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sábado, 17 de octubre de 2020

PERSONALIDAD DEL DELINCUENTE Y… DEL NO DELINCUENTE

Estimado Carlos, como prometiera, sigo comentando tu reseña a mi libro: Autoeficacia y delincuencia. Sentí no verte en mi conferencia en la UNED el día 11. Quería darte las gracias personalmente. Sigo dándotelas a través de estas líneas. Decía yo que tus anotaciones críticas estimulan mi reflexión científica y me proporcionan una excelente oportunidad para precisar conceptos. Esta vez quiero aclarar el concepto que de personalidad se defiende en la teoría cognitivo social. Para hablar de personalidad hay que ponerse trascendentales. El tema recuerda las preguntas filosóficas de: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy? He dicho mal. El tema no recuerda esas preguntas, sino que las pone sobre la bandeja de los temas de discusión. Pienso que las respuestas de la psicología científica tienen mucho que ver con los planteamientos que se hicieron los filósofos.(En mis tiempos se estudiaba psicología experimental y psicología racional). También son semejantes las respuestas. Se diferencian en los modos o métodos utilizados para contestarlas. La ciencia, en general, responde con métodos empírico-experimentales a los planteamientos deductivos de la filosofía. Frente a la pregunta qué seamos, la filosofía y la teología han dado respuestas extremas y otras conciliadoras: a los que les gustan las cosas claras y distintas, como diría Descartes, han apostado por el creacionismo o por las dotaciones hereditarias: las personas nacen con un don o gracia, (o con el maleficio o desgracia) específicamente diseñados para ellas por una hacedor que les es ajeno y las predetermina en sus capacidades, aunque no en sus actos. ¿O también en sus actos? Da igual que este hacedor sea un dios trascendental o que haya sido suplantado por la genética. En el balance final, cuando se nace, ya se trae instalado el programa y el sistema operativo, de que habla Irenäns Eibl-Eibesfeld. Programa que comienza a correr e instalarse en el momento de la concepción. Todo recuerda a las mónadas de Leibniz. Desde esta perspectiva, el delincuente nace para ser delincuente y muere habiendo demostrado que lo fue. Esto es lo que parece que defiendes y me cuestionas, Carlos. En el extremo opuesto estaría la metáfora de Heráclito de que todo fluye y que hoy no somos lo que ayer fuimos, lo mismo que las gotas de agua erosionan el cauce del río mudando incansablemente forma y estado de los dos. En este supuesto, la persona humana es mutable y, referida al delincuente, en un momento puede ser demonio y en el siguiente ángel. Ninguno de los dos estados deja de ser fugaz. Ha habido intentos conciliadores que toman lo mejor de ambas posturas. Platón, Aristóteles, Descartes o Kant se me antojan como pensadores de la conciliación. De todos ellos me quedo hoy con la postura de Aristóteles. -Eugenio, hoy si que vuelves a tus orígenes. ¿Te entenderán? -Espera hasta el desenlace. Después de todo, no creo estar diciendo nada que no pertenezca ya al acerbo de la cultura general. Pero, por si acaso, espera hasta el final. Me acerco a Aristóteles porque, a fin de cuentas, a todos nos lo explicaron en el bachillerato. No es que me parezca el modelo ideal, porque es más “constitucionalista” o esencialista que la mayoría de los filósofos. Basta recordar que las cosas son lo que son porque la materia ha recibido una forma y no otra, y tal forma hace que el tronco de madera se convierta en mesa y no en la Inmaculada Concepción. Y esto para siempre jamás. La que en este momento me parece apropiada es la imagen con la que se explica la combinación extraña entre una materia indefinida y la única forma que adopta irreversiblemente. Volvamos a sentarnos en el pupitre de bachilleres. Veremos entrar por la puerta a nuestro profesor de filosofía y escribir en el encerado el nombre de Aristóteles. Tras contar cuatro datos de su biografía, se adentra en la explicación de la realidad, de la física. Nos habla de las cuatro causas que la explican, dos de ellas las califica como internas, porque constituyen o explican lo que las cosas son. Estas causas son la materia y la forma. -¡Qué rollo!, pensábamos entonces y estás pensando ahora. El profesor también sabe que es confuso aquello de lo que habla. Todos los profesores de filosofía saben que esto es un rollo. Por eso, al unísono, recurren a la metáfora del escultor. Éste tiene ante sí un trozo de madera o de mármol. Este mármol, moldeado por el cincel o la gubia, puede convertirse, por la acción del escultor, en la representación, la idea, la prefiguración que el escultor tiene en mente. El escultor, el hacedor de las formas de las cosas, con la maza y el cincel en sus manos, defendidos sus ojos con gafas envolventes, incrustadas en su frente por la presión de los tirantes que rodean su cabeza polvorienta, enfundado en su mono recién planchado, da vueltas a la mole de piedra que tiene delante. Mira cuál sea la faz más propicia. Sigue pensando y sigue rodeando la mole de piedra. Pasado un buen rato de contemplación, todo su cuerpo se yergue, sus músculos se tensan, su mirada se aviva. Acaba de aparecer una leve sonrisa en su cara: la mole de piedra ha dejado de serlo. El escultor no ve en ella más que la estatua que será. Visualiza el final y el conjunto de golpes que debe propiciarle para conseguirlo. Poseído por su representación alza la maza, coloca el cincel en el punto elegido y, con fuerza, arranca el primer pedazo de mármol. Luego el segundo y el tercero. Todos son rudos, como si en vez de extraer una imagen de sus entrañas quisiera hacerlo añicos. Lo rodea nuevamente. Suda, pero se le ve contento. La piedra es más deforme que antes de recibir la primera herida. Al escultor no le duelen estas heridas, se ve más cerca de la realización de su ideal. Durante los días sucesivos difumina las aristas y los contrastes. El observador, poco a poco, va intuyendo, vislumbrando y observando cómo la idea del escultor va emergiendo de la piedra. Hasta que un día, dado el último retoque con la lija, el escultor ve "realizada" su imagen. Ésta ya no habita sólo en su pensamiento. Es más, ya no está en su pensamiento, se ha cosificado, realizado. Ya no le pertenece. Desde ahora pertenece, como idea hecha mármol, a quienes la contemplen. Y así hasta que se destruya, hasta la inmortalidad. El Profesor de filosofía se ha quedado satisfecho porque las nociones abstractas de materia y forma, causas intrínsecas de las cosas, pueden ser asidas y poseídas por sus alumnos. La imagen vale para exponer la noción de personalidad de la teoría cognitivo social. Pero sólo en parte. En la imagen del escultor aristotélico, éste deja su obra para la eternidad. La imagen es la del creador, la de la causa externa que deja para la eternidad, para siempre cosas bellas. Si se modifican los puntos de vista de la escena anterior y se piensa, porque esa la realidad, que la materia sobre la que se trabaja es e uno miso y que el escultor también es uno mismo,(para eso se posee la capacidad de reflexionar) la perspectiva puede tomar visos de mayor realidad psicológica, tal como la entiende la teoría cognitivo social. Cada experiencia vivida por la persona es un martillazo, a veces brusco, a veces caricia, que deja su impronta en el mármol de la personalidad. Pero a cada dentellada de cincel o caricia de la pulidora le suceden otras que transforman, en todo o en parte, el perfil que le precedió. A veces el escultor, debido quizás a un encuentro casual, decide modificar de base la escena que de sí mismo ha tenido en su interior durante los últimos tiempos. No es esto lo frecuente, pero puede suceder. Como en la imagen de Heráclito en la que el agua fluye incesantemente, el escultor de la propia personalidad, al retocar o ser retocado por las experiencias, cambia constantemente la única apariencia que le define. No muda de manera radical, salvo en raras experiencias vitales. Lo normal es que perfeccione su obra con pequeños retoques. Lo normal es que mantenga una apariencia estable, una identidad estable. Y eso es lo que le diferencia de los demás. Y eso es su personalidad. Que tratándose del delincuente, será una personalidad delictiva. Pero subrayando: 1) es él mismo quien se ha fraguado, labrado o esculpido su personalidad, 2) es él quien la modifica constantemente y 3) quien la puede modificar radicalmente. Es decir, el delincuente no nace con una personalidad delictiva, se hace y modifica como delincuente, y, ante todo, puede convertirse en agente del bienestar comunitario. Por eso, estudios muy reciente sobre el abandono de la delincuencia insisten en la modificación de la propia imagen gwestionada por el propio delincuente (Giordano et al. 2002). Amigo Carlos, la personalidad delictiva y la no delictiva sólo son definitivas cuando el destino decide que ya no tengas manos para arrancar o acariciar en tu escultura de mármol, bronce, madera o arcilla. Cuando el último golpe lo recibas sin tiempo para retocarlo.

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