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viernes, 16 de junio de 2017

MACHORRA

De esto debe hacer ya cinco años. Alguien regaló a mi hija pequeña una orquídea blanca. Ella no podía cuidarla y, en una visita a su casa, me indicó si quería quedármela. Acepté la oferta.
A lo largo de mi vida he plantado y cuidado árboles y flores. Bastantes, por cierto. Nunca una orquídea. Para saber de qué me había encargado, busqué información y la estudié. Me enteré de que hay asociaciones y grupos que comparten sus experiencias "orquiáceas". También hay abonos para que florezcan mejor: lo compré y lo utilicé.

No había pasado una semana y sus flores, casi al unísono, palidecieron y se desprendieron del tallo. Para que vuelva a florecer mejor: ¿corto el tallo por arriba, por abajo o lo dejo sin podar?. Una lectura me convenció de que, si lo cortaba por abajo, el nuevo tallo sería más fuerte y florecería más abundantemente. Seguí regando mi orquídea blanca, más o menos, una vez por semana; según me lo indicaba la humedad de sus raíces. Antes de acostarme la repasaba por ver si, por alguna parte, apuntaba un brote nuevo. Sólo me mostró nuevas hojas y nuevas raíces: crecía en frondosidad y en arraigos.
Pasaron los mese y los años. Cada vez que aparecía un nuevo atisbo de  crecimiento resurgía la esperanza de que fuera la deseada flor. Pero no, era una nueva raíz. Tantas que he aprendido a reconocerlas cuando apuntan como cabeza de lombriz verde y morada.
-¡Tírala a la basura!. ¡No volverá a florecer! ¡Es "machorra"! ¡Es egoísta!:  sólo se cuida a sí misma!.
Estaba dispuesto a eliminarla. La tuve en la mano camino del cubo de basura, pero no ejecuté la acción. En el fondo no quería darme por vencido. Es duro reconocer la incapacidad, la auto-ineficacia.
Cansado, bueno, más que cansado, apático, decidí acudir a una floristería que había visto promocionarse como especialista en orquídeas.
-¿Está verde?.  
- Sí, y echa hojas nuevas y muchas, infinidad de raíces, pero nada más.
Aquella mujer entrada en años, con voz profunda, aterciopelada, como el vino de gran reserva,  me aseguró, convincente, mirándome a los ojos
- Florecerá.
 La creí.
Para no recibir más reproches y no enfadarla (dicen que a las plantas hay que mimarlas y hablarles cariñosamente), la trasplanté a un recipiente mayor y me la llevé a mi estudio. Cada mañana, mientras el ordenador cargaba los archivos del sistema, sin desfallecer, la repasaba esperanzado. Pero, ¡nada!
Cansado de tanta espera, me compré otra orquídea fucsia, con cuatro varas florecidas. La coloqué en el lugar que ocupó la blanca. La orquídea fucsia terminó su floración en uno de sus tallos, los corte por la yema superior y brotó uno nuevo. Además echó un quinto tallo que también ha explotado. Cuando creía finalizada su floración, me regala dos más.  A día de hoy puedo testificar que lleva florecida más de  dieciséis meses. Eso sí: ni una hoja o raíz nueva. Es generosa.
El pasado septiembre, en una de mis inspecciones rutinarias, noté en mi orquídea blanca un bulto blanquecino en la conjunción de una de sus hojas con el tronco, era más romo y más brillante que el brotar de las raíces. Sí, lo confieso, me dio un pálpito de alegría. Me guardé el secreto, dado que muchas veces había anunciado en vano su nueva floración. A la mañana siguiente, como si quisiera sorprenderme en mi reconocimiento, esta vez, nada rutinario,  me mostraba una yema nueva. Esperé aún dos o tres días. Ya estaba seguro.
-La Orquídea blanca  va a florecer.
A mediados de diciembre apareció la primera flor. Volvió a ocupar su primer lugar desplazando a las advenediza. Fueron abriéndose, uno tras otro, cada uno de los botones. En marzo está tomada la imagen que presento.  Merecía la pena: una panorámica de 11 tomas.
Si no hubiera tenido la paciencia, si la hubiera arrojado a la basura, si no hubiera creído a la experta, me hubiera privado de la alegría, la satisfacción y el orgullo de ver florecer a mi "Machorra".
- ¡Qué tentación!. Porque es un ejemplo de confiar en uno mismo.
Pero no, la moraleja de la fuerza de la autoeficacia la sacas tú.

lunes, 25 de agosto de 2014

¿INFLUYE LO QUE SE ENSEÑA SOBRE EL ENSEÑANTE?

 

No era la primera vez que me proponía dejar de fumar. Creo que la tercera. El penúltimo intento había durado cerca de un año. Más de los seis meses que, según los especialistas en tabaquismo, dura el estadio de la acción.   Según Prochaska y DiClemente me había instalado ya largamente en  el de mantenimiento.

Mientras esperábamos las interminables tres horas que los opositores, encerrados en la Biblioteca que el Consejo de Investigaciones tenía en la Calle del Jesús, emplearían en los ejercicios prácticos  de la oposición para la docencia universitaria, sus acompañantes nos reunimos en un bar cercano. Nada más iniciar la aburrida e interminable espera, alguien sacó un paquete de tabaco y  ofreció a los demás. "Llevo un año sin fumar", le respondí.  La mano quedó tendida, la solapa de la cajetilla abierta, las boquillas marrones  apuntándome. Sólo había que introducir la mano y coger un único pitillo. La  introduje. Aquella misma tarde consumí otros cuentos más.  Mi hábito de fumar se restableció.  A los pocos días, ya me fumaba tres cajetillas diarias.

A finales de 1977 me llegó un regalo inesperado. Bandura acababa de enviarme un artículo  publicado en otoño de 1976: Self-reinforcement: theoretical and methodological consideration. (Bandura, 1976). Hablaba de modificación de la conducta mediante los refuerzos que uno se aplica a sí mismo. Se trataba de conductismo, porque la conducta se explicaba por los refuerzos o gratificaciones seguidas a su ejecución. Aunque  había propuestas novedosas para mí. Hablar de conductismo generalmente era hablar de experimentos con animales cuyos resultados se transportaban  a la  persona. Algo esencial  para el conductismo era, por ejemplo, el tiempo (corto en desmesura) que debía transcurrir entre la ejecución y la  gratificación o el castigo. En el escrito de Bandura entendí que la asociación entre conducta y gratificación estaba en la mente, que elige qué conducta gratificar o castigar aunque hayan pasado incluso días. También aprendí que los refuerzos no son universales, sino  personales. No todos se mueven por comida o dinero, sino que cada cual tiene sus preferencias.

Como ejemplo   proponía el hábito de fumar. Quise probar si los refuerzos personales me ayudarían esta vez. Elegí el momento: el día siguiente; elegí la gratificación: lo que me gastaba diariamente en tabaco (36 pesetas); también el momento y lugar donde depositarlo: al acostarme,  introduciendo las monedas en un vaso de plata que Torrente Ballester había regalado a mi hija pequeña por su nacimiento; elegí un destino para ese dinero: un regalo para la persona que más quería.  Dejé la cajetilla de Mencey, que tenía empezada, sobre la mesa del salón. A su lado, un mechero de plata, regalo de la  época de noviazgo, que aún sigo echando de menos.

Era el 12 de febrero de 1978. Al acostarme deposité las  primeras monedas en el vaso. La plata me sonó distinta que otras veces. Al día siguiente también  las deposité. Y al otro, y al otro.  Cada   depósito me producía orgullo personal que me animaba a esperar el sonido la noche siguiente.   Las monedas dejaron de sonar cuando, a finales de marzo, nos trasladamos, por primera vez, a la Universidad de Stanford para un cuatrimestre. Allí  no había vaso de plata ni pesetas. Tampoco hubo  más pitillos en mi vida. Hasta hoy.

¿Qué fue lo que produjo en mí el cambio definitivo en el hábito del tabaquismo? ¿Estaba más motivado que otras veces? ¿Quería demostrarme que la Psicología que enseñaba era eficaz? Acaso, ¿el simple hecho de monitorizar mi conducta? ¿O el haberme propuesto metas de abstención absoluta en lugar de moderar mi consumo de tabaco? Más sencillamente, ¿había cambiado mi idea de que una adicción se puede modificar?

Con estas palabras iniciaba yo, hace año y medio, mi última intervención en un máster sobre comportamientos saludables en la Universidad de Sevilla.  Mientras lo preparaba, para demostrarles la potencia de la autoeficacia, me propuse adelgazar tres kilos que me sobraban. También lo conseguí.  Conclusión: si yo lo había conseguido ¿por qué otros lo lograrían?.

Pero hoy, dos años y medio después mi peso sobrepasa al que se mostraba  en la primera fecha de la gráfica de hace año y medio. ¿Es que me siento  menos eficaz ahora que antes? ¿Es que, como dice el refrán, una cosa es predicar y otra dar trigo?

Un médico de salud primaria me espetó esta pregunta cuando realizábamos un trabajo sobre la prevención del tabaquismo en las escuelas:

- ¿Qué harías tú para que un chaval de 12 años no se inicie en el tabaquismo?

- Que imparta una clase  convincente sobre los peligros del tabaco a sus compañeros del curso inferior.

El tema me parece lo sufrientemente interesante como para retomarlo en el próximo mes.

¿Tiene alguna explicación que ahora vuelva a retomar el tema mensual del blog?. Creo que sí. He reflexionado sobre el tema.

martes, 31 de agosto de 2010

CAPILLAS

GATO EN SAN PETERSBURGO
Doma de caballos de Piotr Klodt.



FLORES A LENÍN
Si puedes demostrarnos que hoy es tu santo, te regalamos el 40% de la compra. Hoy es San Max. Así sorprendía este verano a los visitantes una franquicia de Chocolat Factory.

¿Imaginas a la gente haciendo cola para aprovechar la oportunidad? Pues no te lo imagines. En la tienda no había más que una pareja con dos hijas pequeñas.

- ¿Vale también el cumpleaños?, pregunté.

- No, solamente el santo.

La pareja y sus dos hijas se extrañaron de mi pregunta. No se habían percatado de la oferta. Los comerciantes hacen reclamos para atraer clientela, pero albergan la esperanza de que no se cumplan las condiciones de su oferta. Los bancos y empresas no creyeron en el título mundial de “La Roja”.

Hoy se ignora cuál es el santo del día porque los nombres ya no son los que el cura, rebuscando
sarcásticamente en el martirologio, imponía al neófito. Nombres como Acindino, Restituto, Emilino. No me los estoy inventando. En mi internado tenía tres compañeros que atendían por ellos. Cuando nos reíamos, comentaban no ser los peores, pues el párroco había cristianizado a un feligrés de un tirón bajo el manto protector de los canonizados Aítelas, Apeles y Epipodio. Los nombres de hoy reproducen los de “santos actuales”, como el que se encontró una pediatra al hacer la afiliación del niño que iba a explorar: Kevinkostner Motos.

Hace años, el trascurrir de la vida en los pueblos del Reino de León (como en los demás, supongo), se regía por el tiempo meteorológico, las estaciones del año, las fiestas eclesiásticas y los  patrones del lugar. Hoy, en cambio, una sociedad más urbana, organiza su vida,  principalmente los tiempos de descanso, siguiendo el calendario laboral. Pero es más rutinaria que la de antaño: hay que alegrarse en Navidades, pensar en las escapadas del Pilar, la Almudena, el dos de mayo, San Isidro o la Asunción, para quienes viven en Madrid.. Se han convertido en necesidad. Incluso quienes tienen ya todo el tiempo para organizárselo a voluntad tienen una sensación de vacío si no abandonan sus rutinas algunos días en verano.

Buscando donde cumplir el mandato elegimos San Petersburgo.

¿Por qué? Racionalmente porque la vez anterior no nos la dejaron ver a nuestro antojo. Al elegir un viaje que otros organizan tienes asegurado que darás una vuelta por lo que todos los visitantes ven. Lo fundamental. El viaje organizado garantiza que hablarás el mismo lenguaje de otros que allí estuvieron. Torres altas doradas, columnas monolíticas que se asientan por su propio peso y, sin duda, el Hermitage: montones de pintura ubicadas desordenadamente, obras maestras inasibles a la mirada por estar sobre el dintel de una puerta de tres metros de alto. Todo es grande, muy grande en la Ciudad de Pedro Primero y sus sucesores.

En una visita en la que has entregado tu libre albedrío al del guía que te ha tocado en suerte, trotas de iglesia en iglesia porque hay que verlas todas y en San Petersburgo hay muchas que ver. Y tras las iglesias, los palacios, tantos como iglesias en San Petersburgo. Luego tumbas, estatuas, cuadros, leyendas, dichos. Como en todas las ciudades del mundo. Sólo que en San Petersburgo a lo bestia. Todo es tan grande como los dos metros y cuatro centímetros que medía su gran mecenas, el Zar Pedro Primero el Grande.

- ¿No te has dado cuenta de que estoy hablando de memoria?

Todo esto ya lo había visto la primera vez en que entregué mi mindfulness a una guía rusa de habla cubana donde había estado becada por el régimen comunista. Si hubiera querido completar aquella visión sesgada, mejor haberme sumergido en Internet. Como en la retrasmisión de los acontecimientos deportivos, la mejor manera de seguirlos de cerca es viéndolos el la tele (lejos). Quien retrasmite tienen el acomodo que tú nunca podrás alcanzar.

Pero te privas del comentario del que está a tu lado, del atuendo multicolor del hincha, del olor agrio a multitud, de sus gritos o cánticos tan rituales como los movimientos con los que los acompañan. Lo que sucede en el estadio no lo transmite la imagen distante y helada adosada al frío cristal del televisor. En la presencia física hueles la multitud, respiras el jadeo del fanático, palpas la red en la que se anida el balón y te duele el golpe del que se estrella o pasa lamiendo la madera. Las visitas guiadas te impiden también vibrar con la gente que habita las ciudades.

En las obligas vacaciones de este verano queríamos vivir San Petersburgo. No visitamos iglesias, ni palacios, ni buscamos guía. Con la única ayuda del mapa de bolsillo ofrecido en el hotel y nuestros pies para caminar, pararnos en aquello que nos llamara la atención desde el punto de vista humano.

En estos paseos sin mayor programación, suelo buscar pequeños o grandes detalles que muestren el regazo de la gente que habita las ciudades. Me atraen sus manifestaciones de superación y los pequeños nichos, capillas ocultas, que alguien se molestó en levantar en el algún rincón poco frecuentado de la ciudad y que siguen visitando para dejar sus rezos. Todas las ciudades tienen capillas que no te enseñan las guías. Los lugareños se admiran cuando, como extranjero, te interesas hasta estudiar ángulos y planos desde los que conseguir la mejor fotografía. Mientras enfocas, te miran, se paran facilitándote la labor. Agradecen que quieras comprenderles.

Entre todas las imágenes de San Petersburgo para simbolizar la autoeficacia, me quedaría con la doma de caballos de Piotr Klodt.

- Demasiado obvio ¿verdad?.

- Tanto que me los enseñó la guía cubana.

- Pero, bueno, es cierto que sería una bonita imagen/metáfora de la autoeficacia.

Como capillas que no aparecen en las guías de turismo, te presentaría tres, aunque sólo tengo imágenes de dos. La primera la encontré en un rincón y a la altura solamente alcanzable con el zoom del teleobjetivo. Es una repisa para un gato. Tiene toda la apariencia de una capilla dedicada a un santo. No sé qué significa. Nada indicaba que encarnara algo especial. Pero alguien se había tomado la molestia de hacer fraguar con detalle la pletina que sostienen la diminuta plataforma sobre la que se asienta un gato con mirada penetrante. Si te quedas mirándol te hipnotiza.

La segunda capilla está en una de las calles principales, pero tampoco aparece en las guías turísticas, ni te la enseña nadie. Ninguna de las muchas personas que pasaban por aquel pasadizo subterráneo de la Avenida Nevskii, punto neurálgico de la ciudad antigua, desaceleraba su paso para dedicarle una atención. Atrajo mi atención un ramo de flores frescas pegadas a la pared con cinta adhesiva.

- ¡Esta sí que es una capilla de verdad, y no las que te inventas! , me dije. Levanté la mirada para descubrir al “santo”

El santo era Lenin, como puede leer quien aplique a la leyenda el alfabeto griego que aprendíamos en el bachillerato. Entiendo que la última palabra es “biblioteca”.

- ¡Que es natural que Lenin tenga su capilla en la ciudad en la que generó sus ideas revolucionarias!

- Claro

- ¡Que es natural que Lenin tenga una capilla en la ciudad que llevó su nombre durante décadas!

- Claro.

- ¡Que Lenin es n ejemplo de autoeficacia!

- Claro! Por hacer efectivas sus ideas sufrió persecución y destierro. ¡Qué importa que no comulgues con susideas!

Lo que sigue atrayendo mi atención es que no tenga un monumento como sus odiados zares. Lo que sigue aguijonando mi cabeza es la idea de saber que alguien sigue tomándose la molestia de colocarle flores frescas. Alguien le revive en su memoria, le quiere, le añora y devotamente le pega torpemente unas flores frescas a una pared lisa bajo su busto en altorrelieve. Un íntimo acto de ternura 86 años después de su muerte.
-¿Te imaginas lo que puede "rezarle" en todo el trayectomental desde el momento en que decide comprarlelas flores hasta que consigue que queden adheridas a la pared?. Esos son rezos de verdad.

Me queda la tercera imagen. Pero no te la puedo mostrar. Bien a mi pesar. Dolor que me impide olvidar a aquella viejecita, contrahecha, tocada con un gorro multicolor de ganchillo. En un imperdible gigante bajo el brazo enhebrados muchos más de muchos más colores. En su mano extendida mostraba, ofrecía otro a los viandantes que tuvieran la compasión de comprárselo. ¡No me veía yo con un gorro de tantos colores! Al día siguiente, transcurrida la noche, allí continuaba, estatua viva, mino de sí misma, buscando dignamente la manera de sobrevivir. Me duele la ausencia de aquella imagen en mi colección de fotos para mostrar la autoeficacia.




sábado, 26 de septiembre de 2009

FOTOGRAFÍA TERAPÉURICA















Este debe leerse como cotiuación del de agosto.


El estudio sobre la felicidad de los centenarios mostraba, también, la aportación matizada de otras variables a su autoeficacia y felicidad. Específicamente: los cuidados de la familia son importantes para la salud corporal; las visitas que hacen o reciben de no familiares, elevan su autoestima. La bifurcación de la influencia de familiares y no consanguíneos me llamó la atención. desde entonces mucho tiempo para procesar una idea descolgada. En el transcurrir de septiembre, la idea del valor diferente de quienes frecuentan o son frecuentados por los muy viejos ha aparecido con persistente intermitencia. Sin avisar, mientras leía sobre otros temas, aparecía como luz de alarma, para avisarme de que esos resultados que estba leyendo no le eran ajenos.
Una idea queda apeada, esperando el próximo transporte, mantiene la mente en ese momento mágico del atardecer, cuando el resplandor del sol todavía ilumina el paisaje, pero sin la suficiente intensidad que impida el encendido paulatino de las luces de neón o de gas. Ninguna de las fuentes luminosas domina a la otra y la suma de ambas crea apacibilidad, recogimiento. Espectáculo en abstracción. La mirada atiende, a veces, a los ríos de luz estáticos, que fluyen visualmente recorriendo, de tramo en tramo, las grandes avenidas; a veces, a los faros de los vehículos que reptan de continuo por la retina, un cosquilleo de caricia, festivo, chisporroteante y sonoro como la tira de mixtos restregada contra la rugosidad del granito. Sin intentarlo, sin estruendo pues, enfocamos la mirada sobre luz amarillenta, verde, teja, azul o blanca de las superficies sobre las que rebota elresto de luz solar. En todos los casos luz cálida, envolvente. Momento de fusión entre lo natural y lo elaborado.
La aportación de entrambas luces al paisaje no restalla. Sólo tiene el pecado de ser efímera, contrarrestada por la esperanza de su reaparición. Pasado el instante, las luces artificiales batallan por la conquista de la oscuridad. Al final la noche es un reino de taifas en el que deslumbran focos estáticos o transeúntes. Al observarlos, finamente se descubre el hilo de Ariadna que, tejiendo constelaciones, permite interpretar el laberinto de las antorchas encendidas.
En la mente, cada idea es una antorcha. Parecen desperdigadas, erráticas, meteoritos vagabundos, solitarios. En un momento aparece en el espacio mental una ráfaga pirotécnica que, soldando lo puntos dispersos, construye una palmera gigante. Un instante, una conjunción de lo disperso: la comprensión. Y aquella idea retrasada se ha erigido en la base donde engarzan y tachonan otras para formar una constelación: la trama del sentido o significado.
La idea aplazada, en nuestro caso: las visitas de los demás genera autoestima porque son una fuente creíble para auto valorarse, cualidad ausente en familiares que siempre ensalzarán o menguan (¡quién sabe!). Y al punto se entiende que este fue el primer experimento de la teoría de la atribución, en el que se ponía en duda la generosidad del súbdito que hace favores su jefe. También se engarzan la fuerza de todas las investigaciones sobre el poder de influencia que tiene el feedback informativo tras una ejecución laboral o académica. Resulta, también, que los parados y los jubilados pasan por el mismo proceso de incredulidad sobre el valer personal, porque se les ha privado de referencias con las que contrastar su valor. Una nueva idea se ensarta en el hilo del discurrir aportando la sugerencia enriquecedora de la comparación y visualización de los resultados de las acciones propias, lo que es fuente (la más importante) para juzgarnos o creernos auto eficaces. Resulta, también, que la autoeficacia es control de la vida personal. Y, siguiendo con esta espiral de combinaciones y deducciones, uno se sumerge en las investigaciones que han demostrado el esfuerzo que hacemos por defender nuestra independencia o recobrarla: reactancia psicológica para recuperar la libertad que sentimos amenazada, el imperativo de oponerse al chantaje del refuerzo externo devaluación lo que creemos haber ejecutado bajo soborno psicológico...


¡ Com para que las adminitraciones locales sigan construyendo vergeles en la periferis de la ciudades para que descansen tranquilos quenes ayudaron con su esfuerzo a que el municipio tuviera su identida.
- Eugenio, que tu relacionar te pierden.
- Nunca lo he considerado un defecto personal. Al contrario. ¿Qué es entender algo más que relacionar unos conocimientos con otros? Qué es entender más que aplicar los conocimientos a la realidad cotidiana? Algunas veces, formando parte de algún tribunal de oposiciones o de trabajos científicos, mantengo los ojos cerrados. ¡Buena señal! Las nuevas ideas me están transportando a nuevas deducciones o se me están abriendo nuevos viajes al interior de las hipótesis.
- ¿En resumen?, Eugenio.
- Esta debe ser otra virtud del científico. En resumen: las relaciones de los centenarios con personas no familiares aumenta su percepción de valer y de control de sus vidas, bien porque sus alabanzas sean creíbles o porque les sirven de comparación social, siempre ventajosa, como decía Heckhausen.
Cuando parece que tu mente está en reposo tras el no pequeño efuarzo de descubrir redes intelectuales que validan la misma conclusión (valided convergente, se llama), un nuevo fogonazo te ilumina e induce (o abduce) a seguir la nueva luz que titila en el horizonte.
- “Mira que interesante”, rezaba un correo electrónico que Ana Ullán me enviaba hace tan solo unos días. En correo traía adosado un artículo de Frith y Harcourt titulado: Using photographs to campture women’s experiences of chemotherapy: reflecting on the method. Una nueva experiencia, una nueva metodología, para descubrir los estados de ánimo por los que pasan mujeres diagnosticadas de cáncer de mama. Como metodología consiste en entregarles una cámara fotográfica desechable que contiene 27 disparos. Son libres de hacerlos cuando lo consideren oportuno para reflejar su estado de ánimo y los pensamientos que pasan por su mente referidos a los efectos de la quimioterapia. )La caída del pelo es el cambio más llamativo y preocupante). Reciben las cámaras al comienzo del tratamiento y han de devolverlas, por correo, al finalizarlo. Luego, con las imágenes delante, se hacen las entrevistas personales. Dado que la finalidad del artículo es metodológica, los autores concluyen, principalmente, que, con las fotografías delante, las mujeres aportan más información que en las entrevistas tradicionales y rutinarias.
- ¿La verdad? La lectura del título era tan interesante que llegué a mis propias conclusiones antes de comenzar su letura. Durante el repaso de las diez páginas de exposición, sin embargo, mi decepción fue in crescendo.
Esperaba que la fotografía les hubiera ayudado a sobrellevar su enfermedad, y de eso no encontraba nada. Mucha transcripción de grabaciones. Y ¿todo esto par qué? Me preguntaba. Habiendo extraído ya mis conclusiones, llegué a las de los autores. A punto de abandonar la lectura advierto que las conclusiones de los autores ocupan apenas una página. Ya de puestos. Leí las de los autores. Al final de la última columna, casi como apéndice, afirman: They can retain control over when, how, and how often they engage with the research; and they can control what images of themselves and their experiences are generates.
Toda la teoría de la autoeficacia se puso en pie. El libro de Bandura se titula “Self-efficacy. The exercise of control”. Aunque los autores no lo intentaran, me acababan de recordar que, tener el control de algo, es fuente de autoeficacia y que la autoeficacia genera la sensación de control. Y que sentirse auto eficaz sobre el entorno que interesa, genera sensación de valer y de dignidad personal. La hipótesis que el título había despertado en mi suponía que el hecho de tener que realizar un encargo sacaría a las mujeres, al menos por momentos, de los pensamientos de indefensión y menosprecio. Los atores acababan de mostrarme que, además, las cámaras les otorgaron la percepción de control: algo dependía de ellas y sólo ellas eran capaces de llevarlo a término.
Recompongamos el mundo de estas personas, nada diferente de lo que las personas ajenas aportaban a los centenarios. La situación anímica puede ser la misma, según Heckhausen. En las palabras de un diagnóstico que duran una milésima de segundo: “tienes cáncer”, el mundo se desvanece. Se acabó el presente y el futuro. Un día, a punto de iniciar la quimioterapia, alguien les entgrega una cámara de fotos con la que han de disparar 27 de diferentes momentos de su vida. Tienen que pensar cuándo, cómo, y qué. Decisones exclusivamene personales. Tienen control. Y, adquirido algo de control, se ha fundamentado el siguiente que, con el próximo, forman la zapata sobre la que levantarán el nuevo edifico de su vida.
¿No hemos experimentado la sensación de enseñoramiento y poderío cuando instalamos un programa de ordenador y funciona? Recuerdo los tiempos en que se programaba en Basic. Al cabo de horas de if, and, or, go to, loops “y retornos”, introducías los datos y si la pantalla mostraba los resultados, se percibía la sensación de hacedor, de agente, de causante. Esto animaba a nuevos desafíos, que superados y superados, se terminó por perder la ansiedad a verse perdido en el mundo de la informática.
Generar sensación de dominio sobre lo que nos rodea, aunque el dominio parezca insignificante, es el mejor regalo de la vida.
Para penetrar en la influencia del control en el estado saludable, habría que recordar también las excelentes investigaciones de Elen Langer. Pero eso, para octubre. Son muchas las conexiones que se me han puesto en pie a partir de la idea, aparentemente ingenua y secundaria de la influencia de los no familiares en la autoestima y autoeficacia de las personas centenarias.

jueves, 7 de febrero de 2008

Autoeficacia y reincidencia en el delito

Llevo un tiempo sin escribir. No ha sido ni por falta de tiempo ni de temas. Simplemente, porque me entretiene finalizar una publicación sobre auteficacia y delincuencia. Y sobre esto voy a escribir hoy.

Parto de un silogismo tan simple como el siguiente, y le voy a dar forma aristotélica:



*La autoeficacia ha demostrado ser una variable causal, directa o indirecta, del comportamiento.

*Es así que la conducta delictiva es un comportamiento.

*Luego la autoeficacia debe explicar la conducta delictiva.



No, de ninguna manera voy a tratar de probar esta conclusión. Para eso estoy escribiendo el libro.



El acicate para escribir sobre este tema me lo proporcionó un alumno al tener que responder a las preguntas planteadas tras una conferencia. ¡A veces uno se da cuenta de que la inteligencia no se acabó cuando crearon la suya! Muy a menudo, quienes escuchan son más inteligentes que quien habla. Qué poco agradecidos somos los profesores con los alumnos. Cuántas ideas han proporcinado y luego no se les menciona ni en la bibliografía, ni en un pie de página. Es un plagio que debería 'pagar un canon'.



Sotenía yo que si la autoeficacia es causa de la delincuencia, deberían uilizarse los mecanismos que la generan (ejecución, modelado, persuasión e inferencia de los estados emocionales y corporales) no para crear autoeficacia, sino para generar ineficacia. Quien no se juzga capaz de ejecutar una acción no la practica.

Piénsese,por ejemplo, en la ejecución personal como fuente principal de autoeficacia. Cuando alguien ejecuta una acción con éxito y se la atribuye a sí mismo, genera expectativas de poder volverla a relizar. Pero si alguien inicia un curso de acción y fracasa, difícilmente se juzgará capaz de volverlo a intentar. Por lo mismo, si en la estrategia de implantar la apreciación de autoeficacia para hacer algo, es poca la insistencia en que no se produzca un fracaso temprano, en la implantación de la ineficacia para delinquir se debe procurar que el aprendiz de delincuencia tenga un fracaso temprano. Como la disciplina dentro del hoga y el que los padres sepan donde, cuándo y con quién salen sus hijos aparece en todos los estudios como variable incompatible con la delincuencia, quizás se deba a que semejante control augura un fracaso en los mismos orígenes de la desviación.



Entonces, argumentó quien me había escuhado, ¿cómo se explica que las personas que han pasado un tiempo en la cárcel vuelvan a reincidir cuando salen de ella? Han fracasado y viven durante un largo tiempo con otros que también perecieron en el intento. Sería motivo suficiente para abandonar el camino del fracasado de la delincuencia, y sin embargo reinciden.



No pude menos de darle la enhorabuena repetidas veces. La pregunta es fantástica para la criminología.



Las respuestas, desde la teoría cognitvo social, se me agolpaban a borbotones. Me hubiera gustado comenzar mi conferencia en ese punto. No sé si la velocidad de mis palabras le dejaron claro algo de lo que le respondí.



La primera de las respuestas era, sin duda, inesperada. Quienes han vivido gran tiempo entre rejas han aprendido la normas del Internado, que diría Goffman. Conocen sus códigos de conducta, lo que les da seguridad en lo que emprenden. Pero no saben si serán capaces de adapatrarse a las reglas de los externos. Al salir, perciben la inseguridad y delinquen abiertamente para que les vuevan a conducir al 'maravilloso' reino donde gobierna "la (su) seguridad. Reinciden porque se juzgan incapaces de vivir fuera de la trena. In deed, it is not surrprising that habitual offenders often become troublesome just before the time of release ; in fact, many verbalize their anxieties about facing life on the outside. It would not, therefore, be surprising if some antisocial personalities were motivated to commit offenses in a manner that insures their return to the institution.(Bandura y Walers, 1959)



Es una posible exlicación de la reicidencia. No la más convincente. Es más razonable pensar que la reincidencia de los hallados cumpables y condenados por la ley se explica por su tenaz autoeficacia.

Cualquier texto de autoeficacia realza lo persistente que es el autoeficaz en perseguir sus propósitos. La elección de una actividad, el desarrollo del esfuerzo necesario y la persistencia ante las dificultades, le son sstantivas. ¡No faltaría más que un suspenso detuviera la carrera del autoeficaz!. Pues, de idéntica manera, el haber sido condendo una vez no basta para que el delincuente se juzgue incapaz de volver a realizar las misas conductas. Aún más, el fracaso es un acicate del autoeficaz. Nunca se insistirá suficiente en la imperiosa necesidad de evitar un fracaso inicial en aquel que quiere modificar su conducta o iniciar la que hasta ahora se percibía como incapaz. Pero una vez que esa confianza en la propia capacidad se ha ha adueñado de la persona, el fracaso es un toque de atención para no dormirlse en el dulce lecho de los éxitos del pasado. El fracaso es un reclamo de nuevos esfuerzos. El autoeficaz que fracasa atrivuye tal contratiempo a las circunstancis que no tuvo en cuenta o a la falta de esfuerzo personal o a la falta de habilidades que puede fácilmente aprender. En definitiva, la reincidencia se explica porque el delincente se siente capaz para no volver a cometer los mismos errores que le llevaron a la condena.

Existe otro aspecto de la teoría cognitivo social que completa la explicación anterior abundando en la autoeficacia como causa de la reincidencia. La propia ejecución personal, que el sujeto realiza en la carcel al ejecutar continuamente con éxito su propio delito.

No, no estoy afirmando que en la cárcel siga deinquiedo. Lo que quiero decir es que la gente conoce poco las útimas investigaciones de Bandura sobre el modelado.

Entre los años 80 y comienzos de los 90, Bandura publica con Carroll, una serie de cuatro o cincon investigaciones sobre la ejecución modelada. Se trataba de copiar un movimiento de la mano muy semejante a lo que es un saque en la pista de tenis. Existía la posibilidad de observar al modelo y luego repetir una y muchas veces el mismo ejercicio con la propia mano. Pero existía una segunda posibilidad, que consistía en observar el modelo, hacer algunos ejercicos de repetición física y luego retirarse a solas a pensar y repensar cada uno de los momentos del movimiento. Las investigaciones son un poco mas complejas, pero la esencia de lo que me interesa presentar aquí es lo que he dicho. Cuando luego, a la hora de la verdad se tenía que ejecutar el movimiento de la muñeca, lo realizaban mejor los que lo habían ejecutado mentalmente que los que lo habían ejecutado físicamente. El verdadero truco de estas investigaciones está en demostrar que algo no se aprende hasta que no se tiene en la cabeza el esquema minucioso de todo el curso o progreso de la acción. Y para grabar ese esquema es más eficaz la combinación de la ejecución física con la ejecución mental. Hay que repasar mentalmente para terminar arpendiendo algo definitivamente. Es más, hasta que lo aprendido no halla su reflejo en la aplicación práctica, no se ha aprendido.

Si todo esto, bien examinado, no es algo que nos suene extraño. Cuando hemos tenido un pequeño o gran percance con la bicicleta, estamos repitiendo mentalmente la acción para no volver a caer en la misma curva. Ignorantes de estos procesos mentales, los padres suelen prihibir a sus hijos que vuelvan a coger la bicicleta, o la moto. En realidad, después de tantos repasos mentales, los hijos pueden sentirse más capacitados para volver a subirse en el sillín. En el mismo orden de cosas, hay profesores que prohiben rigurosamente hablar en clase. Si se fijaran en el momento en que surje la conversación, harían bien en detener su explicación hasta que el compañero le explique a su vecino lo que no ha entendido. Cuando vea que el interlocutor hace el gesto de admiración: ¡Ah, sí!, puede contuar sus explicaciones.

Probado, por la investigación y por la experiencia personal, que aprender es generar esquemas mentales del curso de acción, olvidémosnos de los padres ansiesos por la salud de sus hijos y del profesor que permite reflexionar a sus alumnos. Volvamos a la cárcel.

Si algo tiene en abundancia el interno es tiempo. Tiempo para pensar. Muchos momentos en los que darle vuelta atrás a los acontecimietos que le le han llevado hasta la prisión y ejecutarlos de nuevo, de manera distinta, de mil maneras. Tantas veces los repite que podría caminar por el lugar del delito con los ojos cerrados. Esto es ejecutar la conducta delictiva en la cárcel. Por desgracia, con demasiado tiempo para hacerlo. Por eso, no recuerdo que preso famoso, afirmaba que en la cárcel se fraguan los delitos más graves y sofisticados. Abunda el tiempo para panificarlos milimétricamente.

La reincidencia de quien ha fracasado no es una objeción contra la autoeficacia como causa de la conducta delictiva. Todo lo contrario. Es la autoeficacia la que explica esa reincidencia. Luego mantengo el silogismo al que objetaba el alumno inteligente.

Bueno, bueno. Sin olvidar algo esencial ,que la autoeficacia es una apreciación personal. Y no digo yo que el haber sido condenado una vez no pueda ser causa de que el delincuente se considere ineficaz para el futuro. Desde luego, existen más probabilidades de que se genere apreciación de ineficacia mandando a alguien a la carcel (lo que es un fracaso en su conducta delictiva) que no habiendo experimentado nunca lo que es la falta de libertad en el intenado.