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lunes, 26 de septiembre de 2011

EL PEOR MALTRATO



Quedamos de vez en cuando para comer o cenar, con frecuencia para pasar juntos una tarde o una mañana entera. Los conserjes ya no llaman preguntando si les pueden dejar pasar porque les reconocen como nuestros nietos.

Los dos medianos han establecido su propia manera de abordar nuestra casa. El bloque en el que vivimos es el más alejado de la conserjería. Para alcanzarlo hay que caminar unos cien metros flanqueados de edificacios blancos de tan sólo tres alturas. Un camino central de placas de hormigón blanco, dividido en dos acerones separados por una franja de hierba siempre verde, miniatura de boulevard, les conduce hasta nosotros. Traspasada la puerta de la urbanización, retozan ante la atenta mirada de su madre. Se desafían en las carreras, saltan de la acera blanca a la alfombra verde, les detienen las flores que la estampan y se retan a ver quién llega primero bajando apresuradamente los escalones que dan al portal. Nosotros, desde el ventanal de dos metros y medio de largo que ilumina el salón, los hemos visto acercarse.

También hemos oído sus voces subiendo las escaleras por las que se asciende al segundo piso. De repente se hace el silencio. El siseo del ascensor se apaga ante nuestra puerta. La campana electrónica de doble tono nos reclama en el vestíbulo. Abrimos, pero sólo aparecen la madre, nuestra hija.

-¿Y los niños?

-No han venido, tienen un cumpleaños de un amigo

-¡Vaya! ¡Con la gana que tenemos de verlos!

-Pues no. Otro día será.

Cerramos la puerta e intercambiamos novedades. Suena de nuevo la campana electrónica. A veces ha pasado un buen rato, tanto que hemos llegado olvidarnos de que los niños están fuera, escondidos detrás de la barandilla de mampostería que conduce al tercero y último piso del bloque.

-¿Quién será? ¡Ya no esperamos a nadie!

Abrimos la puerta y aparecen alborotadores él y ella, forcejeando por ser el primero en besar a los abuelos. La tranquilidad, el orden y la serena rutina que abraza nuestra casa se liberarán por unas horas, para nuestro gozo.

-Abuelo, ¿nos vamos a tu despacho?

Para los dos el sitio de entretenimiento en mi casa es mi despacho. Siempre he sido muy niñero. Cuando tengo conmigo a un niño me convierto en charlatán y juguetón. Me transformo en perro o gato, camino a gatas, imito sus balbuceos o, a medida que crecen, juego con ellos a lo que a mí me gusta jugar, a lo que a mí me divierte. Y he descubierto que ellos también se recrean con los juegos de los mayores. El ambiente que habita el despacho de un catedrático de universidad es, para los niños, como para mí, el lugar donde habitan los duendes de sus cuentos. Los lomos manoseados, las carpetas de documentos que recorren las estanterías, la variedad de colores de los volúmenes desiguales que zigzaguean por los anaqueles, los montones de papeles sobre la mesa, escritos con pluma estilográfica que ellos no han manejado jamás, la torre del ordenador con la pantalla y la impresora, todo ya pasado de moda, teniendo en cuenta la pronta desaparición de los mismos, a la vez que las pluma digital que escribe y dibuja en la pantalla los mismo que se escribe y dibuja en el papel, pero con la particularidad de poder cambiarlos colores del trazo, les debe evocar y objetivar a los magos o sabios de los cuentos.

El problema no lo tienen ellos, lo tengo yo que debo buscar cómo introducirles en este mundo en el que se aprende algo cada día y cada momento pasa acrecentando las pericias.

Desde que estudiara uno de los artículos que más conformaron mi mente de aprendiz de psicólogo social: La mera presencia, de R.Zajnc (1968) me he esforzado por enseñar a crear ambientes dentro del hogar donde los niños se familiaricen con ramas de la cultura que de otra manera serían un aburrimiento. Crecer en un ambiente en el que de vez en cuando se escuche música clásica, en el que la lectura sea una costumbre, las visitas a museos y exposiciones citas obligadas de una ciudad, museos de la ciencia, planetarios, acuarios, conciertos, etc. La mera presencia, enseñó Zajón, genera querencia.

-No te pases, Eugenio.

-Ya me parecía que esto se me iba a entender mal. Yo no imparto clases de psicología ni de música, pintura o literatura a mis nietos. Sólo pequeñas pinceladas de vez en cuando.

-Qué rollo de tío debes ser.

-Es posible, pero para mis nietos mi despacho de catedrático es su sitio preferido en mi casa.

Me siento en mi sillón y cada uno de ellos en cada una de mis rodillas. Abro el ordenador y abro una página. A veces escribimos una carta a su mamá que luego le enviamos por correo electrónico, otras le dedicamos un dibujo, muchas otras retocamos una imagen, que imprimimos a continuación. Yo voy explicándoles cada uno de los movimientos que hago, para qué sirve y cuáles son sus efectos. Luego, cuando yo termino, lo normal es que se peleen por ser ellos los primeros en repetir lo que yo acabo de hacer. Y así se nos pasan las horas sin darnos cuenta, ni a ellos ni a mí.

-Abuelo, ¿nos vamos a tu despacho?, vuelven a repetir cada retorno y sin apenas habernos saludado. Los niños no se aburren aprendiendo, al contrario, se divierten y mucho. Con frecuencia, las cosas no le salen como esperaban o como me habían salido a mí. Yo aprovecho para comunicarles, a su manera, la psicología que he explicado en la clase: no importa, todo se puede aprender, sólo el que corrige sus errores es el que aprende y llega a saber mucho, lo importante es perseverar hasta que las cosas salen bien, pero no hay que conformarse hasta que salgan bien. Y mis nietos me preguntan en cada reencuentro -Abuelo, ¿nos vamos a tu despacho? Y cuando, en medio de esta actividad tan lúdica, tengo que abandonarles, se contrarían y me requieren para que retorne pronto.

Yo ahora me entretengo mucho con la fotografía, ya lo he dicho otras veces. Creo que a ellos también les debe entretener. Tengo disponibles las tres cámaras digitales que he utilizado en los últimos años, tres peldaños en los niveles de exigencia. He asignado las dos primeras a cada uno de ellos. La nieta, que es la mayor, lleva consigo su Canon Eos 400D, a veces salimos por la urbanización a hacer fotos. Al principio disparaba a todo lo que se movía, a cada flor del césped o de los arriates. Le voy explicando cosas de la luz, de por qué las fotos, a veces, salen blancas o negras, qué es la apertura del diafragma (como el tiempo que entra la luz por un agujerito que le enseño directamente en la cámara). Todo le interesa y me lo explica con sus propias palabras y gestos.

La primera vez que puse la Sony en las manos del más pequeño, cinco años recién cumplidos, no salimos al jardín, permanecimos en casa. Jugamos a fotografiar objetos del salón. Comenzó a fotografiarlo todo. Todo, todo. Después de un rato, lo subí a mis rodillas (yo sentado en el sillón de mi despacho) y fuimos viendo cada una de las imágenes. Con la misma paciencia con la que mi Profesor de Fotografía en la Facultad de Bellas Artes, le fui mostrando cómo algunas estaban torcidas, otras tenían objetos cortados, otras estaban quemadas y no se podían ver, otras tenían tantas cosas que no se podía saber qué es lo que había fotografiado.

-Si, de verdad, me había propuesto enseñarle una de las tareas más importantes y complejas de un fotógrafo: la composición de la escena.

Después de aquella lección, salimos los dos de nuevo a la caza de objetos. Le enseñaba cómo un objeto que aparece teniendo detrás una barra de una ventana quedaba feo y cómo, si lo centráramos entre los dos barrotes de la ventana, parecería que los estábamos colocando dentro de una cuadro, como los cuadros colgados en las paredes. Tras este nuevo intento volvimos a mi despacho, al misterioso despacho de catedrático. Lo volví a sentar en mis rodillas y examinamos cada una de las tomas. Ahora era él quien las juzgaba. Lo había entendido.

Habíamos pasado jugando a ser fotógrafos de verdad más de una hora. Había aprendido a enfocar y manejar el zoom para llenar la pantalla con el objeto que interesaba . A mí me pareció que aquello debía terminar.

-Abuelo, ¿puedo quedarme con la cámara y hacer más fotos?

-Si, hijo, todas las que quieras.

Estaba claro que aquel juego de mayores le había interesado, de manera especial desde que entendió que hacer fotografías no era sólo disparar, como había hecho otras veces. Lo dejé solo.

Se echó la correa al cuello, como yo le había indicado, para que la cámara no se golpeara. La cogió con las dos manos y volvió al salón. Le observé detenidamente. Un niño de apenas un metro de estatura, con la correa de la cámara colgándole hasta las rodillas, pantalón corto color caqui, camiseta semi camuflaje, sandalias abiertas frailera sujetadas sus trabillas con fieltro. Paseaba despacio, tranquilo, mirando detenidamente cada uno de los objetos como cazador que barrunta la pieza que no quiere asustar. Levantaba la cámara cogida con ambas manos, miraba en la pantalla, se movía hacia un lado u otro en pasos cortos, movía el zoom de la cámara para acercar o alejar el objeto y apretaba e botón de disparo. Luego observaba en el visor el resultado.
Seguía buscando y disparaba de nuevo. Ninguno de los disparos lo hizo de manera precipitada, tuvo la paciencia de mirar el objeto desde distintos ángulos de toma, de enmarcarlo en el entorno y disparar. Pensé que volvería a fotografiar los objetos que habíamos ensayado durante el aprendizaje, pero no, buscó objetos nuevos, composiciones distintas.

Pasado un rato se dio por satisfecho y quería que le viera lo que había hecho. Lo volví a sentar en mis rodillas, en el sillón de mi despacho, y vimos sus fotografías, las hechas por sí mismo, sin ayuda. Las tomas eran buenas. Una muestra es la jarra que encabeza este tema. Sus ojos redondos, sus dientes blancos, de leche, sus mejillas sonrosadas expresaban el disfrute, el goce, la satisfacción y la autoestima que sentía cada vez que le alababa alguna de sus tomas. Hasta su pelo pincho se erizaba.

A los niños les gusta jugar a las cosas serias a las que juegan los mayores. Y entienden que eso no se consigue sin esfuerzo y sin dedicación. Y están dispuestos a hacerlo para sentirse un poco más capaces ,más autoeficaces. La cara de satisfacción de mi nieto de apenas cinco años (si es que no tenía todavía 4) es un goce que no debe hurtarse a los niños. Quien les priva de tal placer los maltrata. Les inflige el mayor de los daños: no disfrutar de la superación personal.

domingo, 17 de mayo de 2009

FRANK PAJARES



Un vez más las casualidades de la vida determinan nuestras actuaciones. A veces ofrecen alegrías, otras penas. El tema de este mes estaba reservado, adelantándose a otros en mente, a comunicar la publicación mi libro sobre Autoeficacia y delincuencia, Editorial Dykinson, Madrid. Tenía destinado un ejemplar para Frank Pajares, mallorquín aposentado en Estados Unidos de América y profesor en la Facultad de Educación de la Universidad de Emory. La serie de correos intercambiados últimamente entre nosotros, que presento a continuación, dan fe de ello. Pero, mis intentos por ponerme en contacto con él durante el último mes habían fracasado. ¿Habría cambiado de Universidad? ¡Es tan propio de los profesionales norteamericanos! Pero no, porque su correo seguía estando entre los Profesores de la Universidad de Emoy. Pero también esa captación me rechazaba el mensaje Finalmente recurrí a quien me lo podía dar con toda seguridad: Albert Bandura. Pero Bandura no me lo pudo facilitar. Me comunicó hace unos días, que Frank había fallecido de una afección pulmonar.

Hola, Frank, finalmente tengo en mi mano mi libro sobre autoeficacia y delincuencia. Más de 200 páginas en las que intento probar cómo la autoeficacia es variable esencial a la hora de explicar y prevenir la conducta delictiva. La segunda parte se centra en la gestión personal (self management), estoy intentando introducir esta traducción como propia de la teoría cognitivo social, como modo de vincular a las personas moralmente. Quiero que me envíes tu dirección para poder enviarte un ejemplar dado que te consideramos un poco el depositario intelectual de todo lo referente a la autoeficacia. Un saludo


I just finished your piece, and it’s really wonderful. Of course you should send it to him. It’s absolutely wonderful.


Tel: (404) 727-1775/Fax: (404) 727-2799
Web:
http//des.emory.edu/mfp

From: Eugenio Garrido [mailto:garrido@agora50.com] Sent: Sunday, November 02, 2008 2:21 AMTo: Pajares, FrankSubject: cognitvosocial: ENFERMERA ATASCADA EN UNA TRAMPA DE ARENA

Eugenio Garrido te ha enviado un enlace a un blog: Frank. Hace días que he escrito este tema sobre la mujer de Bandura. Me he atenido a lo que he podido saber y es público. Dime si te parece adecuado que se lo envíe el al mismo Bandura. Saludos. Cuando salga el libro sobre Autoeficacia y delincuencia te enviaré un ejemplar

From: Pajares, Frank
Sent: Tuesday, November 04, 2008 2:16 PM
To: Eugenio Garrido
Subject: RE: cognitivosocial : ENFERMERA ATASCADA EN UNA TRAMPA DE ARENA

I just finished your piece, and it’s really wonderful. Of course you should send it to him. It’s absolutely wonderful.
Dear Alb, to be sure that my message arrive to you, I'm using this old missive to say you that my book on self-efficacy and delinquency is already printed. I have sanded to you a copy. Of course it is in Spanish, but you can have a sign that I continue working in self-efficacy. And I continue with my book on your theories. Simultaneously I have de contract to write a book on self-efficacy and continuous training in organizations. As you can see, I work now more than in my post as full professor. Best wishes to Ginny.
A request, my notebook in my electronically agenda is lost and I find it impossible to send a message to Frank Pajares, even by the email of the university of Emory, Would you send it to me. Thanks.
Dear Eugenio: It is good to hear from you and to get a progress report on your activities. You are remarkably productive. Congratulations on your recently completed book. I look forward to seeing it. I have had an unusually heavy load of commitments and feel bad for not providing you with the information you requested earlier. After our academic year ends I will send you the information you requested. I am sending as attachments a few new items that may be of interest. Tragically, Frank Pajares died of a respiratory disorder a few months ago. He was a immeasurable help in publicizing my work worldwide. His passing is a great loss to the field and to me personally. Ginny joins me in sending you folks our warm regards. Best wishes, Al



Ha sido difícil apartar el pensamiento de la noticia de su muerte. No le conocía personalmente, pero le apreciaba mucho. En estos momentos uno echa mano de sus conocimientos psicológicos y se da cuenta de que los procesos psicológicos que estudiamos y enseñamos funcionan realmente en la vida. No puedo menos de decir que la teoría de la mera presencia, de Bob Zajonc, que tantas veces expliqué, ha funcionado en mi relación con Frank. Tanto roce generó querencia. Nos hemos escrito muchas veces, me ha alabado lo que le enviaba para su web, ha dado resonancia a mi labor como difusor e investigador en el ámbito de la teoría cognitivo social, y, como a mí ,se la ha dado a tantos otros de habla hispana. Su página sobre autoeficacia era el resonador mundial de la teoría de Bandura. Entiendo perfectamente que Bandura sienta su valiosa colaboración. Bandura más que nadie, pero los demás también notaremos, como diría Ortega, que brilla por su ausencia.
No puedo hacer una semblanza de su vida personal. Lo traté solamente por email. Pero sus correos siempre eran positivos, animaban a continuar en el trabajo y conseguir nuevas metas, a sentirte más autoeficaz. Gracias Frank en mi nombre en el de quienes ayudaste a mantener unidos y prestarnos ideas.
La pregunta que nos deja es ¿quién continuará su página Web sobre autoeficacia?
Frank, donde quiera que estés, si estás, ten en cuenta que has vivido una era maravillosa en la que la memoria trasciende las personas y es global. Supiste aprovechar esta memoria universal que es la red de redes para impulsar la autoeficacia. Tu presencia queda en ella animándonos, y, mientras consultamos tu página, te recordaremos, seguirás en muchas multiplicado en muchas memorias.

viernes, 26 de septiembre de 2008

AUTOEFICACIA Y DISFRUTE DE LA VIDA







No puedo explicarme por qué, pero esta caja de cerillas me ha acompañado durante diecisitiete años.



Una tarde, como muchas otras, sentados en el salón de la casa victoriana de Rudy y Gloria, en la ciudad de San Francisco, charlábamos sin la urgencia de las manecillas del reloj. Rudy , de procedencia italiana, era Presidente de una Universidad de Postagrado en San Francisco; Goloria, filipina, coordinaba los pogramas educativos en otra. Nos acompañaban Gustavo y Larry. A Gustavo lo conocimos en 1972 en Salamanca, cuando dirigía el Programa que la Universidad de Stanford tenía en la del Tormes. Profesor joven, inteligente, con la mente abierta para considerar sin prejuicios lo que no le era familiar. Tan generoso como curioso. Nunca pronunciaba la palabra imposible : "No es fácil, pero déjame pensar", decía. Al final, irremediablemente, te hacía el favor. Nos cuidábamos de expresar deseo alguno, pues su generosidad se distinguía por el detalle preparado para el encuentro próximo. Aquel mismo año de 1972 conocimos a Larry cuando vino a visitarl a Gustavo. Callado, pero con gran sentido del humor. Una amistad dura que perdura. Gustavo y Larry nos presentaron al matrimonio Rudy y Gloria en 1978 en nuestro primer viaje a Stanford.



Estábamos sentados aquella tarde de 1991 en el salón de la casa victoriana de San Francisco. Sobre la mesa baja, impregnada todavía del cremoso aroma de un café capuchino, había un cesto filipino lleno de cajas de cerillas. Mi curiosidad y mi manía de tener siempre algo entre las manos, las metí en aquel desordenado montón de logotipos y teléfonos. Cada una tenía la dirección de un hotele o un restaurante. Un puzzler abigarrado de colores. Tenemos la costumbre de coger las cerillas de propaganda, me dijo Rudy. La idea me resultó curiosa. Desde entonces, como un acto reflejo, he recogido cuantas cajas de cerillas de propaganda he encontrado. Las iba metiendo en bolsas con la intención de ordenarlas algún día. Nunca lo hice. Como además dejé de fumar el 12 de febero de 1978, siguiendo un programa de autogestión, tambpoco las veía. Al mudarme de casa recientemente, se las regalé a un familiar, que las tiene a la vista. Me entretengo manoseándolas irresistiblemente cuando le visito. Vuelvo a leer los nombres de los restaurantes y de los hoteles. Admiro la ingeniosidad de los diseños de los estuches y la belleza de los logotipos. La mayóría de los establecimientos que allí aparecen han desaparecido. Entiendo ahora a los coleccionistas de cosas insignificantes, porque el tiempo les concede categoría de documento histórico. Cuando mi familiar obseva la devoción infantil con la que las manoseo quiere que me las vuelva a llevar. Me lo etoy pensando.



Pero esta caja de un restaurante de San Francisco nunca fue a parar al magma oscuro de las dos grandes bolsas donde se confundían las demás, metidas en un cajón. La he tenido siempre en el cajón superior de mi mesa de estudio, en el que ubico las grapas, los clips, las cargas de tinta de las plumas estilográficas, las de los bolígrafos y las minas de los lápiceros, las tijeras, un poequeño destornillador, algún rotulador o iluminador de texto. Sí, el llamado cajón de sastre. Repito, no sé que hacía esta caja de cerillas en el cajón que, de tanto abrirlo y cerrarlo, termino por desgasterle sus guías. El desgaste de esta caja de cerillas se explica por la cantidad de veces que he tenido que apartarla para encontrar un clip o una carga de grapas.



Con el roce terminé cogiéndole cariño.Si algún día, de repente, al abrir el cajón, no hubiera visto el caballo blanco, lo hubiera echado de menos. Con expresión de Ortegay Gasset, hubiera brillado por su ausencia. Un buen ejemplo del fenómeno psicológico de la mera presencia de Zajon.



Cuado uno escribe espera que le lean también personas que desconocen la jerga que cada especialidad tiene. Todos estamos familiarizados con la jerga médica, que llama laringitis a lo que mi madre definía como tos de perro. Pero si uno quiere que le entiendan quines le leen tiene que traducir sus jergas. La mera presencia define un fenómeno o proceso psicológico por el que se llega tener querencia a los objetos y cosas con los que convivimos o nos encontramos infaliblemente cada día. Al ir hacia el trabajo encontramos con puntualidad personas cuyo rico mundo interior desconocemos. Tanto las vemos, que las tenemos por amigas sin haber cruzado nunca una palabra. De pronto, un día, les decimos, nos dicen: ¡Adiós. A la mañana siguiente seríamos groseros si les priváramos del saludo. Cuando, sin esperarlo, no podemos saludarles un día porque no aparecen, zozobramos pensando que les ha pasado algo, como si de un familiar se tratara. Al final, de tanto roce, le hemos cogido querencia. Ese es el fenómeno de la mera presencia como proceso psicológico que modifica o crea actitudes.



Si un día, al abrir el cajón de mi mesa de estudio, el caballo blanco no iluminara mi mirada, hubiera tenido alguna dificultad para proseguir mi estudio o mi escritura.



Esta caja de cerillas con su dirección y su teléfono la reogí una noche en la que cenamos con Bandura en el restaurante Lipizzaner de San Francisco. Bandura es un gran gurmet y disfruta enseñando a sus amigos los descubrimientos de nuevos restaurantes o nuevos vinos. Una de las secciones que primero leo del periódico es la de restaurantes y bebidas, para saber qué nuevos restaurantes o nuevos vinos aparecen y ienen buena crítica, para visitarlos o beberlos. Tengo pocas oportunidades, por eso aprovecho cuando me visitáis (me confesó al manifestarle que me sentia abrumado por tanta inviatación). Un día, en Beltramos, encontré unas botellas de Pesquera, no lo conocía: Fijate en este vino y no lo olvides, le dije.
Cuando en su biografía menciona sus excursiones a valles, montañas y desiertos de California o sus colaboraciones voluntarias para defender el medio ambiente, juntamente con Ginny, Mary y Carroll, uno le ve humano. Se esboza una sonrisa cuando se apropia las palabras del Senador Tsougas:nadie, en el lecho de la muerte, se lamentó por no haber dedicado más tiempo a su oficina. Se emociona cuando, ya fuera del texto científico, escribe glosando la figura de la Psicóloga alemana Margarita M. Baltes, a quien conocí en el Simposium Internacional celebrado en Marbach, (1993,) al que acudimos unas cuarenta personas de todo el mundo seleccionadas por el propio Bandura y que ella organizó: Qué felices fuimos porque Margarita participó en nuestra vida personal y académica. Cuánto la echamos de menos. Cobramos ánimo de su legado docente y de las memorias que nos legó.



En tono personal, Margarita estará al lado de mi mujer Ginny y a mi lado:




. En cada fesitival de Bach en Carmel




. En cada improvisada cena con añada excelente, al ponerse el sol, en las altas tierras de Carmel, observando el horizonte de Punta Lobos.




.En los picnics bucólicos en la bodega de Ruthford sobre los gloriosos viñedos del valle de Napa.




. En las los senderos tortuosos del monte Tamalpais




.En la diminuta ópera de de Villa Montalvo




.En los conciertos sinfinicos de la Filarmónica de Berlín




.En los santuarios culinarios del Chef Panisse y Auberge du Soleil.






Al leer sobre la teoría de la autoeficacia puede sacarse la apreciación de requerir un esforzado, persistente, sostenido control de cada micra de conducta o pensamiento. Es una percepción falsa. Quien entiende la teoría de la auatoeficacia llega al convencimiento de que el autoeficaz es feliz cuando avanza en la consecución de lo propuesto. No existe felicidad más grande que batir

la marca que uno se ha propuesto cada día o semana. Con la tranquilidad de haber logrado lo perseguido, se disfruta sin reservas de la música, la montaña o el dolce far niente. El que arrastra consigo la pesada carga de lo que se había propouesto y no ha logrado, no puede disfrutar escuchando a dos viejos saxofonistas negros, sentados en el umbral de una puerta del barrio chino de Sa Francisco, emulándose el uno al otro, soplando el metal por el puro placer de oirse el uno al otro sus limpias melodías, graves, repletas de metálicos sonidos armóniosos, urbanas. Sin tiempo ellos para dejar de tocar por puro placer y sin prisas tú porque no queda nada por hacer.