Translate

jueves, 27 de agosto de 2009

AUTOEFICACIA CENTENARIA







Determinados programas televisivos se mantienen por la natural curiosidad de observar a través de la cerradura. En las cerraduras actuales ya no se introducen las llaves de los serenos. Están blindadas. Algunos personajes, sin embargo, no pueden blindarse contra teleobjetivos de 1.200mm, infrarrojos que leen la obscuridad o flashes que encandilan en el recodo de una esquina. Curiosidad innata tan potente, que los monos hambrientos de Harlow, preferían observar a los investigadores a través del montante de su puerta y olvidarse del sabroso alimento que se les había proporcionado. Uno se sorprende, a veces, pensando cómo se comportarán en la intimidad personas que nos rozan al pasar; no es infrecuente representarnos en el personaje que inventamos para nuestro interlocutor.
Imaginarse el flujo de pensamientos de los viejos o los enfermos terminales produce desasosiego, por ser confusamente conscientes de que, por fuerza, algún día, estaremos en la cola de esa aduana. No acucia la curiosidad de mirar por esa cerradura. (O quizás sí, pues basta observar el tumulto que sitia a las víctimas). ¿Qué pensarán? ¿Qué pensaremos? ¿Cómo lo soportan? Heckhausen, psicólogo alemán interesado por la motivación que impulsa a vivir, trató de responder científicamente a estas preguntas. Sus resultados son optimistas. Los viejos y los enfermos terminales son conscientes del deterioro que produce la edad o la enfermedad. No niegan la realidad. La niegan más sus conocidos. Lo que no hacen, viejos y enfermos, es compararse con quienes tienen menos edad o gozan de mejor salud. Estos se hallan en otra dimensión que no coincide con sus actuales coordenadas. No se apenan por ver a otros más jóvenes o más sanos. Tampoco contemplan la posibilidad de recuperar su agilidad o estado saludable anterior. Se ubican con quienes viven su misma circunstancia. Y en esta su verdadera dimensión, ellos se juzgan más favorablemente que sus reflejos. Los estudios de Heckhausen muestran evidencia de que, en la comparación con sus semejantes, se descubren favorecidos. Lo que levanta su moral y su estado de ánimo. ¡Qué mal está fulanito! ¡Hay que ver cómo ha envejecido menganito!
El resultado de su comparación ventajosa les permite recobrar su conciencia de valer y de valor. Incluso de tener propósitos, porque todavía no son los primeros de la fila. Pueden tomarse un tiempo, darse una vuelta, beberse unas copas de savia y sabor antes de reintegrarse a la cola de la última frontera. ¡Delante de mí hay muchos otros! Mientras se tenga valer existe vida. Mejor: mientras se tenga valer se tiene calidad de vida. En esto no hay diferencia entre viejos y menos viejos.
Los Profesores universitarios tenemos la ventaja de que algunos jóvenes quieran trabajar con nosotros o nos pidan su consejo para los trabajos . Recientemente he tenido la suerte de haberme enriquecido hablando con un doctorando cuyo trabajo puede definirse: curar por el arte. De hecho el programa de investigación en el que se halla inscrito y subvencionado lleva el título de CurArte. Programa, en el que participo, dirigido por los Profesores Ana Ullán y Manuel Belver, Fue concebido para ayudar a niños de largas estancias hospitalarias. Pero, ¿Cuándo un niño deja de serlo para los pediatras y gestores de hospitales? Quizás demasiado pronto. Demasiado pronto para los jóvenes de larga estancia. Sin quizás, demasiado pronto para los jóvenes con enfermedades psiquiátricas, encerrados entre rejas en pabellones especiales. Mientras la vida del hospital transcurre rutinariamente, tienen alguna clase de contacto con alguna clase de personas. En cambio, durante los períodos de vacaciones, su soledad, su ensimismamiento, su invisible transparencia para quienes pasan a su lado debe ser invivible. La experiencia de no valer, de no contar como persona, les puede llevar al suicidio. Alertados por el problema psicológico de los jóvenes de largas estancias en centros hospitalarios, especialmente en los pabellones psiquiátricos, llevó a la idea de hacerles participes de los talleres de CurArte durante los meses de verano. Cada uno pudo elegir su actividad. Cada uno tuvo atención personalizada, corrección o la alabanza de su trabajo. Técnicamente hablando: cada uno recibió feedback de reconocimiento. Los resultados aún no se han publicado ni analizado escrupulosamente para que pasen el cedazo de un tribunal en el que cada miembro “debe” aportar su pizca de saber y el “ácido” de un “pero”. De bulto, empero, la hipótesis parece exitosa. Pero no porque el arte cure, sino porque los jóvenes de los psiquiátricos con los que se trabajó, se sintieron apreciados, considerados, evaluados. Sí, evaluados porque su trabajo tenía valor y ellos tenían valer. Y cada día querían valer más, lo que les planteaba retos, propósitos, desafíos, objetivos: sentido a su vivirr. Habían perdido su invisibilidad. Reflejaban luz que era absorbida por los píxeles de otras personas. Aconsejar en aquel interesante trabajo, me obligó a introducirme algo en el tema de calidad de vida. Y descubrí, una vez más, que las personas anteponemos la sensación de valer a la de la salud física.
-Bueno, Eugenio, ya estamos. ¿Cómo una persona enferma puede tener calidad de vida?
-¡Que, no! Que yo no he dicho que la salud no importe para tener calidad de vida. Pero la salud física, la ausencia de dolor, no es toda la esencia de la calidad de vida, ni el componente más básico. Entiendo, como lo hacen Sarvimëki y Stenbock-Hult (2000) que hay tres aspectos de la calidad de vida: una sensación de estar bien, tener sentido o propósito y creer que se poseende kilates o dignidad personal.
Cuando Locke (1991; 2001) hace el favor de entregarnos su esfuerzo por poner orden en la diversidad de acepciones de la motivación, formula que la creencia en la propia dignidad es cardinal para la vida misma. Quien no vale para nada no siente necesidad de vivir. No es nada. Coincide en esto con las propuestas de Deci y su Teoría de la evaluación cognitiva: las necesidades de autonomía e independencia son los motores intrínsecos de la acción humana, frente al cobarde y humillante servilismo de las gratificaciones externas.
- Aquí sí que te ha salido la vena de catedrático.
- A veces, la autoridad de otros debe presentarse como argumento para compartir su credibilidad. Aunque la credibilidad que concedo a Locke o Deci se han conquistado con sus investigaciones publicadas durante los últimos cuarenta años. La fe no es para la psicología contemporánea. Se deja para los crédulos que leen el lenguaje de los sueños.
Sin dignidad, ni jóvenes ni maduros tienen calidad de vida. Los viejos no carecen de ella, incluso con sus achaques. No son la chatarra de la sociedad productiva mientras tengan propósito, proyecto, sentido de valer y dignidad. La esperanza de vida es cada vez mayor, tanto que comienzan a abundar las personas centenarias. Tantas, que la psicología está estudiando sus comportamientos. Hace poco Jopp y Rott (2006) estudiaron cuáles eran los factores que deciden la felicidad de las personas centenarias alemanas. A los centenarios y a sus allegados se les preguntó sin eran felices, tan felices como en sus años jóvenes y si reían con frecuencia. Esta era la variable dependiente. Las productoras, las independientes: la salud, la extroversión, las redes sociales familiares y no familiares (personas que les visitaban y a las que visitaban), la formación o el haber desempeñado algún trabajo cualificado, sus capacidades cognitivas y su autoeficacia para valerse en la vida, ejecutar lo que juzgaban importante y hallando distintos modos de resolver un problema. También se consideró su visión optimista de la vida: si tienízn esperanza, si tenían proyecto para cada nuevo día y si abrazaban una actitud esperanzadora. Los resultados más sorprendentes fueron, en primer lugar, que la salud no influye en la felicidad de las personas centenarias. Tampoco influye el haber desempeñado un trabajo cualificado. Son importantes, en cambio: la extroversión y las redes sociales. Aunque tanto la extroversión como las redes sociales tienen que pagar peaje bien, en la oficina de la autoeficacia, bien en la de la percepción optimista de la vida. Si las redes sociales no generan sensación de autoeficacia o esperanza en la vida, no contribuyen a la felicidad de las personas centenarias.
Ni siquiera los centenarios son chatarra de desguace. Mientras se tengan proyectos y se sienta la capacidad de avanzarlos un ápice cada día, existe la vida feliz. La autoeficacia no tiene edad, es centenaria. Y mientras uno se sienta autoeficaz para realizar los proyectos que le atraen puede vivir feliz.
- ¡Autoeficacia, contigo a muerte y hasta la muerte.!