencimiento de que Sears votó a favor de que fueran doctores. En el año 1957, siendo ya Director del Departamento de Psicología de Stanford, otro Director Nacional para determinar los requisitos de los doctorados en Psicología, Ericksen, recoge una muestra de opiniones importantes sobre el tema. Una de ellas es la de Robert Sears, quien afirma En cuanto a la metodología, un psicólogo debería haber realizado algunos experimentos.

- Muchos datos juntos, Eugenio. Esto es un galimatías

- Estaba pensando lo mismo. Por lo que resumo y dejo para otro rato la influencia directa de Sears sobre la psicología de Albet Bandura.

Cuando a Sears se hace cargo del Departamento de Psicología de la Universidad de Stanford, con seguridad que mantenía su opinión de que los psicólogos clínicos debieran ser doctores. Buscando esta excelencia, se acordaría de su antiguo y, con seguridad, buen amigo Benton, a quien recurre para que le recomiende a alguno de sus estudiantes. Benton, protector material y espiritual de Bandura, se acuerda de su alumno preferido, que acaba de finalizar su año de formación práctica. Sears hace caso a Benton y contrata a Bandura. Cumplía con todos los requisitos de excelencia deseados por el nuevo Director del Departamento. Por eso, cuando, finalizado el primer año de contrato, Bandura le dice que ya tiene un preacuerdo para ejercer de psicólogo en una población cercana a Palo Alto, Sears le retiene y le promociona. Sirviendo así de lanzadera de una brillante carrera de investigaciones psicológicas.

La importancia de Sears en la obra de Bandura ¿se limitó a ofrecerle un puesto de trabajo, o trascendió a lo intelectual?

Como aperitivo a esta respuesta traduzco este párrafo de una investigación publicada por Sears en 1950: Las madres fueron entrevistadas, y la información grabada se analizó de manera que pudiera medirse la severidad con la que se castigaba la agresividad de los niños en casa. Los datos, por lo tanto, permiten una comparación entre la frecuencia relativa y la clase de agresividad mostrada por los niños tanto en la vida real de la guardería como en la fantasía, jugando con los muñecos bajo distintas condiciones de castigo en casa.

¿Recuerda esto en algo a las primeras investigaciones de Bandura?

Otro tema muy distinto pudo ser la relación posterior entre ambas eminencias. De eso nada sé. Solamente una experiencia personal. Sin duda la alumna predilecta de Sears era Eleonor Macobi, de reconocimiento mundial en psicología infantil. En mis primeras estancias en la universidad de Stanford, quise asistir a su curso de doctorado. Siempre me lo negó a través de su secretaria, pues a ella no lograba acercarme. Una de las veces logré “pillarla” de cara y me atendió. De entrada tuvo la negativa en la boca, pero al decirle que me interesaba por la teoría del aprendizaje social de Bandura, no dudó un momento en darme su consentimiento. ¿Por buena amistad? No me pareció, no fue esa mi interpretación.

En conclusión: parece que en lo vital y en lo intelectual Robert Sears, procedente de la estricta escuela conductista de Yale, exigente con la metodología científica, fue importante en la vida y en la la obra de Albert Bandura.

Habrá una tercera entrega .

lunes, 28 de marzo de 2011

CAMBIO DE RUMBO EN MOMENTOS DE FORMACIÓN. I



En la planificación del estudio contamos con la asistencia del Dr. Lois Meerk Stolz y del Dr. Robert R. Sears, los dos nos dedicaron tiempo, pensamiento y esfuerzo en la tarea de que el proyecto fuera un éxito (Bandura y Walters, 1959, Adolescent Agression)

Mi intención, al abrir este blog, buscaba el estudio y discusión de la obra de Albert Bandura. Luego, se impusieron los temas de actualidad vistos desde la teoría cognitivo social: la delincuencia, la creatividad, el cuidado de la salud, la formación continua en las organizaciones, etc. Hoy quiero retornar a la primera idea; quiero presentar un momento en la vida del que hoy se considera leyenda viva de la psicología.

Me gustaría dedicar el tema a Frank Pajares, desaparecido cuando aún quedaba mucho por comentarnos sobre Bandura.

El psicólogo californiano, a veces de manera dispersa, otras, como en su breve autobiografía, ha señalado, con una cadencia cronológica, los que considera momentos decisivos de su formación. Pero cuando uno se decide a leer cronológicamente sus publicaciones y consultar otros documentos de la época, descubre acontecimientos importantes no narrados en primera persona.

Narrar historias siempre resulta divertido tanto para el que las descubre como para el que las lee o escucha.

Las fechas de la formación de Bandura pueden marcarse en los siguientes hitos “oficiosos”: en 1946 se inscribe en la Universidad de British Columbia, en Vancouver, con la intención de ser biólogo. Pero un día, esperando en la biblioteca la hora de su clase más madrugadora, hojea un folleto en el que se exponen contenidos de una clase de psicología que se imparte a la hora en que él llega a la universidad. Los contenidos eran comunes con la bilogía y el joven Bandura ve en ella una oportunidad para aprovechar el tiempo. Lo que fuera una elección para de adelantar en sus estudios, le sedujo hasta el punto de dar un giro a sus planes académicos. Nunca ha sido Bandura persona que se conformara con la mediocridad, por eso, teniendo que elegir formación de postgrado, busca lo mejor. Pregunta a su tutor, (del que nunca menciona su nombre) quien le indica, sin vacilar, que la mejor formación en Psicología se obtiene en Iowa. Los cuatro años oficiales de postgrado los hace en tres. Spence es el Director del Departamento, Benton se encarga de la formación clínica. Esto sucede entre loos años 1949 y 1952. Desde Iowa se va Wichita, donde el Psicólogo Brewer dirige un centro de asistencia psicológica de la comunidad. Allí realiza el año de formación práctica necesario para el ejercicio profesional. Aquello dura un año. Al finalizar en Wichita es contratado por Robert Sears para impartir clases prácticas de psicología clínica en la Universidad de Stanford. El contrato era por un año, por lo que, antes de finalizar su con trato, Albert Bandura ya se había procurado otro como psicólogo clínico en el Condado de Santa Clara. Se lo comunica a Sears. Éste le retiene. Bandura acepta las condiciones de Sears y permanece en Stanford hasta la fecha de hoy. A partir de este momento lo que hay que estudiar es la psicología de Bandura, porque la biografía, a veces interesante y comprometida, como su paso por la inesperada presidencia de la APA, se confunde con la del investigador de los procesos psicológicos del aprendizaje vicario y la autoeficacia.

Estos son los datos oficiales de su biografía. Otra cosa es, como ya he insinuado, la verdadera intrahistoria. Al menos así me lo parece a mí. Espero que también te lo parezca si me sigues en esta y en las siguientes entregas.

De acuerdo. El joven Bandura, que ha pasado unos meses en Alaska, manteniendo transitables los caminos erosionados por la nieve y los hielos, acompañando de excombatientes, ex presidiarios y divorciados que mataban la soledad jugando a las cartas y bebiendo el alcohol que ellos mismo fermentaban, se acuerda del consejo que le diera su madre. “tienes que hacer algo de provecho si no quieres terminar como los borrachos de la cantina (de Mundare ,su pueblo natal)”.

Hacer algo de provecho era estudiar. Se decide por la Universidad de British Columbia, en Vancouver. Ya le hemos encontrado allí cambiando sus estudios de biología por los de psicología. Pero ahora comienza lo que llamo la intrahistoria.

Uno de sus profesores le manda a Iowa. ¿Simplemente porque era buena? Sin duda era una de las mejores. Spence, el segundón de Hull, dirigía el Departamento, siendo respaldado por el Filósofo de la ciencia, y traidor de Kurt Lewin: Bergman. Sí era buena, pero no es esa la única o verdadera razón por la que a Bandura se le recomienda Iowa, sino por Benton, su mentor espiritual y material.

Las cosas yo las veo de la siguiente manera: Bandura proviene de una familia de emigrantes del este europeo, que cultiva el campo y trabaja en el duro oficio de la construcción del ferrocarril transcandiense. Muy probablemente porque los ucranianos fueron encerrados en campos de concentración, los primeros que se existieron en Canadá, y uno de los trabajos forzados a los que les sometieron fue el de la construcción de este ferrocarril que unía las dos costas canadienses y que le confirió la percepción de unidad a una vasta y diversa extensión de paisajes y personas. Bandura tuvo que trabajar los veranos de bachillerato. Bandura tuvo que trabajar durante sus años de estudios universitarios en Vancouver. Bandura aprendió y practicó en esos años el oficio de carpintero. Todo un potencial de ingresos en momentos de carencia. En estas condiciones resulta difícil entender que el joven estudiante de psicología se lanzara a la aventura americana sin tener asegurada, al menos, su manutención. Y la fuente de ingresos, durante el primer año de su estancia en Iowa fue el contrato que le hizo Benton como carpintero para que ampliara su casa. Dicho de otra manera, Bandura se lanzó a la aventura de Iowa porque ya sabía que Benton le sustentaría en lo material. Luego no es enviado a Iowa por el prestigio de Spence, sino por el dinero y prestigio de Benton, Profesor encargado de la formación clínica de los doctorandos.

Desde este supuesto, debe preguntase quién era Benton y quién pudo ser el mentor que le envío desde la British Columbia a la Universidad de Iowa. La vida de Benton es la típica historia de una aventurero del oeste en busca, no de dinero, sino de conocimiento cualificado. Después de haber hecho sus estudios y sus primeras prácticas en New York y sus alrededores, relacionándose siempre con psiquiatras, decide alistarse en el ejército en 1941. Recorre distintos enclaves militares desde el Atlántico al Pacífico. Uno de sus destinos decisivos fue San Diego, donde coincide con el neurólogo Bender. Sí, el creador del test de percepción. Benton y Bender colaboran en la labor hospitalaria, donde tienen que tratar a muchos soldados con daños cerebrales. Y aquí es donde Benton, que hoy es considerado el padre de la neuropsicología, desarrolla por primera vez su famosos test de memoria perceptiva para medir los daños cerebrales. Benton permaneció mucho tiempo en ejército, donde llegó a ostentar el grado de Capitán. Benton, es pues, un psicólogo clínico, acostumbrado a trabajar con los psiquiatras y que se alista en el ejército. En 1948 acepta la propuesta que le hace Spence, de encargarse de la formación clínica del los doctorandos. Afirma que acepta este puesto porque, moviéndose muy bien en todas las aplicaciones clínicas de la psicología, entendía que se había quedado un poco atrasado en otros campos. La motivación principal para cambiarse fue una sensación de insatisfacción por trabajar sólo sin poder compartir ideas con los colegas y por el miedo a perder contacto con los avances de la psicología. Fue aquella una decisión sabia. El contacto diario con psicólogos de la talla de Judson Brown y de Harold Bechtoldt le hizo tener conciencia de las deficiencias de sus publicaciones y esta toma de conciencia le condujo a una mejora en la calidad de sus investigaciones (American Psychologist, 1979, p.58). Es decir, tampoco Benton elige Iowa por la presencia de Spence, sino buscando su crecimiento como psicólogo clínico.

Para rematar estas pinceladas sobre Benton, digamos que es quien le ofrece a Bandura la posibilidad de vivir materialmente, al contratarle como carpintero para ampliar su casa y quien le dirige su tesis doctoral, que nada tiene que ver con el conductismo de Spence, sino con la percepción en el test de Rorschach. Las dos primeras publicaciones de Bandura las firma también Benton. Bandura, pues está buscando la formación en psicología clínica, la que verdaderamente le fascinó en la British Columbia.

Ya se tienen los elementos suficientes para comprender por qué Bandura va a Iowa: por Benton y no por Spence. ¿Quién se lo propuso? A la espera de respuesta personal sobre el tema por parte de Bandura, mi idea es que su mentor en la universidad canadiense fue Morsh, que trabajaba también en el ejército.

En aquellos años de Guerra Mundial, los ejércitos norteamericano y canadiense trabajaron juntos, también debieron hacerlo sus profesionales. Por lo tanto, Morsch puedo tener contacto con Benton, pues ambos ejercían como psicólogos militares. En 1948 Benton va a Iowa buscando más rigor científico, y en el 49 a Bandura le recomienda su tutor que vaya a Iowa. No, perdón, que fuera a Iowa con Benton, con quien seguramente había hablado Morsch y le había acordado el modo de subsistencia. Bandura no va sin plan de ayudas para vivir. Bandura va a Iowa a estudiar psicología y con el encargo, como carpintero, de alargar la ya enorme casa de Benton. Finalizado el primer curso, Bandura es contratado por Brown, otro de los profesores de psicología clínica, para que cuidara de su casa, hiciera algunos arreglos en ella y se ocupara de su perro de caza mientras él pasaba su vacaciones haciendo trabajos para el ejército.

Son muchos lazos comunes entre Morsh, Benton y Brown, como para no pensar que están detrás de la llegada del joven Bandura a la Universidad de Iowa. No es Spence ni su conductismo el que atraen a Bandura, sino la psicología clínica de Benton y Brown y la seguridad del sustento material.

Las relaciones de Benton y Bandura con Spence, el fanático segundón de Hull, el que dirigía manu militari el departamento, vigilando y revisando cada trabajo que dirigían los profesores, es digno de otro capítulo de la vida de Albert Bandura. Y de la de Benton.

Por hoy me quedo aquí. Pero apunto que durante esos mismos años, al frente de un minúsculo departamento de psicología evolutiva, estaba también en Iowa Robers Sears, quien detentaba al mismo tiempo la Presidencia de la Comisión Nacional para el desarrollo de los curricula de los psicólogos clínicos. ¿Influirá esto en la posterior contratación de Bandura en la Universidad de Stanford, el mismo año en que Sears es Nombrado Director del Departamento de la Universidad de Palo Alto? Mi respuesta es sí, porque no entiendo que Be ton fuera el responsable de la formación clínica de los estudiantes del Departamento dirigido por Spence y no se relacionara con quien presidía la Co misión Nacional para definir el curriculum de los psicólogos clínicos norteamericanos. Pero… hasta dentro de unos días.