Translate

Mostrando entradas con la etiqueta el gran observador. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta el gran observador. Mostrar todas las entradas

sábado, 23 de junio de 2012

ANTONIO BUENO:FOTÓGRAFO DEL GRAN OBSERVADOR


¡Qué peligro acabo de pasar!

Nada menos que repasar el argumento ontológico de la existencia de dios propuesto, entre otros, por Descartes y refutado brillantemente por Kant.

Hace unos días he visitado las exposiciones fotográficas que se presentan desde Marzo en el CentroCentro Cibeles de Cultura y Ciudadanía. 5Cs. Están ubicadas en las plantas tercera, cuarta y quinta del Palacio de Comunicaciones de la Plaza Cibeles. Sencillamente, lo que antes era Correos y ahora es también sede del Ayuntamiento de Madrid.

Cada exposición es interesante. Por eso se han elegido.  Pero en fotografía uno encara cada toma y puede ver un encuadre interesante, una iluminación inesperada o una expresión simpática o desgarrada.  Cualquier fotógrafo puede decir: Interesante, con el convencimiento, a veces ingenuo, de poder repetirla.  Al fin de cuentas el fotógrafo utiliza un instrumento que, a diferencia de los pinceles o la gubia, basta con mirar y disparar.

Las Mitologías en los cielos de Madrid de Antonio Bueno, colgadas en la planta 4, trasmiten la sensación de anonadamiento. Las tomas son solemnes. Estudia y aprovecha con maestría la iluminación de edificios representativos de la arquitectura madrileña de finales del XIX y principios del XX, para mostrarnos su mundo habitado de dioses, diablos, santos, héroes, bichas, musas… Vigilantes inadvertidos de cuantos pasa en la ciudad.  Observados desde las aceras aparentan meros adornos de cúpulas o cornisas, caprichos decorativos de arquitectos que encontraron en ellos remates estéticos para sus estructuras, siguiendo el estilo ampuloso de la época.

Antonio Bueno ha tenido la osadía de invertir el punto de vista.  Ha subido a las alturas, se ha puesto a su nivel, supongo que no sin riesgo físico a veces, se ha atrevido a mirarles en persona y ha descubierto que tienen manos que bendicen o armas que amenazan, sonrisas comprensivas o muecas satíricas y satánicas. Pero, sobre todo, tienen ojos, ojazos que vigilan cuanto acontece en las calles, en los patios y hasta en las habitaciones y despachos de la ciudad. Antonio Bueno, con el ángulo de toma elegido, con la iluminación de grandes contrastes y carnosos volúmenes, les insufla vida. Con un enfoque selectivo muestra cómo esos habitantes mudos pueden, con un solo gesto, aniquilar o salvar la ciudad humilde bajo la planta de sus pies o en la palma de sus manos. O tentarnos ofreciéndonos toda su belleza si arrodillándonos les adoramos.
Esta propuesta hace pensar en la trascendencia y en la pequeñez humana.

-          Perdón. Siempre he pensado que hablar de trascendencia o de existencialismo es una pedantería que retumba a hueco.
-          Ya, si por eso comenzaba diciendo que había huido de hablar del argumento ontológico de la existencia de dios.

Pero sigo sin poder evitarlo cuando revisito mentalmente la propuesta de “Mitología en los cielos de Madrid”. Recurrentemente asocio algo que me dijeron tantas veces cuando era pequeño: Mira que te mira dios, mira que te está mirando, mira que has de morir, mira que no sabes cuándo. Un temor estremecedor recorría la conciencia, paralizaba el pensamiento y la acción al asumir que nada se escapa, ni los deseos, ni las imaginaciones, ni los sueños y sus significados pecaminosos a un ojo omnipresente. Había que pensar cómo juzgaría cada acto o deseo ese ojo que todo lo veía sin ser visto, juzgador inapelable, inquisidor de pensamientos heterodoxos sin que pudieras exponerle tu punto de vista o las circunstancias atenuantes. Todo lo veía, todo lo entendía, todo lo juzgaba.

Pareciera que el hombre necesitara ser trascendido o, como diría Zubiri, re-ligado.  Sintiera la necesidad de la existencia de un ser superior que, de manera oculta, rigiera su destino: ángel caído o de la guarda, al que recurrir en momentos de indefensión. Necesitara aliarse con el diablo para echarle encima la culpa o reclamar un milagro cuando los retos le superan.

 Ese ser ha ido cambiando de nombre y sustantividad en la medida en la que la inteligencia ha conquistando y domeñando a la naturaleza: de la brujería a la santidad, de ésta a la ciencia.

En la actualidad la trascendencia ya no se centra tanto en mitos, dioses, diablos o santos como en las nuevas tecnologías y en la globalización. La re-ligación a un ser superior se ha transformado en re-ligación a entes (así se les llama) con poderes universales, ocultos, compartidos, a los que nos se puede encarar porque no tienen rostro: son difusos

-Eugenio, ¡que trascendental te estás poniendo!
-Es verdad, a mí también me lo parece. Pero, mira, cuando hoy nos hablan de los mercados, de la prima de riesgo, de la degradación de la naturaleza, de la pobreza en el mundo y hasta de terrorismo nos están transmitiendo simultáneamente la impresión de que nada está en nuestras manos sino en la de los entes internacionales.

Ya no se cree, (como se creía antes) en el ser trascendente y vigilante. Y sin embargo nunca antes estamos individualizados y minuciosamente observados. Aunque parezca lo contrario hoy, más que en el pensamiento primitivo, estamos siendo controlados y vigilados por el ojo que todo lo ve.
Porque aquellos pensamientos primitivos y luego religiosos se han hecho realidad, la ficción se ha sustanciado. Los arquitectos actuales ya no rematan sus edificios con mitos o divinidades, sino con cámaras de vigilancia. Nunca como ahora nuestros movimientos han dejando huella reconocible. ¿Podemos ni siquiera imaginar la infinidad de imágenes y actos nuestros que están repartidos por las redes de comunicación y de la imagen?

Esa vigilancia fotográfica que corona los edificios y los caminos sigue siendo, como en los tiempos de mayor religiosidad, divina o diabólica. Nos alegramos cuando los telediarios comunican que “gracias a las cámaras de un establecimiento cercano se ha podido identificar al delincuente”. Pero nos olvidamos de concienciar que esa misma ha recogido y almacenado nuestra presencia y nuestros actos. Nunca como en la actualidad se ha hecho realidad la metáfora del que todo lo ve. ¿No es este el nuevo modo de acosar y acuciar a las personas?

Nunca como en la actualidad ha estado sometido el hombre al juicio universal: ese en el que se pueden presentar ante la admiración o el sarcasmo de los demás nuestras acciones  tanto públicas como presuntamente ocultas. Cuando el temor a una deidad trascendental parece haber desaparecido, emerge la relevancia del juicio social. 

Siempre importó mucho el qué dirán. Hoy importa más porque estamos en la era de la imagen. ¿Es esto malo o bueno?  El juicio social, ha de ser hoy el anclaje de valores como la solidaridad, la compasión, la cooperación. Ya no son mandamientos divinos, pero siguen siendo virtudes cardinales gracias al juicio y exigencia social.

Existen ya potentes sistemas informáticos que reúnen en segundos las imágenes, la historia gráfica, de determinadas ubicaciones geográficas.  Las cámaras fotográficas recogen ya en su EXIF las coordenadas de sus disparos. No es utópico imaginarse que , de la misma manera, a partir (por ejemplo) de la conformación de nuestro iris, pudieran reunirse  en un instante las imágenes, las acciones de cada uno de nosotros recogidas por infinidad de cámaras que fueron testigos de nuestra presencia y nuestros movimientos.  El retablo de la Capilla Sixtina será aún más una alegoría de juicio final cuando puedan exhibirse todas las tomas que perpetuaron nuestro paso y nuestro pasar. La sociedad podrá asistir, de manera semejante a como se describe en la teología, a nuestro juicio social final.

-Desalentador, ¿no?

Parece que, por mucho que adelante la ciencia, resulta imposible liberarse de la idea de estar trascendidos por las nuevas mitologías, que como las antiguas, vigilan y conducen y limitan la iniciativa libre.
La teoría de la autoeficacia, aún reconociendo la influencia de esas fuerzas sociales globales y difusas, pide a cada uno que modifique su entorno si quiere que el todo se modifique. Porque existe un determinismo recíproco entre lo público y lo privado, entre lo local y lo global: las barreras psicológicas creadas por las creencias de impotencia colectiva son más desalentadoras y debilitantes que los escollos externos. Las personas que tienen una sensación de eficacia colectiva movilizarán sus esfuerzos y sus recursos para hacer frente a los obstáculos externos que se oponen a los cambios que buscan. Sin embargo, los que están convencidos de su impotencia colectiva cesarán en su empeño, aún cuando pudieran conseguir cambios a través de un esfuerzo colectivo perseverante. (Bandura, Discurso con motivo de ser investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Salamanca)

Las Mitologías de Antonio Bueno encojen el espíritu. Las mitologías contemporáneas lo constriñen todavía más. Sólo los que creen en el desarrollo personal y en su capacidad para modificar los entornos en los que habitan se convertirán en mitos sociales en el juicio final teológico e imaginativo (de imagen).