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viernes, 26 de septiembre de 2008

AUTOEFICACIA Y DISFRUTE DE LA VIDA







No puedo explicarme por qué, pero esta caja de cerillas me ha acompañado durante diecisitiete años.



Una tarde, como muchas otras, sentados en el salón de la casa victoriana de Rudy y Gloria, en la ciudad de San Francisco, charlábamos sin la urgencia de las manecillas del reloj. Rudy , de procedencia italiana, era Presidente de una Universidad de Postagrado en San Francisco; Goloria, filipina, coordinaba los pogramas educativos en otra. Nos acompañaban Gustavo y Larry. A Gustavo lo conocimos en 1972 en Salamanca, cuando dirigía el Programa que la Universidad de Stanford tenía en la del Tormes. Profesor joven, inteligente, con la mente abierta para considerar sin prejuicios lo que no le era familiar. Tan generoso como curioso. Nunca pronunciaba la palabra imposible : "No es fácil, pero déjame pensar", decía. Al final, irremediablemente, te hacía el favor. Nos cuidábamos de expresar deseo alguno, pues su generosidad se distinguía por el detalle preparado para el encuentro próximo. Aquel mismo año de 1972 conocimos a Larry cuando vino a visitarl a Gustavo. Callado, pero con gran sentido del humor. Una amistad dura que perdura. Gustavo y Larry nos presentaron al matrimonio Rudy y Gloria en 1978 en nuestro primer viaje a Stanford.



Estábamos sentados aquella tarde de 1991 en el salón de la casa victoriana de San Francisco. Sobre la mesa baja, impregnada todavía del cremoso aroma de un café capuchino, había un cesto filipino lleno de cajas de cerillas. Mi curiosidad y mi manía de tener siempre algo entre las manos, las metí en aquel desordenado montón de logotipos y teléfonos. Cada una tenía la dirección de un hotele o un restaurante. Un puzzler abigarrado de colores. Tenemos la costumbre de coger las cerillas de propaganda, me dijo Rudy. La idea me resultó curiosa. Desde entonces, como un acto reflejo, he recogido cuantas cajas de cerillas de propaganda he encontrado. Las iba metiendo en bolsas con la intención de ordenarlas algún día. Nunca lo hice. Como además dejé de fumar el 12 de febero de 1978, siguiendo un programa de autogestión, tambpoco las veía. Al mudarme de casa recientemente, se las regalé a un familiar, que las tiene a la vista. Me entretengo manoseándolas irresistiblemente cuando le visito. Vuelvo a leer los nombres de los restaurantes y de los hoteles. Admiro la ingeniosidad de los diseños de los estuches y la belleza de los logotipos. La mayóría de los establecimientos que allí aparecen han desaparecido. Entiendo ahora a los coleccionistas de cosas insignificantes, porque el tiempo les concede categoría de documento histórico. Cuando mi familiar obseva la devoción infantil con la que las manoseo quiere que me las vuelva a llevar. Me lo etoy pensando.



Pero esta caja de un restaurante de San Francisco nunca fue a parar al magma oscuro de las dos grandes bolsas donde se confundían las demás, metidas en un cajón. La he tenido siempre en el cajón superior de mi mesa de estudio, en el que ubico las grapas, los clips, las cargas de tinta de las plumas estilográficas, las de los bolígrafos y las minas de los lápiceros, las tijeras, un poequeño destornillador, algún rotulador o iluminador de texto. Sí, el llamado cajón de sastre. Repito, no sé que hacía esta caja de cerillas en el cajón que, de tanto abrirlo y cerrarlo, termino por desgasterle sus guías. El desgaste de esta caja de cerillas se explica por la cantidad de veces que he tenido que apartarla para encontrar un clip o una carga de grapas.



Con el roce terminé cogiéndole cariño.Si algún día, de repente, al abrir el cajón, no hubiera visto el caballo blanco, lo hubiera echado de menos. Con expresión de Ortegay Gasset, hubiera brillado por su ausencia. Un buen ejemplo del fenómeno psicológico de la mera presencia de Zajon.



Cuado uno escribe espera que le lean también personas que desconocen la jerga que cada especialidad tiene. Todos estamos familiarizados con la jerga médica, que llama laringitis a lo que mi madre definía como tos de perro. Pero si uno quiere que le entiendan quines le leen tiene que traducir sus jergas. La mera presencia define un fenómeno o proceso psicológico por el que se llega tener querencia a los objetos y cosas con los que convivimos o nos encontramos infaliblemente cada día. Al ir hacia el trabajo encontramos con puntualidad personas cuyo rico mundo interior desconocemos. Tanto las vemos, que las tenemos por amigas sin haber cruzado nunca una palabra. De pronto, un día, les decimos, nos dicen: ¡Adiós. A la mañana siguiente seríamos groseros si les priváramos del saludo. Cuando, sin esperarlo, no podemos saludarles un día porque no aparecen, zozobramos pensando que les ha pasado algo, como si de un familiar se tratara. Al final, de tanto roce, le hemos cogido querencia. Ese es el fenómeno de la mera presencia como proceso psicológico que modifica o crea actitudes.



Si un día, al abrir el cajón de mi mesa de estudio, el caballo blanco no iluminara mi mirada, hubiera tenido alguna dificultad para proseguir mi estudio o mi escritura.



Esta caja de cerillas con su dirección y su teléfono la reogí una noche en la que cenamos con Bandura en el restaurante Lipizzaner de San Francisco. Bandura es un gran gurmet y disfruta enseñando a sus amigos los descubrimientos de nuevos restaurantes o nuevos vinos. Una de las secciones que primero leo del periódico es la de restaurantes y bebidas, para saber qué nuevos restaurantes o nuevos vinos aparecen y ienen buena crítica, para visitarlos o beberlos. Tengo pocas oportunidades, por eso aprovecho cuando me visitáis (me confesó al manifestarle que me sentia abrumado por tanta inviatación). Un día, en Beltramos, encontré unas botellas de Pesquera, no lo conocía: Fijate en este vino y no lo olvides, le dije.
Cuando en su biografía menciona sus excursiones a valles, montañas y desiertos de California o sus colaboraciones voluntarias para defender el medio ambiente, juntamente con Ginny, Mary y Carroll, uno le ve humano. Se esboza una sonrisa cuando se apropia las palabras del Senador Tsougas:nadie, en el lecho de la muerte, se lamentó por no haber dedicado más tiempo a su oficina. Se emociona cuando, ya fuera del texto científico, escribe glosando la figura de la Psicóloga alemana Margarita M. Baltes, a quien conocí en el Simposium Internacional celebrado en Marbach, (1993,) al que acudimos unas cuarenta personas de todo el mundo seleccionadas por el propio Bandura y que ella organizó: Qué felices fuimos porque Margarita participó en nuestra vida personal y académica. Cuánto la echamos de menos. Cobramos ánimo de su legado docente y de las memorias que nos legó.



En tono personal, Margarita estará al lado de mi mujer Ginny y a mi lado:




. En cada fesitival de Bach en Carmel




. En cada improvisada cena con añada excelente, al ponerse el sol, en las altas tierras de Carmel, observando el horizonte de Punta Lobos.




.En los picnics bucólicos en la bodega de Ruthford sobre los gloriosos viñedos del valle de Napa.




. En las los senderos tortuosos del monte Tamalpais




.En la diminuta ópera de de Villa Montalvo




.En los conciertos sinfinicos de la Filarmónica de Berlín




.En los santuarios culinarios del Chef Panisse y Auberge du Soleil.






Al leer sobre la teoría de la autoeficacia puede sacarse la apreciación de requerir un esforzado, persistente, sostenido control de cada micra de conducta o pensamiento. Es una percepción falsa. Quien entiende la teoría de la auatoeficacia llega al convencimiento de que el autoeficaz es feliz cuando avanza en la consecución de lo propuesto. No existe felicidad más grande que batir

la marca que uno se ha propuesto cada día o semana. Con la tranquilidad de haber logrado lo perseguido, se disfruta sin reservas de la música, la montaña o el dolce far niente. El que arrastra consigo la pesada carga de lo que se había propouesto y no ha logrado, no puede disfrutar escuchando a dos viejos saxofonistas negros, sentados en el umbral de una puerta del barrio chino de Sa Francisco, emulándose el uno al otro, soplando el metal por el puro placer de oirse el uno al otro sus limpias melodías, graves, repletas de metálicos sonidos armóniosos, urbanas. Sin tiempo ellos para dejar de tocar por puro placer y sin prisas tú porque no queda nada por hacer.