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miércoles, 18 de noviembre de 2015

CINCO MIL EUROS PARA ENTERRARME


 

Después de tanto tiempo desaparecido, retorno  a este blog. En mis pensamientos, incluso intenciones, estaba presente.  Con seguridad, muy presente. De la contemplación de volver a escribir avanzaba hacia la intención, (según la teoría de los estadios de la acción), no terminaba, en cambio, de decidir el momento y el modo. Pero he experimentado lo que Marllatt denominó AVE: abstinence violation effect. Me siento incómodo por no escribir.

La fotografía, que  comenzó siendo un entretenimiento,  absorbe mis momentos de escritorio y me empuja hacia aventuras. Cada noche  me queda tarea para la siguiente madrugada. Y, en ella, no están los temas del blog.

Últimamente me estoy encontrando con varios  fotógrafos que, mediante sus cursos online, me recuerdan lo que tantas veces  leí, investigué, escribí y enseñé, dentro de la teoría cognitivo social: no desanimarse ante el fracaso, seguir y buscar nuevas salidas. Persistencia, persistencia, corrección, corrección; no dejar de disparar y editar ninguno de los día. Nunca conformarse con un resultado mediocre, y, si es bueno, siempre puede mejorarse.

David duChemin, fotógrafo norteamericano influenciado por el impresionismo pictórico, me acababa de proponer,  a las siete de la tarde de ayer, en su libro: De visual Imagination,  que dejara de leerle, que abriera la web y buscara obras de Turner, Monet,  Armand Guillaumin, Kandinsky, etc. Ante cada cuadro  debería preguntarme: cuáles eran mis sentimientos, qué elementos constituían la masa visual, qué equilibrio había entre  sus componentes, cómo se ubicaban  en el enmarque, qué papel jugaba el color, cómo recorría mi ojo la pintura siguiendo las líneas y los contrastes, qué incluía y qué excluía el artista. Tras este examen,   debería preguntarme, a continuación, cómo utilizaría yo los parámetros de mi cámara: apertura del diafragma, velocidad de disparo, cantidad del ISO y tipo de objetivo, para conseguir la misma impresión. Preguntas y más preguntas.

Entre los pintores mencionado,s elegí a Armand Guillamin  porque no recordaba nada de él ni en el  Jeu de Pomme, ni en la Estación d’Orsay.

El primer cuadro que analicé se titula: “Escena rivereña”.  La sensación que me produce es de relajación: un atardecer, como el que los psicólogos aconsejan para los ejercicios de relajación. El sol de atardecer, a la espalda del pintor, inunda de luz caliente la escena, en la que destaca un  edificio, fábrica o almacén, de ladrillo o enlucido rojo.  Contra él se estrella también la primera mirada . Se estrella y la baja dirigiéndola hacia  las aguas del río,  mansas  y extendidas. Su tortuoso recorrido, de izquierda a derecha, arrastra también la atención. Siguiendo su cauce, aparecen, a la izquierda, un conjunto de chimeneas fabriles que arrojan  borbotones de humo negro, rojo y blanquecino, que acompañan la dirección del río. Te percatas, ahora,  de que hace un poco de brisa, sólo brisa que envuelve, acaricia. El humo y el agua transportan hacia las siluetas de casas e iglesias de la ciudad, allá, a lo lejos. Siguiendo la curva del río uno se tropieza con barcos veleros: lonas extendidas y cóncavas por la misma brisa que mueve el humo de las altas chimeneas. Los barcos veleros te indican que, un poco más cerca de ti, del pintor, hay dos pequeños botes pesqueros que forman contrapunto con  ellos; el equilibrio de los elementos elegidos, de que habla duChemin.  En los botes hay gente, siluetas, pescando. Dos en cada uno. La mirada se acelera descubriendo detalles que se suman a la sensación relajada: siguiendo el mismo ritmo visual que los veleros y los botes aparecen, en la orilla más cercana,  pescadores a caña. Unos, conversan sosegadamente, otro, contempla el atardecer al tiempo que aguanta su caña. Veleros, barcos y hombres, situados en diagonales paralelas, se equilibran. Te percatas de que una gran parte del cuadro, a la derecha del río, está cubierta de una mancha uniformemente verde-amarillenta de árboles. No te has dado cuenta porque se limitan a enmarcar el curso del río. Esa monotonía verde es rota por un sendero amarillento que, saliendo de la fábrica o almacén, serpenteando,  se hunde en la espesura. Cuando parece que ya no hay más que ver, y tu ojo también reposa, descubres lo esencial: la luz que lo impregna todo, que hincha el  espacio indefinido  que no cubre ninguna de las cosas mencionadas. Es cálida y enciende suavemente los reflejos del caserón, el  humo de las fábricas, las lonas de los veleros, las nubes, casi bruma, del cielo, los destellos blancos de las olas, la reluciente camisa de uno de  los pescadores.


Ahora te toca a ti. Imagínate allí, con tu cámara y tus objetivos. Sin duda, un gran angular, una ratio  de 4:3, una apertura moderada, quizás un f.8 sea la adecuada (habrá que probar), una velocidad baja para captar la brisa y el oleaje, por lo que necesito un trípode. Mejor hazlo con visión directa y observa el histograma para cubrir todo el rango luminoso. ¿Punto de vista bajo, normal o picado? Mejor un poco bajo, sin ser excesivo para que la silueta de las casas y campanarios no se oculten. No te contentes con una sola toma. Muévete, sube, baja la cámara, cambia de objetivo, prueba con una apertura mayor para que el fondo quede menos definido. Prueba, prueba,  prueba. Pegúntate: ¿qué pasaría si..? Una hora para fotografiar este lugar es poco, acaso necesites una tarde entera. Probablemente tengas que volver mañana porque, al  observar las tomas en el ordenador, te das cuenta de que se te pasó el mejor momento de  luz.

El segundo de los cuadros de Armand Guillaumin, que examiné, era un autorretrato. La iluminación…

-No, no. Todo esto son deberes que DuChemin me imponía a mí.

- Pero no me negarás que este es un bello hobby, en el que el tiempo se pasa “bellamente“- Vives el momento como si fuera eterno. A mí me recuerda el ensayo de Unamuno: “El perfecto pescador de caña”.

Estos afanes me traía yo ayer por la tarde cuando me despierta de ese estado  semi-hipnótico una llamada telefónica.

-Dígame?

-Si…, mire… ¿Es usted Don Eugenio Garrido Martín? Al otro lado hay una voz femenina, joven,  un poco atiplada, pero  agradable. La noto nerviosa, como quien tiene que dar un recado urgente

-Sí, qué desea.

- Le llamo de…  (La compañía de seguros de mi coche). (Va a recordarme que este mes tengo que pasarle la ITV).

-Sí, tengo mi coche asegurado con ustedes.  También estoy afiliado a su póliza de salud.

- ¡Ah! ¿Sí?...  Entonces, le puedo ofrecer otro producto.

-No suelo contratar servicios por teléfono. Cuando los necesito los busco.

-Pero, ¿no quiere escuchar lo que le puedo ofrecer?

Llegados a este punto, cada relativamente frecuente, suelo decirles: si no quiere perder su tiempo es  mejor que lo dejemos aquí.  Pero ayer no lo hice.

-¿Qué me propone?

-A ver, tiene usted más de 65 años?  (Sin duda notó que mi voz no era tan joven como la suya).

-Sí, muchos más. 78 años.

- Pues, puedo ofrecerle un seguro de decesos.

-¿Cómo?

- Pues, un seguro para cuando se muera. 

A través del auricular del teléfono oigo el  tecleo de alguna clase de aparato. Luego interpreté  que era  de una calculadora.

-Mire, le puedo ofrecer un seguro de decesos por  5.163 €. Pagados de una sola vez. Nosotros nos encargamos de todo. Usted no tiene que preocuparse de nada: funeraria, tanatorio, flores, crematorio…

-No, no me interesa.  Prefiero gastarme esos cinco mil euros en vida.

-Pero, insiste, imagínese que usted paga ahora  cinco mil euros, y  si se  muere, supongamos, dentro de 10 años, seguramente le costaría su entierro  unos 10.000. Se habría ahorrado cinco mil.

-No, no. Perdone. Prefiero disfrutar en vida  esos  cinco mil euros.

Mi imaginación, irónica, me escenifica levantándome del féretro y preguntándole a los enterradores: ¿Con IVA o sin IVA?

En un momento determinado me desubiqué  en parte, para que nadie me tratara como pasado; de alguna manera, muerto, cuando yo, en cambio, creía que tener por delante un tercio de mi vida. Ahora me plantan en las narices mi muerte, mi carencia de futuro.

No se trata  de negar la realidad. Cada año que cumples es uno menos que te queda. Pero eso es desde que te concibieron.  Me parece un disparate, una falta de tacto y un pésimo comportamiento psicológico el recordarle  a la gente que ha de morir. En su tiempo esto se utilizó como método de subyugación. Hoy, con demasiada frecuencia, es el ambiente que crean a las personas que consideran viejas.

 No, y no, y no. No es que se tema a la muerte, no se trata de eso.  Se trata de aprovechar cada uno de los momentos, regodearse en él, sentirse bien, experimentar que siempre tienes valor y hacer cosas dignas de valor. Es difícil zafarse de ese placaje del ambiente. Mientras mi entrenador, que soy yo mismo, diseña la jugada  de estrategia, seguiré con los retos que cada día ve va poniendo la fotografía: la cámara y el Photoshop.

-¡No te… fastidia! ¡Despertarme de mis contemplaciones artísticas para ahorrarme cinco mil euros  cuando, supongamos, me muera dentro de diez años!