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viernes, 26 de junio de 2009

LA PSICOLÓGICA CHICA DE AYER











Desde hace más de un año me apasiona la fotografía. Releo el manual de mi Canon 400D y siempre aprendo algo nuevo. La letra pequeña es la que más información me aporta ahora. Ya he dejado de surfear en Internet para navegar con más calado. Un mundo imposible de gavillar. Como el niño de San Agustín absorto en vaciar el mar con la concha hallada en la playa, siento que cada nuevo conocimiento de foco, enmarque, tono, calor, color, contraste, velocidad, histograma, diafragma, profundidad de campo abren nuevos mares que requerirían una eternidad para sólo iniciar su vaciado. Porque esto es un hobby, no mi dedicación, le permito poco tiempo, recociendo su insistencia por sentarse en mis rodillas y querer jugar en el ordendor.




Nunca entendí el mundo de la cinegética. El de la pesca me lo enseñó Unamuno a hurtadillas (es su lectura estaba (semi)prohibida en los años 50) con su penetrante ensayo sobre el perfecto pescador de caña. Ahora, tras la afición fotográfica, puedo entender el goce de pescadores y cazadores. La vivencia de libertad y control en que se sumergen al oir a sus espaldas el pestillo de su casa, presagiando horas para lanzar la caña y esperar, sin premura, que el sedal se tense, repique el carrete y apresurarse a frenarlo. Luego, el juego con la presa. Sueltan carrete, tensan de nuevo el sedal tanteando la calidad de la captura. Momentos de absorción. Tú o yo, es el dilema. El disfrute de permitir que la trucha se crea libre huyendo aguas arriba, escondiéndose entre las piedras alisadas por el esmeril de la corriente, dejarla incluso reposar con su condena en la boca, junto a guijarros gris-verdosos y escurridizos como su piel para iniciar de nuevo el desafío mutuo debe producir tal satisfacción que resarce el aburriemiento aparente de las horas previas arrullados por el sonido de la corriente retozona. Entiendo también al cazador que limpia el cañón de su escopeta con el esmero del pulidor de diamantes dando caras a la piedra bruta: examina su cerrojo, busca la caja de los cartuchos, se echa al hombro la bandolera en la que brilla el metal de los cartuchos, introduce sus pies en las botas de goma gruesa, caprichosamente acanaladas como las gigantescas ruedas de los tractores o las tanquetas, se cala su gorro tirolés, apresa la mochila, encaja los ganchos en su cinturón donde exhibirá la presa y se dirige al todoterreno que le llevará al puesto. Allí se aposta, charla con los compañeros (la caza es menos solitaria que la pesca) y espera a que la perdiz de cabeza azulada, cuello rojizo y plumaje gris canoso levante su vuelo raso confundida con el rastrojal. El cazador debe intuir la orientación del vuelo y adelantar el tiro para que el racimo de perdigones negros y el vuelo de la perdiz se encuentren a la misma altura en el mismo tiempo mortal. Parecerá inhumano, pero la experiencia de ver cómo su pointer obedece su orden y busca la presa abatida, que revolotea intentando inutilmente recuperar su vuelo raso, la marca, la acaricia con sus dientes y se la rinde a sus pies entiendo que es el disfrute que otros sienten al terminar un proyecto difícil. Es la definición de poderío. El cazador retorna sin presa con más frecuencia que el pescador, por eso Ortega y Gasset compara al filósofo con él: "sale afilosofar" para cazar esencias, pero, como el cazador, no siempre encuentra presa.




Para mí es una renuncia salir de casa sin mi reflex y mis objetivos. Me he acostumbrado a que el bolsón beige de CNRL-TPCA en que los transporto pese sobre mi hombro o vaya en el maletero. Como el pescador, pero especialmente como el cazador, hay que tener el arma siempre preparada para disparar. Nunca sabes dónde surgirá la foto interesante. Tampoco si necesitarás un gran angular o un teleobjetivo. Pero ordinariamente sabes lo que te puedes encontrar en los lugares que visitas. En la ciudad busco el retrato de la persona, el oficio o el documental. También me agrada el difícil reto de grabar en la retina de mi cámara edificios interesanes, auqnue lo que de verdad ocupa mi tiempo de paseos, cámara al cuello, son los graffiti urbanos. Hago colección de ellos allá por donde voy. De momento no es más que una especialización que realizo mientras camino para cuidar mi salud. Cuando el trabajo me lo permita, los catalogaré. El fotógrafo de de campo se identifica con el cazador. Ha de equiparse con botas de perfil grueso, cruzarse alpecho la mochila de los teleobjetivos de todas las longitudes de enfoque, especialmente el pesado trabuco de 500mm de alcance y dos kilos de peso. Ha de recorrer senderos, buscar el paisaje, esperar la iluminación adecuada. Con frecuencia, la foto que se tiene en mente se logra al tercer día a hora temprana o vespertina. Si lo que se busca es naturaleza viva, ha de saber el lugar y costumbres de los animales que desea, apostarse pacientemente y sorprenderlos en el momento en el que cruzan el campo de su objetivo. Fotografiar una mariposa es un esfuerzo casi imposible. Se ven muchas en los meses calientes, pero con su vuelo incierto desaparecen del campo de enfoque. Se posan pero, al acercarte, se espantan. Puedes recorrer cientos de metros en el pequeño recinto de un jardín hasta que se cansa y reposar. ¡Ya está!. te dices. Pero está a contraluz, bate sus alas y tienes que disparar a gran velocidad y, con pulso firme, atrapar sus diminutos ojos negros, los muchos tramos de sus patas, sus finas y largas antenas para que el colorido de sus alas tenga verosimilitud. Todo un afán frecuentemnete fallido. Como el del cazador. Como el del filósofo.




Quienes hemos dedicado nuestros afanes y días al análisis de la conducta humana aprendemos mucho de estos hobbies tardíos. Me resulta inresimil cruzarme con una cara sin buscarle su fotogenia. Esta alerta se agudiza cuando observo interacciones. En las películas atiendo a los primeros planos, las iluminaciones acordes con el relato, los grandes planos de paisajes. Paseando pienso en las dificultades que me pondría un objeto curioso para obtener una captura que muestre lo que quiero. Los cables, las señales de tráfico, los árboles, la gente que pasa, de lo que no me daba cuenta antes, ahora son omniporesentes. Todo tiene mucho "ruido" que impide mostrar la idea clara que debe transmitir una imagen. El mundo se me ha hecho más bello desde que lo miro por el objetivo de mi reflex. La luz es la obsesión: a veces pega duro y aplana, derrite los objetos, o los endurece, otras los difumina para que sean bellos desde cualquir punto de vista, por la mañana y por la tarde los acaridia cálidamente.




Lo que ahora estoy aprendiendo con lafotografía me ha pasado siempre con la conducta de las personas. No esposible observar una acción, una película o el episodio de una serie sin analizarla psicológicamente.




Tuve la suerte de ver el primer episodio de La chica de ayer, en el que el policía moderno desembarca en la comisaria de principios de los 70 a consecuencia de un accidente. El moderno no entiende a los de la "secreta" de entonces, y los de entonces ven amanerado al aparecido. Dos mundos que conviven y no se entienden. Posteriomente he visto trozos de algún otro episodio: el mismo esquema, sólo los temas son diferentes. Aquella noche pensé que a lo largo de mi vida profesional, tanto en relación con los Cuerpos de Seguridad del Estado, como con Abogados o Jueces, o con el mundo empresarial, me había encontrado con el miso problema de la relativa imcomprensión. He tenido la idea de que la ciencia psicológica está 30 años por delante de lo que se hace en las organizaciones o en el desempeño de determinadas profesiones. Encontramos frecuentemente a LA CHICA DE AYER.




Ya he dicho que ahora ocupa mi tiempo profesional la autoeficacia relacionada con la formación continua en la empresa. Esta vez no por casualidad, sino porque es importante para el tema que, he leído (casualmente después de mis reflexiones sobre La chica de ayer) una publicación de Seijts y Latham. 2006 donde hallo reflejada mis ideas. Latham, desde finales de los setenta, es una autoridad en el difícil tema de la motivación y de la autoeficacia. En este escrito de 2006, los autores no hablan de experimentos, muestras, pruebas, análisis y otras jergas científicas. En este escrito exponen, para que todos lo entiendan, las insensateces que a veces se cometen en las empresas cuando se trabaja por objetivos.




- A ver, Eugenio, no te enrolles con minudencias, no utilices tú la jerga psicológica.




- Es que no es fácil explicar todo lo que quiero.

En las empresas se entiende solamente o casi exclusivamente por trabajar por objetivos, construir más piezas, aumentar la cartera de clientes, reducir plazos de ejecución, etc. En definitiva, obtener más beneficios. Con esta idea en mente, el nuevo gerente que acaba de sustituir al que han mandaron al paro por incumplir los objetivos, viene potente, seguro y agresivo: el primer año el 10%, el segundo el 15%, el tercero el 25%. Y todos han de cumplir con esos objetivos que mantienen a cada trabajador obsesionado con la regla de tres que aprendió en la escuela. Pero este gerente, esclavo de los porcentajes, no se da cuenta de que desde hace más de 30 años la psicología de la motivación por objetivos ha distinguido entre, esencialmente, dos tipos de objetivos: el de aprender y el de ejecutar; dos tipos de percepciones de las metas: orientación hacia el aprendizaje o hacia la ejecución.




- ¿Por qué no decirlo técnicamente?: Learning and performance orientation.




El agresivo y recién aparecido gerente sólo ha entendido lo de performance: los resultados. Castiga el error, clasifica las ejecuciones como diagnóstico de incapacidad innata, fomenta la competición y rivalidad entre compañeros que se emulan para demotrar su capacidad y vive con la ansiedad dede ver reflejados sus porcentaje en la gráfica diaria de resultados. Esta táctica quema (Burnout) a los trabajadores. O, probablemente, logra que se alíen para bajar la productividad. Recuerdo un experiemento de uno de los padres de la Psicología industrial: Dainel Kats. Se hablabla por entonces de la justicia retributiva: pagar más al que más produce, a fin de que cada uno de los trabajadores se sintiera a gusto comparando su aportación a la empresa con lo que de ella recibía. Cuado alguien quiso imponer la retribución equitativa, la cuadrilla elaboró su propia norma, impuso a la baja el techo de y al listillo que se apartaba de la norma del grupo se le aislaba por esquirol, haciéndole la vida laboral tan imposible que terminaba buscando otro lugar donde trabajar. No siempre los objetvos por los objetivos son buenos para la productividad, sobre todo si no son pactados con quien tiene que realizarlos. Una vez más se cae en la tentación de ser diós, como Lucifer, como Sartre.




La reflexión de Seijts y Latham distingue entre los objetivos que deben proponerse en la fase de aprendizaje y cuando el trabajo ya está dominado. Los objetivos de la primera fase consiste en aprender cada dia algo nuevo, hacer las cosas mejor, descubrir maneras más creativas para conseguir los mismos resultados. En esta fase no importan los errores, al contrario son deseables porque estimulan el descubrimiento de nuevos caminos. Cuando los nuevos caminos se hayan alisado por su frecuente tránsito, puede apretarse el acelerador para acortar el tiempo delrecorrido. Hace, al menos, treinta años que la investigación ha demostrado que el establecimiento de objetivos (goals) es una técnica de motivación efectiva y poderosa.... En situaciones en las que el aprendizaje es más importante que el aumentar en la motivación, establecer un objetivo específico de producción es imprudente,dicen Seijts y Latham.




La ciencia psicolsocial hace treinta años que descalifica determinadas prácticas gerenciales, judiciales, policiales, educativas. Sin embargo se siguen utilizando. Evidentemente hay que buscar la via de comunicación para que los avances de la ciencia lleguen antes a la práctica psicosocial. Pues unos vamos en el tren de las invesigación en el que unos resultados plantean nuevas hipótesis que se afinan a los seis meses o al año, se replican y se avanza en una dialéctica hegeliana. En frente tenemos a los prácticos, enfrascados en sus números de resultados, desconfiando, ridiculizando, estereotipando lo que se hace en el laboratorio, por irreal. Es lamentable que dentro de treinta años lo pongan de moda, cuando el policía de la científica ya se haya distanciado no treinta, sino cuarenta años.




¡!¿?. Pues no, no me lo dejo en el tintero, lo que es verdaderamente montivante es mantener siempre la meta de aprendizaje (learning) y valorar menos la ejecución (performance). A la postre quien quien avanza tiene por meta aprender, hace de su empresa una sociedad que aprende, que porgresa, se adapta y produce más. Peter Senge habla de la sociedad que aprende.




-No me lo digas. No soy desmemoriado, ya sé que a Peter Senge lo he mencionado en otro tema.